Filosofía y educación

¡Carancho, che!


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¿Hacia una educación de calidad para una sociedad más justa?

Por Zacarías del Pedernal

Preludio, sin fuga ni escaramuzas.

El desequilibrio ecológico prueba que disponemos del poder para destruir la tierra, y que ya estamos destruyéndola. La reducción del hombre a animal sin trascendencia, ideología a la cual se pretende seamos funcionales los docentes, es la base de este neoesclavismo, a raíz de cuya injusticia toda la creación se altera.

Según cuenta una versión de la leyenda, Los peques desaparecieron a causa del chiste. No se si será cierto que desde entonces notando su ausencia se empezó a hablar de ellos, y no estoy seguro que lo que se cuenta sea cierto en el mismo sentido en el que solía mentarse que al pastorcito mentiroso finalmente se lo comió el lobo. Más bien me inclino a pensar que llegó un momento en que el chiste dejó de ser tal cuando ya no había lugar donde guarecerse . . . porque los caranchos eran muchos más que Los peques. Como sea que haya sido, que cada uno lo interprete como le parezca más apropiado . . . en orden a distinguir los caranchos de Los peques.

En este desafío preferiríamos correr el riesgo de este otro amigo. Resulta que una amiga me contó que iba progresivamente quedándose ciega sin poder reconocer su estado y sin aceptar que se lo señalarán en el pequeño círculo familiar. Una vez salía con un zapato de cada color, otra se llevaba por delante algún poste en la calle, siempre se quejaba de la falta de iluminación y así una larga retahíla de motivos ajenos en las que encontraba causas suficientes para el creciente número de accidentes que en su accionar se producían dentro y fuera de su hogar. En una oportunidad, sentada ante el escritorio del amigo al que preferiría poder emular, éste le pidió que le alanzase un lápiz que había junto enfrente de ella. Ella se quejó  de que había poca luz en la habitación, ante lo cual él le preguntó cómo andaba de la vista. “Bien, de maravilla ahora sí que veo bien con estos anteojos nuevos,” dijo ella. Él se acerco a la mesa y dijo: “el lápiz está enfrente de tus narices y la luz que hay es la que siempre hay a esta hora del día. Lo que pasa es que no ves un cara. . . nncho. Tenés un zapato de cada color y llevas la cartera abierta. Te estás quedando ciega y no hay forma de que lo admitas.” El silencio se podía sentir en el aire con la misma densidad que se había escuchado la voz. “Empecé a llorar porque no podía cree que alguien me tratará así. Al instante me di cuenta que estaba quedándome ciega y que el motivo de mi llanto, en verdad no era el dolor de estar quedándome ciega ni la forma en que me lo hacían saber, sino el tomar conciencia de que no había sido capaz de darme cuenta de lo que me estaba pasando. Durante años me sometieron a operaciones. Perdí finalmente la visión en un ojo, pero en el otro me la pudieron recuperar casi totalmente. Lo que sí se por seguro es que aquel día me empecé a curar.” Creo que cada uno encontrará entre el capital de sus experiencias casos similares a partir de los cuales reflexionar. Y quizá, puede llegar a alguna conclusión análoga que al final de la historia la completaría de maravillas. No hace falta quedarse ciego para empezar a ver . . . pero tal vez resulte conveniente empezar a reconocer que casi siempre uno anda, al menos, medio tuerto . . . en algún frente de la vida. Lo cual no es de suyo un problema, sino causa de humildad, al menos que uno pretenda por oficio pasar por buen cubero.

No se si estamos mirado la realidad por el periscopio de un submarino o desde lo alto de un mangrullo. Tal vez, un poco y poco. Me inclino a creer que en algún sentido, mientras pretendemos conservar los pies en la tierra, estamos en medio del gentío, sólo que hemos cometido la temeridad de mirar en otra dirección, de salirnos del cause de la corriente, de posar los ojos en las estrellas. Les aseguro que, a pesar de que no me gustan las aglomeraciones, literalmente hice esta experiencia. El primer paso consiste en salirse del juego. Hay que tomar distancia de perspectiva. Hay que pagar el precio de salirse de la batidora y sentarse a la vera del camino gritando ¡Rabunni, que vea! Si se hace el ánimo, pruebe Usted mismo. Y si necesita un aliciente experiencial, cuando todos miren hacia el norte, párece Usted al norte y mire hacia el sur, hacia el este, hacia el oeste, hacia arriba, hacia abajo, pero sobre todo mire ese incontable número de rostros cuyos miradas están focalizados en una sola dirección. Luego mire desde donde Usted está, en la misma dirección en que todos parecen mirar. El espectáculo es estremecedor y en algún sentido escalofriante, y escalofriante no sólo porque uno se percibe desarropado, fuera de la masa . . . sino por la inquietud de saber que los que miran no ven lo Usted está viendo, aunque lo que Usted ve forma parte esencial del escenario, del drama en el que todos actuamos, y del espectáculo. Y ahora ¿qué debo y qué puedo hacer?

Quiero expresamente pedir por favor el beneficio de que no crea Usted nada de lo que en estas páginas se dice. Esta solicitud podría implicar una trampa, porque uno dice algo en la esperanza de ser escuchado, y cuando uno escucha espera escuchar algo que sea verdadero, con lo cual al prestarnos atención, estamos dando algún crédito, de lo contrario no perderíamos el tiempo en tal cuestión. No es a esto a lo que nos referimos. Lo que estamos solicitando es que no escudriñe el texto buscando tener razón en lo que Usted piensa, eso tampoco merece la pena de invertir un minuto de tiempo. Desde ya le aviso: si Usted busca tener razón, no se gaste, ya la tiene, lo que vemos desde donde estamos siempre nos da la razón. Lo que estamos tratando de proponernos es abordar el tema sin prejuzgar lo que ha de venir, con la mirada atenta y focalizada en el objeto del cual se trata. Si lo quiere, desde otros pre-juicios distintos a lo tópicos instalados. Ponga Usted su mirada en la cosa de la cual estamos hablando y busque el contenido de verdad que se expresa. No se ponga en mi lugar, no busque darme la razón. Es una postura incomoda la que le sugiero. Es decir, el pedir que no crea es pedir que se preste al diálogo apasionadamente, pero “cerrando la doble agenda”, buscando rescatar lo que valga la pena meditar. Lo demás es hojarasca, que como tal se llevará el viento, y así es bueno que sea. Y sobre todo, lo que encuentre de verdad será suyo, sin más deuda ni compromiso que el que cualquiera adquiere cuando la verdad se nos dispensa, pero con todo la libertad que la verdad nos dona cuando a la frescura de su brisa abrimos nuestro corazón y nuestra mente.

También quiero pedir permiso para usar de su imaginación, esa misma a la que todos echan mano sin consentimiento deliberado . . . y la cual muchas veces facilitamos sin ser plenamente conscientes de lo que estamos aportando para que las cosas sean como son. Y disculpe el atrevimiento, pero tengo que pedirle expresamente que piense. Pensar, se piensa desde lo que se conoce y según lo que se conoce; pensamos del mismo modo que amamos. Por eso hay que poner entre paréntesis los paradigmas desde los cuales pensamos si queremos vislumbrar una perspectiva distinta a la habitual. Sin distancia de perspectiva las cosas sólo se perciben desde dentro de la caja de confort, es decir, desde los lugares comunes que a lo largo de la vida hemos sabido adoptar (adaptándonos), que hoy ni son el baño público como en la época romana, ni son el ámbito del sentido común, según el significado de sentido común como lo mejor de nuestra naturaleza. Sentido común es la facultad interior en la cual adquieren unidad las percepciones sensoriales. Sentido común es una facultad interior cuyo ejercicio se manifiesta en la vigencia del principio moral en los actos concretos. En el segundo sentido mencionado, se llama sentido común al modo de abordaje de la realidad que a cada persona caracteriza en su obrar.

Se dice que alguien tiene sentido común en varios sentidos. En general se reconoce como persona de o con sentido común a aquella persona que en las circunstancias concretas de la vida obra atinadamente haciendo realidad en su obrar el imperativo moral por el cual todos sabemos que lo que corresponde es hacer el bien y evitar el mal, aunque su realización en general requiere de un gran esfuerzo en la practica. Sentido común es el modo de obrar que fundamenta el acto educativo bien entendido; modo de obrar que nadie puede realizar por inercia natural sino por la buena educación recibida, como resultado de la buena formación aquilatada y no sin una gran dosis de asistencia sobrenatural.

Cuando el sentido común merma, proliferan las normas y sobreabundan los lugares comunes, esos rótulos con los que se clasifican las personas, las cosas y los hechos porque así lo consigna la opinión general: el supuesto consenso reemplaza la naturaleza de las cosas y su verdad. En algún sentido, los seres humanos siempre percibimos desde la propia interioridad. Desde distintos niveles de interioridad. Niveles respecto de los cuales, los lugares comunes implican un anclaje en lo más superficial: sin  compromiso pero no por ello sin concecuencias. El problema es que la realidad desde los lugares comunes, ese “desde dentro” desde el cual solemos orientar la percepción, no es necesariamente equivalente tampoco a verdadera introspección, y aunque lo fuese, la introspección está siempre signada por el recorte del horizonte desde el cual abordamos la interpretación de la realidad. Es decir, mientras permanecemos dentro del tonel, el horizonte no puede cambiar. Sáquese un minuto la escafandra. Saque lentamente la cabeza del lago, tome aire, haga silencio. Tómese el tiempo necesario para que sus ojos se adapten a la nueva luz. Escuche cómo el silencio suena distinto al habitual. Déjese habitar progresivamente por el silencio al punto que todas las voces de los temores se agoten. Mire, trate de ver, y piense buscando entender.

Si llegase, estimado lector, a encontrar en este boceto algo que se parece a algún detalle del cuadro que Usted ve, préstele atención a ese detalle suyo del cual encontró un reflejo en la exposición: es el que Usted está llamado a ver. Escuche su voz interior . . . y después cuéntenos lo que cree que podemos hacer. De no encontrar nada que valga la pena . . . use estos papeles para encender la leña del próximo asado, aunque sea seguir abusando de su amabilidad, será el más honroso de los destinos, porque de algún modo, dándole el destino que merece el papel usado, será contribuir a desenredar el entuerto al poner las cosas en el lugar que les toca. Gracias.

Dejar circular está páginas es como estar con un megáfono en medio del desierto gritando que el agua que anhelamos está bajo nuestros pies y la solución está en nuestras manos, mientras todos piden silencio para seguir mirando hacia otro lado, desde donde se supone que han de llegar los camiones cisternas, mientras unos cuantos venden las últimas palas a los mercaderes que en ningún templo faltan. Y los que dicen ver lo que se está señalando, tienden a sentirse francotiradores cuestionados por la opinión generalizada. Es parte del juego. De ese juego del cual buscamos tomar distancia para llegar a comprometernos desde la libertad interior.

Hace poco tiempo atrás me invitó a tomar un café a su despacho un CPN que estaba haciendo sus primeras “experiencias” en política. Uno de esos a los que de pronto después de apachetarse en un chiringuito en las arenas estaduales, le aparecen tías de las que heredan campos, empresas, departamentos y hasta pasajes para ir de turistas al extranjero. Tuve la mala idea de hacer una preguntonta, consultándole su opinión sobre la creciente costumbre del retorno. En un arranque de simulada honestidad gremial, me contestó que “así como al mecánico siempre le queda algo de grasa en las manos . . . “ seguido del silencio que señalan los puntos suspensivos. Más allá de que la respuesta no venía al caso, como es evidente que no vino al caso por las consecuencias de mi pregunta, la respuesta no deja de ser representativa del paradigma desde el que se está considerando está práctica estandarizada. La respuesta, no venía al caso, porque el que a un mecánico le quede algo de grasa en las manos solo significa que hace su trabajo y tal vez, que es medio chambón a la hora de usar el cepillo y el jabón, pero nada más, absolutamente nada más y nada que no sea probar que está ejerciendo su oficio, sobre el cual, a partir de los rastros de grasa en sus manos nada podemos juzgar. En cambio que, a quien tiene por oficio el administrar en nombre de otros, se le queden los vueltos en el fondo del bolsillo, no significa que necesita memorex, significa que es un  ladrón. Y no hay en el diccionario otro termino para designarlo mejor. Pero ojo, el termino le calza no sólo porque el peso de los patacones le venza con facilidad, sino porque ocupa un lugar para el que no está moralmente preparado . . . aunque tenga el premio nobel de administración si su voluntad no puede resistir la tentación crematística no debería estar ocupando ese lugar donde la debilidad de su tentación es como la grasa para el que se ocupa de reparar máquinas. Esta es la única analogía posible que encontramos en la respuesta, que como se  ve, lleva precisamente a la conclusión opuesta a la supuesta en la conversación.

Las paginas que siguen empezaron como notas para una conferencia. Las conferencias se multiplicaron y las páginas también. Pero al crecer el texto, según algunos, parece que creció el tenor de los argumentos, y aunque, si alguno quiere jugar al detective fácilmente podrá rastrear su derrotero, para publicarlas, por consejo de algunos amigos, hemos borrado toda referencia personal identificable, porque nada le quita y porque tal vez así haya alguna posibilidad más de no involucrar a los que de buena voluntad colaboraron en que se pudiesen llevar a cabo las charlas, pero nada tienen que ver con su contenido final.

Es decir, nadie me pidió que dijera lo que dije, nadie me pidió que escribiera lo que está escrito y nadie me pagó para decir esto y aquello. Y para los que viven sospechando e inventando filiaciones porque están acostumbrado a avenirse para trepar, aclaro que fui a dar cada una de las conferencias “por lo que se pueda”, como seguiré yendo a trabajar a todas las escuelas públicas toda vez que me lo soliciten. Algunos me preguntaron dónde se podía conseguir el material, y otros, pidieron que les hiciese llegar algún escrito con las ideas expuestas. No hay otra intención que la convicción en el fin propuesto, y el deseo de responder al interés manifestado.

Tal vez algunos encuentren ideas propias en el texto. Ello puede seguirse de varias causas: una de ellas es que algunas reflexiones surgieron precisamente del aporte que se hicieron durante los encuentros. Incluso hay un par de cositas que están destinadas a aquellas intervenciones que no fueron realizadas según el espíritu del encuentro, los presentes en la oportunidad sabrán a quién me refiero al momento de leerlas. Y también es posible, y espero que sea motivo de grata sorpresa, que Usted encuentre alguna idea suya en el texto, nada más ni nada menos que en razón de que efectivamente a Usted también se le ha ocurrido pensarla.  En el hipotético, pero por Ustedes mismos señalado no por eso imposible caso, de que algún coscacho a alguno de la superioridad le llegue, tendrá al menos la posibilidad de argumentar que no sabía que se iba a publicar, lo cual es verdad, y que no conocía el contenido final, lo cual también es cierto. En la democracia la intimidación telefónica también es una costumbre.

A pesar de los posibles riesgos no puedo dejar de expresar mi agradecimiento cordial a todos los que de una forma u otra manifestaron su bienvenida y su agradecimiento en la despedida, atendiéndonos con una deferencia que alienta la esperanza. Especialmente a las directoras y directores de esas escuelas donde el orden y la armonía se percibe, no sólo en la limpieza de los baños, sino en las relaciones de quienes allí conviven,  que con tanto decoro se expresa en la puerta de entrada, en la disposición del SUM y también a la hora del mate y los criollitos. Mate, que en algunos lugares llegó a estar acompañado de exquisiteces que no señalan sino la grandeza del corazón de los anfitriones y la dignidad con la cual su misión asumen. Y a Ustedes, a las que preparan el mate y nos los sirven con la dignidad de vuestro noble corazón, a los asistentes en general, mi más calido afecto en gratitud y en la esperanza de que sigan siendo como son. Ustedes nos enseñan por dónde pasa la vida real.

Y por el improbable acaso de que lo llegasen a leer, también gracias sean dadas a Ustedes, las que fueron con el seño fruncido, con caras de secas de vientre a blandir espadas contra sus propios fantasmas y a poner palos en la rueda como si a participar estuviesen obligadas. Gracias, porque con su victimismo intestinal ayudaron a que los demás abran los ojos, y al relator de turno, este inadecuado servidor, le hicieron el favor de recordarle que es conveniente no enamorarse de las obras como si fuesen propias, sino que es mejor amarlas con el respecto de las buenas obras que se nos encomiendan. La vida pasa tan rápido y tantas veces cambiamos de sitial, que aunque más no sea por ese mísero interés individual, es mejor conducirse como si ya estuviésemos del otro lado del mostrador actual. Y en ese sentido, un palo en la rueda, de tanto en tanto, estimula la humildad. Pero entiéndalo bien, humildad no es dejar de decir lo que hay que decir, humildad es decir la verdad aunque no nos guste lo que tenemos que escuchar. El que Ustedes fueran a una conferencia con la sensación de ir al proctólogo, es una prueba de que cada uno en la vida suele encontrar lo que ha salido a buscar. Y esto también vale para mi.

En un recreo para el mate cocido, me decía una Supervisora: “a veces tengo la sensación de que la educación es un barco podrido que se hunde corroída por la ratas que la conducen.” Y agregó, “tiemblo al pensar que en ese barco están embarcados nuestros propios hijos y todas estas extraordinarias maestras que dependen de nosotros: las que estamos al medio”.

En cierto sentido no deja de ser un temor con base en la realidad, porque es evidente que las ratas de la globalización no sólo son polizontes, sino que han adquirido la habilidad de conducir todo a su propio puerto letal. Sí leyó bien. Eso es lo que se ve, y nadie puede negar que son nuestros hijos lo que van en ese navío desvariante. No lo hijos de nuestros enemigos, que tampoco merecen padecer este desconcierto, sino los niños y jóvenes que son el futuro de nuestro país. La sangre de nuestra sangre, el motivo de nuestros desvelos. Los que están siendo adoctrinados por lacayos y tartufos ad eternum, ratas devenidas en comandantes sólo porque los buenos no hace lo que tienen que hacer. La expresión no suena precisamente incruenta, pero tal vez no porque carezca de relación con la realidad, sino por el modo en que esta realidad nos afecta. Los hombre no nacemos ni buenos ni malos, nacemos inclinados: a veces actuamos bien y otras actuamos mal, y aunque la frecuencia indique tendencia, en el fondo todos queremos actuar bien, sólo que no todos queremos primero servir a los demás sabiendo lo que debemos saber.

Para no desalentar la esperanza en que hacer el bien el bien es la única alternativa real, conviene recordar que los agujeros de la realidad cotidiana, como en el queso gruyere, no son más que carencias en la masa que lo sustenta y a cuya expensa crecen las bacterias. La solución no es destruir la masa ni siquiera a los que carcomen las instituciones como la carcoma a la madera, sino simplemente poner las bacterias bajo estricto control. Hay instituciones que deben ser recuperadas y reconquistadas a fuerza de limpieza y mata-ratas.

Y si hay alguien que le tiene miedo al control o le parece que hablar de control y disciplina en educación “suena muy fuerte”, como efectivamente se dijo al menos en una oportunidad, me permito sugerir un cambio de oficio como alternativa en orden a la salud mental . . . al menos la de los alumnos, los padres y también la de tus colegas que eternamente te lo agradecerán.

¡Bienvenido a bordo y buen viaje, peregrino de la educación!


Origen de estas reflexiones

La presentación original tenía el simple carácter de una charla motivacional tendiente a disparar la reflexión personal y comunitaria en cada uno de los ámbitos de coordinación escolar. Las reflexiones que a continuación se presentan, en parte surgen de las notas previas a la charla original y en parte han sido redactadas a partir de las preguntas formuladas en cada una las reuniones. Sería muy interesante que con el tiempo pudiésemos completar una versión que incluya lo que los docentes realmente hayan podido implementar en y desde las aulas.

Según reza el titular de las jornadas, el objetivo propuesto es el fortalecimiento del liderazgo pedagógico de los docentes, en tanto la actual política educativa constituye una especial oportunidad para preguntarnos por el tipo de persona que estamos contribuyendo a educar. Esto es lo que a priori se entiende al expresar que deseamos reflexionar desde un posicionamiento antropológico.

Reiterando nuestra disposición de servir al bien de nuestros alumnos, llegue nuestro cordial saludo a cada uno de los que tienen la amabilidad de sostener esta misión con su presencia y su compromiso.


Fines y objetivos (declarados) de la política educativa nacional

LEY 26206 – ARTICULO 11. Los fines y objetivos de la política educativa nacional son:

a) Asegurar una educación de calidad con igualdad de oportunidades y posibilidades, sin desequilibrios regionales ni inequidades sociales.

b) Garantizar una educación integral que desarrolle todas las dimensiones de la persona y habilite tanto para el desempeño social y laboral, como para el acceso a estudios superiores.

c) Brindar una formación ciudadana comprometida con los valores éticos y democráticos de participación, libertad, solidaridad, resolución pacífica de conflictos, respeto a los derechos humanos, responsabilidad, honestidad, valoración y preservación del patrimonio natural y cultural.

d) Fortalecer la identidad nacional, basada en el respeto a la diversidad cultural y a las particularidades locales, abierta a los valores universales y a la integración regional y latinoamericana.

e) Garantizar la inclusión educativa a través de políticas universales y de estrategias pedagógicas y de asignación de recursos que otorguen prioridad a los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

f) Asegurar condiciones de igualdad, respetando las diferencias entre las personas sin admitir discriminación de género ni de ningún otro tipo.

g) Garantizar, en el ámbito educativo, el respeto a los derechos de los/as niños/as y adolescentes establecidos en la Ley Nº 26.061.

h) Garantizar a todos/as el acceso y las condiciones para la permanencia y el egreso de los diferentes niveles del sistema educativo, asegurando la gratuidad de los servicios de gestión estatal, en todos los niveles y modalidades.

i) Asegurar la participación democrática de docentes, familias y estudiantes en las instituciones educativas de todos los niveles.

j) Concebir la cultura del trabajo y del esfuerzo individual y cooperativo como principio fundamental de los procesos de enseñanza-aprendizaje.

k) Desarrollar las capacidades y ofrecer oportunidades de estudio y aprendizaje necesarias para la educación a lo largo de toda la vida.

I) Fortalecer la centralidad de la lectura y la escritura, corno condiciones básicas para la educación a lo largo de toda la vida, la construcción de una ciudadanía responsable y la libre circulación del conocimiento.

m) Desarrollar las competencias necesarias para el manejo de los nuevos lenguajes producidos por las tecnologías de la información y la comunicación.

n) Brindar a las personas con discapacidades, temporales o permanentes, una propuesta pedagógica que les permita el máximo desarrollo de sus posibilidades, la integración y el pleno ejercicio de sus derechos.

ñ) Asegurar a los pueblos indígenas el respeto a su lengua y a su identidad cultural, promoviendo la valoración de la multiculturalidad en la formación de todos/as los/as educandos/as.

o) Comprometer a los medios masivos de comunicación a asumir mayores grados de responsabilidad ética y social por los contenidos y valores que transmiten.

p) Brindar conocimientos y promover valores que fortalezcan la formación integral de una sexualidad responsable.

q) Promover valores y actitudes que fortalezcan las capacidades de las personas para prevenir las adicciones y el uso indebido de drogas.

r) Brindar una formación corporal, motriz y deportiva que favorezca el desarrollo armónico de todos/as los/as educandos/as y su inserción activa en la sociedad.

s) Promover el aprendizaje de saberes científicos fundamentales para comprender y participar reflexivamente en la sociedad contemporánea.

t) Brindar una formación que estimule la creatividad, el gusto y la comprensión de las distintas manifestaciones del arte y la cultura.

u) Coordinar las políticas de educación, ciencia y tecnología con las de cultura, salud, trabajo, desarrollo social, deportes y comunicaciones, para atender integralmente las necesidades de la población, aprovechando al máximo los recursos estatales, sociales y comunitarios.

v) Promover en todos los niveles educativos y modalidades la comprensión del concepto de eliminación de todas las formas de discriminación.


Objetivos de esta exposición

Esta ley nos propone el interesante desafío de trabajar en aras a:

Una educación de calidad por una sociedad más justa

Se estima necesario fortalecer el liderazgo docente porque:

–       Asumimos que lo que los objetivos de esta Ley realmente lleguen a significar para la vida de nuestros alumnos está operativamente en manos de los docentes.

–       Si el cambio adquiere sentido desde el fin al que se ordena, resulta imperativa una expresa clarificación del fin hacia el cual los cambios han de ser ordenados.

–       Tratándose de educación, entendemos que la cuestión fundamental desde la que se ordena nuestro servicio vocacional es la dignidad de la persona.

–       Reconocemos que toda actividad humana implica y manifiesta una concepción de ser humano, una cosmovisión en cuyo contexto adquiere sentido y significación.

Como responsables de la implementación de lo que la ley regula, y como expertos en la cuestión sobre el objeto de la ley, nos hemos reunido a efectos de movilizar una reflexión que nos lleve a discernir cuáles son los mejores modos posibles de lograr los objetivos que la ley explicita, a la luz de aquellos principios que en ella se suponen e implican, desde la perspectiva constitucional, desde la perspectiva cultural y axiológica, desde la perspectiva profesional o docente, y desde la perspectiva antropológica.

La tarea es tremenda pero cada uno cuenta. Tanto como cuenta el educar en la dirección correcta si tomamos en serio que la naturaleza tiende a la perfección y que es acto constitutivo de la libertad personal la recta determinación del sentido en que la naturaleza personal ha de ser cultivada.

En consecuencia, nos proponemos realizar un planteo desde la perspectiva del ideal de persona que inspira nuestra labor docente, sin intención de propiciar recetas, sino, estimular una meditación que permita a cada uno reinterpretar los hechos que nos preocupan en el contexto del sentido de su vocación personal.

I ¿Crisis en educación?

Nos encontramos en una situación de cambio. Específicamente, nos referimos al cambio implicado por la promulgación de la nueva ley de educación. Sin embargo, no es prioritariamente la modificación normativa lo que nos mueve a reflexionar sobre la educación actual. Más bien, parece conveniente asumir que la reflexión sobre la situación de la educación y el querer dar una respuesta acorde a las necesidades actuales, es lo que ha motivado la promulgación de una nueva ley de educación. Resulta importante tener en cuenta lo señalado, ya que, si bien la modificación normativa es causa de cambios, no debemos olvidar que la norma se promueve en vistas a un ideal de realidad, de cuya consideración surge y hacia cuya consecución tiende. Considerar y entender el ideal que motiva la ley, al momento de la reglamentación y de la ejecución, es al menos tan importante como el conocimiento de la dimensión prescriptiva contenida en su formulación.

Un rápido pantallazo sobre la realidad educativa actual nos muestra que los problemas que nos preocupan no son sólo problemas nuestros. Parece conveniente reconocer que no nos estamos enfrentando a algo que podamos con propiedad designar como nuestros problemas o problemas de este sistema educativo, en el sentido de que fuésemos los únicos que los padecemos. Evidentemente son problemas que afectan al sistema educativo argentino y constituyen nuestro desafío en tanto directamente afectan a quienes son la razón de ser de nuestro ejercicio vocacional.

En España se ha cambiado en el 2005, por sexta vez en el transcurso de poco más de veinte años, la ley fundamental de educación, incluyendo varias modificaciones del sistema educativo, sin lograr que los indicadores básicos reviertan su tendencia, mientras ninguna de la generaciones escolarizadas durante ese lapso completaron un ciclo obligatorio dentro del marco de la misma normativa. Además del fracaso y la desesperación, y tal vez la indiferencia social, esto evidencia que las leyes de educación se han cambiado según el parecer del gobierno de turno y no según los requerimientos de la realidad educativa o las necesidades de los alumnos, lo cual constituye de suyo la sumisión de la educación a fines partidarios, procedimiento que necesariamente causa más descalabros en el sistema y más violencia en sus actores, como reacción a la voluntad manipuladora.

Si leemos el reporte Una nación en riesgo, de la comisión Reagan publicado en el 83, y los dos que le sucedieron, es decir el del 93 y el del 2003, informes que por cierto son más comprensivos que los informes Pisa, no nos queda otra alternativa que aceptar que, en general y salvo en aspectos específicos y casos puntuales, los cambios realizados en la realidad educativa estadounidense, no sólo no han podido revertir las tendencias, sino que en algunos casos, desgraciadamente, como en el caso de la violencia escolar, la realidad ha superado en grado alarmante las previsiones más pesimistas[1]. Sería demasiado parcialista nuestra mirada si no consideramos que también se han dado mejoras en algunos aspectos, pero las mejoras que tenemos en mente no son parte del sistema, sino que se han producido colateralmente, fuera y casi diríamos en contra de la corriente predominante. La visión general no surge signada por buenos augurios, sino por el contrario está teñida del pesimismo milenarista que conlleva, no sólo el cambio de milenio y la crisis que provoca la caída de una civilización, sino el sinsentido que surge a consecuencia de la visión materialista de la vida que arrastra en su caída lo bueno y e hipertrofia lo malo de la civilización que heredamos.

Parece evidente que ante la pregunta ¿qué es lo que está en crisis en la educación? no resulta justo ni pertinente hablar de crisis como algo exclusivo del ámbito educativo. La escuela no es una burbuja aislada de la sociedad, y no tiene sentido esperar que la escuela, como si se tratase de un castillo encantado, sea capaz de educar en sentido contrario a los valores fácticamente valuados por “la sociedad” y promovidos por protagonistas de la vida social que se presentan sin requisito moral alguno, o a quienes, al menos nuestros niños y jóvenes ven, como modelos de éxito deseable a imitar.

Lamentablemente la educación en Argentina no está exenta de similares flagelos. Pero, por favor, no debemos hacer lugar al movimiento pendular que del muro de los lamentos a la cofradía de los aplausos mutuos no nos deja levantar cabeza sobre nuestras tendencias genéricas. Ni el chauvinismo[2] de creernos los mejores, ni la prédica vergonzante sobre el pasado que atenta dejarnos sin historia y por ende sin futuro[3], valen para educar a nadie en libertad ni para la libertad. Ser esclavo de ilusiones propias es más indigno que serlo de otro ser humano. Porque del enemigo externo me puedo defender, pero no hay forma de esperar decencia en su conducta cuando al zorro se lo encierra en el gallinero.

No tenemos la más mínima intención de acogernos al beneficio del timorato señalando que el mal de muchos es consuelo de tontos. Por el contrario, por un lado queremos remarcar la urgencia y la necesidad de llevar adelante un planteo serio y a la altura de lo que está en juego. Y por otro, queremos explícitamente resaltar, tanto la actitud de servicio y de entrega de nuestros docentes como la idoneidad, al menos potencial, para hacer frente a lo que la hora nos demanda[4]. El nivel de compromiso misional que se constata en los docentes en Argentina evidencia que la gran mayoría conserva la frescura del sentido vocacional de su servicio y una gran cuota de sentido común.[5]

Afirmamos la posibilidad de que el cambio sea rectamente ordenado desde la convicción de que el principal problema al que nos enfrentamos, no es una cuestión de medios o recursos, sino de fines, de llamar a las cosas por su nombre, de convicción sobre el sentido de la vida, en definitiva de compromiso con la educación de personas reales y concretas como lo manifiestan los docentes.

El ejercicio cotidiano de la docencia, así como la lectura de los informes Pisa o de cualquiera de los informes parciales sobre educación en Argentina y en Latinoamérica, nos dejan con un mal sabor de boca y con la certeza de que algo no anda bien en el mundo de la educación, o mejor dicho en el mundo y en la educación.

Más allá de que las estadísticas siempre encuentran lo que salen a buscar y frecuentemente no muestran la meta que realmente deberíamos alcanzar, no hace falta ser muy habilidosos en el arte de la interpretación para reconocer que algo debemos hacer, que algo tiene que cambiar en un sentido distinto a los cambios que venimos dejando que tengan lugar, o que simplemente aceptamos padecer porque no vemos alternativas de acción distinta.

El poder de reconstruir la educación, desde que la política ha sido reducida a planificaciones económico-financieras a nivel global, ya no está en poder de los legisladores ni en los políticos. Por otro lado, sus intereses y conductas corporativos no dejan lugar para el bien común. Si en cualquier época de la historia se constata en el terreno político cierta constante propensión a la traición[6], hoy la certeza nos ahorra el riesgo de estimar que la política actual sea caldo de cultivo de conductas mafiosas. Ante ello, resulta urgente volver a considerar las implicancias del principio de subsidiariedad[7], el cual, puede además, aportarnos también clarificadoras nociones desde la perspectiva pedagógica.

La determinación de lo que nuestros hijos reciben en las aulas es responsabilidad de los padres y está en manos de cada maestro su realización pedagógica concreta.  Padres y madres, junto a los docentes, tienen la capacidad de resistir los embates ideológicos a los que está siendo sometida nuestra cultura. Nuestra generación tiene la posibilidad de ser puente de una serie de valores que tuvimos la gracia de vivir en la infancia. Valores que debemos encarnar, con seguridad y generosidad, con austeridad y disciplina, para bien de las generaciones que nos suceden. Dar testimonio de lo mejor es deber de honor y regla práctica para la continuidad de la vida. Ningún fracaso personal legitima la hipocresía. Yo puedo ser un vicioso, y toda nuestra generación pueda pensar que ha fallado, pero aún así, no estamos habilitados para sostener como actos de libertad personal los engendros del egoísmo, de la lujuria, del odio y de la codicia. Una cosa es padecer un mal y otra muy diferente la hipocresía de presentarlo como un bien. No hay libertad al elegir mal porque en la mala elección la libertad se pierde, al menos de modo parcial. Más, que la perdida de libertad sea sólo parcial depende precisamente del acto de reconocimiento de que hemos elegido mal.

Tenemos la convicción de que la posibilidad de solución no radica en seguir cambiando cosas en el sentido en que los cambios vienen aconteciendo. Es verdad de Perogrullo[8] que más de lo mismo produce más de lo mismo. La cuestión principal no es el cambio. Cambiar por el cambio mismo es tan letal como jugar a la ruleta rusa con el tambor completo. Con sólo mirarnos al espejo nos damos cuenta de que las cosas, en un sentido, cambian solas. El desafío más importante no se centra en el cambio. El cambio es fenómeno universal que hasta las piedras afecta. Es el fin al que se ordena lo que determina el sentido de cualquier cambio. La pertinencia del cambiar radica en su finalidad y la finalidad a la que ordena un cambio es atribución constitutiva de la libertad en la medida y proporción de su recto ejercicio.

El hombre es el ser capaz de descubrir el sentido que debe darle al cambio. Está en nuestras manos la determinación del sentido en que el cambio se ha de realizar. Es hora de dar respuesta a esas preguntas que nos venimos haciendo: ¿otro cambio más? ¿para qué? ¿cuál es la finalidad hacia la cual hemos de ordenar estos cambios?

No nos enfrentamos a un problema de medios ni de cómos. La solución no radica en ningún know how. Tenemos que afrontar el reto que nos plantea la crisis de principios y de fines, muy probablemente, más generalizada que haya experimentado la humanidad. No estamos ante un problema primariamente metodológico aunque se manifiesta en graves errores metodológicos. Lo que estamos padeciendo son las consecuencias de un escamoteo ético[9]. Situación que mucho parece asemejarse a una tiranía de la hipocresía, a un despotismo de lo absurdo, ¿dictadura del proletariado dijo Usted?. Deliberadamente indispuestos a reconocer para qué le fue dada la vida al hombre, andamos deambulando sin rumbo, sin brújula y sin sextante a merced de los vientos de la globalización ideológica.

Parecemos estar afectados por una pérdida general del sentido de la vida[10]. El aburrimiento pulula en las aulas azolando a nuestros críos, la depresión amenaza dejarnos fuera de juego ante cada inseguridad que padecemos. Nos sentimos progresivamente insolventes aunque la capacitación se extiende a lo largo de toda la vida. Es como si padeciéramos los efectos de una inflación existencial que se manifiesta en una retahíla de contradicciones. El costo de la educación aumenta mientras los salarios docentes en proporción bajan; las calificaciones suben al ritmo de tareas y aprendizajes que decaen; los derechos aumentan y las obligaciones decrecen; las ambiciones alcanzan niveles desproporcionados a los valores que las sustentan.

Sin embargo es conveniente recordar que la educación generalizada en la forma que la conocemos hoy, en realidad no tiene más de 200 años. En nuestra Patria, apenas han pasado 100 años de la Ley 1420[11]. Estamos próximos a cumplir recién doscientos años como país independiente y aún tenemos que lograr que las instituciones sobre las que se asienta el orden en nuestra Patria funcionen establemente.[12]

En algún sentido ¿no estamos aún a tiempo de aprender a ser ordenados y libremente interdependientes? ¿No es acaso que nuestras instituciones tienen que lograr el acrisolamiento del tiempo y el afincamiento en las costumbres para tornarse éticamente sustentables? ¿No es hora de recordar en qué consiste el bien común que la da sentido y unidad a nuestra Nación?

Durante miles de años la educación se fundaba en la religión; estuvo en manos de la casta sacerdotal la transmisión de los valores y paradigmas sobre los que se ordenaba la vida. Durante apenas unos cientos de años, la educación sistematizada estuvo regida por la universidad y las academias de ciencias. Desde hace unos decenios la educación generalizada está, de hecho, en manos de los medios de (in)comunicación masiva. Este hecho implica una efectividad tremenda y una peligrosidad  proporcional, porque de suyo la calidad de un instrumento no está vinculada a la capacidad que da a los hombre que lo utilizan, sino a la moralidad en base a la cual se pone en acto su instrumentalidad.

¿Es de extrañar que el ensanchamiento cuantitativo reclame un afincamiento cualitativo? No todo lo pasado fue bueno ni todo lo pasado es descartable. ¿Qué debemos conservar y qué debemos cambiar? Todo depende del fin que nos propongamos alcanzar: ¿qué clase persona es la que estamos educando? ¿para qué?

El desarrollo tecnológico nos ha deslumbrado a punto tal que empezamos a creernos creadores autónomos, aunque tal vez debamos reconocer que el orden causal fue el inverso. El poder de intervención en la naturaleza se ha desplegado a un ritmo tan vertiginoso que ha hecho borrosa la frontera de lo lícito y de lo ilícito. Hasta hemos llegado a pensar que no hay algo a lo que podamos llamar naturaleza humana, ni derecho natural, y que la trascendencia es equivalente a la perdurabilidad temporal. Ante ciertas inmoralidades elementales, buscando escapar a la conciencia moral, empezamos a dudar de que haya algo que pueda ser verdadero, luego, entre otras imaginativas ocurrencias, aceptamos el mito de la ascendencia simiesca [13], declaramos que Dios había muerto, y ahora nos dolemos por padecer trato de consumidores. Del “nada se pierde, todo se trasforma[14], hemos pasado al nada trasciende, todo se usa, se consume y se descarta.

En vez de aceptar que el código contenido en las Tablas de la ley es un código de mínimos, como resulta evidente si consideramos que ser solidario dista mucho del no robar, tanto como dista vivir en la verdad del simple no mentir, hemos aceptado que se relativice su función preceptiva, haciendo de la moral una simple cuestión de conveniencia cultural y de la ética una cuestión puramente subjetiva, en virtud de lo cual terminamos por reducir el espíritu a voluntad de poder y el bien común al despótico imperio de la masa. Si pensamos honestamente sobre el derrotero secular mediante el cual a estas ciénagas hemos venido a parar, tenemos que reconocer que las tormentas que estamos cosechando vienen de aquellos vientos que supimos sembrar.

Creer que el crecimiento personal se puede fincar en el desarrollo social o en el progreso material es a todas luces por los resultados un error garrafal que evidencia que “el carro sigue delante del burro”. La materia tiende a la nada. Lo material lleva consigo la degradación como nota característica de la materialidad. Lo material se desgrana, disminuye, se gasta, se oxida; lo orgánico se pudre, se descompone, se transforma. Este proceso es irreversible, porque la materia al cambiar de estado tiende de modo inexorable a convertirse finalmente en un tipo de energía de la cual no se puede volver a disponer según el estado anterior. La energía no se pierde, pero se transforma de un modo que implica un proceso irreversible. Nosotros vemos que ciertas cosas se renuevan, pero el ciclo general del universo tiene una tendencia que impera sobre las renovaciones parciales. Esto es lo que significa que el universo sea finito: un día el sol se “apagará” definitivamente. En realidad el universo es una pila de ladrillos que se va gastando . . . y no que va en aumento. Es contrario a la razón fincar el crecimiento personal en la dimensión material de la existencia . . .

Debemos reconocer que algunas cosas han mejorado maravillosamente. Sólo basta pensar en las dolencias que hoy es capaz de sanar la ciencia médica para quedar azorados ante la diferencia que significa ese progreso en comparación con la situación de hace apenas 30 años atrás. Sin embargo el tráfico de órganos, la esterilización inconsulta, el uso experimental de fetos y la administración discriminativa de los protocolos oncológicos[15], por mencionar sólo algunos ejemplos, plantean un serio cuestionamiento sobre la ética que realmente rige hoy la práctica hipocrática en general.

La injusticia distributiva sigue aumentando en sentido inverso al “desarrollo”. La humanidad se polariza vertiginosamente. El veinte por ciento de la humanidad consume el ochenta por ciento de los recursos, y la solución no es ni el control de la natalidad ni el aumento de la producción en los “países en vías de desarrollo”, sino la racionalización del consumo, empezando por los lugares donde más se consume, es decir, en los llamados países desarrollados. Esos países que exportan el liberalismo mercantil, o al menos exigen la apertura de los mercados ajenos, pero son altamente proteccionistas de su mercado interno. Los mismos países que en orden a controlar las variaciones del mercado interno, por un lado subvencionan la mayoría de las actividades de producción básica dentro de sus fronteras, y por otro eliminan cada año cerca del cincuenta por ciento de la producción de ciertos comestibles. Sin embargo, hemos de reconocer que el consumismo[16] es un fenómeno presente en cualquier estrato social. El tener en vez del ser, la efectividad en el hacer en vez de la moralidad en el obrar, se imponen masivamente como parte de la aceptación irreflexiva de la visión materialista de la vida. Las ideologías no han muerto, Lo ideológico se ha impuesto como sistema bajo el nombre de globalización cuyo motor es el consumismo.

Lo que necesitamos hoy para que ningún niño en el mundo padezca hambre es igual al cincuenta por ciento de lo que se gasta en la industria de los animales domésticos. ¡Una humanidad hipócrita que pretende otorgar a los animales los derechos que por razones económicas no respeta en sus semejantes! Si parece que la pobreza fuera un negocio colosal. Al menos se asemeja mucho a una variable fundamental del sistema global. En realidad, la pobreza es condición necesaria en la concepción materialista de la vida, que de suyo es una concepción mezquina, porque la abundancia es sólo una cualidad posible desde la generosidad del espíritu. El más rico no es el que más tiene sino el que menos necesita, el que más comparte, el que mas provee a los demás la alegría de vivir.

Si queremos entender qué está pasando en el mundo actual, es necesario no confundir pobreza con falta de dignidad. La pobreza es consustancial a la naturaleza humana depauperada en su ser por la perdida de la gracia. La indignidad es engendro del mal ejercicio de la libertad. La pobreza y la falta de dignidad están vinculadas en muchos casos pero no son la misma cosa. La falta de dignidad es pobreza espiritual, es falta de destino por rebeldía ante el origen. Pobreza y dignidad se relacionan pero no se equiparan. De hecho la dignidad personal bien entendida implica renuncias a ciertos halagos de orden material que no hacen al decoro de la existencia. Hay personas materialmente pobres sin que por ello carezcan de dignidad, así como hay quienes nadan en la abundancia material al modo en que los cerdos se solazan en el lodazal de su chiquero. La pobreza espiritual supone necesariamente la perdida previa de la dignidad. Que la situación de indigencia material pueda inducir a conductas indignas es posible, aunque de suyo no hay entre ellas relación causal. El primer envilecido es el que no hace lo que debe. Para perder la dignidad, siempre hay que perder primero la vergüenza deseando para uno lo bueno que se niega a los demás o deseando para los demás lo malo que para sí mismo no se acepta.

El discurso sobre los derechos humanos[17] tiene presencia asegurada en cualquier perorata populista que pretenda tintes de humanismo buscando medrar con el mito del desarrollo social. Incluso ha llegado a ser parte de la demagogia escolar. Sin embargo, bajo el mismo pretexto de la promoción social y los derechos humanos, se pretende eliminar la pena de muerte, despenalizar indiscriminadamente el aborto y legalizar la eutanasia, imponer el control del desarrollo en los países no desarrollados, et., etc., so pretexto de mejorar la calidad de vida . . . ¿de quién?

¿No resulta evidente la torpe disparidad de rasero que estamos utilizando?

La lógica del individualismo materialista es implacable. Si una generación legalizó el aborto en orden a lograr cierto nivel de vida, la generación siguiente afirma tener derecho a aplicar la eutanasia a los viejos en orden a conservar ese mismo estándar económico[18]. Si una generación en virtud de “su proyecto de vida” legalizó la elección del sexo de sus hijos, en razón de qué se negará que esos hijos en virtud de “sus proyectos de vida”, reclamen el derecho a cambiar de sexo y además, a cargo del presupuesto estatal de salud pública[19].

Hoy la argumentación eutanásica ha tomado derroteros más eufémicos vinculando su discurso al de la calidad de vida y al derecho a la privacidad. De todos modos, si calidad de vida para el hombre no es sinónimo de moralidad y la privacidad no es un derecho que se equilibra en el bien común, sigue siendo difícil distinguir el interés verdadero de los enfermos terminales y el de sus herederos. Eso suponiendo que los hombres fuésemos capaces de diagnósticos certeros, lo cual cualquier médico serio admite que dista mucho de ser cierto y más de un caso prueba.[20] Y aún en el caso de que tales decisiones sobre la vida y la muerte, la propia y la ajena, no fuesen pura mezquindad y soberbia, cualquier bien criado entiende que lo prudente ante los límites de la vida es dejar actuar a la naturaleza según los mejores dictámenes de la razón y no proceder según la pasión de turno, los intereses individuales o el amañamiento sensiblero que no entiende la relación profunda entre el dolor y la alegría.

Por otro lado, más allá de los siempre dudosos intereses individuales en cuestión, hay algo que reclama consideración urgente: esto es, las consecuencias que acarrean para terceros las decisiones individuales. Todas las culturas aquilatadas enseñan que lo mejor es lo moralmente bueno. Cuando tomamos decisiones que no son lo moralmente bueno las consecuencias demuestran que no hemos optado por el camino correcto. Es imposible pretender que aprendemos algo si no reconocemos que toda decisión personal afecta a otros, y no nos responsabilizamos de las consecuencias de cada uno de nuestros actos.

En cierto sentido esta falta de responsabilidad ante el don de la vida ¿no es lo que estamos viviendo con la actual crisis ecológica? Dejando de lado la intencionalidad manipulatoria que destila cierta propaganda ecologista ¿no es la crisis ecológica la punta del iceberg de la crisis espiritual? El cambio de terminología tampoco parece una cuestión accidental. La verdadera crisis es de orden moral. No vamos a dudar que hay un abuso en el uso de los recursos, es parte de las consecuencias del paradigma materialista; pero lo más grave no es lo que se ha convertido en moto de la ecología, sino la injusticia distributiva que se escamotea en el planteo y que como siempre en la historia es de origen moral. En dos días se soluciona la emergencia ecológica si dejamos de conducirnos como condenados generadores de detritos.

Ciertas decisiones tomadas en aras de mejores estándares de vida de algunos nos han traído, supuestamente, a una situación de posibles catástrofes que afectan a todos. Sin embargo, se pretende que, beneficiados y perjudicados por ciertos desastres asuman por igual las consecuencias y los costos de los planes de prevención[21]. Lo cual, aún en el caso de desastres concretos y reales, no pasa de ser otro eufemismo, porque quienes están más cerca de los centros de poder y disfrutan de un estándar superior de vida, jamás pasarán las mismas penurias que los que siempre han estado en “la periferia del progreso”, y a quienes, a la indigencia habitual se les sumarán los padecimientos derivados del despilfarre que otros han usufructuado[22]. En el caso de los pobres de Nueva Orleáns se puede ver: los pobres que estaban fuera del reparto anterior vuelven a soportar los perjuicios en una escala desproporcionadamente injusta respecto a quienes más tenían. Es decir, quienes eran pobres antes de la inundación ahora son más pobres, porque el sistema garantiza y asegura en proporción a lo que se tiene y no a lo que se es. Los planteos indican que el concepto de comunidad desde el que se abordan los problemas es sólo económico, luego, los criterios que se imponen mediante las políticas de desarrollo son los financieros.

Evidentemente las cosas no van a mejor a partir del planteo economisista. Los bienes materiales al compartirlos disminuyen y por ende, desde esa perspectiva resulta lógico el intento por limitar, de cualquier modo, el número de comensales en la mesa de la vida. Los bienes del espíritu al compartirlos aumentan. La multiplicación de los panes se produce cuando compartimos la vida desde la dimensión espiritual.

El derecho al ejercicio de la libertad según la propia conciencia parece algo fuera de discusión, sin embargo en pueblos en “vías de desarrollo” y en “villas periféricas”[23] de nuestra propia tierra patria se esterilizan mujeres sin previo consentimiento. Hace años que diversos grupos de mujeres, al menos en distintos países de Latinoamérica, vienen denunciando que ciertas organizaciones no gubernamentales, subvencionadas con fondos del Banco mundial y por grandes empresas, amparadas bajo el ambiguo nombre de misiones humanitarias, proceden a realizar masivas esterilizaciones inconsultas.[24] Da la impresión de que la recomendación que incluyera en su reporte el entonces secretario de defensa de los UEA, durante el gobierno de Richard Nixon, Robert McNamara[25], luego de su gira latinoamericana a fines de la década del sesenta, “es más efectivo invertir un dólar en prevenir el nacimiento de un guerrillero que gastar millones en combatirlo una vez nacido” se ha convertido en lema vigente a pesar del arrepentimiento que sobre las políticas internacionales publicó.

Los argentinos somos herederos de un territorio en el que holgadamente podríamos vivir cien millones de habitantes ¿en razón del interés de quién tenemos nosotros que aplicar recetas ajenas? Evidentemente no es favor de los intereses del pueblo argentino como pretenden hacernos creer.

De nada vale, sino para empeorar las cosas, poner más ímpetu al batir o más aceite sobre la mezcla, una vez que la mayonesa se ha cortado. Hay que parar y empezar de nuevo poniendo primero lo que va primero y del modo que según el fin corresponde, o lo que obtengamos no será lo que se supone salimos a buscar.

Para que el hombre viva bien ha de tener los conocimientos necesarios para vivir bien a partir de una voluntad educada a tal fin. Conocimientos entre los cuales, el hacer el bien y evitar el mal, constituye la regla fundamental. Todas las demás “capacitaciones” vienen después y el sentido moral de su uso queda determinado por la buena o mala formación de la voluntad en el ejercicio de aquel principio y por el fin al cual el ejercicio de la libertad se ordena en cada acto.

Una cosa es pensar y otra conocer. Pensar, en un sentido muy relativo se puede pensar lo que se quiera, pero conocer no. Algo se conoce o no conoce. Se conoce o se opina, es decir siempre se expresa uno en base a lo que piensa, pero de una forma piensa el que conoce y de otro el que no conoce, es decir el que ignora. El conocimiento es de algún modo una propiedad fruto del amor que ilumina la experiencia de la vida, el conocimiento es algo que es parte de nuestro ser. Expresándolo de un modo algo inadecuado: nos transformamos mediante la adquisición del conocimiento, así como nos degradamos mediante la profusión de opiniones. No hay conocimiento sin compromiso. Compromiso no en el sentido de componenda, sino en el sentido de que, a sabiendas,  se juega uno la vida en aquello con lo que está comprometido.

Tal vez, como dijo Ernesto Sábato hace unos años, en algún sentido básico, lo que toca es “resistir”[26]. Sin rebeldías adolescentes. La estructura de valores a cuya luz nos recibieron al venir al mundo se está precipitando bajo el peso de una pertinaz obstinación en burdos errores nacidos del egoísmo materialista, esa rentable inmoralidad tan bien difundida por los cultores del éxito. Es hora de dejar de reclamar y empezar a responder. Es la Vida la que llama a la puerta de nuestro corazón. Y será en nuestro corazón donde surja la respuesta o seguiremos desvariando como enajenados.

Bien miradas las cosas, aún los errores cometidos están señalando que es potestad del hombre la determinación del para qué en el ejercicio de su libertad. En aras a la eliminación de ciertas formas de esclavitudes hemos venido acentuando el discurso sobre la libertades de aunque ello ha resultado a costa de la perdida de claridad sobre la noción de la libertad para.

La libertad se pierde tanto mediante la represión y la censura indiscriminada, como por el desboque, el abuso y la desnaturalización de su ejercicio en el libertinaje. Mientras la represión mata ciertas manifestaciones de la libertad, el abuso corrompe y pudre al sujeto de la libertad desde su propia interioridad. Por asfixia o por sobredosis pareciera que se muere igual. Sólo el resultado hace pensar que una y otra forma son lo mismo. Comparativamente el poder extintor de la sobredosis parece más letal que el de la represión. La represión no puede eliminar las ansias de libertad porque si bien mata al individuo, en cierta forma fortalece la comunidad, y tarde o temprano la vida se desborda y prevalece la libertad. En cambio la sobredosis es una forma de corrupción que se instala en el corazón de los individuos descomponiendo la fuente de la que mana la posibilidad misma de la libertad. La represión asesina al individuo. Mediante sobredosis se suicida la comunidad por descomposición interna. El libertinaje es para la sociedad como el paco[27] para los adolescentes. La libertad es un don hermoso que florece dentro de un marco de referencia ética. Fuera de él, como la más bella flor separada de su planta, se marchita y seca sin dejar descendencia.

La verdad es que, desde la perspectiva temporal, venimos de mal en peor, porque las esclavitudes pretendidamente abolidas hace muy pocos años han sido sucedidas por una virulenta renovación de otras esclavitudes que socavan aspectos más fundamentales a la dignidad de la persona. La excusa de que en todas partes se cuecen habas o el decir que en todos los tiempos ha habido miserias, no nos libra de estás responsabilidades nuestras, porque siempre el primer envilecido es el que no hace lo que corresponde. No hay forma de responsabilizar a otro de mi propio mal moral. Causante o paciente, del mal moral que como culpa o como pena me afecta, soy siempre personalmente responsable.

Lo esencial en el hombre se juega entorno a la elección del para qué ha de utilizar su libertad, y sólo en virtud de esa finalidad tiene luego sentido la consideración de las libertades de, porque si no somos capaces de elegir el fin al que nuestra naturaleza está ordenada, todas las otras libertades se vuelven contra lo humano.

La enfermedad que se manifiesta en la educación no se puede curar tratando los síntomas que en el ámbito de la educación padecemos porque la afección es sistémica y en el fondo es una cuestión de filosofía personal de vida. Perdón, más exactamente, es un problema de relación personal con Dios. No es que no vemos bien por ser bizcos, sino que estamos bizcos de puro mirar torcido. Hay que cambiar la intencionalidad llamando a las cosas por su nombre, y nuestra capacidad para percibir la verdad de las cosas empezará a funcionar correctamente. Como aprendimos de Romano Guardini, cuando se trata de mejorar la vida moral, empecemos por donde empecemos estaremos empezando bien.

A nosotros nos toca empezar por la educación porque es la educación el ámbito que hemos elegido para realizar nuestra vocación personal. Y en ese ámbito, es mi modo de asumir el ejercicio vocacional lo primero que puedo y tengo que ajustar; es decir, mi coherencia de vida personal. Lo segundo es ayudar a que el que tengo a mi lado descubra la importancia de comprometerse en la misma dirección . . . lo demás vendrá por añadidura. La única cosa que merece la pena cambiar es nuestra forma de mirar. ¡Abrir los ojos! ¡Ser conscientes del regalo maravilloso que se nos da en cada momento de la existencia! ¡Vivir con plena conciencia cada momento de la jornada! ¡Reconocer la presencia de Dios que todo lo sostiene! Y actuar en consecuencia . . . cueste lo que cueste.


II El fenómeno de lo ideológico

La actitud ideologizante es un engendro de la rebeldía ante lo real. Ideológico es pretender que el hombre es la medida de todas las cosas, es el resultado de querer configurar la realidad según criterios puramente egocéntricos. El ideólogo busca convencer sin demostrar, en orden a lo cual utiliza sesgadamente la parte de conocimientos que le sirven para justificar su accionar y defender los intereses de su grupo en la medida que le sirve de escudo de su interés individual, eliminando de su argumentación todo aquello que no entra en su paradigma de dominación.

La actitud ideológica se caracteriza por el primado de la acción y la voluntad de poder: “yo juzgo sin admitir validez de juicio alguno”. La ideología es la megalomanía del que padece complejo de inferioridad pero prefiere sucumbir a su ilusión antes que doblegarse ante la verdad de las cosas. La posición ideológica, es una posición anárquica y asesina, pero sobre todo suicida. Es la actitud de quien, ante el vació que siente al mirar la vida desde la dimensión materialista en la que se siente cómodo y poderoso, prefiere seguir aferrándose a su idea, aunque el lastre lo sumerja en el abismo, al temor de abrir su mano y arriesgarse a descubrir que la realidad es diferente a la idea que tiene de sí mismo. En la visión ideológica del mundo se proyecta el paradigma surgido a consecuencia de la irresponsabilidad existencial que conlleva la negación del espíritu como realidad superior. El ideólogo es un cobarde que encabritado contra Dios ante la posibilidad de reconocerse como hijo de Él, somete en aras a sus propios intereses a los que declara iguales pero no puede amar como semejantes.

Un taimado recurso ideológico es la indiscriminada equiparación de cualquier cosmovisión a mera ideología. La ideología es el cáncer de la sociedad actual: en su intento de existir según su propio criterio autónomo termina matando al organismo que le ha dado la vida y del cual como parásito se alimenta. El cáncer de la sociedad se promueve bajo el atractivo nombre de desarrollo. Un desarrollo que se pregona como ilimitado, pero que está condenado de antemano y que adquirimos a usurario costo . . . el sinsentido de la vida humana. Un tumor se desarrolla sin consideración de los límites ajenos, ya que para poder surgir tuvo que violar los códigos en virtud de los cuales formaba parte de una unidad armónica. Por otro lado, su destino es perecer en virtud de la falta de límite propio, ya que a menos que una fuerza externa detenga el incremento de un tumor, el tumor tiende a proliferar hasta matar al organismo al que ha traicionado y a cuyas expensas se desarrolló. En la sociedad actual todas las energías están polarizadas hacia el desarrollo . . . sin límites éticos. Esa falta de ética queda claramente manifiesta en la doble moral que el desarrollismo muestra en sus proyectos. Quien no quiere para su prójimo el mismo bien en el cual para sí se empeña, obra mal. Todo desarrollista no tiene otra cosa en mente que su propia guayaca. Quien trabaja sabe que hay que trabajar mucho, orar y esperar para las cosas crezcan. No hay atajos para acortar la noche que conduzcan a buen puerto.

El desarrollo actualmente promovido se lleva a cabo sobre los cadáveres de nuestros hermanos a los que el desarrollo se les niega en orden a posibilitar el de los promotores. A eso se le llama ¡desarrollo sustentable! Condenar a muerte a muchos para que unos pocos puedan regodearse en la opulencia.  El desarrollo sustentable es hoy el criterio de los criterios, el principio de los principios, pero en definitiva no es más que la esclavitud colectiva a la que individualmente nos entregamos en aras a la revolución universalizada que hemos dado en llamar globalización. Cuando el orden no es fruto de la sabiduría sino imposición del poder sin autoridad moral, lo que se logra no es orden sino caos. Caos y muerte. La muerte acontece por falta de principio ordenador: es decir anarquía total en virtud de la cual finalmente hasta los gusanos perecen.

La invocación de la palabra desarrollo nos deja sin argumentos: ¿quién se anima a negar la conveniencia del desarrollo? Igual que el evolucionismo materialista y que el nacionalsocialismo en la Alemania de Hitler, el ídolo del desarrollo se nos impone como un cáncer al que estamos socialmente obligados a dar la bienvenida. Como el cáncer, se funda en la preponderancia de la diversidad caprichosa. Como un amor pervertido se conduce de modo contrario a la naturaleza ignorando la existencia de principios comunitarios desde los cuales se lo pueda ordenar. Imposible intento de la razón autónoma. El mito del desarrollo ilimitado es negación de la menesterosidad constitutiva de la realidad humana. La proliferación material no conduce a la vida eterna sino que hace realidad el infierno en la tierra. Cuando el hombre se cree Dios su humanidad fenece al tiempo que las alimañas proliferan.

A pensar se aprende lo mismo que se aprende a caminar, es decir, aprendemos a pensar “de la mano de otro”. Del mismo modo que nos pueden enseñar a caminar de manera tal que logremos la autonomía para la cual nuestro ser está dotado, pueden enseñarnos a pensar para que lleguemos a ejercer libremente esta capacidad, pero, también puede ser entrenada nuestra racionalidad de tal modo que siempre dependamos de esquemas ajenos al interpretar la realidad. Quien conoce puede pensar de acuerdo a la verdad de las cosas. Quien no conoce los principios piensa como un alienado, porque el pensamiento siempre requiere de algún principio de sus operaciones, y cuando esos principios son falsos por necesidad son falsas las conclusiones. Esta segunda vertiente del adoctrinamiento intelectual es característica de lo ideológico. Hablamos de ideología no en el sentido de una postulación partidaria, sino desde la perspectiva más básica que casi todas las posturas partidarias suponen, y que ha pasado a ser el talante característico del periodismo en general.

Ideología es pretender la formación para la ciudadanía y no hacer lugar a la explicitación del tipo de persona que estamos formando ni plantear claramente la cosmovisión a partir de la cual hacemos los planteos que hacemos en el ámbito de al educación actual.


III La media verdad

– ¿Sabes, Sócrates, lo que acabo de oír sobre uno de tus discípulos?

– Antes me gustaría que pasaras la prueba del triple filtro. El primero es el de la Verdad. ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es cierto?

– Me acabo de enterar y …

– … o sea, que no sabes si es cierto. El segundo filtro es el de la Bondad. ¿Quieres contarme algo bueno sobre mi discípulo?

– Todo lo contrario.

– Conque quieres contarme algo malo de él y sin saber si es cierto. No obstante aún podría pasar el tercer filtro, el de la Utilidad, ¿me va a ser útil?

– No mucho.

– Si no es ni cierto, ni bueno, ni útil, ¿para qué contarlo?

Sin verdad no hay conocimiento. Es decir, si no aceptamos que la verdad existe, el conocimiento que logramos carece de sentido porque no dejará de ser una violenta arbitrariedad que tendemos a imponer por la fuerza, ya que el conocer no es algo indistinto para nuestro ser sino que afecta el modo en que somos y el modo en que tendemos a obrar. Ser, conocer y obrar guardan una relación proporcional entre sí y hacen a la forma de ser persona. Sostener que no existe la verdad es tan estúpido como pretender que alguien conoce absolutamente toda la verdad. Si bien es cierto que lo que conocemos, sólo deja de ser opinión y es propiamente conocimiento, en tanto la verdad que concebimos en nuestro interior, que se manifiesta en nuestro obrar y que es verbalizada en nuestro decir, corresponda y se adecue a lo que la cosa conocida es, no debemos olvidar que sólo conocemos en proporción a nuestra capacidad, y por ende hay algo de lo que las cosas son que escapa a nuestra capacidad de intelección. Sin embargo, el hombre sabe quién es en la medida que es capaz de reconocer y amar lo que está llamado a ser, y esta apertura intencional de su ser le dispone para captar lo que las cosas son dentro del margen de relatividad y provisionalidad que su modo de conocer supone e implica. Conocer es conocer la verdad o no es conocer sino opinar. Por muy provisional que sea la forma de acceder a la verdad para el hombre, no se puede renunciar a la verdad sin renunciar a la humanidad que podemos alcanzar. La provisionalidad no se dice de la verdad en sí misma sino desde la perspectiva de nuestra capacidad de abrirnos a ella. La verdad es una persona; la provisionalidad caracteriza el modo en que andamos nuestra senda.

La provisionalidad y parcialidad del conocimiento humano, no nos habilitan a la negación de su posibilidad, porque la negación se invalida en la misma afirmación negativa. Es decir, así como quien dice que existe la verdad debe ser capaz y estar dispuesto a probar su afirmación con su conducta, quien quisiese afirmar que la verdad no existe queda prendado en su afirmación negativa, porque si la verdad no existe tal afirmación carece de sentido. A los pícaros de medio pelo, que argumentan que este razonamiento es sólo una cuestión lógica sin relación con la realidad, me gustaría verles la cara si al momento de cobrar se le abonara la mitad del sueldo diciendo que está completo. Más allá de que podría ser una forma de justicia, porque si a tales dislates se prestan es porque les sobra tiempo y poco compromiso tienen con la vida pedestre de los que pan llaman al pan y vino al vino sin pestañar. En realidad lo que pretenden quienes sostienen que la verdad no existe es camuflar sus intenciones imperativas bajo el manto de un discurso que con apariencia de sesuda tolerancia estimula la confusión. Ante quien tozudamente sostiene que la verdad no existe no queda otro recurso que demostrar con los hechos de nuestros propios actos que efectivamente la verdad existe y que no es fruto del consenso, sino que por el contrario el consenso para que sea honesto debe estar basado en alguna verdad previa, de lo contrario es pura voluntad de poder y dominación. Que hay distintos tipos de verdad y no hay que confundir sus predicamentos, es absolutamente cierto, pero esa distinción es tema de otro momento.

Otro recurso al que los manipuladores echan mano y que campea entre los humanos egoísmos es la media verdad, es decir la profusión de opiniones con apariencia de verdad. Escamoteo que por lo general se lleva a cabo bajo el paraguas de la cientificidad y de la opinión general. De esta forma de proceder hay abundancias de ejemplos en nuestros días, en  los cuales, bajo distintos pretextos basados en la supuesta necesidad de estar informados, se difunden tras el moto de la divulgación y la cultura general, una serie de supuestos conocimientos científicos que no son otra cosa que pura imaginación sin fundamentos científicos.

Es equivoca la equiparación de la media verdad a la mentira. Para que la justicia sea posible resulta imperativo llamar las cosas por su nombre. No debemos hacer lugar a medias verdades. Primero, porque comportarnos humanamente significa superar la tentación de huir o atacar según las situaciones o el tamaño de la amenaza para poder proceder según lo mejor de nosotros mismos. Segundo y fundamentalmente, porque una media verdad es más dañina que la mentira lisa y llana. Tercero: los males no se combaten sino con la virtud que niegan. Las batallas supuestamente ganadas mediante la mentira o la media verdad no son más que escaramuzas de una guerra en la cual la derrota está asegurada de antemano para todos los bandos contendientes. Una evidencia del imperio de la media verdad se puede encontrar en las expresiones de esas personas a la que les molestan los ejemplos castrenses o tomados del mundo bélico, pero al mismo tiempo son acérrimos defensores de la idea de que el conflicto es connatural al progreso social al que se accede mediante la sucesión de consensos, acuerdos y nuevos conflictos[28]. Y enseñan a hijos y alumnos que la presión social es instrumento de convivencia y el consenso la vía proporcionada a la convivencia. Es de suponer que pronto promoverán la declaración del día universal de San Piquete.

De la mentira lisa y llana es fácil defenderse. La media verdad es hija y a la vez engendra la sospecha. Una cosa es la provisionalidad de las verdades humanas y otra muy distinta la malintencionada media verdad que escamotea lo fundamental para rentabilizar el escándalo y someter a las gentes mediante la masificación de la estupidez. La media verdad es insidiosa, disolvente, estimula la ira sin razón porque atenta contra la dignidad, me deja sin sustento y sin posibilidades de proyección.  “Allí donde no se reconoce la verdad inmutable es falsa la virtud aún en medio de costumbres pretendidamente excelentes.”

La sospecha es uno de los daños, tal vez indeseado según algunos promotores incautos (las palomas), supuestamente colaterales según otros mentirosos deliberados (los halcones), al que se están prestando los revisionismos ideológicos de turno mediante el comedimiento vociferante de los massmedia, que han logrado hacer constar en la ley el descaro de pretender que sus excrecencias sean utilizadas como material educativo en el aula. No podemos negar que la propuesta constituye una hipotética oportunidad para mejorar sus calificaciones (las de los mm), pero tampoco se puede negar que, visto lo visto, es una temeraria ingenuidad a contracorriente con cualquier norma de calidad, por mencionar un parámetro con el que gustan adornar sus faenas, ya que la ética, entre los medios, no supera la cota de lo subjetivo y de lo políticamente correcto, incluso entre los que se pregonan como de la vereda opuesta. En lo ideológico la otra cara de la moneda es ilusión de prestidigitador en cuya galera no hay lugar para la inocencia. La ideología no supera la prueba del relieve.

Tal vez este podría ser el desafío a plantearle al periodismo el día que se disponga a servir al bien común: a) compensar su libertad de expresión con la “Ley de los tres filtros” aplicándose a ellos mismos una norma ética clara; b) dejar de esconderse detrás del argumento de que tienen que hablar según las exigencias del capital que los sostiene, cosa de la cual siempre acusan a otros y nunca reconocen como vicio propio, o el aún más peligroso recurso a la indiscriminada libertad de opinión con el que pretenden quedar librados de toda responsabilidad, rebajando de hecho cualquier manifestación a simple opinión.

Negada la verdad se impone el micrófono como un arma letal, incluso para quienes dicen haber asumido la realidad propiciada por los mass media como un gran radio teatro o un gran novelón sentimental.

Y en lo que a nosotros concierne, apagar televisores y radios, y no aceptar, ni regalada, cualquier publicación impresa que no respete la dignidad personal, debería ser una inmediata acción generalizada. Al fin y al cabo, padecemos el periodismo que tenemos porque le damos de comer. Y aunque a todo cerdo le llega su Sanmartín, endemientras seguimos sacrificando lo mejor de nuestra herencia al dios de la soberbia y la banalidad. Ya que, por muy marketineramente sesgadas que sean las mediciones de popularidad que se publican, algún cacófago tiene que ser adicto a los productos de la televisión basura para que el raiting de ciertos programas alcance los niveles que dicen alcanzar. En esto no podemos negar que el control está al alcance de nuestras manos, y si no es por nosotros al menos podríamos ejercer esta capacidad de control por los que nos heredarán: ¿no somos acaso guardas de nuestros hermanos?


IV Perdón y agradecimiento

Los argentinos somos herederos de un pasado tan humano y tan inhumano como el de cualquiera de las naciones que admiramos, que queremos imitar, y en las cuales muchos de nuestros jóvenes, gracias al pobre ejemplo de nuestra generación, desearían haber nacido y a las cuales no ven la hora de emigrar: ¡oh el primer mundo!

La vida es posible, en todas y cada una de sus maravillosas manifestaciones porque hay dos factores que se conjugan armónicamente: permanencia y cambio. Todo cambio se ordena finalmente a lo que permanece. En el tiempo, un delicado equilibrio entre lo que varia o muta y lo que permanece es necesario para que haya identidad y crecimiento. En el orden del tiempo el equilibrio entre pasado y futuro hace posible el presente con la densidad ontológica que le corresponde. Pensemos por un momento en lo que nos sucedería, si todas las energías personales que disponemos estuvieran dedicadas a mantener el pasado o volcadas totalmente al futuro: eso y la muerte prematura es lo mismo. Para que el crecimiento, que siempre se concreta en presente, sea posible, pasado y futuro son distintivamente importantes. Lo real acontece en presente en tanto manifestación de lo que no perece. De todos modos la historia siempre aparece preñada de penas: no hay grandeza sin huellas de las miserias humanas. El equilibrio que hace de nuestra existencia una existencia humana está en aceptar y actuar asumiendo la tensión que suponen estas dos caras de la realidad que cambian de significación según el lado desde el que las consideremos.[29]

El presente carece de definición por sí mismo, o lo que es lo mismo, contiene en su modo de ser presente para mi, la definición total de lo que es según lo que amo. El sentido del presente se alumbra en la medida en que vivo plenamente según lo que debo ser; es decir sin intencionalidades previas, totalmente abierto a lo que estoy siendo de cara a lo que estoy llamado a ser. Es la apertura a la eternidad como futuro lo que posibilita la continuidad de la vida, posibilidad que tiene sus raíces en la eternidad que asociamos al pasado en cuanto vertiente que se remonta hasta el origen. Pero otra vez: la apertura es actual, presente. Lo único que en su mero transcurrir acarrea el futuro en el tiempo es la muerte.

El tenor del presente resulta de la conjugación de la actitud y la aptitud con la que asumimos los desafíos que nos tocan, a partir del sentido que hayamos asignado a nuestra muerte.

La realidad no existe en blanco y negro. Tal vez la imagen del arco iris sea una imagen que se asemeje más a lo que las cosas en realidad son, o a una forma más equilibrada de dar sentido a lo que percibimos. Hay zonas de la realidad en las que, como al centro de cada banda cromática, nos resulta más claro asignar una característica definida a lo que percibimos. Hay otras zonas de la realidad, en las cuales, como vemos en las áreas en las que se produce el paso de un color neto a otro, el espectro se caracteriza por una variación y un cambio progresivo cuyos márgenes son casi imposibles de determinar con precisión puntual ya que la definición del momento del paso parece más bien una proyección posterior a la percepción misma que se da en unidad o de una forma holística en la cual no hay sólo un color. La polarización es nuestro modo de conocer, es la forma que utilizamos para distinguir y clasificar las cosas asociando lo que unas y otras tienen de común y al mismo tiempo distinguiendo lo distinto y peculiar en cada una de ellas. El conocimiento se logra cuando logramos ser librado de la inercia que impone la polaridad. El conocimiento se resuelve en el ser. Incluso la polaridad bajo la cual solemos interpretar la dimensión moral de la vida es equívoca porque bien y mal no están a la misma altura, bien y mal no son del mismo orden, bien y mal no son contrapuestos equivalentes. Lo que es real es el bien, cuya carencia es un mal. El orden es un bien, la falta de orden implica un mal. El mal es carencia del bien debido, el mal es ausencia de bien.

Por otro lado, desde otra perspectiva hemos de consignar que, la contraposición complementaria está presente en todos los órdenes de la vida. Para que haya comunicación tiene que haber algo en común y algo distinto. Tenemos que querer decirnos algo para disponernos a hablar y tenemos a su vez que tener un código común para poder entendernos. Pero lo fundamental para que el encuentro se realice es la apertura incondicional de querer escuchar lo que la vida nos está planteando. Parece que nos toca vivir en un mundo donde se sobre-acentúa el cambio, ante lo cual, como la lógica de la ilógica conducta del hombre lo implica, surgen posturas extremas en un sentido y en otro. Pero la polaridad tiene sentido en la unidad y la unidad es de un orden superior al ámbito polar. La diversidad es característica de lo material, la unidad es distintiva del espíritu.

Unidad y diversidad, permanencia y cambio son correlatos necesarios para la vida. La síntesis se produce en el encuentro, pero el encuentro se da en la verdad, en el bien y en la belleza, en cuya negación se padece su carencia.

Si logramos sistematizar todo lo que sea susceptible de crecimiento sobre la base de acciones y conductas estables, lograremos disponer de energías para la creatividad que cada nueva situación posibilita. En un mundo de educación, sistemas y economías virtuales tenemos que hacer todo lo posible para sostener nuestra tarea dentro de los parámetros de una educación real de personas reales.

Ser humano significa peregrinar en el tiempo entre luces y sombras. Las luces de las virtudes por las que seremos recordados y las sombras de las miserias por las que esperamos ser perdonados y superados.

El perdón es el poder más grande que se le ha otorgado al hombre. El perdón es el poder que pone a los hombres en pie de igualdad. La memoria y el perdón manifiestan la fortaleza de los débiles. Sin perdón no hay futuro posible ni memoria recta porque es imposible amar lo reprochable. Sin un pasado cuya memoria mueva a la gratitud es imposible un compromiso de cara al futuro. Además, la lectura del pasado está directamente relacionada a la esperanza, y al por-venir. Cuando aceptamos que la vida es una y que perdura más allá de las coordenadas temporales en las que se inscribe lo perecedero, el pasado se hace presente a través de mensajes, que como hitos van confirmando el sentido trascendental de cada existencia personal. Y de modo análogo cuando se trata de la historia de una nación. En la creencia y aceptación de un destino común se alumbra la clave de interpretación de la historia de un país. Si no sabemos hacia dónde vamos no podemos saber en dónde estamos. Sin destino, estemos dónde estemos siempre tenemos la sensación de no avanzar. Sensación confirmada por la realidad, porque sin una meta clara el decurso temporal se transforma en un círculo frustrante de errores reiterados sin lecciones para capitalizar. Sin fin no hay historia. Sin fin lo que nos queda es un cúmulo de anécdotas imposibles de interpretar. Sin fin no hay hechos históricos, sólo circunstanciales acontecimientos individuales.

Es evidente que algo bueno hemos heredado. Mejoremos nosotros, con la clarividencia axiológica que utilizamos para juzgar a nuestros ancestros, aquello que pensamos no supieron legarnos los que nos antecedieron. Dejemos nosotros para nuestros hijos y nietos un mundo mejor que el que hemos recibido.[30]

Es natural a todo bien criado el querer compartir las buenas cosas recibidas, empezando por la vida, que es el don fundamental del cual depende la posibilidad de todos los otros dones que al hombre le son dados. Y es de bien nacido el desear que nuestros hijos sean mejores que nosotros. Sin embargo, es  lección de vida el reconocer que por nosotros mismos, somos incapaces de ser mejores que nuestros progenitores. Sólo con ayuda de Dios podemos hacernos cargo de lo que nos toca. La inercia del hombre sin sustento trascendente es de suyo decadente.

Ser hombre libre es asumir que la respuesta a lo que la vida me plantea está en mis manos y que el modo más digno de convivir implica reconocer que somos axiológicamente interdependientes. Soy personalmente responsable de mi compañero de cordada. Pero otra vez, sin esperanza no hay libertad atinada ni responsabilidad verdadera.

Pareciera que el hombre puede elegir lo que quiera. Pero, por un lado esto no es verdad porque no hay libertad al elegir el mal, y por otro, hemos de considerar que cada elección acarrea consecuencias necesarias. Aún en el hipotético caso de que pudiésemos libremente elegir lo que quisiésemos en vez de lo que debemos, es imposible elegir o escapar a las consecuencias de las elecciones realizadas. Somos agentes de la elección pero pacientes de sus consecuencias. La aceptación de las consecuencias de las decisiones tomadas, es un acto básico para la salud personal imprescindible en orden a la convivencia. En el orden comunitario, no tomar una decisión o dejar que prevalezca la que otro toma es también una forma de elegir. Sus consecuencias están a la vista. Por otro lado, ir contra la naturaleza de las cosas es un acto violento que engendra violencia por la violencia misma que implica la malintencionada elección de lo que es contra natura. Si bien, ser humano, en algún sentido, implica reconocernos como ignorantes, no le asiste el beneficio ni la excusa de la ignorancia a quien no sabe lo que según el oficio que practica debería saber. Por mucho que me disguste reconocerlo, soy culpable de lo que debería saber y no sé. Y si esto no fuese así, no habría norma que se pueda exigir, ni siquiera norma que legalmente se pueda imponer. Si no estoy obligado a saber lo que por oficio debo saber la sociedad es un gallinero sin más ley que la del poder . . . del gallo de turno.

La determinación del sentido de mi vida está puesta en mis propias manos. No es que yo determine el sentido fundamental de la vida, sino que, el verdadero sentido, para mi, y por ende, en cierta medida también para mi prójimo, se alumbra al avenirme libremente a que en mi propia vida se haga realidad la misión que en el concierto de la existencia compartida, la vida misma me ha asignado como camino de realización personal.

Mientras otro tenga la culpa de la situación en la que estoy, soy inexorablemente esclavo de ese otro, sea él o yo, príncipe o mendigo, patricio o plebeyo. Aunque no deja de ser cierto, que muchas veces la situación en la que me encuentro no está directamente relacionada a decisiones propias, ya que, por empezar, a la vida he sido venido sin consulta previa, por un lado, he de tener en cuenta que por la decisión de alguien estoy donde estoy; y por otro, en toda situación de autoconciencia siempre tengo el poder de elegir la forma en que he de responder al desafío que la circunstancia en la que estoy me presenta, empezando por el sentido de mi vida, que bien miradas las cosas, es la razón de lo circunstancial que me toca. Es la respuesta lo que denota la solvencia a la hora de la interpelación.


V Bien común y voluntad común

Si el mensaje democrático implica algo más que el aspecto metodológico que en primera instancia parece mentar, lo cifraríamos en la posibilidad de aceptar que los hombres somos iguales en dignidad, porque en última instancia la dignidad no se la debemos a ningún simple mortal ni al acuerdo de todos los mortales juntos. Consecuentemente su sustentabilidad depende de la real posibilidad de legitimación en el bien común del orden político que en la democracia se encarna. De todos modos debemos reconocer que, por principio, la absolutización de cualquier método cuantitativo es algo improcedente, ilusorio y violento. De eso se trata cuando de democracia se habla en referencia al número que se logra a merced de la masa.

No olvidemos que en la cuna griega la vida democrática era privilegio de, estimativamente, un veinticinco por ciento de la población. El otro setenta y cinco por ciento trabajaba para hacer factible la vida democrática de los ciudadanos. ¿No me diga que le sorprende la coincidencia?

Que ese veinticinco por ciento haya sido capaz de gestar una paideia[31] cuyos logros, en cierto sentido, aún nos sostienen hoy día, esto es lo que deberíamos considerar como central a un modelo de organización política. Ya que ese tipo de logros, es siempre fruto del compromiso con un fin trascendente y no sólo ni siquiera principalmente consecuencia de la participación numérica.

La realidad humana es fruto del imperio del espíritu o engendro de su abandono. Sólo basta repasar la historia para ver que el número no garantiza ni la victoria en las guerras. Además está probado que, con que un bajo porcentaje de un grupo mantenga una conducta específica un tiempo determinado en proporción a la complejidad del cambio de conducta y a la masa que se pretende afectar, todo el grupo termina adoptando la conducta promovida. Las modas y las olas en los estadios son una simple muestra de lo mencionado, por no mencionar los paradigmas culturales, que siempre han sido concebidos por una minoría, pero imperan en tanto la masa crítica social los sostiene en vigor. De una forma o de otra, cada persona cuenta.

En cuanto al ordenamiento político, pareciera de sentido común el reconocer que a la hora de la consulta es conveniente la participación de todos los implicados, así como a la hora del discerniendo y el juicio lo mejor es recurrir a los expertos, y a la hora de la conducción hay que facultar a algunos para que asuman la responsabilidad de la ejecución.[32]

Si ello es así, la practica democrática importa distinciones muy precisas respecto a las cuales la falta de claridad en la concepción y de honestidad en su ejecución, hacen insostenible la convivencia justa que en su nombre se pretende.

El halo encantador que tiene la palabra democracia, como los hechos lo prueban, no logra cambiar la realidad de los que las cosas son, porque ni la democracia, ni ningún régimen de gobierno pueden garantizar de suyo la integridad de las personas. Es más bien la integridad moral de las personas lo que hace posible un recto ordenamiento político. Una vez más encontramos que la inversión del orden en la consideración de la realidad nos condena a padecer el desorden del mundo invertido de la cuasi realidad que la inversión engendra.

Según el orden natural, la ética rige la política y la política debe imperar sobre al economía. Cuando este orden en la realidad se ha invertido, la sociedad justa es una utopía irrealizable y hablar de democracia carece de sentido. Y mucho menos hablar de bien común cuando, bajo pena de discriminación, estamos obligados a aceptar como expresión de la libertad personal lo aviesamente contranatural. Cuando la discriminación surge a causa de la negación de la dignidad personal ¿qué sentido tiene no discriminar? La discriminación de la voluntad es consecuencia de la falta de discernimiento de la inteligencia, y la inteligencia para discernir tiene que distinguir lo que es de lo que no es y discriminar lo que vale de lo que carece de valor.

Cualquier tuerto puede identificar males y señalar errores ajenos. Un tuerto honesto incluso puede reconocer los propios errores. Pero hace falta el concurso armónico de todas las partes y un esfuerzo denodado y constante para poder realizar algo bien hecho. Entre las obras humanas, para que sean tales, siempre es necesaria una gran cuota de sacrificio, de caridad y de agradecimiento. El perdón y el agradecimiento son condiciones necesarias para que algo tenga posibilidades de servir bien para el bien. Y aunque el perdón y el agradecimiento son actos presentes que surgen desde la mirada al pasado, en realidad brotan de la confianza en lo que ha de venir. El agradecimiento y el perdón son actos imposibles cuando la vida es sólo una cadena de compromisos con fecha de caducidad. Sólo la apertura y el vacío incondicional de quien ama nos hace receptivos a la unidad de la que mana la abundancia. Cualquier otra pretensión de igualdad es un engaño, la inconsistente satisfacción que suministra un placebo.

La convivencia comunitaria implica un sistema muy disciplinado y sutil que demanda de una alta cuota de responsabilidad individual y sacrificio personal, y supone un nivel y un tipo de orden irrealizable si no es a partir de una acendrada ética personal del servicio, generosa en el cumplimiento de los deberes y austera en el uso de los derechos. Si lo primero que hay que garantizar está directamente relacionado a intereses particulares, la democracia no es un sistema sustentable porque en todo grupo humano siempre hay algunos que tienen más poder que los demás. Tampoco su finalidad consiste, a priori, en la ejecución de la voluntad de la mayoría: ya tenemos demasiados ejemplos de voluntad de la mayoría que terminaron en ejecuciones masivas.

La excelencia de la democracia parece estar directamente en proporción a la paradójica realidad de un sistema de convivencia sostenido por personas que hacen un uso austero de los derechos propios a la vez que asumen el cumplimiento de sus obligaciones con magnanimidad y holgura. Lo opuesto a la prédica y la práctica actual. Pregonar que primero está la gente y conducirse en la comunidad como el mercader de Venecia, debería ser suficiente evidencia para quedar excluido de cualquier propuesta política. Cada uno decide lo que siembra, gracias a Dios, lo que no se decide es lo que se cosecha. El que pretende asegurarse la cosecha está manipulando de entrada la realidad porque pretende determinar hoy la porción que le corresponda mañana al despertar. Si haciendo bien las cosas sólo es probable que resulten buenas las consecuencias, tomar decisiones en vistas a los beneficios propios que depararán las estrategias es invertir el orden de las cosas a costas de los demás.

El desafío de la democracia en el Siglo XXI es que el bien común se trasforme en voluntad común, es decir, que lo mejor de la naturaleza humana se manifieste como voluntad imperante en la comunidad. Para ello es menester reconocer y aceptar que hay algo que se llama naturaleza humana. Titánica tarea en la que cada uno cuenta. En orden a la vida común es siempre más importante el compromiso que la simple participación porque sólo el que sabe que se juega su vida adquiere la docilidad que requiere el aprender a ser responsable. Como indica el legado socrático, esto no es realizable mientras no seamos capaces de aceptar que es más indigno el cometer una injusticia que el padecerla.


VI Educación y valores

“¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración.”[33]

La educación es ciencia y es arte. La educación es ciencia en tanto es un saber demostrativo que parte y se funda en el conocimiento de los principios que rigen su quehacer. Y es arte en cuanto tiene por objeto la promoción de algo por una razón verdadera, buena y bella. La producción de algo en virtud de falsas razones es al menos un acto de gravísima irresponsabilidad, ya que equivale a poner algo en movimiento desconociendo el fin al que conduce. Ahora, cuando de antemano se conoce el marasmo en que una acción desemboca es simple perversidad.

¿Vamos a sumarnos a la educación de consumidores o vamos a educar personas íntegras?

La educación integral se cimenta en lo que el hombre debe llegar a ser, e implica luego un movimiento que va de lo que es a lo que debe ser. Cualquier otro intento reduce a la persona a un promiscuo escenario de tendencias y pasiones encontradas.

La pregunta por el ser del hombre implica la consideración de los tres tiempos fundamentales de su existencia: su origen, su situación y circunstancias y su destino, de lo cual surge siempre una respuesta en tensión, y un proyecto con direccionalidad.

La educación siempre transmite valores. La característica básica de una educación de calidad en el verdadero sentido es formar en la virtud. Calidad en educación es equivalente a formación en valores que hacen a la dignidad personal. La calidad tiene relación con el modo de hacer y la dignidad personal es el parámetro del modo de obrar en educación. De nada vale aprobar todas las normas de calidad si el perfil de persona que constituye el fin del proceso educativo no se atiene a la dignidad que por naturaleza le corresponde a la persona humana.

La educación siempre transmite valores porque así como no existe un lenguaje neutro es imposible para el ser humano actuar como tal prescindiendo de la dimensión moral de su existencia. No existe un lenguaje neutro porque no podemos separar nuestro mensaje de lo que somos. Al ser seres libres e inteligentes ningunos de nuestros actos es moralmente indiferente. Cada educador al ejercer su oficio, forma las mentes de los educandos según sus creencias y en proporción a su coherencia de vida. Recordemos que el orden de impacto pedagógico va in crescendo desde el decir al ser, pasando por el hacer, con un coeficiente de efectividad proporcional a la coherencia entre nuestro ser, hacer y decir. La verdad se vive, o se vive escamoteando la realidad. Proferir la verdad, por menesterosa que sea, es siempre mejor que preferir las pequeñas mentiritas nihilizantes con las que denodadamente intentamos evadirnos de la realidad de cada día.

Las palabras no son unívocas ni son totalmente equívocas. El lenguaje es fundamentalmente simbólico. Sólo el mal uso de las palabras torna equívoco el discurso, imposibilita el entendimiento y facilita la manipulación.[34] El sentido en que una palabra se utiliza, se decanta en el contexto en el cual se la profiere en proporción a la armonía entre lo que el término designa, la intencionalidad discursiva y los actos que testimoniándola la sustentan, tanto en quien la pronuncia como en quien la escucha. La palabra bien utilizada puede ser la clave o la piedra de toque de un universo de sentido integrado en un lenguaje cuyos componentes no se reducen a lo que se profiere por medio de la voz, ya que el pentagrama de la comunicación se completa con una serie de vertientes (como la receptividad de quien escucha, la sensibilidad de quien habla, la coherencia del mensaje, el lenguaje corporal, el tono de voz, las circunstancias, las inflexiones, el vocabulario, la intencionalidad, la mirada, etc.) que concurren a alumbrar la sinfonía que tiene lugar en todo proceso de comunicación humana.

A priori, cada palabra manifiesta una perspectiva de la realidad según la intencionalidad del discurso del cual forma parte. Sin embargo, esa plasticidad tiene unos limites, y no es posible designar arbitrariamente cualquier realidad con cualquier palabra. Si bien el entendimiento humano no agota las realidades que menta, sólo se las menta con sentido en la medida que la palabra manifiesta algo de la verdad de la cosa mediante ella referida.[35] Llamar a cada cosa por su nombre es capacidad distintiva del ser humano, y humanizante su uso cuando el lenguaje está moralmente ordenado.

Mediante la aculturación existencialista hemos venido a dar en una situación en la cual resulta algo casi inaudito aseverar que las palabras no son sólo un producto cultural. Sostener que las palabras mentan la realidad pone de manifiesto la misteriosa capacidad del alma humana que de algún modo puede incorporar todas las cosas en sí misma por medio del conocimiento y del amor, no sólo en virtud de la capacidad de la persona para hacerse eco de lo que las cosas son, sino porque la verdad de las cosas mismas de algún modo es proporcional a tal disposición. Lo que es lo mismo que decir que podemos nombrar las cosas porque han sido concebidas por una inteligencia de la cual de algún modo participamos –los hombres y las cosas- y a cuya luz nuestra capacidad adquiere la docilidad que su naturaleza creada implica.

Las palabras, como las ciencias, no son sólo fruto de la imaginación. Lo único que produce la imaginación por sí misma es ciencia ficción, que de ciencia tiene poco y nada, y en general el resultado, por muy entretenedor que sea, en la medida que no nos ayude a ser mejores personas, no es más que ficción afectada para el cultivo de la estupidez masificante.

Todo derecho está precedido y se funda de una ob-ligación, en un deber. El derecho es una atribución predicable de una entidad que es capaz de contraer obligaciones y sobre todo de regir sus acciones por principios morales. Con lo cual, resulta absurdo pretender otorgar derechos a entidades carentes de tal dignidad, como es el caso de las bestias, aun cuando respecto ellas, los humanos tengamos responsabilidades. Los animales, como cualquier otro elemento de la creación deben ser correctamente administrados y cuidados por el hombre, pero, carece de lógica el querer nombrar como derecho de su parte lo que no es otra cosa que obligación nuestra. Claro, desde la perspectiva de quien cree que el hombre no es más que un “animal evolucionado” sin diferencia específica es explicable el absurdo intento. Explicable pero no por ello menos absurdo y confuso. Explicable y también entendible que el hombre concebido como una bestia se conduzca como tal, a pesar de la cara de contrariedad que suelen padecer los que se dicen descendientes del mono cuando se señala la hipocresía que supone el predicar como derechos de las bestias aquellos que se niegan a los semejantes. Lo que no resulta una confusión igualmente graciosa es que, a consecuencia del principio que implica la concepción del derecho desligado de la naturaleza de las cosas, luego haya que aceptar el imperio de la ley de la selva, sobre todo cuando nos toca estar en el palo de abajo del gallinero social, porque de suyo el darwinismo social no significa otra cosa que la primacía del más bestia.

Como consecuencia de la visión naturalista de la realidad humana, las relaciones humanas quedan reducidas a relaciones de fuerza, a relaciones de voluntad de poder o a relaciones contractuales basadas en conveniencias, que como tales serán por principio, siempre cuestiones supeditadas a los ánimos, que por su propia volubilidad no pueden superar la cota de las ligazones pasionales pasajeras.

Entre las nefastas consecuencias de la perspectiva naturalista de la vida, encontramos, por ejemplo, las acarreadas por la reducción del matrimonio a un hecho contractual. Lo cual, sin mencionar la indiscriminación de actores que se pretende cobijar furtivamente bajo tal categoría, implica una lógica reduccionista de la realidad humana que acarrea consigo males insolucionables a nivel contractual porque ninguna ley podrá jamás lo que el corazón humano no quiera reconocer y aceptar. El matrimonio no sólo se ordena a la realización de los cónyuges en la paternidad, sino que resulta la forma más conveniente para la recta educación moral de los hijos, y esto es así según la naturaleza de la cosas, y por eso durante siglos se ha dado en llamar derecho natural al fundamento de la vida conyugal y de las normas sociales.

Hay una ley moral universal que nos manda “hacer el bien y evitar el mal”. De ella se desprende el derecho a la vida, a la integridad física, a la libertad de hacer lo que es lícito, a nuestra honra, a nuestra reputación, a la estabilidad de la familia, etc. Pero esta Ley no tiene su origen en el Estado ni es fruto de acuerdo o convención alguna. Yo no tengo derecho a vivir sólo porque la ley del Estado me asegura tal derecho. Lo mismo se puede decir de los otros llamados derechos humanos. Tales derechos le vienen al hombre por el hecho de ser hombre, de lo contrario serán simple convención circunstancial. El simple raciocinio natural deduce con facilidad y demuestra la existencia de estos derechos. La ley hecha por el Estado simplemente se limita a proclamar este derecho, no lo crea ni lo instituye: garantiza su vigencia o no. Bien entendidas las cosas, los gobernantes son responsables de garantizar los derechos naturales. Está es la clave de legitimación de su servicio gubernamental.

Se denomina Derecho Natural al conjunto de derechos que cada criatura humana tiene por el hecho de ser humana. Se llama Derecho Natural porque se deduce de la propia naturaleza del hombre. Por esta razón obliga a todos los hombres. El autor de la naturaleza es Dios. Luego, debemos concluir que estos derechos vienen de Dios, están impresos en  la propia naturaleza y constituyen el orden fundamental por el cual Dios rige el mundo. Nadie, en principio ni siquiera Dios, puede dispensar de la Ley Natural, a no ser que Él cambiase la propia materia y naturaleza de la creación. Son pues derechos indispensables, inmutables y universales. De allí que el decir popular señale que “Dios perdona siempre, el hombre perdona a veces, la naturaleza nunca”, porque cuando el hombre contraviene el orden natural, el curso de la naturaleza al tender a su equilibrio propio arrasa con los desvaríos humanos.

El Derecho natural es considerado parte de la filosofía del derecho desde la época griega hasta comienzos del siglo XIX. Su primacía en el mundo del Derecho acaba cuando el positivismo jurídico entra en las universidades europeas, entre otras razones por el advenimiento de los modelos científicos mecanicistas. Sin derecho natural, la noción de bien común se torna insostenible y es progresivamente reemplaza por la voluntad de la mayoría, la voluntad común, la voluntad de poder. Sin embargo, en virtud de los mismos principios que niegan la naturaleza de las cosas, la mayoría se convierte en masa y la opinión de la masa es digitada según la voluntad de la minoría imperante, la que efectivamente dispone del poder.

Encontramos hoy, manifestaciones que, en nombre de una libertad indiscriminada terminan limitado la libertad verdadera a un cúmulo de caprichos, y reduciendo el hombre a bestia al tiempo que pretenden otorgar a las bestias derechos que sólo al hombre corresponden.

La irracional pauperización moral de realidades engendradoras acarrea como necesaria consecuencia el engendro de realidades genéticamente endebles cuyo sostenimiento resulta más oneroso que otras alternativas de corrección del problema original. Todo ello sin tener en cuenta que, si es cierto que “es peor cometer injusticia que padecerla”, la relativización moral de las realidades interpersonales y el libertinaje concomitante que acarrea necesariamente la falta de respeto por la vida en gestación, degrada tanto más a quienes se prestan a promover y practicar su luctuoso juego que a quienes como víctimas padecen las consecuencias.

No hay valores sin principios. El valor es un predicamento subjetivo, y como todo lo que compete a la esfera del sujeto, puede o no ser acorde a lo que las cosas son. Si la estimación subjetiva es coherente con los principios que rigen el orden vital, el obrar del hombre es humano, pero cuando las valoraciones se distancian de los principios el hombre comienza a degradarse perdiendo su humanidad. La educación en valores se realiza en la medida que haya claridad en los principios.


VII Esperanza en la educación

–     ¿Se puede ser buen pintor y mal hombre?[36]

–     Ciertamente si.

–     ¿Se puede ser buen hombre y mal pintor?

–     No.

Si se es pintor, hay que ser al menos un pintor aceptable. No es obligación ser Tizziano, ni ser el Greco, etc. Pero  si una persona no sabe pintar aceptablemente, su obligación es hacer otra cosa, dedicarse a otro oficio.

Un médico malo, un “matasanos”, no sólo es un médico técnicamente malo, lo es también moralmente. Que se dedique a otra cosa. Lo que no puede es hacer daño a las personas. Digo esto por aquello que dicen algunas madres:

–     Mi hijo es mal estudiante, pero en el fondo es buenísimo.

–     Mire usted está equivocada: es malísimo. Pues si es estudiante, tiene la obligación de estudiar, y si no estudia (no sólo no es buen estudiante, sino que también) es mala persona; una mala persona que puede rectificarse y convertirse en buenísima persona.

–     ¿Y eso en qué cosiste?

–     Pues en seguir unas normas técnicas

–     ¿Qué tiene que ver la moral con la técnica?

–     Mucho: tiene que usar los datos técnicos. Si existe una técnica para estudiar bien, tiene obligación de aprenderla y de seguirla.

La ética no es una elaboración de la razón en el vacío, sino una elaboración de la razón con todos los datos tecnológicos y empiriológicos, que no se pueden despreciar.

Toda actividad humana implica y manifiesta una concepción de la realidad. Propia o ajena, la idea de hombre que nos mueve, la cosmovisión desde la que entendemos la realidad y el orden de las ciencias que supone nuestro modo de intervenir en ella, están siempre presentes en nuestro hacer cotidiano. Incluso cuando se manifiesta como vicio de nuestro oficio. El vicio del oficio no llega a ser una prevaricación, pero se le asemeja en tanto implica la primacía de la propia idea sobre la realidad, la reducción de la realidad al paradigma. Decimos que se asemeja a la prevaricación, porque por prevaricación se entiende una resolución arbitraria tomada a sabiendas, y de algún modo esto es lo que acontece cuando con su actuar alguien reduce a sus preconceptos la realidad que por oficio debería conocer.

La creación tiende a su realización. Si caminamos en la dirección correcta crecemos. Cuando nos detenemos empezamos a decrecer. No hay para el hombre cuna de laureles sobre la cual reposar sin que algo se empiece a marchitar. Lo que importa no es la velocidad. Ésta no depende de nosotros, lo que está dentro del espectro de nuestra responsabilidad es la dirección hacia la cual tienden nuestras mociones. Como un velero en el mar, el hombre tiene que fijar el timón de su vida en la dirección correcta, y más allá de la mil y una tareas que pueden o no contribuir al mejor aprovechamiento de la fuerza del viento, la nave en última instancia avanza en virtud de la adecuada orientación de la velas en orden a hacerse dóciles al soplo de la gracia. Por otro lado, no pocas veces querer correr en la vida es como intentar apurar el crecimiento de una planta de lechuga tirando de sus hojas: nos quedamos con las raíces al aire.

El modo más apropiado, más humano de conocer algo, se realiza mediante el amor. El compromiso vital que conlleva el amor verdadero alumbra la realidad en su dimensión mas profunda. La contemplación amorosa, más propiamente el modo de obrar que surge en el hombre que antepone a las pasiones de sus negocios la distensión del ocio, la contemplación amorosa, implica un modo de encuentro y alcanza un grado de conocimiento superior al que se logra a través de la especulación racional. Porque sólo en el amor el amante se hace uno con el objeto amado. Pero además, y de modo especial en el hombre, la disposición fundamental que surge del amor ordenado es la docilidad en la que se hace humano el hombre al dejarse amar aceptando que ha sido amado primero, al reconocer que en ese amor primero del que ha sido gratuitamente objeto reside la clave de su felicidad. Del amor surge en el ser humano lo distintivo de su humanidad, que se manifiesta en el modo de pensar y de obrar.

El hombre es siempre una unidad (aún cuando esa unidad está descalabrada por el desorden) y por eso su mirada, el temple con el que el hombre sale al encuentro de la realidad, se manifiesta en todas las dimensiones del ser humano.  De allí que el primer requisito del acto educativo sea el amor incondicional a la dignidad del educando, amor incondicional a es proyecto de vida querido por Dios. Y la dignidad personal se funda en el hecho de que cada ser humano es imagen del Creador hacia cuya semejanza se ordena la vida. Único hecho que justifica y desde el cual se ha de dimensionar todo acto educativo. Este amor incondicional al educando no es causado por las notas distintivas del educando ni por la grandeza de ánimo del educador, no es una cuestión fundada en simpatías o afectos, más bien, las notas distintivas del educando como indicios de un proyecto perfectible, así como la grandeza de la mirada del educador, son manifestación de la aceptación de la dignidad personal porque así Dios ha querido que sea. A la hora de la resolución concreta, como del temple requerido por la tarea pedagógica, el orden de los factores no es indiferente.

Decimos que la familia es responsable de la educación, porque es en la familia donde naturalmente se da la condición en la que se funda el acto educativo. Una familia se conforma como tal a partir de un vínculo amoroso ordenado a un fin trascendente. Así como el amor conyugal es causa de la prole, el amor que funda y el cual adquiere su realidad la relación paterno filial es la condición que posibilita, no sólo la existencia de la autoridad en los padres, sino también el reconocimiento y la aceptación de la autoridad de los padres por parte de los hijos. Así como en los hijos, el amor paterno filial es causa de la docilidad que el acto educativo requiere.

Si el conjunto de educadores que confluyen en la educación de los niños se manifiestan con sistemas de valores dispersos, contradictorios, disonantes, es muy probable que el niño no pueda encontrar los referentes axiológicos y de unidad existencial que necesita para descubrir el sentido de su vida y en definitiva el lugar que ocupa en el mundo.

Para poder llegar a elegir libremente en la etapa que le corresponde, el hombre de niño debe ser formado en una visión coherente de la vida, esperanzadora. Un hombre cabal rebela una infancia feliz, y la felicidad infantil es fruto que las cosas materiales por sí solas no pueden dar, aunque ciertas carencia materiales puedan dificultar. La felicidad infantil mana de la vida compartida con amor incondicional al proyecto de vida que todo niño encarna con su existencia, lo cual se inicia al dar por buena su existencia contribuyendo efectivamente a que sea una persona bienvenida.

Cuando los mayores no somos capaces de demostrar a los jóvenes que la vida es hermosa y que vale la pena sacrificarla en aras de grandes ideales ¿cómo ellos van a estar dispuestos a hacer sacrificio alguno? Si la máxima cota pregonada es el competir despiadado para disfrutar pasándola bien, y además es la forma de éxito con mayor audiencia ¿por qué alguien ha de esforzarse en superar la molicie de su propia comodidad y la inconsciente petulancia del ignorante que a todos en alguna medida nos orla?

Si los jóvenes no perciben el amor fundamental que nos mueve en la vida como algo superior a los siempre mezquinos intereses individuales, no se pueden enamorar de los grandes ideales que implica la convivencia humana y jamás podrán descubrir su vocación fundamental de servicio, en virtud de la cual, la sociedad justa es una realidad posible. Con referentes pusilánimes o negativos, no es de extrañarnos que los jóvenes terminen ateniéndose a las pautas más instintivas o a aquellas cosas que le producen inmediatas gratificaciones elementales con el menor esfuerzo.

Tener autoridad es ser conscientes de que somos responsables y referentes de las generaciones advinientes. Autoridad la tiene quien la ejerce en su propia vida. Tiene autoridad quien vive por alguna razón superior a sus propios intereses. Tener autoridad no es lo mismo que tener poder. La autoridad se manifiesta como lo mejor de una persona en la medida que hace lo que corresponde, y siempre apela a lo mejor del otro porque está al servicio del bien del otro. El poder de quien tiene autoridad le viene dado como reconocimiento de su integridad moral y de su honestidad intelectual. La autoridad es un reconocimiento en virtud de la fuerza de las convicciones y de la coherencia de vida manifestada en el obrar. Posee autoridad quien vive entregado a servir, más allá del miedo al fracaso, de la ilusión del éxito o de la satisfacción presente y por ende tan pasajera como pasajero es todo presente. Por cierto, es de notar que pasajero, no sólo se dice de lo que pasa, sino más propiamente de quien es llevado o conducido hacia algún destino. Luego, cada uno debe elegir si su presente ha de ser pasajero del pasado, del futuro o de la eternidad. De suyo, el tiempo, cuya manifestación real es el presente, parece poder ser entendido como el decurso de la eternidad en el espacio. Así entendido, el tiempo, del cual el presente es uno de los tres momentos en los cuales en nuestra conciencia encarnada el tiempo se dilata, se torna una unidad con sentido de trascendencia.

Nadie compromete libremente su vida por causa alguna en virtud de arengas ni de leyes. Lo que el corazón humano no acepta no hay fuerza que lo pueda obligar en forma duradera. La única ob-ligazón perdurable es la que supera las ilusiones y desilusiones de las vicisitudes y miserias humanas. Tan lábil son las fortalezas humanas que en virtud de las propias capacidades sólo un arrogante puede aseverar definitivamente que su palabra no cambiará. Los humanos sólo podemos amar definitivamente aquello que no pasa, aquella fuente de la que mana la unidad y el sentido de la propia vida. Mi vida, dentro del límite de las coordenadas espacio temporales, se agota en un insignificante puñadito de cenizas. Frontera imposible de superar mediante la dilatación temporal o espacial. Frontera ante la cual, cualquier intento dilatorio se convierte en precipitación de la pena capital, propia o ajena.

Trascender es abrirnos a la superación de la finitud con que está revestida la existencia temporal. Lo trascendente no es lo temporalmente perdurable. La trascendencia no es un tiempo más largo que nuestra existencia. Lo trascendente es de otro orden y su búsqueda una tendencia tan básica como la de conservar la propia vida, la de compartirla, la de querer ser feliz. Lo trascendente en algún sentido equivale a perdurabilidad allende el decurso temporal. Allende que determina el sentido del aquende. La eternidad equivale a la desilusión temporal. Cuando dejamos de ilusionarnos el decurso temporal se carga de sentido porque nuestro tiempo se alumbra desde el más allá.

El sentido de la vida presente está en relación directa a la respuesta que el hombre asuma respecto a la única seguridad natural con la que es venido a la existencia. Haber sido concebido es lo mismo que haber sido condenado a muerte. Desde el momento mismo que nuestra existencia empieza a rodar por los polvaredales de este mundo la sentencia capital se empieza a ejecutar. Esta vida no es otra cosa que la antesala de la muerte. La clave del pentagrama de la vida queda determinado por el sentido que para nosotros tenga ese punto final. Ante él, todas las actitudes posibles se reducen a dos respuestas básicas. Todo es cenizas, y las cenizas son mi destino final. O la vida es algo más que cenizas, y la causa que de las cenizas me trajo a esta vida es la misma causa en la que pongo mi esperanza para que las cenizas terminales no sean sino un puente a la eternidad.

De estas dos miradas posibles, sólo una responde a nuestras tendencias fundamentales. La otra surge del miedo ante el abismo, no es una respuesta sino una huída ante la interpelación de la vida. El vértigo que produce mirar hacia abajo desde las alturas del espíritu, a unos les impulsa a levantar la vista confiando en que el espíritu les conducirá por sobre las aguas turbulentas del abismo, mientras otros prefieren atenerse a la seguridad de lo palpable aunque bajo su peso se precipiten en la nada de la cual provenimos. Quien mira hacia arriba tropieza y cae con frecuencia, pero tiende siempre a ponerse de pie para volver a caminar. Quien mira hacia abajo, más temprano que tarde se despeña en la inexorabilidad de su presagio. Todos buscamos confirmar nuestras creencias fundamentales y en orden a ello actuamos aún sin saberlo. Uno y otros encontramos lo que salimos a buscar. Mira dónde estás y sabrás lo que saliste a buscar. La vida es como el eco, cuando no me gusta lo que escucho el problema está en lo que profiero.

La lectura del pasado, el sentido de la historia, depende de lo que creamos nos espera en el futuro, propiamente hablando, más allá del futuro. Es no sólo distinta, sino totalmente diferente la interpretación que hacemos del pasado si nuestro futuro es un futuro condenado, a la actitud que surge si asumimos que la vida continua más allá de estos pesares. Si la vida es una condena en ejecución no puedo sentir agradecimiento alguno respecto a mi pasado. En cambio, si la vida es un regalo imperecedero ¿cómo no mirar con reverente agradecimiento hacia atrás y con esperanzador entusiasmo hacia adelante? Si no soy perdonado no puedo perdonar. Pero si ya he sido perdonado de antemano ¿cómo no ser indulgente? Si el pasaje que me dieron me conduce a esa felicidad que con todas mis fuerzas deseo ¿qué importan las penurias de este peregrinar?

Aprender algo de modo significativo siempre implica un cierto grado de esfuerzo, un ir contra la propia tendencia al placer inmediato. El verdadero aprendizaje sigue la senda del espíritu pero nada contra corriente de la molicie a la que inclina lo material. La alegría del aprendizaje, esa satisfacción interior que produce paz y tranquilidad en el ánimo, y que se convierte en gran estímulo para continuar aprendiendo, sólo es accesible a quienes se han esforzado hasta el límite de sus posibilidades . . . y un poco más allá. Aprender algo realmente significativo para la vida siempre es abrirse a, y alcanzar algo que de algún modo está más allá de la posibilidad actual.

El mal o diferencia del bien atrae en forma hipnótica, polariza, desbarranca, y es fácil de percibir, porque con que sólo una parte falle el todo ya se ve afectado. En cambio el bien siempre requiere de disciplina y esfuerzo, de mirada atenta y previsora, de tolerancia y paciencia, en definitiva de un gran amor por los hombres, que necesitamos ser tratados mejor de lo que parecemos para no terminar siendo peor de lo que somos[37].

Sólo en virtud de la apertura interior que implica el reconocer el límite propio la verdad se torna manifiesta. La verdad está más allá de lo que estoy siendo aquí y ahora. La verdad es lo que soy en tanto lo que soy se aquilata en orden a lo que estoy llamado a ser. La verdad es vida, no es teoría. La teoría puede o no ser verdadera en tanto refleje y por medio del ella el hombre se avenga a la vida. La teoría es lo que se ve en el espejo, lo que se proyecta al fondo de la caverna.

En consecuencia debemos reconocer que el gusto por la educación es un resultado que no puede ser punto de partida en el educando. El gusto se educa. La satisfacción que se alumbra al aprender es un resultado que viene junto al aprendizaje verdadero. Lo mismo que aprender a caminar y a pensar, la educación del gusto tiene unas reglas, un orden, y demanda un esfuerzo consciente. Aprender a querer y a elegir es algo que se ha de enseñar a contrapelo de las propias tendencias egocéntricas. El hombre aprende trabajosamente a descubrir y a aceptar aquello que es lo mejor para él mismo porque su ser no le vine dado impositivamente, su naturaleza no le es impuesta. La elección del fin sobrenatural es la elección determinativa de la libertad personal. El hombre no es un ser determinado por los instintos, sino un ser invitado, llamado, convocado a la perfección. Por ende los bienes verdaderos son siempre bienes arduos que comprometen mi libertad personal. Lo que poco cuesta nada vale. Elegir siempre en virtud de lo que nos gusta nos conduce a vivir en permanente disgusto porque nada de lo perecedero tiene la capacidad de satisfacernos de forma definitiva. Sólo lo perfecto nos sacia. Sólo la perfección nos aquieta. Es imperativo enseñar a nuestros alumnos a contemplar la belleza, primero, según en la creación se manifiesta y luego en el modo de imitarla que se plasma en las artes clásicas. Las obras de artes en las cuales resulta imposible descubrir el simbolismo que las vincula a la realidad, suelen ser representaciones tan subjetivizadas que se hace necesario preguntar al autor qué es lo que quiso representar, y a veces sinceramente, uno se queda con la impresión de que más que tratarse de obras de arte, fuesen una forma de mandarse la parte. Esto si se enseña también se aprende a emular.

Educar es transmitir un estilo de vida. Los niños observan, imitan, copian, somos sus parámetros, sus modelos. Lo queramos o no, lo sepamos o no, somos transmisores de valores, de actitudes, de ideales. Nuestra visión de la vida se convierte en forma de mirar de los jóvenes. No nuestro discurso, ni nuestros deseos explicitados, sino en la medida que realmente pongan en palabras y en obra lo que somos. Crecer es ley de vida y en la vida somos una cordada, cada uno un eslabón. Las actitudes y las formas de vida de los que preceden terminan siendo reglas de vida de los que suceden.

El hombre “en-tiende” en la medida que cada hecho u objeto adquiere sentido en un contexto de unidad. Unidad real o imaginada, reflexiva o espontánea, el significado y el sentido de las cosas que estimulan nuestra percepción se ilumina en tanto el objeto forme parte de un universo conocido. Vemos lo que conocemos. Aquello que no encuentra su sitio entre las coordenadas de nuestra experiencia o esquemas mentales, no puede ser objeto de nuestra atención o focalización. Hay cosas que llegan incluso a escapar a nuestra percepción cuando “el problema se nos impone”, a punto tal que ya no es posible la distancia de perspectiva que requiere todo diagnóstico. A veces, la solución al problema que nos desvela suele radicar precisamente en aquello que no vemos porque no conocemos. Toda preocupación es un problema proporcional al modo en que miramos la realidad. Porque cuando en vez de mirar para ver, proyectamos, el problema está en la forma misma en que abordamos el desafío que se nos plantea. En esto radica la impronta de lo ideológico: el querer configurar la realidad a medida humana reduciéndola a lo que vemos en la vecindad objetivable. La realidad se constituye según nuestra forma de mirar pero no se agota en ella.

El orden de los factores en la vida altera el producto. Al contrario que en matemáticas elementales, en el encuentro con las cosas, el movimiento entre lo que ha de ser conocido y el sujeto, el hombre, no es lo mismo que la referencia o el factor de corrección está puesto en las cosas a que resida en el hombre, en sus ideas o en su imaginación. De un modo el orden de las ciencias sirve para la vida. De otro, la vida de los hombres se despeña en lo que hoy, contradictoriamente, se ha dado en llamar “cultura de la muerte”. La vida sigue un orden donde lo superior explica y justifica lo inferior y no a la inversa. La objetividad no se define en virtud de lo que la mayoría acepta. La objetividad tampoco es la verbalización de la propia subjetividad. El problema está adentro, es lo que del hombre sale lo que está torcido.

Un hecho que asombrosamente va esparciéndose en educación como el aceite sobre el agua es la tendencia a igualar para abajo. En vez de formular metas a las que nuestros alumnos deben llegar mediante la realización de tareas educativas que cada vez les exijan más para que se desempeñen mejor según las máximas posibilidades de cada uno, actualmente, en aras a una utópica integración sólo considerada desde la perspectiva afectiva, no vamos conformando día a día con mínimos que todos puedan lograr por igual.  De ese modo los mínimos se convierten en máximo y la cota superior queda definida por los que menos pueden en cada disciplina. Vea lo que pasa en ciertas clases de gimnasia: para que los gorditos no se sientan discriminados con el transcurso del tiempo terminamos teniendo una pandilla de flojos. No se enojen profes de educación física, vuestra disciplina es la que queda más fácilmente en evidencia, pero también es el área que más fácilmente se compensa a través de las actividades extras. El fenómeno es mucho más demoledor, por ejemplo, en matemáticas y lenguas, porque a ingles mandamos los hijos para que lo aprendan bien, a música porque les gusta, y así sucesivamente, pero a mates y a lenguas, por lo general, sólo son enviados a clases extras los que tienen problemas y según los propios chicos, los nerds. De sociales mejor ni hablar: tanto insistir contra la cultura clásica, con el cuento del mono, la versión vergonzante de la historia propia, el indigenismo romanticoide[38] y el recalentamiento del planeta con su Conveniente media verdad[39], que los alumnos salen de la secundaria si saber ni lo que significan los nombres de la calles del barrio en el que está situada la escuela a la cual asisten, pero están perfectamente al tanto de todos los tópicos socialmente instalados en orden a fabricar el consenso que la tiranía financiera requiere para profundizar el sometimiento de los pueblos. El estado de dependencia colonial en la actualidad implica no sólo la entrega indiscriminada de nuestros recursos a manos extranjeras, sino el sometimiento del alma de nuestros alumnos a la manipulación alienadora.

Ahora, disculpe Usted, pero así no vamos a ningún lugar mejor del que estamos. Y Usted lo sabe. He puesto el ejemplo de la clase de educación física porque como Director he padecido el fenómeno actual, y antes, mucho antes, padecí el sistema anterior porque no era de los más dotados para las actividades deportivas. Claro estamos usando el mismo término en dos sentidos distintos: porque el padecer de entonces me ayudó a crecer, pero éste, al que nos avenimos ahora nos ayudará a crecer cuando logremos erradicarlo de las escuelas. Hay pasiones buenas y pasiones malas. Sufrir por una causa noble es fuente de dignidad, pero sufrir por indolencia . . . tiene un calificativo de cuño nacional que bien menta la situación.

No podemos dejar de reconocer que la comunidad se sostiene en base a los mejores en cada área. La educación consiste en que cada uno descubra en qué puede llegar a ser mejor a través del esfuerzo mediante el cual supera progresivamente el límite de las propias posibilidades actuales. Cuando procedemos en contrario nos estamos engañando y estamos estafando a los alumnos al darles un servicio que no les sirve para superarse. Entonces lo que logramos es que en la escuela todos parezcan iguales padeciendo la discriminación proletaria de los mínimos, fuera de la escuela los que pueden reciben formación extra, y así las diferencias que no sabemos integrar en la escuela se tornan diferencias discriminatorias en la vida real y concreta. ¿No me diga que Usted en la medida que puede no manda a su hijo a aprender cosas que en la escuela no le enseñan? Y no pretendo referirme a las cosas que en la escuela “podríamos” enseñarles, sino a las se suponen que son lo propio de la institución escolar.

¿No sería más fácil y natural exigir más a los que más pueden y aprovechar sus habilidades para que ayuden a los que menos logran? ¿Qué hay de malo en poner como ejemplo al que destaca honesta y lealmente por su máximo rendimiento en cada asignatura? No al exitoso, sino al que se las pela. Si al fin y al cabo es lo que pretendemos hacer al calificarles o al dibujar las caritas sonrientes o las caricejas cuando hacen algo que como docentes aprobamos o no.  ¿A que viene tanta afectación sensiblera en nombre de las capacidades diferentes si a los más capaces los sometemos al nivel de los que menos pueden? En ciertos contextos una tiene la impresión de que los discapacitados no son los alumnos. El reduccionismo proletarista está a la orden del día, como inoculado en las claves procedimentales.

En muy laudable y de gran provecho para la clase toda, la integración de niños con requerimientos especiales en el contexto de clases “normales”, pero es una injusticia, incluso para los integrados cuando la integración lleva a disminuir el nivel de aprendizajes de aquellos a los que más hay que darles y exigirles porque más pueden. ¿Cuál es el parámetro de lo que cada alumno merece? ¿No estamos obligados a dar a cada uno lo mejor, según lo que cada uno puede llegar a ser? Conozco experiencias extraordinarias de integración de niños que de otro modo hubiesen quedados marginados de su generación. Pero esas experiencias han sido posible porque padres y maestros asumieron las responsabilidades extras que implicaba el aprender a trabajar sin detener el ritmo y sin bajar los contenidos, y los alumnos cuando se ven todos respetados según lo que son, son los primeros que realizan con toda naturalidad esos pequeños grandes gestos, mediante los cuales quien padece algún tipo de limitación no sólo no se siente discriminado, sino que recibe esa cuota de atención y cariño que saben tan bien aceptar y retribuir, en un modo que quizá ninguno de los que nos consideramos normales somos capaces de ofrecer. Quien haya trabajado en educación diferencial, o tenga entre sus familiares alguno de estos seres extraordinarios sabe a qué me refiero: ellos son la prueba viviente de que el dolor y la alegría no se excluyen; sus gestos más bien prueban que la felicidad alcanza sus quilates no sin una cierta cuota de humildad que florece abonada por el dolor bien asumido.

Todos los alumnos son distintos, todos tienen alguna capacidad especial, pero no todos somos igualmente deficientes en los mismos aspectos. Invertir los términos es una trampa. Las deficiencias de unos se compensan con las competencias de otros y no a la inversa. Que aprendan a convivir integrando sus diferencias forja la unidad generacional que les hará hábiles en la convivencia y generosos en las responsabilidades que como adultos tendrán que asumir. No debemos permitir que se iguale hacia abajo. Hay que empezar de una buena vez a igualar hacia arriba, que es lo que mejorará las posibilidades de tener una mejor vida también a los que por la razón que sea no pueden desempeñarse al mismo nivel que la mayoría. Esa diferencia no merma su dignidad, sino por el contrario aquilata la humanidad de sus congéneres y la de la de la generación que aprendiendo a amarlos como son, los asume como uno más de ellos. Semejante en dignidad, único en su constitución. Es un hecho incuestionable que no todos estamos llamados a ser los mejores en todos los frentes, como lo es el que el igualitarismo que niega la condición de creatura y la naturaleza humana nos condena a todos a la retaguardia de la mediocridad. Si no preparamos a los mejores para que sean los mejores médicos ¿quién atenderá dignamente a los enfermos? Si no promovemos que los mejores dotados sean los que enseñen a los demás ¿quién educará la virtud del pueblo? Si los mejores dotados no son preparados para la promoción y defensa del bien común ¿quién les ayudará a vivir dignamente en comunidad? . . .

Sin embargo, debemos hacer constar que, sin mayor distinción hemos venido refiriéndonos a casos distintos, en virtud de lo cual, hemos de destacar que en general, no se observa la tendencia a rendir por debajo del umbral propuesto en los grupos en los que se integra a personas afectadas por cualquier tipo de deficiencias, sino, frecuentemente en aquellos casos en que la deficiencia se manifiesta como inadaptación de orden moral. Hecho en virtud del cual, hemos de distinguir claramente la importancia que tiene el integrar alumnos con capacidades especiales siempre que se presente el caso, teniendo en cuenta que las disrupciones y caídas de rendimiento se engendran principalmente cuando la problemática que se pretende integrar importa alguna especie de inadaptación que afecta moralmente a los demás alumnos. El verdadero problema es la discapacidad moral, y en eso los alumnos son siempre víctimas de la inmoralidad de los adultos, de la falta de dignidad social que las generaciones “adultas” sabemos engendrar.

Es un desafío extraordinario en virtud del cual se producen épocas maravillosas, cuando la voluntad de algunos hombres se hace dócil al reconocimiento de lo que objetivamente constituye la realidad que les toca vivir como generación. Cuando esto ocurre el ideal generacional se conforma como una fuerza de renovación comunitaria y la sociedad toda tiene la gracia de vivir uno de esos períodos que hacen historia bajo la posterior adjetivación áurea. ¡Esta es nuestra hora generacional! ¿Hacia dónde enfilamos nuestra proa? ¿Cuál es el norte de mi quehaceres cotidianos? No lo dude: paciente o agente, hacia donde usted va, hacia allí vamos.


VIII Educación y libertad

Toda ciencia supone una creencia.  Creer es confiar en el testimonio que se me da. Lo contrario de confiar es sospechar. La confianza es principio de vida. La sospecha es engendro del engaño. Sospecha quien se obstina en su propia mentira, el que pretende legitimar su traición a lo real. Aceptar lo que no vemos sino que nos es testimoniado por otros es algo que forma parte de la trama fundamental que hace que la vida sea humana. Creo que mis padres son quienes son. El amor filial prueba la paternidad, incluso contra los resultados del análisis del adn.  Y el amor filial es respuesta al amor paternal. El amor siempre es respuesta. Somos capaces de amar porque hemos sido amados primero, pero la rectitud de mi amor está puesta en mis propias manos. Soy responsable de mi respuesta. Cada uno “ve” según la calidad de su amor.

Toda cosmovisión en última instancia está fundada en una creencia. Las creencias son siempre un marco referencial a priori, aunque pueden ser sometidas luego a reflexión de modo tal que algunas creencias pueden ser racionalmente explicadas a posteriori. Llamamos creencia a la aceptación de ciertas concepciones sobre aspectos fundamentales para la vida a las que accedemos, al menos en primera instancia, mediante el testimonio de otros. Todo conocimiento parte de una creencia porque, primero, el ser humano empieza a conocer en base a lo que sus semejantes le han enseñado, y segundo, entendemos según lo que creemos, a punto tal que no hay ciencia posible sin creencia sobre la que se funde.

Todo conocimiento supone siempre la fáctica aceptación de ciertos principios que no son sino una forma de creencia, porque sin la aceptación de esos conocimiento que hacen de principios interpretativos de la realidad no sería posible conocimiento alguno y por ende no podríamos nunca llegar a analizar críticamente el contenido de nuestros paradigmas mentales.

Confío en lo que mis sentidos me muestran a punto tal que puedo darme cuenta cuando no estoy percibiendo correctamente. Acepto que hay un modo de percibir que no depende de la capacidad de mis sentidos. ¡Lo esencial es invisible a los ojos! Corrijo mis percepciones de acuerdo a parámetros que he aprendido por experiencia propia según lo que otros me enseñan.

Quien en un laboratorio experimental registra sus mediciones, aún cuando sabe que la reproducción experimental no es lo mismo que un fenómeno natural, y que no hay medición en la que el instrumento y el investigador no influyan en los resultados, aún así, confía, no sólo en que sus estudios tiene algún sentido y para algo han de servir, sino que ha partido de la base de que, sus registros pueden ser entendidos por otros, ha confiado y ha aprendido en consecuencia. Eso sin contar que generalmente, toda investigación parte de datos que nada valdrían si no los aceptáramos de modo provisional, al menos como punto de apoyo inicial, sujetos a la prueba de verificación que siempre es posterior y a la relatividad que toda ejecución experimental importa en tanto proyección siempre parcial.

A partir del Renacimiento[40] el hombre cultiva y desarrolla su capacidad de dominio sobre la naturaleza de un modo tan abrumador, que pierde de vista la condición de creatura que le caracteriza, la cual en cuanto a origen le iguala al resto del universo. La modernidad ha cometido el error de univocar la mente humana con la de Dios. Descartes[41] se pregunta “¿si fuera Dios cómo habría hecho el mundo?” Y se responde: “lo habría hecho al modo matemático. Por lo tanto Dios ha hecho el mundo al modo matemático”. Pero, la verdad es que lo racional se encuentra en la realidad porque es nuestro modo propio de conocer. Lo racional es el modo humano de entender e intervenir en la realidad pero la realidad no se agota en su dimensión racional porque la realidad es mucho más que lo que la razón alcanza a vislumbrar.

Pensar es poder. Las sociedades modernas serán sociedades científicas”, prorrumpe Francis Bacon[42]. La modernidad “descubre” el poder, la capacidad interventiva que implica una dimensión de la verdad, la dimensión racional de la misma, pero como es una época plagada de fanatismo religioso, centrado en el hombre mismo, termina endiosando el instrumento distintivo a costas de sacrificar la unidad de la persona. Jaime Balmes[43] explica que el fanatismo es una exaltación del ánimo basado en un error. La verdad no puede engendrar fanatismos. El fanatismo siempre implica un error en las opiniones o en los medios. La verdad no se impone, se propone. La verdad no se enseña se testimonia con el propio obrar. Quien reconoce la existencia de la verdad no puede no ser humilde, porque parte de la verdad reconocida implica aceptar la limitación con la que la conozco, la mezquindad con la que a ella me abro, la torpeza con que la interpreto. Todo fanatismo esta emparentado con lo religioso porque es una deformación de la tendencia a la religazón con lo trascendente que todo hombre por ser tal lleva impresa en su naturaleza. El sentimiento religioso, que es más fuerte que el sentimiento amoroso, cuando se extravía engendra el fanatismo que niebla la razón e inclina la voluntad a excesos. La religión deviene en pasión degenerada siempre que tiene por objeto algo distinto del verdadero Dios.

Como lógica consecuencia de la impronta subjetivista, la modernidad estima que las creencias no son sino proyecciones del sujeto pensante, con lo cual los mitos de la antigüedad quedan reducidos a historietas encaminadas a palear la histeria existencial que importa el descubrirse a sí mismo como un ser finito y caduco, y las propias concepciones de la modernidad no son sino mitos según su peculiar forma de entender la realidad.

Esta postura ha llegado a tal vigencia en su formulación que exponentes tan ilustrados como Mircea Eliade[44], el llamado más grande historiador de las religiones del Siglo XX, incluye la Revelación entre las manifestaciones religiosas sin mayor distingo que los aspectos temporales y culturales tenidos en cuenta para situar cualquier manifestación religiosa; sin poder reparar atinadamente, como consecuencia del paradigma naturalista, en el carácter absolutamente distinto que la Revelación significa respecto a los fenómenos con que se ha manifestado la tendencia natural al hombre a la religión en la historia de la humanidad.

La mirada natural-mecanisista[45] al reducir el nivel entitativo de la realidad a la dimensión a la que el hombre tiene acceso a través de la exactitud de lo cuantificable, es decir a lo que se manifiesta en determinaciones cuantitativamente verificables, desemboca necesariamente en un mundo en el que la libertad es una pretensión absurda, porque mediante relaciones mensurables el horizonte de la existencia queda mancado de la trascendencia en la que se funda toda posibilidad de conocimiento verdadero. De aquí a que el sentido de la vida venga determinado por el éxito y que el éxito esté cifrado en la usura, no hay más que dejar rodar la bola de nieve de la realidad así concebida. Esa pendiente estamos transitando.

Educar para la libertad implica un grado de honestidad intelectual que sólo es posible si hay cosas que son verdaderas, cosas por las cuales tiene sentido jugarse la vida. Del mismo modo que alimentar a un hijo con comida de mala calidad, además de ser una imprudencia, mina sus defensas y atenta contra su desarrollo equilibrado y armónico, el alimentar el alma de los jóvenes con cosas que no son o no tienden a ser bellas, buenas y verdaderas, no sólo elimina la posibilidad de la alegría en el aprendizaje y es causa de aburrimiento permanente, sino que manca de sentido la existencia personal: la de quien debiendo enseñar no puede ni entretener, y la de quien debiendo aprender se pierde en la nebulosa del tedio al que lo someten.

El relativismo[46] y el pragmatismo[47] terminan reduciendo la realidad a la voluntad de poder y las relaciones no pueden ser otra cosa que un permanente conflicto de intereses, porque ambos planteos parten de un reduccionismo que violenta el ser de las cosas y de las personas. Bajo la inercia del pragmatismo y del relativismo los hombres devienen necesariamente en suicidas y homicidas. La supervivencia del más apto queda determinada por las habilidades que la vida reducida a negocio demande, en cuyo contexto, los que sobreviven no son precisamente los más humanos.

Sin un gran amor ¿a título de qué hemos de asumir algún dolor?

La verdadera alegría y el dolor no se excluyen. Muy por el contrario, las alegrías se aquilatan camino a la felicidad con una cuota de dolores. Preguntad a una madre si dar a luz no implica alegría y dolor. Y la vida es un parto para el cual no hay cesárea que torne incruenta su realidad. Es de común saber, que quien escapa a cualquier precio de los dolores, como quien los busca ex profeso, padece de algún trastorno morboso. Crecer es un es-fuerzo que no se da sin cierto padecer. Es la in-tensión, es decir el orden al fin que corresponde, lo que legitima la pasión.

La vida del hombre trascurre en tensión. La tensión entre lo que es y lo que está llamado a ser. De allí que las ciencias descriptivas, al quedarse en la consideración fenoménica, es decir en lo que de el hombre se puede ver y medir,  no puedan dar respuesta desde, ni sobre lo fundamental de su ser. En el equilibro de la tensión entre lo que el hombre es y lo que está llamado a ser, se resuelve la realización de su existencia. Y lo que el hombre está llamado a ser requiere de la quietud del ocio contemplativo. Para entender hay que cesar de negociar. Sin contemplación la acción es sólo confusión.

El ser humano es de naturaleza compuesta según la cual el equilibrio de sus partes es imposible porque entre ellas hay una relación de orden basado en la prelatura de lo superior sobre lo inferior. De hecho, o prima el espíritu o gravita la dimensión material. El equilibrio de la persona es fruto del imperio del espíritu.

La humanidad en su dimensión comunitaria, es como un encordado sinfónico en el cual cada persona constituye un instrumento único e irrepetible ordenado hacia la misteriosa armonía comunitaria que en cada ejecución tendemos a realizar. Lo arduo de la misión no deviene de su complejidad sino de la precariedad instrumental respecto a la magnificencia del cometido y del egoísmo de querer que se ejecute la partitura propia. Sólo Dios puede sostener el báculo de esta orquestación. No estamos fundamentalmente llamados a solucionar problemas sino a hacernos dóciles a Su voluntad. Aunque sea, sólo por eso, nos conviene hacer lugar a que Dios sea el Dios de nuestra existencia. No existe un proyecto personal de vida sino en la medida que el proyecto de mi vida sea el proyecto en virtud del cual fue concebida.

Si ha de tener algún sentido hablar de educación en y para la libertad, nuestra convicción fundamental no puede quedar excluida de nuestro testimonio docente. Si no es posible enseñar lo que implica nuestra vocación esencial ¿a título de qué hemos de enseñar lo instrumental? No tiene sentido afilar una navaja para ponerla en manos de un mono desequilibrado. Ninguna libertad es sustentable cuando la libertad fundamental debe ser silenciada, porque lo única actitud verdaderamente intolerante es aquella que en nombre de la tolerancia exige silenciar la verdad. Quien sostiene que existe la verdad puede equivocarse en un muchos sentidos, pero quién niega la existencia de la verdad ya está equivocado de entrada en todos los sentidos posibles.

Declarar al estado como no confesional es tan improcedente como ignorar que la religiosidad es una tendencia natural a la persona humana. No causará sorpresa escuchar que al discurso del estado aconfesional le suceda la argumentación sobre la conveniencia del estado apolítico, esa entelequia administrativa de recetas globales en la que vertiginosamente deviene cada día.  De hecho, no es poco usual el que algunos con aires de estar en la cresta de la actualidad se declaren agnósticos y apolíticos, una de las formas políticamente correcta de declararse onanista existencial y anoréxico espiritual. No se puede escapar a la dimensión religiosa de la vida, porque antes de que el hombre se pregunte por su origen y reconozca que no es causa de su propia existencia, la religiosidad ya está presente en la conciencia humana. La pregunta misma surge de esa tendencia imposible de erradicar de la naturaleza humana.

El estado es una forma de organización temporal que los hombres inventan para ordenar su convivencia comunitaria. Y en tanto el estado tenga por razón de ser el cumplimiento de las leyes que el bien común legitima, no pueden oponerse sus gobernantes a lo que son las tendencias naturales altruistas de las personas sin perder en el mismo acto la legitimidad en la que se sustenta su existencia estatal. La negación del bien común en ejercicio de la función pública convierte la gestión en ilícita usurpación de poder, una especie de golpe de estado. El estado debe proteger el ejercicio de la fe de los ciudadanos, sea ese ciudadano el portero de la cancha de fútbol o el presidente de la nación, en tanto y en cuanto la vida de la fe no atente contra la convivencia armónica de la ciudadanía. Pero de allí que organización religiosa y funcionariado del estado intercambien sus agendas . . . puede ser algo tan riesgoso como que el presidente de la nación dedicará su tiempo laboral a atender la portería en la cancha de fútbol ya que el ejemplo contrario no cuenta por ser de bajo riesgo, según parece por lo que últimamente se acostumbra.


IX Educación del ciudadano

Hay cosas cuya consecución es siempre un logro indirecto, una meta a la que se arriba como consecuencia del obrar en otros ámbitos de la vida. Como la salud y la enfermedad, y como el orden en la convivencia. Cuando se acepta que el fin justifica los medios y cuando se confunden los medios con el fin, el fracaso está garantizado de antemano, aunque la gestión sea muy efectiva. No hay paz social posible cuando el orden en la convivencia social se entiende como fruto de consensos resultantes de la resolución de conflictos que no tienen al bien común como fin. Una cosa es que el conflicto sea frecuente en las relaciones entre los humanos, y otra muy distinta es la reducción de las relaciones a conflictos. El hombre, acarrea en su propio ser tendencias encontradas en la medida que son tendencias desordenadas hasta tanto la libertad racionalmente las ordena según la naturaleza de la persona. El conflicto surge precisamente de la falta de orden personal respecto al bien común. Ahora bien, reducir las relaciones interpersonales a relaciones de conflictos de intereses es someter a la comunidad al imperio del egoísmo individual, con lo cual en virtud de esa inversión del orden no se puede pretender que haya paz social. Si la esfera de resolución de los conflictos que signa nuestras conductas individuales no es la interioridad y la ley legítima, la sociedad queda caracterizada por el imperio de la ley de la selva.

Los fines éticamente sostenibles suponen un curso de acción signado por la misma perspectiva ética desde la cual se juzga legitimo el fin que se busca. No hay fin que pueda lograrse lícitamente mediante el uso de medios contrarios a la ética desde la que se valora el fin. Quien no es capaz de conducirse éticamente durante el curso de acciones que a un fin tienden, menos lo será cuando sienta que el aura de la victoria al alcanzar el fin lo corona. Quien afirma saber lo que hay que hacer al tiempo que se abre paso a codazos para ocupar la cabecera es un peligroso borracho de poder, y somos unos cobardes los que permitimos que tales pichones carroñeros sigan compitiendo por el poder. Por el poder no se compite, hay que ser competente, que es muy distinto a ser un winner. Lo natural sería que la comunidad decida lo que ha de llevarse a cabo, y pida, designe y apodere a alguno para que asuma la tremenda responsabilidad que implica la conducción y el gobierno comunal. El que se hace campaña a sí mismo es desconfiable desde la papeleta, así como al que la campaña se la hacen terceros es sospecho de trencero y proclive a la cometa. Cuando una comunidad está integrada por hombres honestos y ordenados, casi cualquiera puede regirla. No es lo usual, y por eso necesitamos que los destinos de la nación sean regidos por quien tenga la capacidad de sostener el orden que la formación de hombres ordenados requiere. En esto debería cifrase la educación del ciudadano: formar hombres honestos y comprometidos con el bien común.

Queremos formar ciudadanos comprometidos pero hace tiempo que hemos dejado de hablar de política en serio y nos vamos contentando con padecer y cultivar la opinionitis promovida por el amarillismo, según el cual, política no es sino una mala palabra sinónimo de corrupción. Queriendo formar ciudadanos contribuimos inintencionadamente a la formación de idiotas[48]. Hace apenas unos días, un grupo de alumnos decía que “entender la política como el arte de ordenar y conducir la vida comunitaria es algo maravillo y a lo que no podemos escapar”. Y agregaban, “sin embargo lo que nos suena cuando escuchamos la palabra política es a negocios turbios”. Pues, he aquí otra palabra prostituida, como lo está la palabra ciudadano. No es de extrañar. Toda la vida está afectada por el fenómeno de la inversión: hoy la prostitución es una profesión sindicalizada y la política también es una profesión sindicalizada, lo cual no quiere decir que sea la sindicalización la causa de que política y prostitución vengan a ser sinónimos. La causa de la inversión está en la reducción de la ley a la convivencia, al juego de la oferta y la demanda, donde siempre demanda más el que más manda. El amor fenece en el momento en que entra en la bolsa de cotizaciones. Y esto es lo que ha ocurrido con la política, ese arte de lo posible que debe estar regido por la justicia entendiendo que la justicia es en última instancia amor. Claro, el  amor no es un sentimiento, no es la afectación sensiblera, sino el acto que está inspirado en lo mejor de los seres humanos: el desear lo mejor para el prójimo, antes que para mí.

El termino ciudadano es otro extraordinario término afectado por la inversión de la realidad. Empezando por aquella contradictoria expresión de quienes pretendiendo subrayar la dilatación de sus concepciones o la globalidad de su horizonte experiencial se declaran ciudadanos del mundo, cuando tal calificativo no tiene más sentido que declararse hijo de padres desconocidos y sin clara filiación familiar. Ser ciudadano del mundo significa no asumir compromiso con ninguna realidad histórica ni comunitaria porque lo que signa la existencia turística del ciudadano del mundo es el deseo de mamar siempre de la teta más dadivosa y recalar en la alcoba más cómoda. Para quien deambula por la vida, el origen y el destino son problemas de otros.  En criollo, el trato afectivo ha llevado a reemplazar sin eufemismos el término más desagradable y popular con el que se les designa, por el apelativo de guacho al mentar al semejante de paternidad incierta, maternidad accidental e indeseada y destino errático o sin querencia.

Hoy en educación, al parecer lo que realmente importa y se está promoviendo sin retaceos[49] es la educación del buen contribuyente en base a valores que los han alumnos deben “reconocer y apropiarse” en tanto son “los valores socialmente consensuados”, que además, expresamente se declaran como “cualidades irreales”[50]. ¿Cuál es la diferencia con los postulados del nazismo? ¿Es que ya no sabemos un bledo de historia?

No puede haber una propuesta más absurda y despótica que pretender que nuestros alumnos deban reconocer y apropiarse de cualidades irreales nada menos que en virtud de que son valores socialmente concensuados. ¿Cómo una cualidad puede ser irreal y a la vez alguien tener el deber de apropiarse de ella? ¿En virtud de la autoridad de quién? No negamos que sea factible entregarse a la imaginación ajena, pero que ello sea una pretensión legitima y una meta educativa . . .  ¿A qué queda reducida la libertad personal? ¿Cuál es la garantía de que el consenso social no es el resultado de la manipulación mediática?[51] ¿Por qué tengo que creer en algo por la simple razón de que tiene vigencia social? ¿Cuál es el baremo que prueba el consenso? ¿La mayoría? ¿Qué mayoría? ¿La mayoría relativa o la mayoría absoluta? ¿Y si la mayoría estuviese pasionalmente cegada como ya nos ha ocurrido?

Este tipo de propuestas es un atentado contra la sanidad mental porque es lisa y llanamente la promoción de una forma de alienación. Ante normas de este tipo la persona no sólo está en libertad de proceder según su conciencia moral, sino que la desobediencia civil es una obligación moral. El problema es que hoy en día, la conciencia ciudadana se siente habilitada a la desobediencia civil como modo de reclamo reivindicatorio, pero lo hace a través de la violación de obligaciones que son la contratara del derecho de sus conciudadanos. En general, quien cree ser objeto de conculcación de sus derechos no procede directamente en contra del estado por la ineficaces vías previstas, sino que convierte su causa primero en un arma disruptiva aplicada en contra de sus conciudadanos en la vía pública. Este es el caso de la mayoría de los paros, ese instrumento de presión mediante el cual siempre se asegura la pervivencia de los que detentan el poder representativo de los trabajadores, quienes se suceden generaciones tras generaciones como si se tratase de una función monárquica, sin que cambie sustancialmente la situación de lo supuestos representados, dado que si alguna vez resolvieran bien las cosas que debieran resolver tendrían que apearse[52] de la estatua de bronce en la que han apencado como si se tratase de una carrera profesional más, pero por supuesto, una carrera de la cual no hay que rendir cuentas.

La base de la educación ciudadana es el ejemplo de los gobernantes y hombres públicos en general. Lamentablemente hoy carecemos de tal posibilidad, porque la política se ha convertido en un negocio corporativo[53] y ha dejado de ser el honorable servicio a la comunidad que se asumía a costa del sacrificio personal, incluido el sacrificio patrimonial, privación en virtud de la cual la comunidad quedaba obligada a sostener al hombre público incluso más allá del término de su función, del color de sus banderas e incluso de la magnitud de su gobierno.  Que no siempre se haya puesto en acto tal obligación y no sean pocos los que murieron inmersos en la pobreza con la que abandonaros su estrados, no invalida el principio, sino que honra a quienes lo supieron encarnar. Esa lamentable falta de justo reconocimiento no justifica la voracidad con la que anteponen sus intereses muchos de lo que hoy conocemos, sin dejar, por supuesto, de gozar de su jubilación de privilegio.

La justicia encuentra pleno cumplimiento en la comunidad o el estado, cuando las tres principales formas de relación del hombre son rectas y ordenadas. En primer lugar, las relaciones de los individuos entre sí, en segundo lugar, las relaciones de la comunidad con los individuos y en tercer lugar las relaciones de los individuos con la comunidad. A estas tres formas de relación responden las tres principales formas de justicia. La justicia conmutativa regula la relación entre individuos, la justicia distributiva regula la relación de la comunidad con sus miembros, y la justicia legal regula la relación de los miembros con la comunidad.

Ahora bien, una vez que la justicia distributiva, a raíz de la corrupción de los funcionarios deja de ser una realidad presente en la vida cotidiana[54], y la justicia conmutativa no tiene otra consistencia que la relativa a la capacidad de soborno, no se puede legítimamente pretender que impere la justicia en la relación del individuo con la comunidad. Esta justicia legal  es la base de la obligación impositiva, y es absolutamente irreal pretender que los ciudadanos contribuyan rectamente, mientras siga subsistiendo un sistema basado en la socialización de las inversiones y de las deudas aparejado a la privatización de la capitalización[55], con una administración dedicada a la progresiva y veloz enajenación de los recursos básicos[56] que el Estado por naturaleza está obligado a proteger y a ordenar su recta explotación en beneficio de toda la comunidad nacional.

Una crítica escuchada por doquier es que la impronta de unificación cultural del país hoy ya no es necesaria porque no tenemos el nivel de inmigración que teníamos cuando se la promulgara. Parece un argumento sólido, pero a la luz de los hechos es insostenible, porque el nivel de inculturación que padecemos como fruto del bombardeo de concepciones ajenas a las bases de nuestra cultura, está reclamando como contrapartida un refuerzo de aquellas concepciones que hacen a nuestras costumbres propias. ¿No es contradictorio promover las diversas identidades que a toda bandera se inculcan al alumnado a la vez que se les hace renunciar mediante la predica vergonzante del pasado a la única identidad a la que pueden como herederos apelar?

Pretendemos la legitimación de cualquier argumento apelando a la categoría de lo social, sin reparar que lo social implica una concepción de la persona que es anterior, y sin tener en cuenta que no hay forma cierta de establecer a qué nos referimos cuando hablamos de lo social si renegamos de nuestra naturaleza y de historia. No hace falta más que constatar la diversidad de apreciaciones que en torno a cuestiones sociales se manifiestan, para ver cuán lejos estamos de poder afirmar que hay algo que realmente pueda tener peso en base la dimensión social de la existencia. No es que pretendamos negar o ignorar que existen ciertas cosas que tienen vigencia porque imperan en lo que se ha llamado imaginario social. Lo que deseamos señalar es que el hecho de que algo tenga vigencia social no puede ser tomado como indicador de legitimidad sin preguntarnos antes cómo adquirió tal vigencia social.

A coro de lo que se ha señalado, constatamos que suele darse en distintos ámbitos el uso o el silenciamiento de ciertos términos en virtud de las connotaciones que acarrea consigo, tal vez por inercia cultural, en la mayoría de los casos sin precisar lo que se quiere mentar, pero casi sin excepciones, por imperativo social. Uno de los términos estrella en la constelación educativa actual es precisamente el termino social y toda la cohorte con la cual se lo asocia. Hablamos de socializar nuestros proyectos, de la sociedad como fuente, causa y responsable de males y bienes, de la función socializadora de la educación, etc., sin reparar que en muchos casos estamos recurriendo a una expresión mediante la cual se señala como agente a un sujeto incapaz de tales atribuciones. Es decir caemos en el vicio del oficio que nos lleva a echar mano a ciertos términos por el supuesto donaire científico que connota su utilización o simplemente en virtud de que la apelación a tales palabras debilita en quienes nos escuchan la resistencia al discurso subsecuente que otros términos fortalecería. Frecuentemente encontramos luego que las cosas no resultan como las habíamos pensado. Lo que ocurre, es que habiendo apelado al encanto que a ciertas palabras orla sin precisar con claridad a qué nos estamos refiriendo, solemos a la hora de los hechos encontrarnos con que, al parecer, no fueron entendidas las consignas, o que los modos en que se llevaron a la acción las consignas vertidas resultaron en cursos de acción contrarios a los esperados. No pocas veces nos damos cuenta de que hemos producido otro cambio para obtener más de lo mismo.

Por avanzar un poco en el ejemplo citado, en el caso del uso de la palabra sociedad, muchas veces no caemos en la cuenta de que la realidad que pretendemos mentar es una instancia distinta que la social. La sociabilidad es una de las características que hace humano al hombre, pero no hay una entidad natural que se llame sociedad. En este sentido, no es lo mismo hablar de sociedad que de comunidad. El concepto “comunidad” hace referencia a una estructura de orden anterior, natural, en la cual la dinámica de la convivencia, aunque requiere de acuerdos, está fundada en la aceptación previa y no a posteriori como en el caso social.

La comunidad no es primariamente el resultado de un acuerdo o contrato como el implicado en la concepción más usual del término sociedad. Una comunidad es fruto de la aceptación de realidades heredadas y sobrevive en virtud del reconocimiento de los principios naturales sobre la que está fundada. Mi Patria es fundamentalmente la tierra de mis padres. Lo social, la sociedad, se entiende más bien como fruto de acuerdos y es muy importante el rescatar esta dimensión de la realidad humana. Sin embargo, no es posible lograr modificaciones substanciales a nivel social, si la causa de los problemas que deseamos solucionar radica en cuestiones atinentes a la dimensión “natural” de la convivencia humana. Cuánto menos cuando abiertamente se propicia la destrucción de la bases de la familia y de la patria. Por ejemplo, la sociedad jamás podrá reemplazar a la familia, así como la escuela jamás podrá educar en el mismo sentido que educa la familia. La escuela instruye, y en cierto sentido también educa y forma, pero educar en el sentido más propio, en el sentido de formar el alma de las personas, sólo es tarea que puede realizarse en el ceno familiar, en tanto la familia esté bien centrada en lo que es su indelegable competencia. El lugar natural de la formación personal es la comunidad familiar. Es cierto que hay otras instancias que forman, pero lo hacen a partir de o a contrapelo de la cosmovisión familliar. Quítale esta facultad a la familia y tendremos una manda de clones expuestos a los vientos que más fuerte soplen.

La dimensión comunitaria de la existencia está fundada en una actitud de vida y en principios distintos a los implicados en un acuerdo social, porque el ejercicio de la libertad personal que demanda la convivencia comunitaria no es fruto de un pacto, sino de la libre aceptación de un origen y un destino común en virtud del cual adquiere sentido la categoría de prójimo como aquel que me ha sido dado como compañero de cordada por un Padre común, verdadero y único fundamento de la dignidad personal.

Porque ¿cuál es la razón para considerar al otro un semejante en dignidad si no podemos reconocer una procedencia y un destino común? Seamos realistas, si no hay algo superior a mi no puedo aceptar que mi semejante pueda ser mejor que yo. Sin Dios, yo soy el mejor o he sido discriminado, luego, ¿por qué voy a dar mi poder a otro? ¿por qué voy a tolerar al otro como si fuese un igual cuando la realidad pedestre me muestra que de igual nada tenemos ni queremos tener? ¿Quién se aviene de buena voluntad a ser tratado por un apelativo genérico, o mediante el nombre de otro?

En verdad, sin prójimo no hay socio éticamente respetable, porque si mi socio no es antes que socio un ser semejante en dignidad no hay obstáculo alguno para que lo use según mis intereses y conveniencias mientras me sirva y luego lo descarte por otro. Soy socio de aquel con quien comparto un interés particular en orden al cual asumo un compromiso acotado, en cambio el prójimo me compromete totalmente. El destino es común con mi prójimo en virtud de un origen común. El manto estelar y la tierra común es lo que nos hace próximos. De una sociedad se participa, en la comunidad el prójimo me compromete desde el sentido mismo de la vida que como nuestra vida se manifiesta.

Otro tema que campea como Don Pepe por sus facendas es la discriminación invertida. Ante lo cual, parece conveniente dedicar un poco de nuestras ocupaciones en orden a preservar al alumnado de la discriminación invertida. No sería la primera vez en la historia de la humanidad que se utilice el juego de la víctima como estrategia de agresores. El victimismo como el histrionismo histericoide, siempre fueron formas de agresión de los cobardes, el medio al que los pusilánimes recurren para imponer sus inmoralidades. El manejo de la culpa ajena para beneficio propio es algo tan clásico como la tragedia, pero más inhumano que la revancha pasional. El lobo cubierto con la piel de cordero, el cuento del tío o la venta de buzones en cuanto dejan de ser chistes ya no tiene nada de gracioso ni son bromas las consecuencias.

Podemos ver, por ejemplo, que desde hace años se propaga una versión distorsionada del llamado holocausto en aras a los intereses de un grupo que pretende ser único acreedor del carácter de víctima de aquella tropelía nazi, silenciando el origen y las confesiones de las demás víctimas que sin embargo se cuentan entre el total que se difunde en las arengas reivindicativas. Hasta el hartazgo se ha dado publicidad a un total que las estadísticas desmientan, y siempre se lo reivindica a título de deuda acreditable a un solo grupo, sin considerar que el hipotético total está lamentablemente integrado por personas de otras precedencia. En la estrategia, además se usurpa un nombre que con propiedad sólo se puede aplicar a Dios. Una sola muerte injusta es causa suficiente para la pena y el repudio, pero, ni todas las muertes juntas alcanzan para legitimar la manipulación de la verdad. El verdadero y único holocausto tuvo lugar en las colinas del Gólgota y se renueva en el alma de cada escandalizado. Escandalizar es atentar contra la esperanza que se alumbra y sostiene a luz de la verdad. Escandalizar es pretender que la vida no es un regalo imperecedero dado a todos por igual, pretendiendo que la mejor parte siempre tiene que ser primero para mí, y de ser posible sólo para mi.

Es experiencia común que el silenciamiento de la verdad es fruto de inmoralidades personales. Pero sólo un depravado puede exigir que se tolere hablar de cualquier cosa pretendiendo al mismo tiempo que las convicciones morales y religiosas sean cuestiones privadas. No hay cultura sin culto. La cota cultural es proporcional a la rectitud cultual. Si Dios no nos ha hablado no hay nombre apropiado para cosa alguna. Pero si Dios nos ha dignificado llamándonos a la vida ¿por qué obstinarse en seguir deambulando sin querer llamar a la cosas por su nombre?

Contradictoriamente, en esta época de grandes argumentos reivindicativos en nombre de la mayoría, prácticamente cualquiera se permite cuestionar las creencias de la mayoría al tiempo que la misma mayoría soporta tiránicas imposiciones de ciertas minorías. Hasta en esto es evidente que la adición numérica realmente es improcedente. Eso sin mencionar que actualmente no existe ningún gobierno elegido por más del cincuenta por ciento del electorado, lo cual numéricamente sólo constituiría una mayoría sumamente cuestionable. Ahora bien, si consideramos que los gobiernos actuales fueron elegidos por una mayoría relativa, es decir por el grupo que logro sumar más votos en relación a los demás competidores, lo único que es evidente es que la verdadera mayoría no está de acuerdo con ninguna de las propuestas. La democracia actual, numéricamente considerada es igual al sometimiento de la mayoría a la voluntad de la minoría que encuentra la forma de negociar sus intereses detrás de una propuesta que lo único que tiene de común es hacerse con el poder a costa de lo que sea necesario sin importar en realidad programa alguno en beneficio de la mayoría. Es lo que estamos viendo, no hay programas de gobiernos, las campañas consisten en acusaciones cruzadas y la apelación a tres o cuatros puntos sensibleros en base a los cuales se doblega la voluntad “independiente”. En la política actual no hay pensamiento critico porque no hay verdad en juego, sino sólo una cuota de poder. ¿Cuál es el proyecto de país que se presenta?

Cualquiera por cortas luces que tenga prefiere un cirujano a un carnicero a la hora de ser sometido a una intervención quirúrgica. Sin embargo, ¡en nombre de la diversidad y bajo pena de discriminación! somos forzados a aceptar que personas de conductas evidente y abiertamente contranatura[57] tengan la posibilidad de hacer carrera y proselitismo en el ámbito de la educación. ¿No es una suerte de discriminación inversa? ¿Por qué hay que aceptar como idóneo al inepto por elección? ¿Cómo tolerar una “justicia” que atenta contra los inocentes?

Casi podría pensarse que pretendiendo no ser convertidos en herejes mediante el bautismo a la fuerza hemos venido a caer en la moda de promover la inversión mediante la manipulación consentida. La buena prensa que tiene la mentira con vaselina hace dudar que realmente hayamos aprendido algo de la época de la verdad con bayonetas. Los extremos vienen a caer siempre al mismo sumidero. Y sobre este particular, el silencio de los “medios” también huele a promiscuidad[58]. Hemos olvidado que la libertad no se sostiene con bayones y que la libertad sin límites se detesta.

El mito de la integración de la diversidad sin unidad es otro de los que se ha instalado en el vademécum escolar. La creatividad o inventiva es la capacidad mediante la cual se descubren relaciones entre cosas hasta el momento no vinculadas en el conocimiento humano o hasta el momento percibidas como diversas. Su fruto procede del descubrimiento de algún tipo de unidad en la diversidad. La creatividad humana es hija del asombro, de la insatisfacción y de la oportunidad. El ingenio del genio se incuba en las gritas del sistema en el que los demás congenian.

La diversidad adquiere pleno sentido en la unidad de la cual forma parte. La diversidad por sí misma es estéril y el cultivo de lo diverso por lo diverso mismo un desvarío que engendra la ira inútil. Es la búsqueda de unidad lo que torna fecunda la diversidad.

Todo conocimiento supone una unidad dentro de la cual adquiere sentido y significación lo conocido. Sin unidad no hay conocimiento posible, lo totalmente diverso es una postulación mental de la imaginación a la que no corresponde idea positiva alguna, sino que es algo mentalmente postulable como negación de lo que es. La diversidad sin unidad es un inexplicable sinsentido, porque la misma idea de diversidad se funda en la idea de unidad que surge de lo que de común tienen las cosas que consideramos diversas. De allí que a veces sea más apropiado hablar de lo distinto y no de lo diverso, y siempre sea conveniente tener presente que sin unidad no hay diversidad entendible.

Así como la abundancia genera indisciplina, la comodidad no estimula la creatividad. Las interpelaciones vitales son ajenas al hombre instalado en el mundo. La creatividad parece más propia del peregrino, del quien tiene ilusión por legar algo importante.

Desde la habilidad de alimentar a una familia con los recursos disponibles hasta las obras geniales, pasando por toda la extraordinaria gama de invenciones que en la historia de la humanidad se han dado a luz, los actos de creatividad humana tienen en común algún tipo de insatisfacción que en última instancia parece no ser otra cosa que una manifestación de la búsqueda del sentido de la vida.

La creatividad se estimula mediante preguntas fundamentales y siempre requiere algún tipo de disciplina. Incluso la serendipia[59] supone una trabajosa búsqueda previa. Una pregunta bien hecha lleva en su formulación la mitad de la respuesta. El que nada sabe nada puede preguntar, así como el que cree que ya sabe, no pregunta.

Platón[60], en su dialogo Menón, dice:

¿Y cómo buscarás, ¡oh Sócrates!, lo que tú ignoras totalmente; y de las cosas que ignoras, cuál te propondrás investigar; y si por ventura llegaras a encontrarla, cómo advertirás que esa es la que buscas?

Entiendo qué quieres decir, Menón……. Quieres decir que nadie puede indagar lo que sabe ni lo que no sabe; porque nadie investigaría lo que sabe, pues lo sabe; ni lo que no sabe, pues ni tan siquiera sabría lo que debe investigar.

La pregunta atinada supone conciencia de la propia ignorancia, humildad,  conocimiento suficiente y constancia en la búsqueda. Sólo un gran motivo engendra un gran descubrimiento. Nadie llega a la cima del Aconcágua por casualidad. La casualidad es el nombre que damos a la causalidad ignorada.

Como se plantea en la cita subsiguiente también se requiere de los factores contextuales que hacen “posible el descubrimiento”. “Las ideas y productos que merecen el calificativo de creativos surgen de la sinergia de muchas fuentes, y no solo de la mente de una persona aislada… la creatividad es el resultado de la interacción de un sistema compuesto por tres elementos: una cultura que contiene reglas simbólicas, una persona que aporta novedad al campo simbólico y un ámbito de expertos que reconocen y validan la innovación… los descubrimientos de Edison o Einstein serían inconcebibles sin los conocimientos previos, sin la red intelectual y social que estimuló su pensamiento y sin los mecanismos sociales que reconocieron y difundieron sus innovaciones[61].

Ahora bien, los factores contextuales o mecanismos sociales se deben también a personas concretas sin las cuales son imposibles e impensables. Así como los hallazgos de Einstein son impensables sin Einstein, el contexto que los facilitó, y en cuyo ceno podríamos hipotéticamente postular, “de todos modos” hubiese surgido un Einstein, se debe a personas concretas que hicieron lo que a posteriori entendemos como lo que fue necesario para que tal emergente tuviera su oportunidad. Lo cual dista mucho de poder aceptar como cierto el sostener que el surgimiento de un genio es función directa del contexto. Esto es falso, sin que por ello debamos dejar de reconocer que la creatividad humana en algún sentido es un fenómeno comunitario. Sólo Dios crea de la nada, y en última instancia Dios es la causa principal de todo fruto legitimo de la creatividad humana.

Finalmente permítasenos señalar algunos mitos que forman parte de una receta que viene siendo aplicada bajo distintos pretextos. Nos referimos a la indiscriminada despenalización y legalización de cuestiones que sin ser ni siquiera queridas por la mayoría, nos son impuestas mediante maniobras fraudulentas y con intereses muy diferentes y distantes de aquellos que realmente tienen las personas en cuya defensa se montan las estrategias del proselitismo manipulador mediante el cual se instalan en la mentalidad social. Entre ellas debemos mencionar el facilismo divorcista, el aborto indiscriminado y la homosexualidad promovida como acto de libertad personal. Si queremos saber algo más de lo que estamos hablando, tal vez, convenga considerar lo que el “Rey del aborto” manifiesta en su libro La mano de Dios[62].

Para una convivencia ordenada, resulta imprescindible la previsión legal de los casos que se salen del marco de la legítima convivencia; por ejemplo, del divorcio e incluso del aborto, así como hay que reconocer la existencia de la homosexualidad. Pero por la misma razón de orden comunitario, no ponemos aceptar que estos temas se promuevan como opciones de la libertad personal cuando no son sino lamentables consecuencias que padecemos precisamente por el uso equivocado de la libertad personal. La diferencia no es mínima, ya que para los inocentes en juego significa lisa y llanamente la muerte, y para los sobrevivientes una perdida colosal del tenor moral que hace humanos a los hombres y humana a la humanidad. Sostener lo contrario implicaría afirmar que el bien y el mal tienen la misma entidad y eso es totalmente falso. Una cosa es equivocarse y otra muy distinta es ser un hipócrita y pretender que una conducta errada y nociva sea reconocida como un acto lícito procedente de un adecuado ejercicio de la libertad personal. El derecho a equivocarse es una forma adolescente de hablar, ya que nadie es inocente cuando se equivoca en aquello que debería saber. Una cosa es equivocarse al proceder honestamente, y otra muy distinta proceder deshonestamente. Quien antepone sus intereses al bien que debe realizar procede sin honestidad. La ley se legitima en la promoción del bien y en la prevención del mal. La legalización de lo ilícito aunque carece de fuerza ante la conciencia bien formada siempre acarrea consecuencias funestas para todos. El permisivismo es un engendro de la rebeldía, y lo mismo que el moralismo, son pendiente que desembocan en la anarquía, el absurdo y el nihilismo.

Entre las siniestras consecuencias que se esconden al momento de realizar estas campañas pro, una es que, ninguna de las incidencias, por llamarle de un modo eufémico a las causas argüidas en pro de la legalización de estos temas, revierte su tendencia luego de la legalización, sino que se acentúan las que se suponían consecuencias negativas por falta de consideración legal de la cuestión. Por ejemplo, luego de la legalización del divorcio, los divorcios y los concubinatos aumentan, y aumenta toda la lamentable secuela de consecuencias que el trato facilista de la realidad matrimonial acarrea[63]. Después de la legalización del aborto, las muertes por abortos ilegales aumentan, como aumenta la cantidad de embarazos indeseados y la cantidad de mujeres depresivas a temprana edad.

La solución no pasa por realizar planteos en blanco y negro mientras la moral queda confinada a los grises del egoísmo individual, sino por un sistema de educación preventiva honesto, de asistencia social justo y una justicia en manos de hombres prudentes. Nunca un acto injusto se resuelve con otra injusticia; este camino sólo hace que la injusticia sea cada vez mayor. Pretender resolver mi situación de víctima victimizando a otro es como querer apagar el incendio de mi casa prendiéndole fuego a la casa del vecino: lo único que se logra es incendiar el barrio. Esto es la realidad del aborto. He allí la principal causa de la escalada de violencia en la que nos encontramos. Se realizan enormes esfuerzos en promover la despenalizacion del asesinato de inocentes que mueren a cientos de miles por hora y al mismo tiempo afectadamente nos desgarramos ante las cámaras porque no logramos aceptar que jóvenes y niños se maten entre ellos al salir de la escuela.

¿Es que no vemos que están llevando a la acción los valores que nosotros no sólo practicamos sino que les enseñamos como derechos? ¿De qué vale hablar tanto sobre la resolución no violenta de los conflictos? ¿Cómo podemos pretender que no haya violencia familiar si el ceno familiar se ha transformado en un altar en el que sacrificamos al dios del egoísmo lo más preciado que la vida nos da?

Evidentemente la educación preventiva no equivale a enseñar a usar forros. Pueden forrar hasta los mástiles de las escuelas si así lo quieren, pero por ese camino no se logra sino incentivar los sueños por los cuales los pasionales bailan. El centro de la educación preventiva empieza con la contemplación de la belleza, sigue con el servicio concreto a los demás en tareas comunitarias y se desarrolla a través de la enseñanza para la recta administración de la libertad personal mediante el cultivo de la virtud. La educación preventiva consiste en enseñar que nada de lo que elijo resulta indistinto para los demás y en aprender a aceptar responsablemente las consecuencias de mis actos. La escisión moral de la vida en actos privados y actos públicos es falsa. Lo que existen son actos humanos y actos inhumanos. Los actos que realizamos los hombres son siempre actos moralmente calificables, es decir actos buenos o actos malos, aunque también hay actos que por su nimiedad se denominan indiferentes.

En educación estamos asistiendo a la promoción de la educación sexual. La educación moral, en cuyo contexto adquiere sentido la educación de la sexualidad es responsabilidad de los padres como se ha dicho respecto a la educación en general. Y si bien hemos señalado que la escuela complementa la educación de la casa, la formación moral parece en algún sentido una responsabilidad paterna indelegable. Al menos resulta evidente que en un estado de derecho respetuoso de la libertad personal,  nadie puede arrogarse el derecho de educar a un niño en contra de los principios morales sostenidos por sus padres, por más tratados internacionales que nuestros gobernantes hayas suscripto. Porque cuando nuestros gobernantes, en virtud de la razón que sea, suscriben tratados internacionales que van contra el bien común de la Nación, lo mismo que cuando promueven leyes contrarias a nuestra conciencia personal, estamos en conciencia obligados a desobedecerles, y llegado el caso también a removerlos de sus funciones públicas. Un gobierno que atenta contra la familia es un gobierno ilegitímo.

El hecho es que, por un lado, la maestra tiene que lidiar con la carencia de hábitos básicos o directamente con la mala formación que sus alumnos traen. Por otro, no es lo mismo lo que necesita un alumno carente de formación moral que otro que trae de la casa una formación compatible con los derechos de los demás. Hipotéticamente los alumnos bien formados podrían contribuir a  la formación de los menos favorecidos. Pero la realidad nos enseña que tratándose de materia moral el riesgo contrario es habitualmente mayor cuando el contexto no avala la visión moral de los que se suponen bien formados. Sólo una visión idealista puede pretender que el sistema escolar está en condiciones de abordar apropiadamente esta cuestión. Algunas maestras en algunas escuelas están en condiciones y otras no lo están. Unas tendrán una concepción moral acorde a la familiar y otras de hecho no la tienen. Pero no es esta la cuestión. La educación es responsabilidad de los padres. La función del estado es ayudar a que las familias se consoliden formando a sus hijos según su creencias y valores, auxiliando en la capacitación que excede las posibilidades de la familia.

Una cosa es tolerar la irresponsable promoción al ejercicio de la docencia de personas sin la debida capacitación en ortografía, otro impacto produce la ignorancia de la historia argentina, otras consecuencias muy distintas son las que acarrea la simple malformación en ciencias, y otros, cualitativamente muy distintos, serán los problemas que hemos de asumir si exigimos a nuestros docentes que se hagan cargo de algo que los padres no sabemos o no queremos hacernos responsables. Esto, suponiendo la buena intención de parte de los funcionarios estatales que promueven la educación sexual en el actual contexto, que visto lo visto parece más bien un simple atentado contra la patria potestad en aras al tratado de gobernabilidad global.

Una opinión muy divulgada sostiene que la moral es cuestión de opinión personal; ante lo cual resulta contradictorio pretender que el estado pueda formar en ese terreno. Por ello, se opta por presentar el tema bajo el tecnisismo de educación sexual y no el de formación moral. La realidad es que el principio laicista sobre el que se concibe la educación pública, hace por principio imposible una adecuada formación moral y por ende, la educación sexual, en el mejor de los casos no será más que otro intento fallido, así como la formación ciudadana en este contexto lógicamente no puede superar la inculcación de la obligación tributaria.

La llamada moral laica es permisivista y por lo tanto corruptora, porque donde la prevención aconseja el freno, ella adiestra para apretar el acelerador, lo que resulta en promoción del desorden entre la manada hormonante. Este es un modo fácil de dominio y sometimiento a partir de la esclavitud de las consecuencias en orden a aumentar las ganancias, pero como fácilmente se puede entender, hace imposible el orden básico que requiere cualquier disciplina educativa. Uno de los síntomas de este modo de abordar la realidad moral es la perdida de autoridad de la que se quejan en general los adultos y que en particular padecen los docentes. No estamos más que cosechando con creces lo que como pusilánimes sembramos. ¡Siembra vientos y cosecharás tempestades!

La cuestión moral parece tan obvia que tal vez su misma obviedad atenta contra nuestra atención. Esto es una mentira, pero precisamente es lo que algunos señalan que no se puede creer. De todos modos, para entender, tal vez sirva el que imaginemos que vamos viajando por un camino de montaña con cuestas y bajadas. Uno es el efecto que producirá el acelerar en una cuesta empinada para alcanzar la cima, y otro muy distinto el efecto que se producirá al acelerar en una bajada. El ser humano tiene tendencias cuyo punto de equilibrio se logra mediante un ejercicio voluntario a favor de la moción, pero también poseemos otras importantísimas tendencias que se regulan mediante el ejercicio voluntario de un control que se asemeja al freno. Los alumnos siempre tienden a superar los límites porque la tendencia a crecer es ley de vida pero aún no poseen el auto conocimiento necesario para la recta administración de su libertad. Lo que con esfuerzo debemos enseñarles y ellos deben aprender es qué límites, de qué modo y en qué momento se deben superar, y cuáles son las consecuencias del ejercicio de la libertad. Lo que significa en cada aspecto de la vida el hacer el bien y evitar el mal es cosa central al proceso de enseñanza aprendizaje a punto tal que cuando la educación carece de esa dimensión queda convertida en un entrenamiento que se vuelve contra la humano.

¿Aceptaríamos que la maestra tenga que asumir responsabilidad penal por los actos de sus alumnos fuera del contexto escolar?  Depende.

Mas allá de que, hay casos en los que la maestra es penalmente responsable de ciertos actos de sus alumnos, y de que, por otro lado, hay maestros que se ocupan de sus alumnos aún en situaciones delictivas, la verdad es que, los primeros son casos previstos por la ley por anormales, y los segundo no se llevan a cabo en cumplimiento de la función específica, sino desde una concepción más que honorable de la vocación de servicio docente que les alienta. Pero, una cosa en la penalización por incumplimiento de la responsabilidad profesional, otra, que algunos docentes libremente asuman responsabilidades propias de los padres de sus alumnos, y otra muy distinta imaginar un escenario en que todos los docentes deban asumir responsabilidades inherentes a la patria potestad. Por supuesto que esto no es lo que se busca.

Tal vez, el tercer escenario represente la cuestión que deberíamos considerar al plantear la implementación escolar de la educación sexual. Si aceptamos que la educación sexual es un aspecto de la formación moral que, como es evidente, acarrea consecuencia vitales para nuestros hijos, y vista la practica, sin duda alguna para los que hubiesen podido llegar a ser nuestros nietos, es imposible aceptar que el estado se arrogue el derecho a su implementación, a menos que los padres estemos dispuestos a ceder, de algún modo o en algunos aspectos, la patria potestad al estado, como se proponía y practicó en estados basados en concepciones ideológicas cuyos resultados son por todos conocidos. Este si es el fin buscado.

Desde la respectiva materialista de la vida es coherente pretender que la educación sexual se imparta en la escuela. El resultado es el suicidio social, porque si lo primero que se fortalece no es la unidad familiar, sino que se promueven valores que atenta contra su integridad, no hemos de extrañarnos que luego vivamos en un contexto social marcado por el individualismo y la falta de solidaridad en el cual los niños, además de malparidos, resultan unos malcriados como sucede en las sociedad donde no sólo pululan los adultos invertidos, sin que se ha invertido la misma de pirámide social.

Lo que realmente inquieta es que no seamos capaces de reparar en el hecho de que la práctica concreta en este terreno, en general, se manifiesta tendenciosa o parcialmente planteada. Ya que, teniéndose que renunciar en la escuela laica a las creencias y  principios religiosos en lo que se funda la moral, resulta un contrasentido “informar” al alumnado, en nombre de algo tan ambiguo desde la perspectiva de la moral naturalista como lo que se ha dado en llamar salud reproductiva, que pretende versas sobre aspectos vitales cuyo sentido dimana de los principios morales que forman parte de la cosmovisión y vida propia de la familia. La información libre de connotaciones morales es un sueño enciclopedista. No existe.

La sexualidad es una capacidad instrumental ordenada a la realización plena de la persona humana, y por ende no puede separase la educación sexual de lo que se entiende por realización plena de la persona. Pero, entonces, el estado sí está promoviendo un tipo de formación moral. Sí, la verdad es que el estado no puede no promover algún tipo de moralidad. ¿De qué modo sino vamos a formar ciudadanos? ¿No hay toda una serie de valores expresamente declarado en la ley de educación? Basta considerar el artículo c) de la 20206:

Brindar una formación ciudadana comprometida con los valores éticos y democráticos de participación, libertad, solidaridad, resolución pacífica de conflictos, respeto a los derechos humanos, responsabilidad, honestidad, valoración y preservación del patrimonio natural y cultural.

Ahora bien, más allá del irenismo pacifista con el que se reviste el actual caballo de Troya, cualquiera sabe que tratándose de valores, los mismos tienen una relación de orden entre sí, que no todos están a la misma altura, que lo que realmente signifiquen depende de la cosmovisión de la que forman parte y en cuyo contexto se los entiende. Sea como sea, desde el contenido mismo de la ley no se puede negar que la educación sexual implica una concepción moral de la vida. El problema es que sin Dios no hay moral humana.

Algo parecido al argumento al que se recurrió en horas de combate por la legalización del divorcio, que apuntaba que “quienes se casan por toda la eternidad nada tienen que temer porque la ley civil no les obliga a la disolución matrimonial”, se está pretendiendo transferir al arsenal argumentativo con vistas al argumento a favor de la educación sexual. Según esta visión, lo que en la escuela nuestros hijos reciban no irá en contra de la formación moral que en casa les enseñamos porque no consiste en formación moral sino en educación sexual. Es decir, nuestros hijos tendrán que aprender a vivir en un sistema estéreo-cacofónico: por un canal un discurso y por el otro el contrario. ¿?

El recurso es totalmente falso y perverso. Una cosa es privar a personas adultas de leyes consustanciadas con sus creencias, lo cual no es poco en orden al debilitamento social dado el consecuente aumento de la capacidad para manipular a sus integrantes que toda desestructuración cultural conlleva, y otra muy distinta es exponer a menores de edad a cuestiones sobre las cuales aún no están capacitados para juzgar. Lo segundo es como dar de comer locro a un bebe recién nacido.

Así como nadie en su sano juicio pondría a un recién nacido a caminar por más que ya tiene sus piernas y hasta los reflejos que con el tiempo le servirán para andar, de modo análogo, nadie mínimamente informado de la realidad pretenderá que un niño y una niña están en condiciones de administrar su sexualidad porque han alcanzado cierto desarrollo genital, como no podrá pretender que adolescentes bajo el característico influjo de la ciclotimia hormonal estén en condiciones de asumir responsablemente la administración de su vida emocional o sexual. Esto es tan evidente como es imposible de explicar en qué pueda consistir  la educación sexual si no es ni formación moral ni información sexo-genital. En cuyo caso ¿qué diferencia habrá entonces con las clases de anatomía? Pues que las clases de anatomía en su contexto y bien dadas contribuyen a educar y las otras tienden a degenerar. Y les aseguro que este no es un planteo intelectual, hemos vivido las consecuencias de quince años de educación sexual en una de las sociedades progresistas en la que hace ese tiempo que se viene implementando. Esas mismas consecuencias que nuestros adelantados intelectuales nacionales debería haber evaluado antes de proponer la promulgación de este entuerto legal.

Lo que los alumnos adolescentes de fin del ciclo primario y durante el ciclo secundario manifiestan respecto y  a raíz de las clases de educación sexual es irreproducible en el mismo lenguaje en que ellos lo exponen. Lo que no tendría que ser objeto de reparo alguno son las consecuencias que se han derivado de la educación sexual. ¿Por qué, de ese descomunal fracaso nadie hace divulgación? ¿Es que pretenden atribuirles a los jóvenes los yerros a los cuales fueron conducidos?

Precisamente denominamos adolescencia a la popularmente llamada edad del pavo en la cual aún no sabemos exactamente lo que somos ni somos lo que parecemos porque aún carecemos del auto conocimiento mínimo y nos falta (adolecemos) la capacidad de autodominio necesaria para regir ordenadamente la propia vida. Resulta contradictorio que mientras se observa una significativa prolongación de la relación de dependencia, un alargamiento del tiempo caracterizado por conductas adolescente como la falta de capacidad de auto sustento y la falta de responsabilidad comunitaria, al mismo tiempo pretendamos adelantar el ejercicio responsable de la sexualidad que supone una capacidad de autocontrol ausente en otros aspectos de la vida que el sentido común advierte como anteriores.

La única intención que parece alentar la promoción de la educación sexual es, el debilitamiento progresivo de la unidad familiar, y generar antecedentes que nos lleven a la aceptación social de la practica indiscriminada del aborto como método de control de la natalidad, otro recurso de la planificación económico financiera de este mundo desquiciado. Porque es bien sabido que el pueblo se opondrá al control estatal de la natalidad como se opone la mayoría de la población cuando la cuestión del aborto se plantea abiertamente. Pero sembrada la necesidad entre los jóvenes bienvenida será por los adultos la despenalización. Si por un lado, dejamos que convenzan a nuestros jóvenes de que el encuentro sexual es una función orgánica puramente natural y ordenada a la satisfacción individual, que el feto es una especie de colgajo interior que afea el cuerpo de la mujer, que el control de la sexualidad se opone a la máxima social del goce sensible, que ser libre es elegir sin asumir las consecuencias de nuestros actos, si además sembramos entre nuestros alumnos el pánico sobre el recalentamiento global proponiendo que la causa no es el consumismo descontrolado, sino la superpoblación, y por otro lado, los padres se ven amenazados con tener que criar la descendencia que les traigan los hijos e hijas que nos supimos ni educar ni forrar, . . . es de terror ¿no? El terror que engendra el sexo sin amor.

Hemos constatado que, principalmente, la educación en ciencias sociales se presta a parcialidades ideológicas que no pocos problemas generan a los jóvenes en virtud de la falta de seriedad de los planteos a los que son expuestos[64], y no pocos padres manifiestan una marcada disconformidad con la enseñanza de “la mitad de la historia” o “la mitad de la verdad”. Con cuanta mayor razón, los padres que todavía se sienten responsables de la educación de sus hijos tienen razones para temer por el contenido que realmente tendrán las clases de educación sexual. Ello, sin poner en consideración lo que ha ocurrido en los lugares donde esta practica lleva años realizándose, cuyas consecuencias no se divulgan pero que quiere ejercer su responsabilidad en el tema no puede ignorar.

Si no tenemos ganas de pensar por nosotros mismos, tal vez sea hora de mirar lo que pasa en casa de los vecinos antes de tomar una determinación al respecto. La educación sexual en los países que se viene implementando desde hace años no ha logrado disminuir, sino aumentar los embarazos adolescentes y preadolescentes, ni ha logrado mejorar la calidad de la educación, ni fortalecer la unidad de la familia. De hecho lo que se ha logrado es invertir la pirámide social en un contexto en el cual la convivencia cada día es más violenta.


X Contención y conducción

La educación demanda contención y conducción. La conducción requiere conocimiento del fin buscado y contribuye a generar seguridad en el educando. Supone una decisión personal sobre el sentido de la propia vida en el educador y se manifiesta como coherencia entre su ser y su obrar. La contención sin conducción transmite inseguridad porque de algún modo es una acción que tiene sentido en orden a la preservación y a la continuidad, y la continuidad es movimiento hacia un fin, el fin que se manifiesta en la conducción.

El límite que supone la contención tiene sentido en orden a su superación. En el proceso educativo la atinada superación de las propias limitaciones significa crecer en cuanto humanos. Superación que siempre implica docilidad y una cuota de sacrificio detrás de la cual, con el logro del objetivo buscado, se alumbra la alegría del aprendizaje. Las limitaciones propias se superan a la luz de una profunda convicción sobre el valor y el sentido de la vida y de la existencia propia. Convicción que se torna manifiesta cuando la existencia personal está puesta al servicio de una causa que trasciende las necesidades perentorias que de las propias limitaciones se desprenden.

Sin una finalidad que prevalezca sobre la tendencia a permanecer dentro del propio límite, que en un sentido indudablemente es fuente de seguridad, el límite actual de la contención se torna una amenaza, algo asfixiante, un obstáculo insuperable. Es la energía y el dinamismo del ser que tiende a plenificarse lo que lleva al acto del alumbramiento que entraña siempre la recta superación de alguna limitación.

Ello no implica que la “superación” de los límites facilite siempre y de suyo crecimiento alguno. Por el contrario, el límite es condición de posibilidad de ser y prescindir de él de modo improcedente, en tiempo inapropiado o por razones equívocas, importa un riesgo, cuando no, lisa y llanamente una perdida de capacidad definitiva. Hay límites cuya superación equivale a la muerte. Al decir popular, el huevo sin cáscara nunca llega a pollo y el huevo de cáscara dura más que huevo es ataúd.

Es fruto de la prudencia surgida a la luz del sentido de la propia vida lo que nos hace concientes y capaces de distinguir qué límites y en qué condiciones deben ser respetados como condición de posibilidad de ser, y qué limites se han tornado limitaciones que deben ser superadas en orden a la plenitud personal.

La contención es algo situacional y transitorio que adquiere sentido en virtud de una finalidad, del mismo modo que decimos que la libertad de, que está más directamente vinculada con la cuestión de la contención se ordena y tiene sentido en virtud de la libertad para que se ordena al fin.

Luego, parece conveniente considerar que, así como el exceso de contención atenta contra las posibilidades de crecimiento, podríamos decir por encierro, la falta de límite supone un desorden, una especie de situación anárquica que extingue las posibilidades de crecimiento por falta de sustento.

Sin finalidad la conducción resulta impracticable. Se ha de tomar la decisión del para qué educar y recién después, y en virtud de las determinaciones que ese fin implica, se estará en condiciones de optar por el tipo de educación, los modos de desarrollo del proceso educativo, más apropiados en general y aplicables al caso particular de cada educando.

Si la educación consiste básicamente en ayudar a ser plenamente lo que cada educando está llamado a ser, es decir si nos permitimos pensar el proceso educativo según aquella función tutorial que se señala con la ancestral idea del pedagogo, quienes tienen esta función por vocación necesariamente han de saber y elegir hacia dónde han de conducir a cada uno de los alumnos cuya realización, de algún modo, la vida ha puesto en sus manos.

Los seres humanos por ser personas somos comunitarios en un sentido distinto al que son gregarias algunas especies animales. La noción misma de persona implica al otro y al nosotros. En consideración de la dignidad personal que a cada ser humano distingue en tanto participado de naturaleza humana, y en cuanto individuo único e irrepetible llamado a la trascendencia, los hombres no podemos ser conducidos masivamente[65], al modo de una manada, sin dañar gravemente la dignidad personal.

La educación supone siempre encuentro entre personas y se realiza en estadios signados por encuentros. Aún los desencuentros pueden ser instancias formativas en tanto y en cuanto se integren en el proceso formativo como carencia de lo que debería ser o de lo que debería acontecer, y en tanto se distinga honestamente la razón por la cual el encuentro no se ha dado.

De ello se desprende la necesidad de otro equilibrio fundamentalísimo a tener en cuenta cuando el educador se siente ante el dilema de atender a todos o atender a alguno. La verdad es que nunca atendemos a todos los alumnos a la vez, aunque habitualmente a todos nos dirigimos y algunas veces tenemos la gracia de que todos atiendan. Sin embargo, sólo en muy extraordinarios casos la disyuntiva prevalece sobre la transitoriedad de casos más bien aislados o muy especiales, en los cuales el dilema se supera en virtud del mismo orden derivado del fin de la educación que se manifiesta como sentido común en la acción concreta. Por otro lado, en tanto todo aprendizaje significativo es siempre una experiencia personal que requiere de la atención individual de cada alumno, desde esta perspectiva el planteo del dilema puede deberse a un error procedimental a causa de una pobre visión de lo que implica el proceso de educación personal. El dilema se sigue de un error en el planteo.

La falta de claridad de lo que implica ser persona suele dificultar el discernimiento práctico que demanda el aquí y ahora. Debemos reconocer que también se cuentan entre estas circunstancias entorpecedoras de la acción concreta, otras situaciones derivadas de la carencia de sentido de la vida, y por ende, de la falta de significación de lo que la plenitud de ser implica en un niño o en un joven, ya que es esta noción y determinación personal básica en el educador lo que posibilita el ordenamiento de las realidades particulares que cotidianamente hemos de atender en la labor educativa.

Sin finalidad resulta imposible distinguir lo erróneo de lo acertado, lo conducente de lo inapropiado. Un fin, por muy lejano que parezca permite el trazado de una hoja de ruta, el reajuste de la misma y la clarificación progresiva del fin, que inicialmente suele aproximarse más a un boceto que a una realidad palpable.

También hemos de reconocer que es prácticamente imposible no percibir al momento cuándo las cosas no andan bien, lo cual, ciertamente, es muy distinto a estar seguros de que andan bien. Si bien lo propio de la educación y lo que la hace sostenible es el asombro y la alegría, lo más habitual es cuestionarnos ante el dolor. El hombre se descubre a sí mismo en la senda del dolor.

Llegar a tener una buena voluntad como para conducirnos de acuerdo a lo que éticamente corresponde en cada situación, es fruto de un largo aprendizaje a través de pequeños y grandes dolores mediante los cuales nuestro ego va siendo macerado por el sacrificio en la vida.

El espíritu manifiesta su grandeza en la humildad, en la renuncia a las propias ideas, en la apertura a la magnificencia con que la creación ha sido dispuesta para nuestra realización personal. El asombro se produce siempre en consonancia con el propio ser, en armonía con el orden, y es la armonía del orden alcanzado lo que produce alegría. Tal vez sea una buena forma de pensar lo que puede llegar a implicar la felicidad si la concebimos como la armonía perfecta, la plena conformidad con nuestro ser en concierto con los que queremos.

Un fin en mente no garantiza sendas sin obstáculos ni procesos sin errores, pero no sólo nos provee la razón del camino sino que nos brinda parámetros para evaluar el progreso y también para corregir derroteros. El fin es también base y motivo para la superación de obstáculos y desvíos. La falta de fin, de meta, no sólo nos manca de alternativas, sino que constituye un error insuperable desde el planteo mismo.

Al habituarnos a poner primero lo que va primero mediante el reconocimiento de lo que las cosas son, lo cual no es otra cosa que el verdadero sentido de hacernos responsables[66], adquirimos la capacidad de cambiar de rumbo, de ajustar nuestra percepción, de actualizar nuestros mapas y aún, de cambiar de objetivos, porque la misma docilidad que hemos de ejercitar en el discernimiento de cara a la verdad de las cosas implica el acto de humildad que funda la prudencia del acto de buena voluntad.

Una clara noción del fin de la educación tenderá a verse confirmada y refinada con el hacer pedagógico, porque el decurso de la vida docente está jalonado de los encuentros en los que la vocación se va haciendo realidad, y ello de algún modo aquilata, tanto el perfil del fin de la educación como la idoneidad pedagógica del docente que va aprendiendo a distinguir y a priorizar los aspectos fundamentales y  a sopesar en su justa medida aquellos aspectos circunstanciales que cambian con los tiempos y las situaciones. Se aprende a obrar bien haciendo bien el bien; de lo contrario ni siquiera hay noción del error que se comete.

La conducta humana tiene una lógica que resulta, por un lado y en primera instancia de la tendencia que imprime en el obrar del hombre el fin al que está ordenada su naturaleza, y por otro, la tensión, a veces habitual y a veces pasional, de nuestras propias tendencias egocentristas. Las tendencias genéricas en el humano dimanan de lo que podríamos llamar movimiento de abordaje o ataque y movimiento de retirada o huida, según la percepción que se tenga del objeto de referencia. Sin embargo, lo propiamente humano procede de una instancia superior que consiste en la determinación de la voluntad según lo indica la razón.

Los bienes deleitables nos inclinan hacia su prosecución con tal ímpetu que debe ser regulado en base a la renuncia, a la  abstención. Por su parte los bienes verdaderamente honorables resultan siempre arduos; su consecución es difícil y debe ser sostenida con una fuerza de voluntad tan fuerte como la que necesitamos para no caer en el vértigo al que conducen las tendencias deleitables sin control.  Esta suerte de antagonismo existencial sólo se supera a través del hábito de servicio porque el servicio al prójimo y a una causa común nos saca de la destructora entropía[67] umbilical en la que tendemos a atrincherarnos por temor a la dimensión perecedera de nuestro ser.

Creer, que es acto fundante del ejercicio racional y querer en consecuencia, que es el acto fundante de la virtud moral, son actos racionales en tanto se ajustan a la verdad de las cosas, a lo que las cosas son según la recta razón. El que mira torcido no puede amar con rectitud.

La pregunta por el ser del hombre no es ajena al sentido que le demos al proceso educativo, ni su respuesta puede ser considerada indiferente en orden a la clarificación del fin de la educación. Educar es fundamentalmente asumir con plena libertad interior el sentido de la propia existencia. Todo educador sabe por experiencia que no hay nada que se pueda llamar una educación neutra, del mismo modo que no hay libertad para cualquier cosa porque no es libre quien elige mal, sino esclavo de su ignorancia  o de su obstinación.

Así, el fin de la educación se alcanza en la medida que el educando, no sólo se hace intelectualmente capaz, sino cuando efectivamente determina en libertad el hacer de su voluntad en orden a la realización de su ser. La clave de realización personal no pasa por el cultivo de la genialidad sino por la consecución de una voluntad buena, que es la que quiere con rectitud de conciencia en el ejercicio de cada acto.

En un sentido podríamos decir que la educación alcanza su objetivo cuando se convierte en auto-educación. Sin embargo, desde otra perspectiva, es pertinente señalar que esta idea resulta parcial, ya que la educación nunca resulta fruto sólo del movimiento del propio sujeto, aunque sea la libre determinación del sujeto lo que posibilita la realización existencial del sentido del propio movimiento. Y esto es así porque la vocación es un llamado que se clarifica en proporción a nuestra respuesta, es una moción que se actualiza en la dirección correcta en la medida que nos avenimos a ella. La vocación imprime una tensión que se transforma proporcionalmente en dinámica de realización personal a medida que avanzamos en la dirección correcta.

Cuando un ser humano enseña algo a otro está ofreciendo la posibilidad de que el otro aborde la realidad en cuestión desde la perspectiva de quien enseña. Esto, no sólo es conveniente que sea así según el orden natural de las cosas, sino que, en virtud de ese orden, es condición de posibilidad para que la perspectiva personal del enseñando llegue a ser factible.

Los dos momentos de la educación, el educare o instrucción y el exducere o manifestación de lo aprendido por el educando, son momentos sucesivamente complementarios. La creatividad que se manifiesta en el aporte personal con el que se produce el segundo momento resulta desatinada, cuando no imposible, si el primer momento no ha sido realizado con el rigor disciplinar de las verdades en juego.

De no estar nuestro ser ordenado a una plenitud distinta de la que actualmente nos constituye en lo que somos, la cual ciertamente incluye aquella otra como potencialidad, no habría movimiento posible ni sería necesaria educación alguna. Sin embargo, el mero dinamismo de nuestro ser no alcanza para la realización de nuestro ser potencial, a menos que medie la pertinente determinación de la voluntad según lo concibe la razón, mediante la cual nos avenimos a que opere en nosotros la fuerza sobrenatural de la Gracia.

El ser humano, para navegar los mares de su existencia ha sido provisto, al menos de, brújula, sextante, timón y libro de bitácora. Más, ni sus sentidos percibirían cosa alguna si no hubiese cosas para ser percibidas, ni su razón podría “raciocinar” si no tuviese inscrito en ella los principios de su discurrir racional, ni su memoria podría aquilatar experiencia si el espíritu no habilitara al hombre para tomar esa cierta distancia con el propio ser que manifiesta la autoconciencia, y en virtud del cual, a su vez, de algún modo es capaz de superar las determinaciones espacio temporales. Es la presencia del espíritu lo que da al alma humana la distintiva capacidad que se manifiesta en el obrar del hombre. Obrar humanamente equivale a obrar bien o a obrar mal. No hay actos humanos moralmente indiferentes.

Aprender un camino supone la capacidad de caminar. Aprender a caminar implica la posibilidad de desarrollar destrezas y la determinación de ponerlas en acto, de ponerse a andar haciendo camino. Todo camino tiene una finalidad. Un camino sin fin es un desvarío, así como a una senda sin salida se le llama laberinto.

El orden de los factores no es indistinto. Lo superior explica y fundamente lo inferior y no a la inversa. Aunque, desde la perspectiva pedagógica, en el caso del hombre la realización de lo superior suponga la progresiva cimentación que se da desde la adquisición de lo más sencillo a lo más complejo como resulta evidente en todo proceso educativo bien formulado. El problema del huevo y la gallina tiene dos respuestas posibles. Ambas ciertas desde su respectivas perspectivas. Sin embargo, el sentido común resuelve el dilema de la procedencia desde la obviedad, al señalar que el huevo no puede llegar a ser pollo, no sólo sin gallina que lo empolle, sino fundamentalmente de la cual proceda. En el orden del ser, el ser potencial siempre procede del ser en plenitud. Hay sombras porque hay luz y no a la inversa. Lo perfectible tiende a lo perfecto, pero de lo perfecto deriva.

La consideración del fin de la educación evidencia el orden de procedencia, y como el obrar implica un ser y el hacer un proceder, parece evidente que educar resulta de saber actuar en orden al fin que por naturaleza ha lugar, ya que el fin, aunque sea lo último en conseguirse es lo primero que ha de considerarse si queremos que el movimiento tenga algún sentido y no sea un movimiento simplemente errático y azaroso.


XI Un niño en mis manos

¿Preguntas que es un niño? El niño es la forma maravillosa que Dios ha elegido como manifestación inicial de Su proyecto de persona humana. Cada niño, desde el momento de su concepción es una persona ordenada a la perfección final, que en cristiano se dice santidad. Cada ser humano es concebido a imagen de Dios y convocado a la perfecta semejanza con el creador. Otra manifestación de la tensión existencial en la que trascurre la humanización que el hombre ha de alcanzar en la existencia temporal.

El niño no es un ser distinto del hombre. La niñez es una de las etapas de la vida de todo ser humano, de una persona. Lo que estamos tratando de caracterizar es una etapa en la vida del hombre. Luego, no deseamos una definición, en sentido estricto, pues implicaría la consideración de lo que es parte de un proceso, como si fuera un todo cerrado en sí mismo, sin antecedentes y sin consecuencias. Lo superior explica lo inferior, lo más posibilita la intelección de lo menos y no a la inversa. Por otro lado las definiciones son concepciones generales en las que entran todos los casos particulares. Un hombre, este hombre no es definible, se lo nombra, cada hombre tiene un nombre.

Entendemos la vida del hombre como un camino comunitario con origen y destino trascendente. Camino que puede tener en el tiempo muy distintos lapsos. El ser humano es tal desde el instante de la concepción, más allá de la cantidad de jornadas y de los modos en que le sea dado transitar este eón. Las ciencias fácticas han puesto de manifiesto con gravidez indeleble lo que la poesía, la filosofía y las religiones expresan desde tiempos inmemoriales y que el proverbio oriental sintetiza diciendo que “el aletear de una mariposa mueve el aire en el otro extremo del universo”, es decir que el universo es uno y que los hombres, de algún modo formamos parte de esta familia que llamamos humanidad.

El universo es uno, múltiple en manifestaciones, pródigo en formas y modos, polifónico, pero uno. El hombre no es, en ese sentido, la excepción. Sin embargo, respecto a los demás seres, está situado en la frontera de la naturaleza. La naturaleza no es su techo, sino su piso. La naturaleza del hombre es análoga a la naturaleza de los demás seres creados, pero no igual. Mientras los demás seres están regidos por principios naturales y de alguna manera constreñidos a desempeñarse de acuerdo a sus tendencias instintivas, el hombre está llamado a tomar distancia de la naturaleza y de sí mismo y a obrar según el llamado sobrenatural del que se deduce su dignidad; y puede incluso llegar a obrar en contra de la naturaleza y de su naturaleza degradándose por debajo de la cota animal.

El hombre es el único ser capaz de obrar, en el sentido de que su accionar procede de una conciencia, el único sujeto de cultura, el único ser capaz de dar respuesta desde sí, es decir el único ser responsable. Esta posibilidad implica un riesgo. Esta potencialidad de alguna manera deja al ser humano, más expuesto, más inseguro, más necesitado. Nace, por decirlo de algún modo, prematuramente y se va haciendo según su modo de obrar. En verdad es el único ser que siente necesidad en el sentido subjetivo.

El hombre está condicionado por las leyes naturales, pero no determinado por ellas, ya que, de alguna manera y hasta cierto punto puede sustraerse a su imperio y de hecho lo hace. El hombre es capaz, no sólo de ajustarse al entorno, sino que adapta, modifica y se modifica con su entorno. Lo que hace, le hace y puede elegir su forma de hacer. Por eso decimos que, así como la vida de los otros seres vivos está regida por los instintos, la vida del hombre está sujeta a principios. Principios que cuando el hombre los olvida o los viola, la vida humana cae, se degrada, se torna contra natura e inhumana.

Tenemos como humanos, incitas las tendencias instintivas que caracterizan a todos los seres vivos, esto es, huir ante la amenaza mayúscula o atacar ante el desafío considerado abordable. Sin embargo lo que distingue propiamente al hombre es su capacidad de generar respuestas no reactivas a los estímulos que le afectan. Las respuestas humanas no están en principio determinadas, sino sólo relativamente condicionadas por los estímulos. La determinación queda está en poder de la voluntad individual ordenada por los valores que la rigen, entendiendo por valores las estimaciones subjetivas de las realidades por las cuales adquiere sentido la existencia de una persona y en orden a las cuales orienta sus esfuerzos principales. En orden a una vida propiamente humana, la ordenación axiológica finalmente debe fundarse sobre principios sobrenaturales. Todo valor rectamente concebido es fruto de una coherente estimación personal de los principios.

Así pues, la interdependencia tiene para el ser humano una dimensión natural y una dimensión cultural, pero la luz que le alumbra es de orden sobrenatural. Esquemáticamente, podemos plantear su situación vital como un proceso desde la dependencia a la interdependencia, pasando por una etapa intermedia que denominaremos independencia. Etapa ésta, la de la independencia, que es propiamente humana, en el sentido de requisito en el proceso de formación de su conciencia de ser persona: es decir, requisito de la autoconciencia que le caracteriza en cuanto persona, sin la cual no le sería dado llevar a cabo la diferenciación que le constituye en individuo racional en acto.

Si la gestación, aún cuando supone biológica y existencialmente una relación de interdependencia, se distingue desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia individual y en orden a la existencia autónoma, como una etapa de predominante dependencia y de insipiente autonomía, la niñez, en cambio, es la etapa en que el ser humano, debe habituarse a la existencia individual, debe aprender a andar sólo en vez de ser llevado, debe aprender a comer por sí en vez de recibir la comida.

Por otro lado, la protección que ayuda a crecer al niño consiste, ya no consiste en que la madre lo lleve en su seno, sino ante todo en que los padres, los adultos en general, se interponen entre él y el mundo, posibilitando su autoafirmación sin ser directamente expuesto a las hostilidades que sus fuerzas en desarrollo aún no pueden enfrentar. El niño es sostenido en una atmósfera de constante atención y amor en la cual comienza a formarse la conciencia de amparo que surgirá como soporte de su identidad, ante las futuras exposiciones a medios distintos que el paterno-familiar. La sobreprotección puede depararle melancolía así como el sobreviviente de una temprana desprotección se verá inclinado a la temeridad.

El niño, necesita de la proximidad de los adultos al mismo tiempo que comienza a conformar su espacio vital propio. El crecimiento iniciado en el útero materno se continua en el útero familiar, y así como en aquel era protegido y preveído de todo lo que requiere su crecimiento equilibrado, así también en el útero espiritual de la familia se le ha de proteger, promover y proveer todo lo que necesite para crecer en plenitud personal . La sobre-exposición al mundo de los adultos altera su proceso de crecimiento normal al ponerlo anticipadamente en contacto con las miserias propias de los mayores, de la misma manera que la sobreprotección retarda su proceso de adaptación a un mundo al que tarde o temprano tendrá que insertarse. De allí que sea tan dañino el sobre-protegerlos manteniéndolos en el mundo ilusorio y fantástico que los adultos solemos concebir idealmente para los niños, como el sobreexponerlos exigiendo que cubran expectativas que no son propias de su edad.

La niñez parece iniciarse con una suerte de identificación entre realidad y fantasía. Indiferenciación cuya superación caracterizará posteriormente el inicio de la vida propiamente adulta. En este período quedan sembradas las bases de lo que será a posteriori su capacidad de comprensión simbólica, ya que es ahora cuando experimenta por primera vez lo que en un adulto llamamos una visión de totalidad.

Se dice que cuando el hombre llega a formularse con todo el peso de su hondura la pregunta por el sentido de las cosas, el para qué de su existencia personal, se inicia realmente su vida ética y por tanto es plenamente adulto. La capacidad de entrega que requiere el servicio al prójimo, característica del adulto bien formado, está precedida de un nivel de autoconocimiento y autodominio que debe empezar a educarse desde temprana edad y que se pone a prueba durante la adolescencia.

El proceso de exposición de los niños a la realidad debe estar asentado lo más posible en la naturaleza, en cosas naturales y en manifestaciones culturales coherentes con los principios que rigen el obrar humano. Es natural al hombre asombrarse, el ver y el comprender que ve, y lo primero que se debe alimentar es esta capacidad de asombro natural sin recursos artificiales..

El aprendizaje es fuente de alegría y de seguridad. Si lo que se le muestra al niño distorsiona la realidad, es una representación infiel de la realidad o está sobreacentuada en cualquier sentido, los riegos de un desequilibrio en la personalidad y en su capacidad de integración aumentan. Ya sea porque se forme una conciencia de incapacidad o porque sobrestime sus posibilidades.

El niño no sabe y pregunta, desconoce, prueba y descubre los límites. El adolescente siente que no sabe pero no siempre pregunta, pone a prueba los límites sin tener conciencia de sus límites. El adulto es el que sabe que no sabe, el que conoce la eminencia del preguntar, el que experiencialmente ha aprendido la importancia del mirar y escuchar dos veces antes de proferirse una. Parafraseando al Quijote, decimos que es hombre el que sabe quién es, porque es conciente de lo qué debe llegar a ser.

El niño necesita experimentar por si mismo, pero confía plenamente en y necesita de la autoridad de los mayores. El adolescente con su conciencia creciente de individualidad y su tendencia a la independencia, necesita experimentar plenamente transfiriendo a sí mismo la seguridad que le venía de otro. Comienza a ser capaz de dar respuesta desde sí, es decir comienza a ser responsable.

Es de notar, que como contracara de lo expuesto, se puede observar el grado de madurez de una persona o de un grupo social, evaluando en quién/es pone la causa de su situación. El adulto es el que se sabe responsable de sí mismo. “Hasta los veinte, les debemos el rostro a nuestros padres, a los cuarenta, las arrugas son de propia cosecha” enseña el decir popular.

Hoy hay más medios que ayer, lo cual de suyo implica mayores posibilidades, siempre y cuando haya una mayor claridad respecto a los fines. Un niño de sexto grado maneja más información que la que disponía Sócrates en el Siglo VI a.C. e incluso un Pascal en el SXVI de nuestra era, pero esto no indica que necesariamente tenga una mejor formación. De hecho, hay quienes sostienen que en esta época de la globalización y de la superabundancia de información, lo que estamos logrando es enfermar al hombre porque no ha llegado a desarrollar una capacidad (y se duda de que sea posible) como la que se requeriría para el correcto procesamiento de tal volumen de datos. La exacerbación de la curiosidad sin orden es inconducente e insalubre. Especialistas de distintas ramas de las ciencias de la salud han postulado lo que se denomina “muertes por sobredosis de información”[68].

Se nota fácilmente la hipertrofia en tecnologías e insumos que desarrollan distintos tipos de adicciones, empezando por la televisión, tanto en el aspecto técnico que facilita esa suerte de despersonalización patentizada en el embobamiento que se produce frente al aparato de televisión, como en programas deliberadamente realizados para inducir conductas determinadas, hasta en la literatura infantil en la cual el manejo de ciertas técnicas gráficas y literarias inducen a percepciones objetivamente irreales y a fantasías sólo concebibles por una alterada mente adulta (adulterada mente), pero jamás naturalmente imaginable por un niño. Todo ello sin contar entre los riesgos actuales, la sobrevaloración de aspectos superfluos y la subjetivización de la realidad que expone a niños y jóvenes a la formación de una conciencia con expectativas desproporcionadas a su capacitación e incluso a la capacidad real de la mayoría de los individuos o de todo un grupo social.

La vida humana equilibrada, parece estar caracterizada por la convivencia armónica de tres tiempos: el pasado, el presente y el futuro; representados respectivamente por las distintas generaciones, entre cuyos extremos se produce una complementación y un equilibrio que, entre otros beneficios, pone en su cauce muchos posibles excesos de la edad intermedia. Hoy sin embargo, nos toca vivir un tiempo donde el pasado y el futuro carecen de valor práctico y parece que se valoran culturalmente aspectos y características juveniles[69]: la productividad, la eficiencia, el emprendimiento, largas jornadas laborales, etc., lo cual deja fuera de juego a niños y a ancianos.  Para los que están antes: guarderías, parques artificiales llenos de modelos animales, niñeras rentadas y televisión con control remoto pero no real; y para lo que están en el otro extremo del bosque de la vida: asilos, viajes programados, enfermeras rentadas y televisión sin control alguno. La felicidad es comunitaria o no es más que un inconsistente placebo que no supera la cota de lo que por absurdo se termina aborreciendo.

Hace cuarenta años atrás, en nuestra Argentina existía una cierta coherencia social sobre los ideales y los valores. El papá y la mamá, la directora y la maestra, el cura, el gerente del banco, el jefe de correos y el comisario, más allá de sus conductas individuales sostenían un discurso similar y representaban una cosmovisión más o menos uniforme y coherente con ciertos principios morales valorados en la comunidad. El trabajo era sinónimo de dignidad. Es cierto que también se daban ciertas incoherencias de cuya inercia y cultivo a estas épocas hemos venido a parar. Sin embargo, las equivocaciones cometidas entonces no nos excusan de la responsabilidad por el desmadre actual, sino que por el contrario lo agravan porque al parecer, por el modo en que nos conducimos, no hemos aprendido nada importante en cuánto a discernir adecuadamente lo que conviene cambiar y lo que necesitamos conservar. Es como si no lográramos sustraernos a la ley del péndulo.

Hoy los niños y los jóvenes en virtud de razones circunstanciales se ven impelidos a vivir en soledad de huérfanos con progenitores vivos. A fuerza de retórica infracultural y de anónima presión social, tienden a tomar posición en conflictos que no entienden, sobre los que todos opinan con igual legitimidad pero que nadie explica acabadamente. Ellos mismos nos están pidiendo que no les expliquemos más las causas de la violencia en la que viven, sino que les ayudemos a solucionarla. Es en nuestra generación de adultos donde está la falla y el desconcierto principal.

Las posibilidades que implican las comunicaciones son extraordinarias, pero nos falta el cable a tierra del sentido común y ellos lo perciben con claridad.  Los jóvenes son impulsados a tomar posturas sobre las cuales no pueden argumentar, sino opinando desde lo que creen es “su” parecer, pero en cuyas manifestación es evidente el efecto del proselitismo al que están expuestos por diferentes medios de indoctrinamiento ideológico. Principalmente a través de los medios de comunicación pero también por medio del contenido sesgado de muchos textos escolares y el discurso de muchos docentes que no han tenido tiempo de aprender los conocimientos básicos de las disciplinas que imparten. Es de conocimiento generalizado que los grupos generadores de noticias tienen claras posiciones ideológicas y sus propietarios se cuentan con los dedos de una mano. Con los dedos de la misma mano también se cuentan las “grandes” editoriales de textos escolares. Lo que ya no es sorprendente es que ambas actividades sean desarrolladas por los mismos grupos empresariales.

Debemos hacernos cargo del hecho que, educar significa formar la conciencia de las personas para que sean capaces de ver y elegir por ellas mismas. Cuando realmente se ve, no se puede elegir cualquier cosa o a capricho. Esto podemos hacerlo de manera tal que cada uno de los involucrados tenga la posibilidad de elegir sobre la base de la realidad, sabiendo que hay cosas sobre las cuales no valen las opiniones sino los hechos. Los hechos son tales porque forman parte de la cosmovisión en que adquieren su realidad. No hay aprendizaje neutro. Por más esfuerzo que pongamos en predicar la tolerancia, debemos reconocer que nunca padecemos sólo individualmente las consecuencias de nuestras estúpidas acciones. Sólo quien ha trabajado por algún bien sabe lo que implica su realización.

Nuestro País reclama de una generación dispuesta a vivir y a morir por valores que superen la proyección individualista que se nos propone como modelo. Nuestro problema no es un problema de medios, nos es problema de recursos, es problema de principios, de valores y de fines. Nuestros abuelos llegaron aquí provenientes de tierras desbastadas por la miseria y la guerra y vivieron una vida plena de sentido dejándonos un nivel de educación y confort que ni siquiera soñaron, mientras daban a los mendigos pan, queso y vino, del mismo que ellos comían y en un medio donde las muertes violentas eran noticias lamentables y extraordinarias, no porque no existieran sino porque el decoro limitaba la abusiva propalación a la que hoy estamos sometidos.

Nosotros en medio de un festín vivimos sedientos y mal alimentados, encerrados en nosotros mismos en la mentalidad country, mientras afuera, entre las rejas de nuestras casas y las de las cárceles crecen ignoradas las hordas de marginados que por intentar cruzar las vallas detrás de las cuales nos refugiamos terminarán internados detrás de los muros que nos los esconden, mientras cada día nos impactan e importan menos las numerosas muertes que los mass-media, detallada y escandalosamente relatan como fruto de sus impúdica miradas ante la vista de todos los mortales.[70] Es como si estuviésemos viviendo una época alucinada en la cual hemos intercambiado las cosas que han de gritarse a cuatro vientos por aquellas sobre las cuales conveniente guardar silencio. Ya no son las campanas las que marcan el ritmo de la vida comunitaria. La vida social es espasmódica a fuerza de curiosidad.

¿Cómo puede alguien leer un diario con toda la seriedad del caso y no sentirse aturdido y conmovido por la masa de infortunios que laceran a nuestros congéneres? ¡Cada ser humano masacrado es mi hermano! ¿Cómo anoticiarme de su desgracia sin sentirme solidario? ¿Cómo continuar de espectador ante el drama de tantas vidas inmoladas al dios vanidad, al dios indiferencia, al dios violencia y no perder nuestra capacidad de asombro por sobredosis? ¿Cómo conservar la sensibilidad para una caricia o para una sonrisa cuando cada jornada nos intoxicamos con tanta iniquidad?

Según los datos de UNICEF, cada jornada mueren alrededor de veintisiete mil niños menores de cinco años de edad por causas técnicamente solucionables, bajo un manto de silencio que huele a complicidad.[71]

Si verdaderamente queremos saber qué es ser niño del S XXI, debemos habérnoslas con la realidad tal cual es: miseria y grandeza del hombre de todos los tiempos, en la cual, los medios cual maquillaje existencial sólo sirven si sirven para hacer más decorosa la convivencia, pero no podemos dejarnos confundir creyendo que el rogué es lo mismo que el rubor. La coquetería cuando excede el decoro, se opone al rubor como virtud asociada a la virginidad y a la castidad. Y esto, mal que nos pese y revele, es así y no depende de los diseñadores de modas, ni de las modelos, ni de los (in)comunicadores sociales. Que socialmente la primera sea plusvaluada hasta el punto de haber llegado a desarrollar un culto por el hedonismo y que las últimas sean actualmente despreciadas y silenciadas, no cambia la naturaleza del hombre, sino sólo su manifestación cultural tornándola más o menos humana en virtud de que los hombres somos más o menos humanos.

La niñez ha sido y será siempre en esencia la misma etapa de la vida humana. La sagrada etapa en la que el ser humano descubre que es amado y aprende a amar en la convivencia familiar. Somos los adultos los que cambiamos las épocas. No hay recetas ni artificios que reemplacen el amor humano. Así como jamás una tortuga marina incubará sus huevos reemplazando al sol y la arena que lo hacen por ella, y jamás tendrá que enseñar a su descendencia la manera de remontar las miles de millas marinas que le posibilitan a la cría retornar a su punto de origen, jamás lograremos concebir y criar niños sanos y felices con medios materialmente adquiridos. Sólo es posible la educación de una persona en el ámbito de hogares bien fundados donde haya espacio y silencio para el encuentro entre personas, con uno mismo y con Dios. Esta prodigiosa tarea la realizan con los niños, la mamá y el papá o quienes ocupen su lugar, de un modo natural no recompensable con moneda alguna, o no la puede hacer nadie. El hombre abandonado a sí mismo muere por inanición y sobredosis. Exceso de soledad y carencia de afecto. La soledad tanto como la falta de espacio personal son extremos insalubres.

De la misma manera que un niño al afiebrarse decae rápidamente, y al recuperarse y superar el afiebramiento sigue rápidamente su curso vital con todas las fuerzas, así también en el terreno psicológico y emocional tiene el hombre en esa etapa una capacidad de recuperación asombrosa. De todas maneras, por amplio que sea ese margen, tiene límites por sobre los cuales el sobreviviente quedará marcado para toda la vida. La lógica de la conducta humana no depende de nuestra interpretación subjetiva de los hechos sobre los cuales se estructura la base de nuestro carácter. Podemos reinterpretar subjetivamente los acontecimientos que han marcado nuestro crecimiento y tomando distancia de perspectiva sobreponernos al imperio afectivo que las experiencias pasadas tienen sobre las conductas actuales, pero no podemos cambiar los hechos y los acontecimientos y no es saludable la deformación de su realidad objetiva. Al modificar nuestros afectos modificamos nuestra percepción, pero este magnífico recurso del ser humano debe estar regido por principios naturales si queremos resguardarnos, dentro de los límites posibles, de desequilibrios mayores que llegan a atentar contra la continuidad de la vida misma.

Deberíamos prestar un poco de atención y preguntarnos lo que puede significar la reticencia actual a la transmisión de la vida que se constata en las llamadas sociedades desarrolladas que se nos proponen como modelo. Parece que en la gran ciudad la sociedad tiende a perecer, tal vez por exceso de confort y comodidad, esa cara tentadora tan promovida por el egoísmo individualista.

Las cosas bellas se descubren a la mirada buena porque son bien queridas, y la consecuencia natural es querer compartirlas, porque que nadie que quiera el bien para sí puede persistir en su senda sin quererlo también para su prójimo.

NOTAS

El ser del hombre se realiza en el amor, a punto tal que el amante vive en y por el ser amado. La identidad personal fuera del encuentro con Jesús es un intento cuyo fin es imposible porque la identidad centrada en el individuo queda reducida a alguno de los aspectos de la personalidad sobre los cuales se sustenta la idea del propio ser. La identidad fuera de la relación con el creador es una sucesión de pasiones que desemboca en la nada. La realización personal no es una cuestión de ideas, sino de actos en los que se manifiesta la plenitud del propio ser como actualización del proyecto querido por Dios. De algún modo el amor significa confiar en la resurrección con más fuerza de las que se nos impone la realidad de la muerte. No hay suma de variables históricas de la cual surja el perfil que al hombre distingue fuera del orden de la Creación. Este perfil, para los que hemos sido llamados a la vida luego de la Epifanía, ya no está sumergido en los claroscuros de un boceto más o menos barruntado desde la memoria original, sino que está perfectamente delineado con un tipo de claridad para cuya captación hemos de renunciar a nuestras propias concepciones sobre lo que pueda implicar la humanidad de la creatura humana. Entre la Epifanía y la Parusía la renuncia es distintiva de la tensión existencial. Así como en el estado de justicia original la renuncia estaba signada en el árbol del la vida y de la muerte, luego de la revelación la renuncia está signada en la aceptación del misterio encarnado o es renuncia por rebeldía ante la claridad de la luz con la que Dios nos ha redignificado. Renunciar al pecado es aceptar que sólo Dios conoce lo que verdaderamente soy y fuera de Él toda idea sobre lo que el hombre pueda ser es pura vanidad infecunda.

La experiencia es una suerte de modificación subjetiva resultante del conocimiento que tiene lugar en el encuentro con las cosas. Toda experiencia importa un contexto a cuya luz adquiere el carácter de tal y de cuya entidad depende el temple que el hombre adquiera o no en el encuentro con la realidad que en la experiencia se constituye y manifiesta. La única experiencia que podemos llamar completa es la del amor, en el sentido de que implica la totalidad de la persona, y es a su vez la única experiencia completamente accesible al hombre, en el sentido de que, aunque es una experiencia abierta, no hay un más allá que pueda ser develado como ocurre en cualquier otro tipo de conocimiento humano. La apertura de la experiencia por amor a Dios es la apertura de lo vivo, de lo vital, de lo que crece, de lo no clausurado en la subjetividad experimentante, sino de lo intencionalmente ordenado a la plenitud del objeto que es causa final de todo movimiento. La plenitud de la experiencia del amor es lo que hace posible entender de que hablamos cuando usamos el término experiencia referido a cualquier otra dimensión de la realidad. Ningún amor que tenga por objeto a una creatura saciará la sed de amor que al hombre embarga, sino en la medida que ese encuentro se realice por y en nombre del Dios que en Jesús ha manifestado su rostro. Esta experiencia del amor fundado en Jesús es una gracia que de algún modo está en relación con una decisión personal, la decisión más personal y la más personal de las decisiones que un hombre pueda tomar. Así como la seguridad de la muerte natural es indudable aunque la muerte no nos es directamente experimentable sino en el rostro de los más prójimos, la experiencia del amor personal nos dispensa su indefinible seguridad y alcanza su insondable profundidad en los rostros queridos en la medida que en ellos servimos al Dios vivo que en Jesús se ha revelado. De algún modo, hemos de contemplar y amar la realidad del Resurrecto, en la luz que amamos en los rostros que de antemano sabemos perecederos como el propio según la forma que acostumbramos conocerlos en el orden del tiempo. El amor es la forma de conocer que realmente supera la caducidad temporal. Es experiencia habitual la comunión con los bien queridos más allá de su condición de finados. Nos referimos no sólo a la memoria o reminiscencia de lo compartido como pasado, sino fundamentalmente a esa comunión que parece brotar del compartir la esperanza en el más allá al cual ellos ya han sido conducidos, que nos es fruto sólo de la esperanza compartida en este lado de la vida, sino que parece ser más bien su floración, lo que se vive como nexo entre este tiempo y la eternidad, la cual, de algún modo ya nos es permitido experimentar como adelanto, en tanto los que amamos ya son habitados en su verdad. Amar a un hijo de Dios, implica aceptar que él y yo, primero hemos sido amados por Dios, hecho en el cual, nuestra distinción y nuestra dignidad personal alcanzan la luz de su perfil en la unidad, y nos hace capaces de amar en otro al hermano porque así lo ha querido nuestro Padre. El verdadero nosotros surge en el encuentro en Dios. Cualquier otra sinergia entre un tu y un yo implica un encuentro tan inestable como inestable es la voluntad autónoma, siendo una especie de placebo del nosotros trascendental que alienta todo encuentro humano.


[1] En la Ciudad de Chicago finaliza este curso escolar con la luctuosa cifra de veintiocho niño menores de edad asesinados por menores de edad en refriegas escolares.

[2] Con este término se indica una actitud de exasperado y ciego patriotismo que lleva a una continua polémica negadora de otros pueblos y naciones. La palabra deriva del nombre del soldado Nicholas Chauvin, valeroso combatiente en las guerras napoleónicas, famoso por su fidelidad al emperador también durante la Restauración, cuya figura deviene proverbial como ejemplo de fanatismo patriótico a través de caricaturas, canciones y anécdotas, y sobre todo luego de la comedia La cocarde tricolor, épisode de la guerre d´Alger (1831) de los hermanos Cogniard. Difundido en Francia sobre todo durante el reinado de Luis Felipe, el término paso también al exterior para indicar toda forma de nacionalismo extremo.

[3] “El hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Má́s que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meras idola fori; carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree tener obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga — sine nobilitate — el snob.” Ortega y Gasset, La rebelión de las masas. Editorial Espasa Calpe, S.A. (Edición conmemorativa) ISBN-13: 9788467019568.

[4] Conocemos prácticamente y en profundidad semejante los sistemas educativos de Argentina, de España y de EU, porque en estos tres países nos hemos desempeñado en distintos niveles educativos; y tenemos la convicción de que los docentes argentinos, por distintas razones, estamos comparativamente en situación de ventaja en vistas a asumir los desafíos que nos presenta la realidad actual. Aunque más no sea, porque estamos acostumbrados a hacer “como si”.

[5] Además, en general, se observa que no están corroídos por la mentalidad del “proletariado de la tiza”, más allá de cierta tendenciosa propensión al usufructo utilitarista que de su posición realizan algunos sindicalistas ad eternum, devenidos en tales, tal vez, más a consecuencia de debilidades personales o de la “bastante poco democrática” hipótesis de que las cosas se cambian desde las estructuras de poder, que de una postura ideológica conciente.

[6] Unas de las virtudes esenciales al arte política es la lealtad a los principios, a los ideales comunes y a las personas. La ambición de poder es la principal tentación a la que en ese ámbito los hombres están expuestos.

[7] El principio de subsidiariedad, g/m, indica que ninguna acción debe ser asumida por instancia organizativa de orden superior, mientras exista una instancia de orden inferior capaz de responsabilizarse de ella.

[8] Lo que por evidente y consabido se hace ocioso anunciar.

[9] Crf.: LÓPEZ QUINTÁS, A.; Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre, Madrid, Narcea, 1988, 304 pgs. ISBN: 84-277-0380-5, Página 9: “El uso estratégico de la lengua hablada y escrita tiene tales virtualidades que permite a los expertos de la expresión demagógica llevar a cabo simultáneamente dos tareas opuesta: convencer a las gentes de que se las está promocionando a niveles de libertad y someterlas a un implacable dominio.”

[10] Cfr.: Frakl, Víctor;  Hombre en busca de sentido, Editorial Herder S.A., Barcelona, 1991; ISBN 84-254-1101-7

[11] Ley 1420 de educación común en la Capital, colonias y territorios nacionales, 8 de julio de 1884.

[12] La sustentabilidad institucional según las practicas corrientes, parece asociarse a la permanencia indefinida en el poder. Nos desgañitamos haciendo campañas en nombre de la democracia pero tendemos al nepotismo y a prácticas seudo monárquicas. Responsabilidades distintas tienen las distintas partes, pero el paradigma según el cual nuestros gobernantes se conducen es aceptado por el pueblo. El pueblo tienen el poder de cambiar las cosas.

[13] “La hipótesis evolucionista es presentada sistemáticamente como una teoría científica rigurosa y aun como un hecho científico establecido, y como tal, incluida con carácter obligatorio en la currícula a todos los niveles. Y sin embargo, esta hipótesis o postulado, no sólo carece de fundamentos científicos sino que además está en franca contradicción con el conocimiento científico que hoy poseemos, y su enseñanza sólo tiene como objetivo brindar un respaldo pseudocientífico, a una visión filosófica naturalista del mundo y del hombre.” Dr. Raúl Osvaldo Leguizamón // «Tal vez nunca pueda confirmarse cómo fue el origen de la vida” Lo afirma Thomas Cech premio Nobel de Química 1989. La Nación, Viernes 7 de diciembre de 2007.

[14] Aforismo de Lavoisier, químico francés del siglo XVIII.

[15] Sobre esta apabullante injusticia ver el caso del Doctor Hamer y la Nueva medicina germánica.

[16] El consumismo es el talante característico de la aldea global, que junto a la promiscuidad adquirió ciudadanía mundial bajo el nombre de S.I.D.A., sintomáticamente denominado como Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida, lo que desde la perspectiva causal deberíamos llamar Sexualidad Individualista Desprovista de Amor.

[17] Los derechos humanos  están siendo utilizados como parte de una estrategia de sometimiento, entre otras cosas, a raíz de que la versión de 1948 ha quedado supeditada al principio del desarrollo sustentable y por ende a criterios de utilidad social y viabilidad económica. Es decir, en la política global la persona pasa a ser una variable de los planes de desarrollo, lo que no es otra cosa que una versión actual de la barbarie siempre enrostrada al nazismo. Un ejemplo de esta tergiversación de principios lo encontramos en la reinterpretación del Derecho a la vida que se desprende del nuevo paradigma de la salud acordado por los miembros de la Organización Mundial de la Salud en 1992. Cfr.:  Sanahuja, Juan C.; El desarrollo sustentable, La nueva ética internacional, Vórtice, Buenos Aires 2003, página 47.

[18] Argumento publicado a raíz del primer debate francés sobre la eutanasia.

[19] Caso inglés difundido en el año 2001 y demanda de ciudadanos españoles en Málaga en el año 2005.

[20] Un trabajador del ferrocarril polaco se despertó el pasado viernes de un coma profundo después de 19 años, cuando los médicos ya habían descartado la posibilidad de que el enfermo pudiera recuperar la consciencia, según medios polacos. Jan Grzebski, de 65 años, vecino de la ciudad de Dzikow, sufrió en 1988 un grave accidente laboral del que se recuperó inicialmente, para caer al poco tiempo en un estado de coma profundo. Según la televisión polaca, la familia del enfermo nunca perdió la esperanza de que pudiese llevar de nuevo una vida normal y ahora, después de casi dos décadas, el milagro se ha producido. Jan ha agradecido muy emocionado ante los medios de comunicación los cuidados recibidos: «Sé que debo mucho al hospital, pero sobre todo siento un agradecimiento indecible a mi esposa, que durante esos diecinueve años no me ha abandonado ni un momento, siempre ha estado a mi lado, haciendo todo lo que necesitaba y siento que a ella le debo la vida».

[21] Este tema de las previsiones (estimaciones especulativas) y prevenciones (acciones concretas) no es una cuestión menor, ya que hay ciertas proyecciones que sólo tienen su razón de ser (su verdadera justificación) en la implementación de las prevenciones que aconsejan. Razones que a la postre resultarán falsas no porque las prevenciones hayan eliminado el peligro de las consecuencias aducidas en las previsiones, sino porque tales previsiones nunca fueron más que puras proyecciones surgidas de un paradigma falso. La guerra preventiva no es el único ejemplo donde se aplican los principios en los que el planteo se sustenta, sino sólo un caso particular de esta “política” general preventiva que caracteriza el accionar de los organismos internacionales.

[22] Ello sin contar con la hipótesis altamente sospecha de probabilidad de que ciertas catástrofes como el Sunami hayan sido consecuencia de pruebas de nuevas armas que se están “ajustando”. Nunca se ha dado explicación convincente al hecho de que las bases militares de la zona desvastada hubiesen sido evacuadas con antelación suficiente sin que se diese aviso del peligro a terceros.

[23] Eufemismos inventados por el medio pelo para reemplazar las expresiones villas miseria o villas de emergencia cuya incomoda formulación denuncia la injusticia que les da existencia y de la cual los eufemístas medran.

[24] La primera denuncia, realizada por mujeres del norte de Brasil, la conocimos en el año 1993. Recientemente, asistentes sociales que se desempeñan en Córdoba y en Santa Fe nos han referido prácticas similares en nuestro entorno. Se adjunta información sobre otros dos casos. 1) Derechos humanos y acción defensorial. Revista especializada del defensor del pueblo de Bolivia, número 1, año 1, 2006, nota 44. En regiones cercanas siguen prevaleciendo esterilizaciones forzadas, violaciones y falta de acceso a las instancias de salud siguen siendo problemas que enfrentan las  mujeres indígenas, hechos denunciados en varios foros, tal como sucedió recientemente en Chilpancingo, en el mes de junio de 2004. 2) Otro ejemplo: Lima, 29 de octubre de 1998 (Milenia Radio/Tertulia). Por efecto de una denuncia presentada por la abogada feminista Giulia Tamayo, el Ministerio de Salud sancionó a los responsables de presionar al personal médico de la ciudad de Piura (norte del país) para que efectúen mensualmente un número determinado de ligaduras de trompas. La jefa de la Dirección Nacional de Planificación Sectorial del Ministerio de Salud, Doris Lituma, manifestó que una comisión especial se hizo cargo de investigar la denuncia de la abogada Giulia Tamayo y que ya ha aplicado algunas medidas disciplinarias, aunque no dio mayores precisiones al respecto. Sin embargo, se trata de la primera vez que el Ministerio de Salud reconoce la existencia de presiones a los médicos que laboran en el Programa Nacional de Planificación Familiar. En un sintonizado programa de televisión, la feminista Giulia Tamayo presentó una circular de la Dirección Regional de Salud de Piura, que obligaba a los médicos a captar por lo menos dos pacientes para anticoncepción quirúrgica, so pena de no recibir una renovación del contrato. La doctora Tamayo elaboró un reporte de Derechos Humanos sobre los casos de mujeres víctimas de esterilizaciones inconsultas o sin haber contado con la necesaria información. En sus investigaciones encontró que en todas las regiones del país, especialmente en los lugares más alejados y de mayor pobreza, personal de salud convenció con engaños o presiones a las mujeres para someterse a ligaduras de trompas.

[25] Robert Strange McNamara, Secretario de Defensa de los EUA entre 1961 y 1968, ex-presidente de la Ford Motor Company, ex presidente del Banco Mundial; aparentemente arrepentido según el contenido del libro Life of Robert S. McNamara publicado en el año 2004.

[26] Sábato, Ernesto; La Resistencia; Ediciones Seix Barral; Año 2004. El libro La Resistencia escrito por Sábato es una reflexión profunda sobre la vida. Un recorrido por los tiempos antiguos y por los tiempos modernos que a los seres humanos nos toca vivir. Llama a valorar la vida del hombre junto a otros seres humanos. Habla de resistir al individualismo, al capitalismo, al culto de sí mismo, a la incomunicación, al sometimiento y a la masificación, a la competencia feroz. Sostiene que el ser humano puede resistir y puede salir de esta profunda crisis en las que estamos envueltos porque siempre el hombre puede volver a renacer. El libro está dividido en cinco cartas y un epílogo.  Primera carta: LO PEQUEÑO Y LO GRANDE. En este capítulo reflexiona sobre las cosas cotidianas, sobre las cosas sencillas que dejamos de valorar, una buena caminata, la floración de un aromo, las flores, los perfumes. Algo que lo afecta es el ruido. El hombre necesita expresarse de mil formas. Habla de la fidelidad o traición a lo que sentimos como un destino o vocación. Segunda carta: LOS ANTIGUOS VALORES: Habla en este capitulo de los antiguos valores y de la importancia y el respeto a ceremonias como la muerte, el casamiento y el bautismo. La vida de los hombres se centraba en los valores espirituales como la dignidad, el desinterés, el estoicismo del ser humano frente a la adversidad. La vida de hoy carece de ocio,  del ocio bien entendido, como descanso de una jornada laboral, o distracción en cosas que nos gustan. Antiguamente la gente tenía menos libertad pero mucho más responsabilidad. Tercera carta: ENTRE EL BIEN Y EL MAL: Habla sobre los viejos y el maltrato y la poca estima que les tenemos. Se  refiere al respeto que existía hacia los padres. Habla del cambio radical que debe haber en la educación, de la filosofía de Ghandi y termina haciendo un paralelismo entre el bien y el mal, sintetizando que el amor  como el verdadero acto creador es siempre la victoria del bien sobre el mal. Cuarta carta: LOS VALORES DE LA COMUNIDAD: En este capitulo se refiere al quiebre de la cultura occidental, dictaduras totalitarias, enajenación del hombre, destrucción del medio ambiente, la neurosis colectiva y la histeria generalizada. La ciencia que iba a solucionar los problemas del hombre en forma positiva, terminó siendo usada como un arma mortal. Habla de una crisis en la concepción del mundo, en su totalidad. Critica la competencia, por no tener un sentido comunitario sino individualista. Quinta carta: EL VÉRTIGO: El vértigo, entendido como velocidad, el desenfreno, el ritmo acelerado, el pánico. El hombre viviendo en este ritmo  se convierte en un ser autómata, pero tiene una esperanza, siempre puede salir de las crisis. Hay que defenderse, no asfixiarse, no perder la libertad, ni los buenos pequeños momentos compartidos. Epilogo: LA DECISIÓN Y LA MUERTE: Sàbato hace referencia al valor de la vida, a dejar pasar el tiempo pero vivirlo plenamente, a sostenernos en los valores espirituales siendo fieles a nuestro destino. Hay momentos que siente que es el momento final y después sucede que aparecen ciertas cosas que renuevan su esperanza y que no todo está perdido. Marca la diferencia entre aceptar, que es respetar al otro y resignarse, que es un sentimiento cobarde. Siente que la muerte está cerca de él pero la toma con comprensión y se alimenta de los buenos momentos y las buenas personas que pasaron por su vida.

[27] Mi amigo Miguel me dice que el problema en su comunidad es “la presencia del paco en la secundaria”. Yo le pregunto ¿qué significa lo que ha dicho? ¿quién es Paco? Paco es el nombre de la droga que actualmente más “corre” entre los alumnos de secundara. Es muy barata. Está hecha con residuos de cocaína, kerosén, ácido sulfúrico y vidrio, generalmente procedente de tubos fluorescentes triturados. Al inhalarlo el vidrio hiere las venas nasales y el contenido ingresa directamente al torrente sanguíneo produciendo un efecto inmediato. El problema es que aunque el efecto narcótico es inferior comparado con otro tipo de sustancias, el paco los destruye por dentro porque, además de intoxicarlos, el vidrio sigue cortando por donde pasa.

[28] No estamos criticando a Hegel, lo que se menciona es reflejo de experiencias concretas resultante de planteos hechos por docentes y padres que de Hegel jamás han tenido noticia.

[29] Una puerta, que de un lado tenga un cartel que dice “entrada” y del otro tenga uno que dice “salida” no deja de ser como objeto la misma puerta. Sin embargo cambia totalmente el sentido de esa puerta, según que uno esté de uno u otro lado en concordancia con el uso previsto y señalado en el cartel que la puerta tenga. Una cosa es estar del lado donde la puerta dice “entrada” y querer pasar por ella para ir hacia afuera y otra es estar del lado que dice “entrada” queriendo ir hacia adentro.  Y no es sólo una cuestión de convención y usos, ni de percepción “personal”.

[30] El hombre no es nunca un primer  hombre: comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado. Éste es el tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Y la riqueza menor de ese tesoro consiste en lo que de él parezca acertado y digno de conservarse: lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre. El verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores, la larga experiencia vital decantada gota a gota en milenios. Y esto es ser un pueblo de hombres: poder hoy seguir en su ayer sin dejar por eso de vivir para el futuro; poder existir en el verdadero presente, ya que el presente es sólo la presencia del pasado y del porvenir, el lugar donde pretérito y futuro efectivamente existen. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas.

[31]Ver: Jäger, Werner; Paideia; México1957; Fondo de Cultura Económica; ISBN 9681601068.

[32] Todos los implicados a la hora de la consulta, los especialistas a la hora del discerniendo y del juicio, y el mejor capacitado en la conducción a la hora de la ejecución.

[33] V. Frankl: El hombre en busca de sentido. 1979 Editorial Herder S.A., Provenza 388, Barcelona

[34] El uso estratégico de la lengua hablada y escrita permite a los especialistas en la expresión demagógica llevar a cabo dos tareas opuesta: convencer a las gentes que se las está promocionando a niveles de libertad mientras se las somete a un implacable dominio. Alfonso López Quintás, Estrategia del lenguaje y manipulación del hombre.

[35] Definimos el lenguaje como el medio que nos sirve para manifestar nuestros pensamientos. Pero una definición, si es verídica, es irónica, implica tácitas reservas, y cuando no se la interpreta así, produce funestos resultados. Así está. Lo de menos es que el lenguaje sirva también para ocultar nuestros pensamientos, para mentir. La mentira sería imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad. . . . cuando el hombre se pone a hablar, lo hace porque cree que va a poder decir cuanto piensa. Pues bien: esto es lo ilusorio. El lenguaje no da para tanto. Dice, poco mas o menos, una parte de lo que pensamos, y pone una valla infranqueable a la transfusión del resto. Sirve bastante bien para enunciados y pruebas matemáticas; ya al hablar de física empieza a hacerse equívoco e insuficiente. Pero conforme la conversación se ocupa de temas más importantes que ésos, más humanos, más «reales», va aumentando su imprecisión, su torpeza y confusionismo. Dóciles al prejuicio inveterado de que hablando nos entendemos, decimos y escuchamos tan de buena fe, que acabamos muchas veces por malentendernos mucho más que si, mudos, procurásemos adivinarnos. Se olvida demasiado que todo auténtico decir no sólo dice algo, sino que lo dice alguien a alguien. En todo decir hay un emisor y un receptor, los cuales no son indiferentes al significado de las palabras. Éste varía cuando aquéllas varían. Duo si idem dicunt, non est idem. Todo vocablo es ocasional. El lenguaje es por esencia diálogo, y todas las otras formas del hablar depotencian su eficacia. Por eso yo creo que un libro sólo es bueno en la medida en que nos trae un diálogo latente, en que sentimos que el autor sabe imaginar concretamente a su lector y éste percibe como si de entre las líneas saliese una mano ectoplásmica que palpa su persona, que quiere acariciarla — o bien, muy cortésmente, darle un puñetazo. . . Ortega y Gasset, La rebelión de las masas.

[36] Millàn-Puelles. Antonio; Etica y realismo, Rialp, Madrid 1999, página 27 y 28

[37] Goethe

[38] Leyenda Negra en América (1ª parte), Por Vittorio Messori (Conoze.com) Bailando con lobos, la película norteamericana que se pone del lado de los indios, ganó siete Oscars. Hacia mediados de los años sesenta el western se dispuso a experimentar un cambio; las primeras dudas acerca de la bondad de la causa de los pioneros anglosajones provocaron una crisis del esquema «blanco bueno-piel roja malo». Desde entonces, esa crisis fue en aumento hasta conseguir la inversión del esquema: ahora, las nuevas categorías insisten en ver siempre en el indio al héroe puro y en el pionero al brutal invasor. Como es lógico, existe el peligro de que la nueva situación se convierta en una especie de nuevo conformismo del hombre occidental PC, politically correct, como se denomina a quien respeta los cánones y tabúes de la mentalidad corriente. Mientras que antes se producía la excomunión social de todo aquel que no viera un mártir de la civilización y un campeón del patriotismo «blanco» en el coronel George A. Custer, ahora merecería la misma excomunión todo aquel que hablara mal de Toro Sentado y de los sioux, que aquella mañana del 25 de junio de 1876, en Little Big Horn, acabaron con la vida de Custer y con todo el Séptimo de Caballería. A pesar del riesgo de que aparezcan nuevos eslóganes conformistas, es imposible no acoger con satisfacción el hecho de que se descubran los pasteles de la «otra» América, la protestante, que dio (y da) tantas desdeñosas lecciones de moral a la América católica. Desde el siglo XVI las potencias nórdicas reformadas -Gran Bretaña y Holanda in primis- iniciaron en sus dominios de ultramar una guerra psicológica al inventarse la «leyenda negra» de la barbarie y la opresión practicadas por España, con la que estaban enzarzadas en la lucha por el predominio marítimo. Leyenda negra que, como ocurre puntualmente con todo lo que no está de moda en el mundo laico, es descubierta ahora con avidez por curas, frailes y católicos adultos en general, quienes, al protestar con tonos virulentos en contra de las celebraciones por el Quinto Centenario del descubrimiento ignoran que, con algunos siglos de retraso, se erigen en seguidores de una afortunada campaña de los servicios de propaganda británicos y holandeses. Pierre Chaunu, historiador de hoy, fuera de toda duda por ser calvinista, escribió: «La leyenda antihispánica en su versión norteamericana (la europea hace hincapié sobre todo en la Inquisición) ha desempeñado el saludable papel de válvula de escape. La pretendida matanza de los indios por parte de los españoles en el siglo XVI encubrió la matanza norteamericana de la frontera Oeste, que tuvo lugar en el siglo XIX. La América protestante logró librarse de este modo de su crimen lanzándolo de nuevo sobre la América católica.» Entendámonos, antes de ocuparnos de semejantes temas sería preciso que nos librásemos de ciertos moralismos actuales que son irreales y que se niegan a reconocer que la historia es una señora inquietante, a menudo terrible. Desde una perspectiva realista que debería volver a imponerse, habría que condenar sin duda los errores y las atrocidades (vengan de donde vengan) pero sin maldecir como si se hubiera tratado de una cosa monstruosa el hecho en sí de la llegada de los europeos a las Américas y de su asentamiento en aquellas tierras para organizar un nuevo hábitat. En historia resulta impracticable la edificante exhortación de «que cada uno se quede en su tierra sin invadir la ajena». No es practicable no sólo porque de ese modo se negaría todo dinamismo a las vicisitudes humanas, sino porque toda civilización es fruto de una mezcla que nunca fue pacífica. Sin ánimo de incodar a la Historia Sagrada misma (la tierra que Dios prometió a los judíos no les pertenecía, sino que se la arrancaron a la fuerza a sus anteriores habitantes), las almas bondadosas que reniegan de los malvados usurpadores de las Américas olvidan, entre otras cosas, que a su llegada, aquellos europeos se encontraron a su vez con otros usurpadores. El imperio de los aztecas y el de los incas se había creado con violencia y se mantenía gracias a la sanguinaria opresión de los pueblos invasores que habían sometido a los nativos a la esclavitud. A menudo se finge ignorar que las increíbles victorias de un puñado de españoles contra miles de guerreros no estuvieron determinadas ni por los arcabuces ni por los escasísimos cañones (que con frecuencia resultaban inútiles en aquellos climas porque la humedad neutralizaba la pólvora) ni por los caballos (que en la selva no podían ser lanzados a la carga). Aquellos triunfos se debieron sobre todo al apoyo de los indígenas oprimidos por los incas y los aztecas. Por lo tanto, más que como usurpadores, los ibéricos fueron saludados en muchos lugares como liberadores. Y esperemos ahora a que los historiadores iluminados nos expliquen cómo es posible que en más de tres siglos de dominio hispánico no se produjesen revueltas contra los nuevos dominadores, a pesar de su número reducido y a pesar de que por este hecho estaban expuestos al peligro de ser eliminados de la faz del nuevo continente al mínimo movimiento. La imagen de la invasión de América del Sur desaparece de inmediato en contacto con las cifras: en los cincuenta años que van de 1509 a 1559, es decir, en el período de la conquista desde Florida al estrecho de Magallanes, los españoles que llegaron a las Indias Occidentales fueron poco más de quinientos (¡sí, sí, quinientos!) por año. En total, 27.787 personas en ese medio siglo. Volviendo a la mezcla de pueblos con los que es preciso hacer las cuentas de un modo realista, no debemos olvidar, por ejemplo, que los colonizadores de América del Norte provenían de una isla que a nosotros nos resulta natural definir como anglosajona. En realidad, era de los britanos, sometidos primero por los romanos y luego por los bárbaros germanos -precisamente los anglos y los sajones- que exterminaron a buena parte de los indígenas y a la otra la hicieron huir hacia las costas de Galia donde, después de expulsar a su vez a los habitantes originarios, crearon la que se denominó Bretaña. Por lo demás, ninguna de las grandes civilizaciones (ni la egipcia, ni la romana, ni la griega, sin olvidar nunca la judía) se creó sin las correspondientes invasiones y las consiguientes expulsiones de los primeros habitantes. Por lo tanto, al juzgar la conquista europea de las Américas será preciso que nos cuidemos de la utopía moralista a la que le gustaría una historia llena de reverencias, de buenas maneras, y de «faltaba más, usted primero». Aclarado este punto, es preciso que digamos también que hay conquistas y conquistas (y en películas como la muy premiada Bailando con lobos se empieza a entender) y que la católica fue ampliamente preferible a la protestante. Como escribió Jean Dumont, otro historiador contemporáneo: «Si, por desgracia, España (y Portugal) se hubiera pasado a la Reforma, se hubiera vuelto puritana y hubiera aplicado los mismos principios que América del Norte («lo dice la Biblia, el indio es un ser inferior, un hijo de Satanás»), un inmenso genocidio habría eliminado de América del Sur a todos los pueblos indígenas. Hoy en día, al visitar las pocas «reservas» de México a Tierra del Fuego, los turistas harían fotos a los supervivientes, testigos de la matanza racial, llevada a cabo además sobre la base de motivaciones «bíblicas».» Efectivamente, las cifras cantan: mientras que los pieles rojas que sobreviven en América del Norte son unos cuantos miles, en la América ex española y ex portuguesa, la mayoría de la población o bien es de origen indio o es fruto de la mezcla de precolombinos con europeos y (sobre todo en Brasil) con africanos.

Leyenda Negra en América (2ª parte), Por Vittorio Messori (Conoze.com) La cuestión de las distintas colonizaciones de las Américas (la ibérica y la anglosajona) es tan amplia, y son tantos los prejuicios acumulados, que sólo podemos ofrecer algunas observaciones. Volvamos a la población indígena, tal como señalamos prácticamente desaparecida en los Estados Unidos de hoy, donde están registradas como «miembros de tribus indias» aproximadamente un millón y medio de personas. En realidad, esta cifra, de por sí exigua, se reduciría aún más si consideramos que para aspirar al citado registro basta con tener una cuarta parte de sangre india. En el sur la situación es exactamente la contraria; en la zona mexicana, en la andina y en muchos territorios brasileños, casi el noventa por ciento de la población o bien desciende directamente de los antiguos habitantes o es fruto de la mezcla entre los indígenas y los nuevos pobladores. Es más, mientras que la cultura de Estados Unidos no debe a la india más que alguna palabra, ya que se desarrolló a partir de sus orígenes europeos sin que se produjese prácticamente ningún intercambio con la población autóctona, no ocurre lo mismo en la América hispano-portuguesa, donde la mezcla no sólo fue demográfica sino que dio origen a una cultura y una sociedad nuevas, de características inconfundibles. Sin duda, esto se debe al distinto grado de desarrollo de los pueblos que tanto los anglosajones como los ibéricos encontraron en aquellos continentes, pero también se debe a un planteamiento religioso distinto. A diferencia de los católicos españoles y portugueses, que no dudaban en casarse con las indias, en las que veían seres humanos iguales a ellos, a los protestantes (siguiendo la lógica de la que ya hemos hablado y que tiende a hacer retroceder hacia el Antiguo Testamento al cristianismo reformado) los animaba una especie de «racismo» o al menos, el sentido de superioridad, de «estirpe elegida», que había marcado a Israel. Esto, sumado a la teología de la predestinación (el indio es subdesarrollado porque está predestinado a la condenación, el blanco es desarrollado como signo de elección divina) hacía que la mezcla étnica e incluso la cultural fueran consideradas como una violación del plan providencial divino. Así ocurrió no sólo en América y con los ingleses, sino en todas las demás zonas del mundo a las que llegaron los europeos de tradición protestante: el apartheid sudafricano, por citar el ejemplo más clamoroso, es una creación típica y teológicamente coherente del calvinismo holandés. Sorprende, por lo tanto, esa especie de masoquismo que hace poco impulsó a la Conferencia de obispos católicos sudafricanos a sumarse, sin mayores distinciones ni precisiones, a la «Declaración de arrepentimiento» de los cristianos blancos hacia los negros de aquel país. Sorprende porque aunque por parte de los católicos pudo haber algún comportamiento condenable, dicho comportamiento, al contrario de lo ocurrido en el caso protestante, iba en contra de la teoría y la práctica católicas. Pero da igual, hoy por hoy, parece ser que existen no pocos clericales dispuestos a endilgarle a su Iglesia culpas que no tiene. Las formas de conquista de las Américas se originan precisamente en las distintas teologías: los españoles no consideraron a los pobladores de sus territorios como una especie de basura que había que eliminar para poder instalarse en ellos como dueños y señores. Se reflexiona poco sobre el hecho de que España (a diferencia de Gran Bretaña) no organizó nunca su imperio americano en colonias, sino en provincias. Y que el rey de España no se ciñó nunca la corona de emperador de las Indias, a diferencia de cuanto hará, incluso a principios del siglo XX, la monarquía inglesa. Desde el comienzo, y más tarde, con implacable constancia, durante toda la historia posterior, los colonos protestantes se consideraron con el derecho, fundado en la misma Biblia, de poseer sin problemas ni limitaciones toda la tierra que lograran ocupar echando o exterminando a sus habitantes. Estos últimos, como no formaban parte del «nuevo Israel» y como llevaban la marca de una predestinación negativa, quedaron sometidos al dominio total de los nuevos amos. El régimen de suelos instaurado en las distintas zonas americanas confirma esta diferencia de las perspectivas y explica los distintos resultados: en el sur se recurrió al sistema de la encomienda, figura jurídica de inspiración feudal, por la cual el soberano concedía a un particular un territorio con su población incluida, cuyos derechos eran tutelados por la Corona, que seguía siendo la verdadera propietaria. No ocurrió lo mismo en el norte, donde primero los ingleses y después el gobierno federal de Estados Unidos se declararon propietarios absolutos de los territorios ocupados y por ocupar; toda la tierra era cedida a quien lo deseara al precio que se fijó posteriormente en una media de un dólar por acre. En cuanto a los indios que podían habitar esas tierras, correspondía a los colonos alejarlos o, mejor aún, exterminarlos, con la ayuda del ejército, si era preciso. El término «exterminio» no es exagerado y respeta la realidad concreta. Por ejemplo, muchos ignoran que la práctica de arrancar el cuero cabelludo era conocida tanto por los indios del norte como por los del sur. Pero entre estos últimos desapareció pronto, prohibida por los españoles. No ocurrió lo mismo en el norte. Por citar un ejemplo, la entrada correspondiente en una enciclopedia nada sospechosa como la Larousse dice: «La práctica de arrancar el cuero cabelludo se difundió en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos a partir del siglo XVII, cuando los colonos blancos comenzaron a ofrecer fuertes recompensas a quien presentara el cuero cabelludo de un indio fuera hombre, mujer o niño.» En 1703 el gobierno de Massachusetts pagaba doce libras esterlinas por cuero cabelludo, cantidad tan atrayente que la caza de indios, organizada con caballos y jaurías de perros, no tardó en convertirse en una especie de deporte nacional muy rentable. El dicho «el mejor indio es el indio muerto», puesto en práctica en Estados Unidos, nace no sólo del hecho de que todo indio eliminado constituía una molestia menos para los nuevos propietarios, sino también del hecho de que las autoridades pagaban bien por su cuero cabelludo. Se trataba pues de una práctica que en la América católica no sólo era desconocida sino que, de haber tratado alguien de introducirla de forma abusiva, habría provocado no sólo la indignación de los religiosos, siempre presentes al lado de los colonizadores, sino también las severas penas establecidas por los reyes para tutelar el derecho a la vida de los indios. Sin embargo, se dice que millones de indios murieron también en América Central y del Sur. Murieron, qué duda cabe, pero no como para estar al borde de la desaparición como en el norte. Su exterminio no se debió exclusivamente a las espadas de acero de Toledo y a las armas de fuego (que, como ya vimos, casi siempre fallaban), sino a los invisibles y letales virus procedentes del Viejo Mundo. El choque microbiano y viral que en pocos años causó la muerte de la mitad de la población autóctona de Iberoamérica fue estudiado por el grupo de Berkeley, formado por expertos de esa universidad. El fenómeno es comparable a la peste negra que, procedente de India y China, asoló Europa en el siglo XIV. Las enfermedades que los europeos llevaron a América como la tuberculosis, la pulmonía, la gripe, el sarampión o la viruela eran desconocidas en el nicho ecológico aislado de los indios, por lo tanto, éstos carecían de las defensas inmunológicas para hacerles frente. Pero resulta evidente que no se puede responsabilizar de ello a los europeos, víctimas de las enfermedades tropicales a las que los indios resistían mejor. Es de justicia recordar aquí, cosa que se hace con poca frecuencia, que la expansión del hombre blanco fuera de Europa asumió a menudo el aspecto trágico de una hecatombe, con una mortalidad que, en el caso de ciertos barcos, ciertos climas y ciertos autóctonos, alcanzó cifras impresionantes. Al desconocer los mecanismos del contagio (faltaba mucho aún para Pasteur) hubo hombres como Bartolomé de las Casas -figura controvertida que habrá que analizar prescindiendo de esquemas simplificadores- que fueron víctimas del equívoco: al ver que aquellos pueblos disminuían drásticamente, sospecharon de las armas de sus compatriotas, cuando en realidad no eran las armas las asesinas, sino los virus. Se trata de un fenómeno de contagio mortífero observado más recientemente entre las tribus que permanecieron aisladas en la Guayana francesa y en la región del Amazonas, en Brasil. La costumbre española de decir ¡Jesús!, a manera de augurio a quien estornuda, nace del hecho de que un simple resfriado (del cual el estornudo es síntoma) solía ser mortal para los indígenas que lo desconocían y para el que carecían de defensas biológicas.

[39] El gran timo del calentamiento globlal es un informe que se puede ver a traves de Internet cuyo contenido no sorprenderá a quienes están acostumbrados a no tragarse las píldoras de las campañas globales. URL: http://www.stage6.com/user/angkorwat/video/1348005/ El-gran-timo-del-calentamiento-global

[40] Renacimiento es el nombre dado al amplio movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental en los siglos XV y XVI. Comenzó en Italia en el siglo XIV y se difundió por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI. Algunos de los rasgos ideológicos del humanismo son: El antropocentrismo o consideración de que todo gira en torno al hombre surgido como reacción frente al teocentrismo medieval. Ya no se desprecia ni la fama en este mundo, ni el dinero, ni el goce epicúreo de los sentidos. La razón humana adquiere valor autonomo. Se ve como legítimo el deseo de fama, gloria, prestigio y poder (El príncipe, de Maquiavelo), valores paganos que bonifican al hombre frente a otros que lo reducen al compararlo con Dios y degradan ciertos “valores” a la categoría de pecados según la moral cristiana y la escolástica. El comercio no es pecado: el calvinismo glorifica el dinero como señal de que Dios ha bendecido en la tierra a quien trabaja. El pacifismo o irenismo: el odio por todo tipo de guerra. El deseo de la unidad política y religiosa de Europa bajo un sólo poder político y un solo poder religioso separado del mismo: se reconoce la necesidad de separar moral y política, autoridad eterna y temporal. La idealización y estilización de la realidad: las cosas no se representan tal cual son sino como más nos agrade. Existe fe en el hombre: la idea de que merece la pena pelear por la fama y la gloria en este mundo incita a realizar grandes hazañas. La fe se desplaza de Dios al hombre. En sus comienzos, el humanismo en tiempos modernos se encuentra estrechamente ligado al Renacimiento y se benefició de la diáspora de los maestros bizantinos de griego que difundieron la enseñanza de esta lengua, muy rara hasta entonces, tras la caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453; la imprenta y el abaratamiento de los libros subsiguiente facilitó esta difusión fuera del ámbito eclesiástico; por entonces el término humanista servía exclusivamente para designar a un profesor de lenguas clásicas. Se revitalizó durante el siglo XIV dando nombre de un movimiento que no sólo fue pedagógico, literario, estético, filosófico y religioso, sino que se convirtió en un modo de pensar y de vivir vertebrado en torno a una idea principal: en el centro del Universo está el hombre, imagen de Dios, criatura privilegiada, digna sobre todas las cosas de la tierra (antropocentrismo).

[41] Descartes nació el 31 de marzo en el año de 1596 en La Haya. En septiembre de 1649 la Reina Cristina de Suecia le llamó a Estocolmo donde murió de una neumonía el 11 de febrero de 1650. Descartes es considerado desde los tiempos de Hegel, como el padre de la filosofía moderna. Comúnmente se dice que desarrolló su filosofía tomando como modelo los procedimientos deductivos de las ciencias exactas, concretamente de la aritmética y la geometría.

[42] Francis Bacon nació el 22 de enero de 1561 y murió 9 de abril de 1626. Conocido también por barón de Verulam, visconde de San Albano, canciller de Inglaterra y célebre filósofo. Se propuso ante todo reorganizar el método de estudio científico. Percibió que el razonamiento deductivo destacaba entonces a expensas del inductivo y creyó que, eliminando toda noción preconcebida del mundo, se podía y debía estudiar al hombre y su entorno mediante observaciones detalladas y controladas, realizando generalizaciones cautelosas. Para ello, el estudio que el hombre de ciencia hace de los particulares debe realizarse mediante observaciones que deben validarse. Los científicos deben ser ante todo escépticos y no aceptar explicaciones que no se puedan probar por la observación y la experiencia sensible (Empirismo). La filosofía de Bacon influyó en la creencia de que la gente es a la vez sierva e intérprete de la naturaleza, de que la verdad no se deriva de la autoridad y que el conocimiento es fruto ante todo de la experiencia. Se le reconoce haber aportado a la Lógica el método experimental inductivo. El método de Bacon consistió en inferir a partir del uso de la analogía, desde las características o propiedades del mayor grupo al que pertenece el dato en concreto, dejando para una posterior experiencia la corrección de los errores evidentes. Este método representó un avance en el método científico al ser muy significativo en la mejora de las hipótesis científicas. En la filosofía de la ciencia, el empirismo es una teoría del conocimiento, que enfatiza los aspectos del conocimiento científico que están cercanamente relacionados con la experiencia, o en el caso científico mediante la experimentación. Es requerimiento fundamental del método científico, que todas las hipótesis y teorías deben ser probadas mediante la observación del mundo natural, restándole importancia al raciocinio a priori, la intuición o la revelación.

[43] Jaume Balmes Urpía, filosofo español nacido en Vic, Cataluña, el 28 de agosto de 1810 y fallecido en Barcelona el 9 de julio de 1848. Generalmente la filosofía de Balmes es entendida como «filosofía del sentido común», aunque en realidad se trata de algo bastante más complejo. Tanto en «Filosofía fundamental» como en «Filosofía elemental» se aborda el tema de la certeza. Balmes divide la verdad en tres clases irreductibles, si bien hablamos de la misma cual si sólo fuera una. Éstas son las verdades subjetivas, las verdades racionales y las verdades objetivas. El primer tipo de verdad, la subjetiva, puede ser entendida como una realidad presente para el sujeto, que es real pero depende de la percepción del hablante. Por ejemplo, afirmar que se tiene frío o que se tiene sed son verdades subjetivas. El segundo tipo, la racional, es la verdad lógica y matemática, valiendo como ejemplo cualquier operación de éste tipo. Finalmente, la verdad objetiva se entiende como aquella que – aún percibida por todos- no entra dentro de la categoría de verdad racional: afirmar que el cielo es azul, o que en el bosque hay árboles. Los tres tipos de verdad son irreductibles, y los métodos de captación difieren de una a la otra. Por ello, es menester que la filosofía plantee en primer lugar qué tipo de verdad buscamos. Para Balmes no existe la posibilidad de dudar de todo: haciendo tal afirmación, olvidamos que hay una serie de reglas del pensar que admitimos como verdades para poder dudar

[44] Mircea Eliade nació el 9 de marzo de 1907 en Bucarest, Rumania, y murió el 22 de abril 1986 en Chicago, Estados Unidos, fue filósofo, historiador de las religiones y novelista. En La Prueba del Laberinto, declara que “mi objetivo consistía únicamente en hacer inteligible al mundo moderno -lo mismo occidental que oriental, a la India lo mismo que a Tokio o a París- unas creencias religiosas y filosóficas poco conocidas o mal comentadas.” “La historia de las religiones se refiere a lo más esencialmente humano: la relación del hombre con lo sagrado. (…) Las crisis del hombre moderno son en gran parte religiosas en la medida en que suponen la toma de conciencia de una carencia de sentido.”

[45] Según el mecanicismo la realidad natural tiene una estructura comparable a la de una máquina, de modo que puede explicarse basándose en modelos de máquinas. Como concepción filosófica reduccionista, el mecanicismo sostiene que toda realidad debe ser entendida según los modelos proporcionados por la mecánica, e interpretada solamente sobre la base de las nociones de materia y movimiento.

[46] El relativismo afirma que no existen verdades universalmente válidas, ya que toda afirmación depende de condiciones o contextos de la persona o grupo que la afirma.

[47] La palabra pragmatismo proviene del vocablo griego pragma que significa acción. Para los pragmatistas la verdad y la bondad deben ser medidas de acuerdo con el éxito que se tenga en la práctica.

[48] Idiota viene directo del griego idiotes, que significa, simple, ignorante, pero también persona que sólo se ocupa de sus asuntos privados, en ignorancia de la cosa pública. El idiotes es lo contrario del polites aristotélico, esto es, el ciudadano, el que sí se ocupa de los asuntos públicos. Es decir, el término tiene dos significados, cuando menos, uno peyorativo (el simple) y el otro neutro (el desinteresado de la cosa pública) que acabaron fundiéndose en el sentido más bien despectivo que tiene hoy el término.

[49] A quien la expresión “sin retaceos” le parezca exagerada, le sugiero que compare la calidad y la cantidad del material que se distribuye para estos talleres promovidos por la AFIP en todos los colegios, con el material que se destina y recibe para cualquier otro taller, y que en la mayoría de los casos sólo llega a ciertos colegios públicos.

[50] Ver Módulo para el docente, del folletín Programa de Educación Tributaria publicado por la AFIP

[51] Ver Chomsky, N.; Fabricando el consenso, Buenos Aires, 2005.

[52] El hipotético caso de la buena resolución a favor de sus representados al que hacemos referencia, implicaría una inmediata perdida de posición de poder simplemente porque el primer acto requeriría negarse a entrar en el privilegiado círculo de esquilmadores y sobornados.

[53] No sólo “los electos” se conducen de forma corporativista asegurándose la permanencia, sino también todo el elenco burocrático que se sostiene surfeando sobre las olas de los cambios, democráticos y de los otros, en la mayoría de los casos, sin siquiera adquirir verdadera idoneidad. Si hubiese una carrera en la función pública los ciudadanos argentinos seríamos los mejores atendidos en todo el mundo dado el alto porcentaje de ñoquis que se cuentan entre las filas de los dependientes del estado. ¿Se imagina el cambio maravilloso que se produciría si los ñoquis trabajaran?

[54] Sólo por mencionar un botón de muestra: la paupérrima situación de jubilados y pensionados que trabajaron toda su vida en labores básicas y tienen que soportar además la humillación de ser tratados como despojos descartables en cuanta repartición pública tiene la desgracia de ir a para empujados por la necesidad, al tiempo que un número de privilegiados contemporáneos suyos percibe, no sólo una jugosa jubilación, en la mayoría de los casos en virtud de negocios pasados de dudosa legitimidad, sino que existen no pocos casos de ciudadanos que embolsas al menos dos de este tipo de ingresos a costilla del erario público mientras tienen aún sustanciales rentas del capital que en su momento se supieron agenciar.

[55] Esto no sólo ocurre en las que eran empresas del estado como las de comunicaciones o servicios básicos, sino también en la explotación minera por ejemplo, donde además de que las empresas extranjeras incumplen la legislación vigente, el estado subvenciona sus actividades a costas del erario público, es decir de las contribuciones del pueblo. El caso del peaje, de las compañías telefónicas, del ferrocarril, del petróleo, de las concesiones de aeropuertos, son sólo algunos de los escandalosos temas conocidos sobre los que nadie hace nada significativo. Otro frente donde se da esta inversión pública en orden a réditos privados es en el ámbito de la educación, donde no pocos de los mejores formados a base de subvenciones estatales terminan trabajando para empresas extranjeras.

[56] Tierras, fuentes de recursos hídricos, petróleo, pesca, ganadería, agricultura, investigación, gas, comunicaciones, minería, producción de alimentos e insumos básicos, y hasta las deudas impositivas se viene extranjerizando en Argentina desde hace varias décadas. La privatización de ciertas deudas impositiva está directamente vinculada a un negocio inmobiliario de proporciones gigantescas que en no pocos casos ha implicado el desplazamiento por la fuerza de moradores que por generaciones vivían en esas tierras en las que, en orden al negocio de santa soja o por las fuentes de aguas son apetecidas por la voracidad internacional y entregadas por los traidores nacionales con los que fuimos a la escuela.

[57] El consuelo que nos queda es que cada vez que en la historia de la humanidad la depravación se instaló en los círculos de poder, a corto plazo la decadencia moral promovida por sus aviesas conductas terminó precipitándose en un cambio de proporciones fenomenales. La pena es que, mientras tanto, hay muchos inocentes que están pagando con su propia integridad la aventura política de los degenerados.

[58] A spotty scorecard, UNICEF, Progress of Nations 2000. The continuation of this suffering and loss of life contravenes the natural human instinct to help in times of disaster. Imagine the horror of the world if a major earthquake were to occur and people stood by and watched without assisting the survivors! Yet every day, the equivalent of a major earthquake killing over 30,000 young children occurs to a disturbingly muted response. They die quietly in some of the poorest villages on earth, far removed from the scrutiny and the conscience of the world. Being meek and weak in life makes these dying multitudes even more invisible in death.

[59] Serendipia es un descubrimiento científico afortunado e inesperado que se ha realizado accidentalmente. La historia de la ciencia está llena de serendipias, Einstein reconoce esta cualidad en algunos de sus hallazgos. El término serendipia deriva del anglosajón serendipity, neologismo acuñado por Horace Walpole en 1754 a partir de un cuento persa del siglo XVIII llamado «Los tres príncipes de Serendip», en el que los protagonistas, unos príncipes de la isla Serendip (que era el nombre árabe de la isla de Ceilán, la actual Sri Lanka), solucionaban sus problemas a través de increíbles casualidades. Ejemplos de serendipia: 1) En 1922, Alexander Fleming estaba analizando un cultivo de bacterias, cuando derramó accidentalmente una lágrima sobre el plato que lo contenía. Al día siguiente descubrió que donde había caído la lágrima había un hueco, lo cual le hizo sospechar que las lágrimas pudiesen tener alguna propiedad, y de hecho consiguió extraer una enzima que eliminaba las bacterias sin dañar el tejido humano. Había descubierto sin querer la lisozima, un antibiótico que mataba bacterias, pero no a los glóbulos blancos (que es lo que hacía el fenol usado hasta esa época). 2) Friedrich Kekulé, químico, llevaba mucho tiempo intentando encontrar la huidiza estructura de la molécula de benceno. Simplemente, no se conocía una estructura de seis carbonos que tuviera las propiedades químicas que exhibía. Según cuenta él mismo en sus memorias, una tarde, mientras volvía a casa en autobús, se quedó dormido. Comenzó a soñar con átomos que danzaban y chocaban entre ellos. Varios átomos se unieron, formando una serpiente que hacía eses. De repente, la serpiente se mordió la cola y Kekulé despertó. A nadie se le había ocurrido hasta ese momento que pudiera tratarse de un compuesto cíclico. 3) Las famosísimas notas Post-it surgieron tras un olvido de un operario, que no añadió un componente de un pegamento en la fábrica de 3M. Toda la partida de pegamento se apartó y guardó, pues era demasiado valioso como para tirarlo aunque apenas tenía poder adhesivo. Uno de los ingenieros de la empresa, hombre devoto, estaba harto de meter papelitos en su libro de salmos para marcar las canciones cuando iba a la iglesia. Los papelitos no hacían más que caerse. Pensó que sería ideal tener hojas con un poco de pegamento que no fuera demasiado fuerte y que resistiera ser pegado y despegado muchas veces. La vieja partida de pegamento malogrado acudió a su mente. Habían nacido las notas Post-it. 4) Niels Bohr llevaba mucho tiempo trabajando en la configuración del átomo. Tuvo un sueño en el cual vio un posible modelo de dicha configuración, y al despertar, lo dibujó en un papel, sin darle mucha importancia. Poco tiempo después, volvió a ese papel y se dio cuenta de que realmente había hallado la estructura del átomo. 5) El Principio de Arquímedes fue descubierto al introducirse en una bañera y observar como su cuerpo desplazaba una masa de agua equivalente al volumen sumergido; gritando entonces la famosa palabra: Eureka.

[60] Aristocles Podros o Arístocles de Atenas, apodado y conocido como Platón “el de anchas espaldas”, nació en  Aegina, Gracia, probablemente, el año 428-427 antes de Cristo. Platón, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles es uno de los grandes filósofos de la humanidad y de los padres de la filosofía occidental.

[61] Csikszentmihalyi, Mihaly; Creativity; Harpercollins; 1997; ISBN 0060928204

[62] Nathanson, Bernard; La mano de Dios: Autobiografía y conversión del llamado Rey del aborto; Palabra, 5ª edición; Madrid 2004; ISBN 84-8239-787-7

[63] Incluso desde la visión materialista de la vida se llega a conclusiones para nada sorprendentes desde el sentido común de la gente. “Según un trabajo que acaba de publicarse en la revista científica norteamericana Proceedings of the National Academy of Science , la creciente ola de separaciones que se registra en todo el mundo está teniendo un impacto enorme en el medio ambiente. Los autores del estudio que se realizó en 12 países, Jianguo Liu y Eunice Yu, de la Universidad Estatal de Michigan, constataron algo que es muy fácil de percibir: mientras viven bajo el mismo techo, los integrantes de una pareja ocupan menos espacio y consumen menos energía y agua que cuando se mudan a propiedades separadas. «Individualmente, los divorciados consumen más», afirman Liu y Yu. Ellos calcularon, por ejemplo, que en 2005 en los Estados Unidos podrían haberse ahorrado 2850 billones de litros de agua, 38 millones de habitaciones y 734.000 millones de kilowatts por hora de electricidad si nadie se hubiera divorciado. Ese mismo año, las familias divorciadas consumieron 46% más de electricidad y 56% más de agua por persona que si hubieran permanecido unidas. Es más, todo indica que el problema va en aumento. Según las estimaciones que presentan los científicos, entre 1970 y 2000 los divorcios aumentaron tanto en los Estados Unidos (donde se triplicaron y actualmente el 15% de los hogares corresponde a matrimonios separados) como en China. «El divorcio incrementa el consumo de recursos cada vez más limitados», advierten Liu y Yu, y hacen notar que por esa causa también se multiplica la producción de residuos sólidos, líquidos y gaseosos. De modo que si no nos retienen ni el amor, ni las creencias religiosas, ni la cuenta bancaria, ni la incomodidad de tener que mudarse y dividir la biblioteca, al menos preservemos la familia… ¡por el bien del planeta!” Por Nora Bär ciencia@lanacion.com.ar Miércoles 5 de diciembre de 2007.

[64] Sólo basta considerar la proliferación en los libros de ciencias naturales de ilustraciones basadas en la concepción evolucionista, por no mencionar la inclusión del paradigma evolucionista en el planteo de muchos temas en cuyo desarrollo se asume este mito moderno como un principio científico.

[65] Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo. Ortega y Gasset, La rebelión de las mases, pag. 22

[66] Ser responsable significa ser capaz de dar respuesta a las interpelaciones de la vida.

[67] Entropía: del griego. Tendencia a girar entorno al mismo punto Tendencia de los sistemas aislados que con el paso del tiempo se vuelven caóticos. En administración se llama entropía a la tendencia al caos, en otras palabras «al desorden». En una organización la entropía se genera principalmente por las relaciones informales dentro de ella.

[68] Infoxicación: Sobredosis de información. El concepto de demasiada información parece extraño y vagamente poco humano. Esto se debe a que, esta maleza en nuestro paisaje informacional recién ha germinado -sólo tiene 50 años-, hasta entonces, más información fue casi siempre algo positivo», señala David Shenk en su libro Data Smog: Surviving the Information Glut. «A medida que hemos acumulado más y más de ella, la información ha emergido no sólo como un bien, sino también como un contaminante», sentencia Sheik.  http://www.mouse.cl/antes/Nro.159-1998.26.11/Nro.159F.html

[69] Síndrome de Peter Pan. El psicólogo Dan Kiley escribió el año 1983 en un libro el síndrome de Peter Pan aplicado a hombres/mujeres que no quieren crecer, un año después usó el término de síndrome de Wendy para describir a los hombres/mujeres que actúan como madres/padres con su pareja o la gente más próxima

[70] Esta costumbre de hablar a la humanidad, que es la forma más sublime y, por lo tanto, más despreciable de la democracia, fue adoptada hacia 1750 por intelectuales descarriados, ignorantes de sus propios limites, y que siendo, por su oficio, los hombres del decir, del logos, han usado de él sin respeto ni precauciones, sin darse cuenta de que la palabra es un sacramento de muy delicada administración. Ortega y Gasset, La rebelión de las masas

[71] It may be harsh to say the mainstream media is one of the many causes of poverty, as such, but the point here is that their influence is enormous. Silence, as well as noise, can both have an effect. Anup Shah, Today, over 27,000 children died around the world, GlobalIssues.org, Created: Sunday, May 06, 2007

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