Filosofía y educación

Sobre la dignidad personal y ciertos planteos pedagógicos actuales

En septiembre del 2008, se publicó la Instrucción Dignitas Personæsobre algunas cuestiones de bioética, en cuyo primero punto introductorio se afirma que “A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona” Una considerable cantidad de documentos sobre educación señalan lo mismo. Sin embargo a la hora de la tarea concreta el dialoguismo globalizante gana terreno carcomiendo poco a poco los cimientos de la verdadera educación personal. Irracional pero consistentemente la educación del ciudadano, del contribuyente y la del consumidor, por ejemplo, se anteponen a la educación de la persona. La función socializadora prima sobre el descubrimiento y cultivo de la vocación personal. En el aula King Kong ha desplazado a Dios creador. El símbolo del hombre desesperado que sólo espera ser aniquilado[1] reemplazó la paloma con la oliva y el crucifijo.

Toda actividad humana supone, manifiesta y tiende a conformar la realidad según una concepción de la persona humana, una idea de sociedad, un sentido de la historia, en síntesis una cosmovisión o una ideología.

¿Cuál es la doctrina sustentante de las propuestas educativas globalizantes? ¿La idea de persona que se alienta en sus planteos corresponde con lo que estimamos digno para nosotros mismos y por ende queremos para nuestros hijos?

Entendemos que plantear la cuestión de la dignidad de la persona es un recurso tolerado por el propio discurso imperante que podemos utilizar en orden a distinguir y a plantear lo que en educación estamos haciendo.

Esta no es una propuesta basada en recetas, en los siempre variantes comos que tanto nos preocupan y subyugan en la educación actual. Sino una propuesta en torno a un criterio que puede servirnos para discernir qué hacerpor quépara qué educamos. La cuestión de la dignidad de la persona humana. El ejercicio importa una apelación a la capacidad de reflexión, un recurso al sentido común, entendiendo por sentido común la capacidad y la habilidad de considerar e iluminar las situaciones particulares desde los principios pertinentes.

Puede que pretender una vigilia y un ejercicio constante de distinción respecto a las propuestas que nos llegan para ser introducidas en el aula signifique un esfuerzo contracorriente en tanto “la mente moderna es tan adversa a la precisión cuando se trata de ideas como enamorada está de la precisión cuando se trata de medidas[2]. La situación no es nueva. Como dice un poeta español, “las virtudes son severas y la verdad es amarga; quien te la dice te estima y quien te adula te agravia[3].

Es precisamente a través de una suerte de adulación, de promoción de todo lo que hace al estímulo del egoísmo, el cebo a través del cual se nos presentan como innovaciones las agraviantes propuestas para la educación del futuro. La adulación se presenta hoy en forma de igualitarismo, de consumo, de seguridad, de poder, de consenso, de sustentabilidad material. Aunque demanden sumisión e idolatría, la calidad de vida, el confort, atraen, seducen. Son las tentaciones sobre las que Jesús nos alecciona al fin de los cuarenta días en el desierto.

¿Quién no desea pan y prosperidad, la invulnerabilidad del éxito, poder dominar? Sin embargo, ¿cómo negar hoy el aumento de la desconfianza, la prepotencia cotidiana, la despiadada concentración de poder y la irracional acumulación de riquezas?

– La primera tentación gira entorno a la preocupación por cubrir todo lo que necesitamos materialmente. Como si dijéramos “venga al club de Jesús, y viva como hijo de rey, no padezca estrecheces económicas, sea prospero, tenga salud, visualice el mejor auto que pueda pedirle al Padre y proclámelo con su boca, El seguro se lo dará si usted tiene suficiente fe”. El primer ofrecimiento del enemigo es seguir al Señor por los panes y los peces: no importa tanto lo espiritual . . . solucionemos las urgencias materiales, constituyamos la probreza material en el objetivo de nuestro activismo. Primo mangiare . . .

La tentación del consumo. “Di que estas piedras se conviertan en pan”. Incluso bajo la filantrópica forma de “poder dar de comer a todos los hombres. A esos que sufren, tienen hambre, no tienen trabajo, tu puedes asegurarles el bienestar material. Puedes hacer milagros, el “milagro económico”. Sacarlos de la crisis aumentando el consumo. Él responde: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Jesús no nos pide que nos desentendamos de los bienes temporales, por el contrario nos llama a ser señores de la creación, pero como ad-ministradores fieles, no como autónomos. En el Padre Nuestro nos enseña a pedir: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Hay que rogar y trabajar por el pan de cada día, y darlo al prójimo. Pero sin caer en la alienación material, la ilusión de creer que la felicidad del hombre coincide con el consumo. El corazón del hombre reclama otros alimentos que los del “tener”.

Los papás saben muy bien que sus hijos no sólo necesitan bienestar material, sino que precisan también su tiempo, su atención, su palabra y sobre todo su amor recto. Como un niño, el hombre necesita del amor de Dios su Padre, de ese Dios que nos ha llamado a la vida y que tiene algo que decirnos. Mientras los hombres no oigamos Su palabra y no tratemos de vivirla persistirá el hambre porque no hay cosa creada que pueda colmar la sed de lo increado que nos mueve. Primero el reino y su justicia y lo demás añadido será. La justicia del reino es reconocer lo que las cosas son y amarlas rectamente. El hombre es hijo de Dios.

– Para tentarlo por segunda vez lleva a Jesús al pináculo del templo, la parte más alta, y le ofrece tirarse abajo para probar quién era realmente. Si era Dios, los ángeles lo sostendrían. “Si eres Dios eres invulnerable, imbatible, nada te podrá hacer frente. Demuestra quién eres” Es como la historia de aquellos que andan por el mundo creyendo que por ser hijos de Dios tienen pasaporte diplomático para hacer lo que se les antoja. Su espiritualidad se mide por el éxito. Son los que caminan por la vida “haciendo prodigios”, aunque vivan de cualquier manera. Toman el ser hijos de Dios con la vanidad que sólo puede provenir de la carne. Permanentemente necesitan demostrar que son algo especial, superiores a los demás, con más derechos que obligaciones.

La segunda tentación es la de utilizar la fuerza del Padre en provecho personal, “haz tu proyecto de vida, es importante tener un ego fuerte”. Él la rechaza: “No tentaréis al Señor, tu Dios”. Es decir: Tú no le exigirás a Dios que se ponga a tu servicio ni a tus hermanos al servicio de tu misión en nombre de Dios. Tú eres quien ha de servir a Dios en las miserias de tus hermanos. La fuerza de Jesús consiste en ponerse plenamente a disposición de su Padre en el servicio a sus hermanos, en hacerse el último siendo el primero. ¡Qué tentación la de poner a Dios de nuestro lado, la de hacer de Dios la justificación de nuestra agenda personal! ¡Cuántos grupos, naciones, gobiernos, ejércitos o partidos han intentado usar a Dios para llevar a cabo sus propios proyectos! Cuántas ambiciones personales se han camuflado bajo la voluntad de Dios . . . Y nosotros mismos, ¿no rezamos muchas veces el Padre Nuestro al revés: “Padre nuestro que estás en el cielo, hágase mi voluntad.” Es decir, nos colocamos en el centro, nos ponemos en lugar de Él. ¡Y cuántos hombres se apartan así de Dios, porque Dios no les ha obedecido! Es cierto que dice “pedid y se os dará” pero “pedir que se haga Su voluntad y no la mía”

– La tercera tentación tiene que ver con el poder y la idolatría: el diablo le muestra al Señor todos los reinos de la tierra, y le ofrece tenerlos al módico precio de adorarle postrado a sus pies. ¡Que poderosa tentación la de tener poder! ¡Cuántas buenas razones tenemos los hombres para desear poder! ¡Con que gusto nos avenimos a la dinámica de la patota con tal de tener aunque más no sea sensación de ganadores! ¿Quién puede sustraerse a tales deseo?  Poder para hacer justicia . . . poder para sanar . . . El orden de los factores no sólo altera sino que arruina el resultado. «El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, derrama», nos recuerda en Mateo. Primero lo que va primero: servir a Dios y Él dispondrá lo que nos corresponda. Él es el autor de mi proyecto de vida. Es causa de violencia vana proceder en contrario. Pensamos que los paganos son los que adoran ídolos . . . sin embargo, en nuestro mundo hay montones de ídolos a los que rendimos nuestra heredad: el gran ídolo de los medios, ese otorgar más valor a ciertas cosas que su valor natural, el dinero y la usura que todos más o menos adoramos, multitud de ídolos ante los cuales nos doblegamos diariamente: la información por simple curiosidad, el confort, la buena comida, el televisor, la moda, nuestro cuerpo, nuestras ideas o proyectos, las exigencias sociales, la opinión de la mayoría que me libra de pensar y del compromiso de amar, el discurso de los derechos que silencia las obligaciones previas e ignora la naturaleza de las cosas . . . Placebos en aras a los cuales, como la ranita nos dejamos hacer sopa sin darnos cuenta; dioses ante los que vivimos inclinados, arrastrándonos bajo su peso incapaces de marchar de pie, doblegados sin poder arrodillarnos libremente ante el único Dios verdadero.

Ámbitos de la realidad humana:

ÁmbitosLa existencia del hombre tiene lugar en el encuentro de tres ámbitos o dimensiones: lo sobrenatural, lo natural y lo cultural. De otro modo, en la unidad que constituye el ámbito de realización de la persona se distinguen tres dimensiones: la dimensión sobrenatural, la dimensión natural y la dimensión cultural. Estás dimensiones se manifiestan y distinguen en las tendencia y operaciones características del ser humano.

Cada tipo de tentación atenta contra el orden y la relación de las dimensiones que constituyen el ámbito propio de la existencia humana. El poder autónomo contra el orden sobrenatural, la prosperidad contra la menesterosidad connatural, el éxito: placebo temporal de la santidad al que debería ordenarse el obrar humano y la cultura.

El mal es ausencia, ausencia del bien debido. Toda anomalía se sigue de la desvirtuación de una tendencia “natural”. Es importante entender que no es la libertad la causa de la iniquidad sino la rebeldía contra el principio de orden, es decir el ejercicio equivocado del don de la libertad. Libertad que merma cuando no se ejercita en orden al bien. Este constreñimiento afecta a la persona, al menos en el espectro del objeto respecto al cual no se ha ejercido el libre arbitrio según la regla de la razón, pero dado que la persona es una unidad, indudablemente de algún modo afecta toda la realidad personal por la carencia que el mal uso de libertad importa. La deformación, el pecado, es engendro de una causa deficiente. La única causa que puede ser denominada deficiente es la causa segunda. Sólo esta causa eficiente puede tornarse deficiente al pretender un tipo de autonomía imposible a la naturaleza de su ser creado.

Que el hombre esté llamado a la semejanza divina implica que “lo perfecto es la ley del Cielo y el perfeccionamiento es la ley del hombre”[4]. Por eso, el hombre no sabe quién es hasta que no obra según su vocación personal, es decir hasta que no pone en acto sus potencias en orden a lo que está llamado a ser. El hombre no entiende quién es hasta que no responde a su vocación fundamental. Quien no obra bien el bien que le compete no sabe lo que es obrar bien ni sabe de qué se trata el bien que debería realizar. Quien conoce el proyecto de mi vida es quien me ha creado y yo no puedo saber en qué consiste mi proyecto sino escuchándole y siguiéndole a Él.

La plenitud del fin al que tiende la persona humana es sobrenatural, y como tal requiere de la conquista de la segunda naturaleza, la cual, siendo esencialmente un don, sólo puede ser lograda si el hombre se abre a la verdad del misterio a través de la contemplación amorosa del Verbo encarnado.

El conocimiento y el amor no son sólo actividades propias del espíritu, sino la realización del ser personal. De allí que en orden a la plenitud del ser personal no sea lo mismo el conocimiento verdadero que la opinión, la voluntad aplicada a la verdad de las cosas que la voluntad de proyección y dominio. La verdadera ciencia que la fantaciencia o la divulgación periodística.

La subjetividad autónoma no puede engendrar otra cosa que voluntad de poder, proyección nihilista, violencia sistémica, alienación y sinsentido. Sin Dios no hay posibilidad de recta subjetividad porque la razón no encuentra su norma proporcionada cuando se cierra en sí misma. Reconocer lo que las cosas son implica el reconocimiento del origen y del destino sobrenatural. Dentro de las coordenadas espacio temporales el hombre no encuentra explicación al sentido de su existencia.

La naturaleza tiende a la plenitud, pero tal perfección final requiere cultivar la naturaleza en la dirección apopiada. De esa tendencia natural se siguen todos los movimientos que realizamos, tanto los espontáneos como los elícitos o deliberados. En el hombre la tendencia que se manifiestan en todas las potencia o facultades de la persona humana es dispositiva y no determinativa como en el caso de los animales, cuya cota máxima de realización individual está constreñido a lo instintivo.

Luego, en virtud del principio amoroso en el cual la creación se sustenta, la persona humana para ser feliz debe educarse según el orden de su naturaleza.

Si entendemos por filosofía el amor a la sabiduría y por educación el proceso en el cual la persona alcanza la vida virtuosa a la que su naturaleza personal se ordena, debemos reconocer que la dignidad personal, como la virtud, se dice o se predica respecto a la persona humana desde distintas perspectivas.

Tres fácilmente distinguible:

a)     por su naturaleza, es decir por origen y destino;

b)    por su educación o cultura, es decir por virtud adquirida;

c)  por su función relativa al bien común, esto es por el lugar que se ocupa en la comunidad en relación a la consecución del bien común. Docilidad.

Dada la preeminencia de la causa final en el orden causal, la naturaleza de las cosas se explica y se entiende desde la plenitud a la que cada ser tiende y hacia la cual se ordena su dinamismo propio. Es lo superior lo que engendra, justifica, ordena y explica lo inferior y no a la inversa.

Así, en un primer sentido se llama virtud a la máxima posibilidad de ser, a la perfección final  a la cual está ordenado el ser. La virtud es plenitud de una naturaleza que se manifiesta como fin acorde al dinamismo propio. Por eso en la noción de virtud son importantes los conceptos de naturaleza y de finalidad.

La persona realiza actos mediante sus facultades. Por la reiteración de actos las facultades adquieren unas cualidades gracias a las cuales el sujeto puede realizar con más facilidad tales actos. Estas cualidades son disposición añadida a la tendencia natural de las facultades. Se llama hábito a esta disposición adquirida. Los hábitos pueden ser buenos (virtudes) o malos (vicios). Son virtudes si facultan al sujeto para la realización de actos conforme a la propia naturaleza y son vicios si son contrarios a dicha regla. Luego, también se entiende por virtud la disposición estable para obrar bien, o sea, el hábito o efectiva disposición de las facultades gracias al cual la persona puede alcanzar más fácilmente los fines que le son propios.

El hombre es capaz de conocer. Conocer implica relación, reflexión e identidad; o comunicación y comunión. La relación indica algún tipo de distinción y algún tipo de semejanza porque lo que es lo mismo no puede distinguirse y lo que no es semejante no puede relacionarse. Luego el ser humano es capaz de relacionarse con lo semejante, mas la semejanza se dice de formas distintas. El hombre es capaz de relacionarse con Dios, con sus congéneres y con todo lo creado. Estas relaciones se establecen en virtud del mismo principio: su alma espiritual (que de algún modo lo es todo), pero el hombre no se relaciona con cada una de las realidades señaladas según la misma forma. Modo, especie y orden distinguen el conocer y el querer que el hombre puede en relación a cada una de estás realidades. La forma que al hombre conforma la encuentra en la amistad con Dios: es la forma más distinta pero la única capaz de conducir a la persona humana hacia la plenitud que tiende. Tan distinta es que el modo más proporcionado de conocer a Dios según la capacidad humana es reconocerlo como el desconocido porque su plenitud supera la posibilidad existencial presente. La forma en la cual la semejanza es más manifiesta se encuentra en los congéneres: es la más próxima y complementaria pero el juego de la inter-relatividad derivada de su semejanza no sólo no alcanza para el desarrollo de la forma o virtud de cada una de ellas, sino que sin referencia al fin sobrenatural el juego intersubjetivo es un laberíntico sinsentido. La consonancia de formas con el resto de las cosas creadas es siempre relativa a una vocación específica porque no hay correspondencia plena entre el ser compuesto del hombre y las formas simples de los entes naturales respecto a los cuales está llamado a ejercer su señorío reconociéndolos y nombrándolos según lo que Dios ha querido que sean.

Por su lado, la reflexión importa un movimiento sobre sí mismo, una especie de relación consigo mismo, que si es verdadera relación, como se ha señalado, debe implicar partes distintas o algo capaz de distinguir y distinguirse sin perder unidad. La unidad es principio espiritual y la distinción se alumbra entre la actualidad y la potencia de la plenitud final. Es decir el hombre no vuelve a sí mismo desde sí mismo sino por medio del conocimiento de otras formas que le permiten descubrirse como capaz de ser algo más de lo que está siendo, de lo contrario no podría reconocerse. Su potencialidad es más que su actualidad, de lo contrario la reflexión sería imposible. Por eso la identidad no se cifra en la poseción sino en la vocación. La identidad es intensionalidad o es pura idea, un ente de razón.

La persona es capaz de conocer y de querer. Estas operaciones indican que el alma humana está facultada para el entendimiento y posee capacidades apetitivas (la voluntad y el apetito inferior). Las virtudes son perfecciones de dichas facultades. Luego, hay dos tipos generales de virtudes, las intelectuales y las morales. Santo Tomás consideró que para la conducta buena no es suficiente que la razón nos enseñe correctamente el deber, además es preciso que la facultad apetitiva esté bien dispuesta mediante el hábito de la virtud moral, como capacidad de querer con rectitud según lo indica la razón.

Así, en un tercer sentido se llama virtuoso el obrar que posibilita la realización de la potencia o virtud inicial en orden al logro de la finalidad sobrenatural.

Según lo distinguido:

a) Origen. Se dice virtud a la potencialidad, disposición inicial y tendencia a ser en plenitud. Ser creatura de Dios.

b) Destino. Se llama virtud a la plenitud final a la que se ordena una naturaleza. Para el caso de la persona humana la santidad.

c) Camino. En consecuencia es virtud también la perfección adquirida o excelencia añadida a una naturaleza que hace factible que la virtud o potencia inicial se actualice según el orden que le corresponde. La vida virtuosa.

Así en educación se debe no sólo reconocer el fin al que Dios ha llamado al ser humano, la dignidad creatural que le caracteriza, sino también el modo conducente de instruir  a cada persona para que alcance su plenitud.

El objetivo o misión específica que fundamenta la vocación docente se podría formular como “la formación del carácter y la instrucción en las disciplinas básicas, capacitando a cada alumno para entender, reflexionar, expresarse y convivir de acuerdo a su edad en orden al descubrimiento y cultivo de la vocación personal.

Los siete saberes según Edgar Morin son:

1 Una educación que cure la ceguera del conocimiento

2 Una educación que garantice el conocimiento pertinente

3 Enseñar la condición humana

4 Enseñar la identidad terrenal

5 Enfrentar las incertidumbres

6 Enseñar la comprensión

7 La ética del género humano

¿Cuál es el criterio? ¿Cuál es la verdad en que se sustentan tales deseos?

  1. propone que lo único que debemos dar por cierto es la incertidumbre
  2. lo que se propone ya lo había denunciado Discepolo en su tango Cambalache, nada más Discepolo se quejaba de tal engendro, mientras Morin la postula como el modelo de conocimiento pertinente: el pensamiento complejo es hybris de enciclopedismo.
  3. individuo, especie y sociedad
  4. reducción del hombre a lo que opina la mayoría
  5. docilidad al imperio de la incertidumbre
  6. renuncia a la trascendencia: la bestialización y el aburrimiento total
  7. democratismo y retorno a la diosa Gaia, es decir el nihilismo

El fin de la vida a la cual toda educación se ordena es la perfección personal y no la pretensión contranatura de ladurabilidad[5]ni resistir a la muerte[6]. Sabemos que la Creación tuvo un principio y que mi vida marcha hacia un final.

Respecto lo necesario para la vida humana Tomás de Aquino enseña que “tres cosas le son necesarias al hombre para su salvación: el conocimiento de lo que debe creer, el conocimiento de lo que debe desear y el conocimiento de lo que debe cumplir. El primero se enseña en el Símbolo, en el que se nos comunica la ciencia de los artículos de la fe; el segundo en el Padrenuestro; y el tercero en la Ley.”[7]

Del Prefacio, de Federico Mayor Zaragoza, permítasenos señalar sólo dos puntos antes de adentrarnos en el texto de Morin. Primero, observemos que el objetivo declarado de formar para la viabilidad en orden al desarrollo sostenible[8]ha quedado por “consenso internacional” supeditado al criterio de utilidad social.[9] Segundo, las reformas de las políticas y programas educativos nacionales efectivamente se vienen llevando a cabo en nuestro País, según los postulados de la UNESCO por medio de todos los recursos[10] que manejan los organismos internacionales, a punto tal que, no sólo nuestra actual ley de educación es una copia de las fracasadas leyes impuestas en otros países, sino que incluso la reforma de nuestra Carta magna[11] ha sido realizada según las recomendaciones de los organismos internacionales, mediante la suscripción de tratados internacionales y también mediante la modificación de artículos que limitan la soberanía popular tan pregonada en nombre de la democracia como fundamento del paradigma ético propuesto por Morin[12].

Pretender educar en base a estas ideas es como querer hacer una escuela sin cemento y sin cimiento. No es que las aportaciones de Morin no sirvan para nada. La cuestión es que se orientan hacia un fin que está bien declarado pero que nosotros no tenemos bien entendido. Por ende, primero deberíamos dejar muy en claro para qué sirven, a qué fin realmente se ordenan. Segundo, darnos cuenta de que carecen del fundamento realista que permite y posibilita que sirvan a los fines declarado. Esta postura carece de cimientos porque ignora los fundamentos de la persona humana.

La dignidad del hombre se funda en que es hijo de Dios. En consecuencia la unidad de la diversidad que se pretende lograr a través del consenso es una utopía irrealizable porque no se reconoce la verdadera naturaleza del hombre. Cuando el hombre no se acepta como hijo de Dios renuncia a la dignidad que lo constituye en persona. Sin una ley sobrenatural los hombres somos incapaces de reconocernos como semejantes, porque de hecho en el terreno meramente natural somos todos distintos, y no queda más que postular el llamado egoísmo racional[13], ese eufemismo en el que se inspira la “ética global”. Los hombres somos iguales en dignidad, porque en última instancia la dignidad no se la debemos a ningún simple mortal ni al acuerdo de todos los mortales juntos.

Morin habla del hombre en términos de individuosociedadespecie. Tres categorías que se aplican a los animales y al hombre sólo en cuanto animal, pero no en cuanto creatura inteligente y libre, pero ¡el hombre no se define ni se entiende por su género común! Ni una sola palabra respecto al concepto de persona como imagen trinitaria de Dios. En su lugar la trinidad naturalista. Cuando usa la palabra espíritu lo hace sólo en referencia al fenómeno de orden psicológico. Pero ese fenómeno apunta a una realidad de orden superior que lo hace posible. Esto no lo puede tener en cuenta.

El ser humano está ordenado a la vida sobrenatural. La naturaleza humana no se entiende sino se acepta que el hombre está llamado a una vida de orden superior a la que caracteriza su estado “natural” porque el llamado estado natural del hombre es un estado de naturaleza caída. Pero esto no se puede apreciar partiendo de la base de que la vida es el resultado de una compleja organización de la materia, cosa que por cierto es pura ideología porque la biología actual ha desestimado la hipótesis darwinista por no reunir ni siquiera los mínimos requisitos de cientificidad.

Lo superior funda, explica y justifica lo inferior y no a la inversa. Toda ciencia está fundada en una creencia y Dios se manifestó en Jesús porque los humanos somos incapaces por nosotros mismos de llegar a la Verdad. Luego, la pregunta de fondo que nos compete es si vamos a partir de la Revelación o no. ¿Aceptamos que la Verdad existe? ¿Reconocemos que la Verdad es la misma persona que es el camino y la vida? ¿Por qué andamos buscando dónde sabemos que no vamos a encontrar respuestas? ¿Por qué estamos obligados a renunciar a la Verdad para poder dialogar? ¿Por qué hemos de sacrificar la única fuente de unidad para participar de una pluralidad utopica?

Si vamos a partir de la Revelación, luego hemos de formar a nuestros alumnos a partir de su contenido y formar desde sus criterios. Entonces serán capaces, incluso de discernir y aprovechar lo que tenga de aprovechable un texto como el que estamos considerando. Proceder en contrario es comprensible en Morin o entre los promotores del pluralismo subjetivista[14], pero resulta contradictorio en el ámbito de la Iglesia. Esto no quiere decir ignorar los desarrollos de la ciencia actual, sino, no renegar del magisterio milenario del que somos herederos y responsables.

Los seres humanos no somos resultado del cosmos[15] sino del amor divino y de la libertad personal. En la misma página 51 hay un pie de página que basado en artículos de divulgación de la hipótesis evolucionista cita distintas capacidades craneanas de hombres que jamás existieron, porque todos los casos aducidos como pruebas del evolucionismo fueron demostrados falsificaciones.

Nuestra tarea no consiste en reformar la mentalidad[16], sino en ayudar a descubrir a Dios, en ser testigos de la comunión personal con el Divino Maestro. Él es el único que conoce el proyecto de vida que a cada uno corresponde realizar.


[1] El inventor de símbolo Gerald Holtom, explicó: “me dibuje a mi mismo, es la representación de un individuo desesperado, con las manos abiertas hacia afuera y abajo a la manera de los campesinos de Goya ante el pelotón de fusilamiento.”

[2] HILAIRE BELLOC; Las Grandes Herejías; Capítulo 1; Introducción. ¿Qué es una Herejía?; Traducción de Denes Martos; Edición Original: The Great Heresies – 1938; Edición Electrónica: 2008; http://www.laeditorialvirtual.com.ar

[3] Juan Meléndez Valdés; poeta, jurista y político español; nació en Ribera del Fresno, provincia de Badajoz, el 11 de marzo de 1754, y murió en Montpellier, Francia, el 24 de mayo de 1817.

[4] Khong-Tsen SVI aC

[5] p. 9

[6] p.76

[7] Ver Comentario a los Mandamiento de S. Tomás de Aquino

[8] p. 10

[9] Hasta los derechos humanos  están siendo utilizados como parte de una estrategia de sometimiento, entre otras cosas, a raíz de que la versión de 1948 ha quedado supeditada al principio del desarrollo sustentable y por ende a criterios de utilidad social y viabilidad económica. Es decir, en la política global la persona pasa a ser una variable de los planes de desarrollo, lo que no es otra cosa que una versión actual de la barbarie siempre enrostrada al nazismo. Un ejemplo de esta tergiversación de principios lo encontramos en la reinterpretación del Derecho a la vida que se desprende del nuevo paradigma de la salud acordado por los miembros de la Organización Mundial de la Salud en 1992. Cfr.:  Sanahuja, Juan C.; El desarrollo sustentable, La nueva ética internacional, Vórtice, Buenos Aires 2003, página 47.

[10] Por supuesto, sin distinguir entre medios purosperversos como el mismo Morin plantea en la p. 86, porque la política internacional imperante, como  Maquiavelo, asume que sus fines justifican los medios.!!

[11] Ver LA GLOBALIZACIÓN Y EL DERECHO NATURAL DE LAS NACIONES, por Pedro Enrique Baquero Lazcano, enLa mundialización en la realidad argentina, Córdoba, 2001, Ediciones del Copista.

[12] Ver Capítulo VII

[13] El objetivismo ético se dice propuesta ideológica de Ayn Rand (San Petersburgo, 1905, Nueva York 1982). El llamado objetivismo sostiene que existe una realidad independiente de la mente del hombre, que los individuos están en contacto con esta realidad a través de la percepción de los sentidos, que adquieren conocimiento procesando los datos perceptivos utilizando la razón (la «identificación no-contradictoria»), que el propósito moral de la vida es la búsqueda de la propia felicidad o “interés propio racional”, y que el único sistema social de acuerdo con esta moralidad es el del capitalismo puro (llamado también capitalismo laissez-faire). Rand presenta su filosofía como una filosofía “para vivir en la tierra”, enraizada en la realidad y orientada hacia alcanzar conocimiento sobre el mundo natural y lograr interacciones entre los seres humanos armoniosas y mutuamente beneficiosas, rechazando la religión.

[14] Que no es otra cosa que voluntad de poder, porque si estuviesen convencidos de que el subjetivismo que pregonan es cierto llegarían inmediatamente a la conclusión de que la violencia es su consecuencia lógica, porque gracias a Dios, no hay forma de asegurar que los hombres pensemos del mismo modo o queramos de la misma manera. Luego la subjetividad sin referencia trascendente es solipsismo, idea de sí mismo inestable por falta de fundamento. El hombre sólo puede amar la verdad o engañarse con las apariencias. La verdad es siempre una persona, no una idea o una utopía. De las ideas y de las utopías los seres humanos nos enamoramos . . . hasta que la realidad se encarga de desilusionarnos.

[15] p. 51

[16] p. 103

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