Filosofía y educación

Las dificultades de la psicología científica

por Mario Caponnetto

Psicología significa ciencia del alma. Por lo que a ella corresponde el estudio de cualesquiera ser que tiene alma.

I. Introducción

Cuando a partir de Christian Wolff la palabra “psicología” pasó a designar, en el uso común, el viejo saber acerca del alma, no sólo se consagró un término desconocido por el pensamiento antiguo sino también, y sobre todo, como bien recuerda Fabro, se puso “la dificultad capital para la determinación de la naturaleza y de la tarea de la Psicología en las circunstancias culturales actuales” (2).

Es que junto con aquel término, relativamente nuevo (3), Wolff legó a sus sucesores y epígonos la poco feliz distinción (o mejor, separación) entre una psychologia rationalis y una psychologia empirica. A la primera la situó como parte de una supuesta metaphysica specialis; (contribuyendo, de paso, a la ruina racionalista de la metafísica), suerte de discurrir “metafísico” acerca de la realidad psicológica que procede a priori de un único concepto de alma humana.

A la segunda, en cambio, la concibió fundada, a posteriori, en la observación delos procesos y de los contenidos de experiencia. Los textos Wolffianos, al respecto, son de meridiana claridad (4).

Este dualismo de objeto y de método tuvo buen suceso (no así, desde luego, la Psicología que se vio perturbada en su desarrollo posterior). A medida que el proceso de la Ciencia Moderna fue reduciendo toda experiencia a mera experiencia sensible y mensurable y haciendo de la ciencia fundada en esta experiencia reducida el único modelo válido de conocimiento científico, la separación wolffiana fue avanzando hasta consumarse en el siglo XIX en que la ruptura se hizo definitiva. La psicología empírica de Wolff pasó a llamarse, sin más, a partir de los fisiólogos y de los filósofos decimonónicos, psicología científica por completo independiente y ajena a la psichologia metaphysica.

Es mi propósito analizar las dificultades de esta psicología científica a partir, justamente, de la apuntada “dificultad capital” y esbozar algunos principios de solución a tales dificultades.

El interés por este tema responde a una doble razón: histórica y epistemológica.

Histórica porque, sin lugar a dudas, la vieja psicología científica decimonónica sigue vigente, bien que a través de su versión actualizada, a saber, la que podemos llamar, hoy, psicobilogía o neuropsicología, disciplina ésta nacida en el interior de uno de los fenómenos científicos más apasionantes del siglo XX, que continúa en el XXI: las neurociencias. Esta psicología es, además, la dominante pues, en cierto modo, imprime su sello y extiende su influencia a casi todas las diversas expresiones y escuelas que constituyen el heterogéneo conglomerado de la psicología actual; es, también, la que exhibe un desarrollo más vigoroso, la que puede ofrecer resultados más contundentes, ligada como está al extraordinario progreso científico y tecnológico de nuestro tiempo.

Por último, es la que mejor expresa el espíritu de la época que puede caracterizarse como el predominio abusivo de un materialismo ingenuo y acrítico. Epistemológica, puesto que la psicología científica, tanto en su en antigua cuanto en su hodierna versión, pone a prueba la posibilidad de la psicología como ciencia, entendida como un saber causal, unitario, con objeto (formal y material) y método adecuadamente definidos así como su carácter de ciencia especulativa y sus proyecciones prácticas. Todo esto impone revisar los conceptos hoy vigentes respecto del sentido real de una ciencia psicológica.

II. Origen y desarrollo de la Psicología Científica

1. La Psicología científica nace en la segunda mitad del siglo XIX fundamentalmente en Alemania. El nombre de WILHEM M. WUNDT (1832-1920) está, sin duda inseparablemente ligado al origen de esta Psicología.

Considerado el padre de la psicología experimental, Wundt fundó el célebre laboratorio de Psicología Experimental en Leipzig, en 1879. Después de sus estudios iniciales en Heidelberg, donde fue ayudante de laboratorio del gran fisiólogo von Helmholtz, se traslada, en 1874 a Zurich y poco después a Leipzig. La primera edición de su libro Elementos de psicología fisiológica, vio la luz hacia 1873. Wundt reescribió y amplió, en sucesivas ediciones, esta obra a medida que las experiencias de laboratorio iban extendiendo los conocimientos y aportaban nuevos hallazgos. Las ideas y las experiencias contenidas en este libro fueron también desarrolladas de manera más sencilla en el Compendio de psicología (1896).

Si bien sus trabajos se desarrollaron siempre sobre la base de la introspección y la experimentación, no dejó Wundt de considerar que ciertos procesos mentales, llamados “superiores” (arte, lenguaje, costumbres, etc.) sólo podían estudiarse a través de fenómenos sociales y culturales; esta línea de sus investigaciones quedó plasmada en su voluminosa obra Psicología de los pueblos, en diez tomos (1900-1920). Aparte de la fisiología y de la psicología fisiológica de von Helmholtz, Weber y Fechner, la teoría darwiniana de la evolución y el pesimismo “metafísico” de Arthur Schopenhauer dejaron su impronta en el pensamiento del psicólogo germano.

Así al desarrollo de una psicología experimental, que en sus estudios sobre la emoción y la sensación registraba variaciones fisiológicas e impresiones y observaciones realizadas por introspeción, experimentación, registro y medición de fenómenos, sumó Wundt ciertas ideas filosóficas en la línea ya apuntada. De hecho, no carece de interés recordar que Wundt enseñó filosofía en la Universidad de Leipzig desde 1875 hasta 1917 (es decir, casi hasta su muerte) y en 1881 fundó los Philosophische Studien. Sin embargo, la gran división entre lo que puede pasar por el laboratorio y lo que no, marcó para él el campo propio de la psicología considerada como una ciencia empírica conformada, en todo, según el modelo positivista y cientificista de la época. Puede decirse, pues, que en cierto modo, Wundt representa el momento en que la psicología va desprendiéndose de la tutela filosófica en un intento por adquirir una total independencia respecto de ésta. Así se consuma, en el siglo XIX, la idea wolffiana.

2. En la constitución de la psicología científica del siglo XIX confluyeron determinados “ingredientes” que conviene reseñar a fin de una mejor comprensión de su sentido, de su ubicación histórica y de las razones de su vigencia.

a) Comenzando por los aspectos filosóficos, no puede dejar de mencionarse, en primer término, la influencia que el racionalismo cartesiano ejerció y viene ejerciendo sobre el desarrollo de toda la ciencia moderna. El dualismo alma -cuerpo (res extensa-res cogitans) es la herencia más difícil de remontar y, en definitiva, la fuente original de todas las dificultades. Súmese a este dualismo una serie de consecuencias, fruto de la tensión entre empirismo y realismo que caracterizó a la ciencia postcartesiana: el paralelismo psicofísico, insinuado por Leibniz y desarrollado por Spencer y Bain; el sensacionismo, que no es otra cosa que un empirismo sensista que reduce el conocimiento a meros procesos sensoperceptivos; el asociacionismo, nacido a mitad del siglo XVIII de la mano de Hartley, considerado por algunos autores como el primer movimiento o “escuela” estrictamente psicológica y los trabajos de John Stuart Mill y Alexander Bain que abonaron el terreno para el surgimiento de la psicología como disciplina independiente. En principio, estas corrientes surgidas en el seno de la filosofía moderna (sobretodo la vertiente empirista) influyeron de modo determinante en el desarrollo de las investigaciones de los grandes fisiólogos como Johannes Müller o Hermann Von Helmholtz que tanto contribuyeron a la creación de la psicología experimental. Así, Henryk Misiak caracteriza a la nueva psicología científica como dualista, empírica, experimental, sensacioncita y asociacionista (5).

b) La fisiología, por su parte, aportó durante el siglo XIX grandes progresos en el conocimiento del sistema nervioso que tuvieron una importante repercusión en la psicología. Johannes Müller, que siguió las investigaciones realizadas por Charles Bell y Francois Magendie en el campo de los nervios y la conducción nerviosa, es considerado como el padre de la fisiología alemana. De su modelo experimental partirá una escuela que dejará huella en distintos enfoques de la psicología. Fueron sus discípulos, entre otros nombres ilustres, Herman Von Helmholtz, Emil Du Bois Reymond y Carl Ludwing. El primero de los nombrados, Herman Von Helmholtz (1821‐1894), fue, sin lugar a dudas, uno de los científicos más brillantes y paradigmáticos de ese siglo XIX; sus estudios en el terreno de las mediciones del impulso nervioso (descubierto por Reymond) contribuyeron al desarrollo de los denominados “tiempos de reacción”, que serían el centro de estudio de la naciente psicología experimental y que llegaron a ocupar un lugar más que importante en el Laboratorio Psicológico de Leipzig, creado (como vimos) por el más ilustre de sus discípulos, Wilhelm Maximiliam Wund (6).

c) Al lado de estos elementos fisiológicos se han de situar las importantes contribuciones de la psicofisiología. En efecto, los fisiólogos del siglo XIX, a la par que adelantaron en el conocimiento de la anatomía y de la fisiología de los órganos sensoriales, desarrollaron una metodología precisa y rigurosa que les permitió estudiar la relación entre la estimulación externa de esos órganos y las respuestas sensoriales así como los complejos cambios que experimentaba el organismo al recibir los estímulos. Esta metodología influyó en la obra de Wundt y en su Laboratorio de Leipzig contribuyendo, de este modo, al nacimiento de una psicología que, a medida que se identificaba cada vez más con la fisiología (la ciencia paradigmática de la época) se fue haciendo “científica” para abandonar, definitivamente, la filosofía. Imposible no mencionar, si se habla de psicofísica, el nombre de Gustav Theodor Fechner (1801-1887), a quien debemos las primeras investigaciones sistemáticas en psicología experimental. Junto a Ersnt H. Weber (1795‐1878), profesor de anatomía y fisiología de la Universidad de Leipzig, formuló la conocida ley acerca de las relaciones, en el funcionamiento de los órganos sensoriales, entre intensidad de estímulo, umbral e intensidad de respuesta. Esta psicofísica desempeñó un papel importante en el nacimiento y posterior desarrollo de la Psicología científica.

Su matriz filosófica fue el empirismo pero la clave de su desarrollo, de su prestigio y de su aceptación estuvo en las amplias posibilidades y ventajas que le otorgó la aparición de nuevas tecnologías y la sistematización de los experimentos de laboratorio. Bien pronto, se fue constituyendo un hábeas de conocimientos especializados vinculados con fenómenos reconocidos hasta entonces como “psicológicos” o “mentales” dando así paso, poco a poco, a la psicología experimental. De este modo, hicieron su aparición en el panorama científico del positivismo del siglo XIX, numerosos hechos con sus correspondientes hipótesis explicativas; esta hipótesis ‐que no emergían más allá de los fenómenos‐ avanzando hacia una entera concepción del hombre, se situaron más allá de la fisiología (en razón de su contenido e interés temático) pero abandonaron la matriz nutricia de la filosofía lo que les hizo perder la posibilidad de una real inteligibilidad de los fenómenos tan prolija y certeramente estudiados y descubiertos.

3. Es de sumo interés examinar la acogida que esta Psicología científica o experimental tuvo en el ámbito del pensamiento escolástico de fines del siglo XIX y principios del XX. Más adelante me detendré examinar el modo en que la así llamada Neoescolástica recibió los aportes de esta Psicología e intentó integrarlos con los principios de la filosofía tomista. Pero lo cierto es que para esta Neoescolástica la Psicología científica constituyó, en principio, una pieza valiosa y digna de atenta consideración. En realidad, como bien ha sido señalado, “el neoescolasticismo aboga por una visión integral del hombre considerando esencialmente su dimensión de ser libre y trascendente, desde la cual pretende fundamentar una Psicología científica que tenga en cuenta en el abordaje de su objeto formal, la totalidad humana, sin reduccionismos ni determinismos” (7). Pero en esa fundamentación de una psicología científica esta Escolástica no sólo utilizará sino que otorgará máximo valor a los datos de la Psicología científica decimonónica.

Dentro de este movimiento neoescolástico (8), se destaca en Psicología, la figura señera de del Cardenal D. J. Mercier (1851 – 1926) de Lovaina. En su conocida obra Psicología, Mercier procura la elaboración de una ciencia psicológica fundada en la observación física y fisiológica; en el Prefacio de dicha obra, citando a M. A. Thiéry, Directot de uno de los más importantes centros de Psicología experimental de Bélgica, traza así el contenido y el método de la disciplina que aborda:

“Provocar sistemáticamente […] por una serie de excitantes físicos y fisiológicos, estados determinados de la apercepción y de la conciencia; estudiar luego cómo pueden manifestarse y exteriorizarse esos estados; observar, clasificar y medir los antecedentes y consiguientes orgánicos, enlazados con las modificaciones internas, he ahí el campo de la experimentación psicológica. Esta experimentación será objeto especial de laboratorio cuyos trabajos espero iniciar próximamente” (9). A lo que añadía Mercier: “Esta concepción de la psicología reside en el espíritu de Aristóteles y de Santo Tomás de Aquino”(10).

Este movimiento se extendió, además, a otros países de Europa, de Estados Unidos y aún América del Sur.(11) Al nombre ilustre del Cardenal Mercier se han de sumar, pues, los de Hubert Gruender s. j. (San Luis, Missouri), José Föbres, s. j. (Friburgo), Antonio Gemelli y Cornelio Fabro (Italia), Paulo Siwek, s. j. (Universidad Gregoriana, Roma) y muchos más que omito brevitatis causa.

III. Las neurociencias . La Neuropsicología

1. . Heredera de la Psicología científica del siglo XIX, cuyo desarrollo y fuentes acabo de reseñar, la que hoy denominamos Neuropsicología es, en realidad, fruto (como se adelantó) de las llamadas neurociencias. Tal vez haya que decir que esta Psicología se ha constituido más por una progresiva absorción por parte de las neurociencias de los grandes temas reservados a la Psicología que por un expreso designio de formular una nueva corriente dentro de la ciencia psicológica. Estamos, así, frente a una suerte de ciencia por sustitución.

En los últimos años, pero particularmente en los años noventa del siglo pasado, las llamadas neurociencias (un abigarrado conjunto de disciplinas y de conocimientos relativos a la estructura y a la función del sistema nervioso) han experimentado un avance espectacular. Tal avance -traducido en una inmensa e incesante masa de información científica- no es sólo de carácter cuantitativo, esto es, no significa únicamente un aumento en el número de nuestros conocimientos sobre la materia, sino que es, por sobre todo, de naturaleza cualitativa, es decir, que los conocimientos hasta ahora acumulados han cambiado radicalmente nuestra visión respecto de los complejos mecanismos neurológicos. La magnitud y la calidad de este fenómeno es tal que el mencionado último decenio del siglo XX ha sido denominado la “década del cerebro”.(12)

De esta manera, las neurociencias han alcanzado un notable prestigio el que, unido a la contundencia de muchos de sus descubrimientos, les ha otorgado una fuerza singular que, hoy, pocas disciplinas están en condiciones de disputarle. Es a favor de ese prestigio y de esa fuerza que las neurociencias han “invadido” el campo colindante de otras ciencias: la Psicología, en primer lugar, la patología y la clínica, desde luego, y hasta territorios epistémicos un tanto alejados como la propia antropología. Así, tal vez pese a sí mismas, las ciencias del sistema nervioso están contribuyendo a la formación de una idea del hombre que, en muchos y vitales aspectos, se aparta de conceptos y de ideas considerados, hasta hace poco, patrimonio privado de la reflexión filosófica y antropológica. Y no solamente se aparta de ellos sino que hasta, cierto punto, los contradice.

2. Para citar tan sólo un único aspecto relevante, digamos que la noción de mente humana ha resultado la más afectada. Al respecto debe señalarse un hecho de suma importancia: la mente ha sido tematizada por las neurociencias. Ellas se creen, hoy, con justificado derecho a decirnos qué es la mente, cuál es su naturaleza, cuáles sus alcances y qué conexiones y relaciones la ligan a otras esferas de la persona como el amplio y fascinante campo de las pasiones y de las emociones. Hasta el propio problema del alma se ve involucrado en semejante proceso. Si esto no es, directamente, psicología y antropología, entonces ¿qué cosa significan estos términos?

Ahora bien; si es cierto que resulta extremadamente difícil discernir en el complejísimo compacto de las neurociencias, líneas directrices fundamentales y orientaciones de base más o menos unívocas, no obstante es posible advertir algunas constantes de inmenso valor en relación con el concepto de mente tal como acabamos de plantearlo. Tal vez por ahora sólo podemos señalar una sola constante, a saber, un indiscutido monismo materialista que reduce la mente, su naturaleza y sus funciones a un epifenómeno exclusivamente material procedente del cerebro concebido como la más maravillosa estructura física del universo. Los trabajos de Richard Gregory (Oxford) (13 )y Francis Crick(14) (Cambridge) acerca de la percepción, y las investigaciones de Anthony Damasio (Iowa) (15) acerca de la unión cuerpo-mente y de las sensación, son (entre muchos otros que pueden citarse) ejemplos emblemáticos de ese monismo materialista al que aludíamos (16).

3. Cedo, a mero título de ejemplo, la palabra a algunos representantes de estas neurociencias. Corrado Piancastelli, en un trabajo que lleva por título Alma-mente- cuerpo: la identidad e la subjetividad a las puertas del dos mil; publicado en la reaparecida Revista italiana Uomini e idee, escribe: “Teorías en conflicto.

Comencemos con el primer rompecabezas neurocientífico que se puede expresar con la pregunta a la que, por el momento, nadie sabe responder: ¿cómo y por qué nosotros humanos tenemos una experiencia subjetiva del mundo?

Dice, por ejemplo, Jerry A. Fodor, filósofo de la Ritgers University:

¿Cómo es posible que un sistema físico tenga un estado conciente? El materialismo de Francis Crick (que en 1953 obtuvo el Nobel por el descubrimiento, junto con James Watson, de la estructura del ADN y cuyo mérito, hoy, es el haber legitimado, con su autoridad, el estudio científico de la conciencia), es, en cambio, radical: La hipótesis extraordinaria ‐dice Crick (La ciencia y el alma, Rizzoli, 1994) es que, propiamente, tú con tus gozos y tus dolores, tus recuerdos y tus ambiciones, tu sentido de identidad personal y tu libre arbitrio, en realidad no eres otra cosa que la resultante del comportamiento de una miríada de células nerviosas y de las moléculas en ellas contenidas. Como habría dicho Alicia de Lewis Carroll: no eres más que un paquete de neuronas. […] gran parte del comportamiento del cerebro es emergente, en el sentido que no existe en sus partes separadas como, por ejemplo, las neuronas individuales. Una neurona aislada es, en realidad, más bien, obtusa: y es solamente la contemporánea e intrincada interacción de muchas de ellas la que puede llevar a resultados tan maravillosos” (17).

“Ruth – leemos en un trabajo publicado en Scientif American, 1992- me dio una parte de su mente esta mañana. Estoy agradecido, por supuesto, pero no sé dónde ponerlo o, ciertamente, qué es […] Mi problema también preocupó a Renato Descartes. Tres siglos atrás, él describió la mente como una entidad extracorpórea que se expresaba a través de la glándula pineal. Descartes estaba errado con relación a la pineal, pero el debate que abrió, impulsó el estudio sobre la relación entre cerebro y mente, que continúa.

¿Cómo influye la mente no material sobre el cerebro, y viceversa?

Al abordar el tema, Descartes estaba en desventaja. No se dio cuenta de que el cerebro humano es la estructura más compleja en el universo conocido, lo suficientemente compleja como para dirigir los dedos de un pianista en un concierto, para crear un paisaje tridimensional de la luz que cae en la retina bidimensional. No sabía que la maquinaria del cerebro está constituida y se mantiene unida por genes y por experiencias. Y ciertamente no sabía que la versión actual es el resultado de millones de años de evolución. Es difícil entender el cerebro porque, contrariamente a la computadora, no fue construido con fines específicos o teniendo en mente principios de diseño. La selección natural, motor de la evolución, es la responsable”.

“De haber sabido Descartes estas cosas –continúa nuestro autor‐ es posible que él se hubiera preguntado, conjuntamente con los modernos neurobiólogos, si el cerebro es lo suficientemente complejo para dar respuesta al misterio de la imaginación humana, la memoria y el humor […] Nuestra supervivencia y probablemente la supervivencia de este planeta dependen de un completo entendimiento de la mente humana. Si estamos de acuerdo en pensar la mente como un conjunto de procesos mentales antes que como una substancia o un espíritu, se hace más sencillo llevar adelante los estudios empíricos necesarios.

En este contexto el adjetivo (mental) es menos provocativo que el sustantivo (mente). Los autores de los artículos de este número especial de Scientific American y sus colegas han estado intensificando la búsqueda de la base neuronal de los fenómenos mentales. Ellos parten del presupuesto que los eventos mentales pueden ser correlacionados con modelos de impulsos nerviosos en el cerebro. Para apreciar plenamente el significado de esta premisa, se debe considerar cómo trabajan las células nerviosas, cómo se comunican entre sí, cómo están organizadas en redes locales o distribuidas, y cómo las conexiones entre las neuronas cambian con la experiencia. También es importante definir claramente los fenómenos mentales que necesitan ser explicados. Se han hecho destacados avances en cada nivel de análisis. Extrañas correlaciones han comenzado a emerger, de hecho, entre atributos mentales y patrones de impulsos nerviosos que aparecen y desaparecen en tiempo y espacio, en algún lugar dentro del cerebro”(18).

Como expresión del esprit de l´époque no puede pedirse nada más claro.

4. Surgen, pues, inevitablemente, al menos tres cuestiones a debatir. Los aportes que las neurociencias ofrecen hoy al universo global de la ciencia, ¿tienen suficiente legitimidad y valor para construir una verdadera psicología?; en todo caso, ¿se trata de una contribución que debe integrarse a otros aportes o basta por sí sola?; finalmente, ¿no deberían las neurociencias antes de intentar el abordaje de temas como la mente y, más aún, el de una entera visión del hombre, revisar sus límites epistemológicos? A mi juicio, la primera cuestión ha de ser respondida de modo afirmativo habida cuenta que las neurociencias actuales han confirmado, con sus experiencias, muchos y fundamentales aspectos de antiguas doctrinas filosóficas y psicológicas que, en cierto momento, cayeron en descrédito a favor de algunos criterios que negaban o soslayaban en el hombre todo el valor del cuerpo y de la biología. Respecto de la segunda, entendemos que las neurociencias no bastan por sí mismas para construir o reconstruir la Psicología. Pero su contribución es hoy mucho más que bienvenida siempre que puedan despejarse algunas dificultades, que son, precisamente, el objeto de nuestro estudio.

En respuesta a lo tercero, estimo que sí es necesario un riguroso examen de los límites epistemológicos del saber neurocientífico si lo que se busca es, precisamente, integrar con sus aportes un verdadero saber psicológico.

En este sentido, creo que se abre al pensamiento tomista de nuestros días, una oportunidad semejante a la que, en su momento, la vieja Psicología científica decimonónica ofreció a lo que hemos caracterizado como neoescolaticismo. Por eso, me parece que la Psicología científica, vista ahora en toda la extensión de su desarrollo histórico y doctrinal, es decir, de Wundt a los neurocientíficos hodiernos, plantea serias dificultades que hemos procurar resolver. Estas dificultades son, al menos dos. La primera es que no sabemos hoy, a ciencia cierta, qué se contiene bajo el rótulo de Psicología.

Por tanto, cabe una pregunta fundamental: ¿qué es la psicología? ¿qué tipo de ciencia es; cuál es su objeto? ¿es una o múltiple? ¿es teórica o práctica?

La segunda, reside en la necesidad de formular una explicación sistemática de la enorme masa de fenómenos- irrecusables como tales- que la psicología científica pone delante de nuestros ojos en su incesante y asombroso desarrollo. Esta necesidad de una explicación sistemática de los fenómenos psicológicos debe retrotraernos al sempiterno problema del alma.

De lo contrario estamos impedidos de superar un materialismo que es la negación misma del conocimiento científico en tanto es ingenuo y acrítico.

La respuesta habrá que buscarla, pues, en la tradición filosófica de Aristóteles y Santo Tomás.

IV. El papel rector de la ciencia del alma

1. Recapitulemos: primera dificultad:

Crisis de la psicología como ciencia que puede resumirse en la pérdida de su estatuto epistemológico: an sit, quid sit, objeto, método, carácter especulativo o práctico, etc. Se aprecia una creciente tendencia de absorción de la psicología por las neurociencias (como en el siglo XIX ocurrió con la Fisiología). De esta manera, podemos repetir el juicio que enunciamos más arriba: hechos y fenómenos con sus correspondientes hipótesis explicativas que, no van más allá de los mismos hechos y fenómenos, avanzando hacia una entera concepción del hombre, invaden, de hecho, el campo de la Psicología (en razón de su contenido e interés temático) a la vez que consuman una ruptura total con la filosofía lo que les impide la posibilidad de una real inteligibilidad de los fenómenos.

Segunda dificultad: derivada de la anterior, pues el materialismo ingenuo y acrítico que hallamos a modo de una forma mentis profundamente arraigada en los ámbitos científicos, dificulta una adecuada inteligibilidad de los fenómenos que la incesante investigación pone ante nosotros.

Llegado a este punto, no veo otra posibilidad de superar las dificultades apuntadas que la formulación (o mejor, re formulación) de una Ciencia del alma a la que pueda asignársele un papel rector y arquitectónico.

2. Aristóteles formuló una Ciencia del alma; en realidad es el primero que la formula como tal. A ella aportaron, posteriormente, desarrollos centrales los filósofos árabes (Avicena), los escolásticos (San Alberto Magno, Santo Tomás) y los tomistas modernos (Mercier, Gemelli, Fabro). Pero, tal como vimos al comienzo, hay, a partir de Christian Wolff, una dificultad capital en la ya apuntada división de la Ciencia del alma en una Psicología empírica y una Psicología metafísica. Esta concepción wolffiana es el antecedente más remoto de las dificultades de la psicología científica.

Esta división wolffiana afectó durante mucho tiempo a la propia escolástica tomista y, de hecho, ella constituyó el modo en que la neoescolástica del siglo XIX y principios del XX acogió en su seno a la psicología científica. Voy a leer un texto, en cierto modo paradigmático, que confirma lo que vengo diciendo. Se trata de la Introducción de la obra del Padre Paulo Siwek, s. j., Psychología Metaphysica cuya edición romana de 1948 tengo a la vista.

“Objeto material de la Psicología.-

Psicología significa ciencia del alma. Por lo que a ella corresponde el estudio de cualesquiera ser que tiene alma. Y porque según los escolásticos, seguidores de Aristóteles, conciben al alma como un principio de vida en los cuerpos, corresponde a la Psicología el estudio de todos los cuerpos vivientes: hombre, animales brutos, plantas. Los mismos constituyen el objeto material de la Psicología pues el objeto material de una ciencia está constituido por todas las cosas acerca de las cuales versa esa ciencia”.

Sigue:

“Objeto formal de la Psicología. El objeto formal de una ciencia es la razón bajo la cual el objeto material es considerado por ella. Y pues lo propio de cada ciencia es inquirir las causas, la razón bajo la cual una ciencia considera su objeto son las causas de ese objeto”.

Inmediatamente, a continuación:

“Pero las causas pueden ser múltiples. Por lo que, ya a priori, cabe esperar no una sola ciencia que trate de los cuerpos vivientes sino varias, distintas sólo por el objeto formal.

“En realidad, se da una ciencia a la que incumbe considerar las causas remotas o últimas de la vida, a saber, el alma y sus facultades. Constituye una parte de la Filosofía propiamente dicha y de la Metafísica y suele llamarse Psicología racional, especulativa o metafísica.

“Pero la investigación de las causas próximas da lugar a varias otras ciencias, entre las cuales, en primer lugar se ha de nombrar a la Psicología empírica, llamada a menudo, Psicología experimental (aunque con menor propiedad). La cual ciencia porque trata propiamente de la vida psíquica -sensitiva y también intelectiva- y tiene por lo mismo idéntico objeto material (al menos en parte) que la Psicología metafísica, muchos la confunden, sin más, con esta última.

“En realidad, la Psicología empírica es una ciencia por derecho propio (sui iuris), distinta por entero de la Psicología metafísica e independiente de ella, es una ciencia natural, en el sentido de los modernos, y por eso utiliza el método positivo: observación o experiencia (por esto el nombre de empírica) y el experimento (por esto el nombre de experimental).

“Aunque no sea parte de la filosofía propiamente dicha, tiene sin embargo con ella un nexo; pues, en efecto, el conocimiento más profundo y fecundo de las causas próximas permite, también el conocimiento de las causas últimas. Lo cual hace que la Psicología empírica, con toda justicia, sea tenida como ciencia auxiliar de gran valor de la Psicología metafísica, en cierto modo, su propedéutica.

“Puesto que la Psicología empírica se abstiene por completo de la consideración del alma como tal y por eso se la llama psicología sin alma y sólo considera los hechos psicológicos, puede no sin razón ser llamada psicología siempre que se reserve el nombre de Psicología sin aditamento, a la ciencia que investiga el alma como tal, esto es, la Psicología metafísica”.(19)

Consideraciones similares pueden leerse en Fröbes20, Gruender (21) y otros.

5. Adviértase, en primer término, que en el texto que se acaba de leer hay un empleo indebido de la palabra metafísica para designar a la Psicología. Es por completo ajena a la filosofía tomista la suposición de una “psicología metafísica” toda vez que para el Aquinate la psicología (la ciencia del alma) pertenece a la Physica o Filosofía de la naturaleza (22).

Sólo en cuanto substancia espiritual puede el alma humana entrar bajo la consideración de la Prima Philosophia; pero no es este el punto que ahora estamos considerando. Por otra parte, la distinción entre causas remotas y próximas es problemática. Alma, facultades y operaciones (estas últimas constituyen los fenómenos psicológicos, objeto de la supuesta “psicología empírica”) forman una indivisible unidad ontológica y funcional indisolublemente referidas al sujeto en el que inhieren.

Por tanto, su separación rompe la unidad del objeto de la Psicología, es decir, el viviente, visto en la perspectiva formal del alma con lo que se rompe, consecuentemente la unidad de la ciencia psicológica. Todo esto introduce un dualismo indebido que, objetivamente, contribuye al proceso de dispersión y de fragmentación que caracteriza a la ciencia moderna.

6. Hay un texto de Santo Tomás al que quiero referirme para terminar, donde el Santo Doctor traza, a mi modesto juicio, el camino para la constitución de una Ciencia del alma que asuma, frente a las dificultades de la Psicología Científica, el papel de un saber rector, es decir, unificador y arquitectónico.

Se trata de un breve Proemio que el Aquinate antepone al comentario de la obra de Aristóteles De sensu et sensato. Es un texto de gran riqueza y concisión que explicita todo el orden y la unidad del conocimiento científico del viviente.

Comienza Santo Tomás recordando que:

“Así como las cosas son separables de la materia así también están próximas al intelecto; pues cada cosa tanto más es inteligible cuanto más es separable de la materia. Por eso las cosas que, por naturaleza, están separadas de la materia son, según sí mismas inteligibles en acto. En cambio las que son abstraídas por nosotros de las condiciones materiales se hacen inteligibles en acto por la luz de nuestro entendimiento agente. Y porque los hábitos de una potencia se distinguen en especie según la diferencia de lo que por sí es objeto de la potencia, es necesario que los hábitos de las ciencias a partir de los cuales se perfecciona el intelecto, también se distingan según la diferencia de separación de la materia; y por esto el Filósofo, en el libro VI de la Metafísica, distingue los géneros de las ciencias según los diversos modos de separación de la materia.

En efecto, las cosas que están separadas de la materia según el ser y la definición corresponden al metafísico; las que están separadas según la definición pero no según el ser, competen al matemático y las que en su definición entra la materia sensible corresponden al filósofo natural” (23).

Se ve claramente esa sólida correspondencia de la ciencia con el ente que constituye la pieza clave de la epistemología de Santo Tomás. Las ciencias, en efecto, en tanto se fundan en el ente, guardan una participatio in obiecto; pero cada una posee un grado en esa participación y esta es el principio de su unidad, de su distinción, de su pluralidad y de su ordenación jerárquica.

Continúa Santo Tomás:

“Así como los diversos géneros de las ciencias se distinguen conforme con la separación de las cosas respecto de la materia, de igual manera también en las ciencias particulares -y principalmente en la filosofía natural- las partes de una ciencia se distinguen según un modo diverso de separación y concreción. Y puesto que lasuniversales están más separadas de la materia es por ello que, en la ciencia natural, se procede de lo más universal a lo menos universal, como enseña el Filósofo en el libro primero de la Física. Por esto, en la ciencia natural, comienza tratando de aquellas que son comunes a todos los naturales -tales el movimiento y el principio del movimiento-, y a continuación, prosigue a modo de concreción o aplicación de principios comunes a determinados móviles entre los cuales se encuentran los vivientes; acerca de ellos también procede de manera semejante distinguiendo en tres partes esta consideración” (24).

Ahora se trata de descubrir la unidad, la pluralidad y el orden en las ciencias físicas. Por eso, la consideración de la Physis se inicia con lo más universal que, a la vez, es lo más común a todos los entes móviles: el movimiento y el principio del movimiento estudiados en la Physica; a partir de allí, mediante sucesivas concreciones y aplicaciones, se irán construyendo las diversas ciencias del mundo físico. Y así se llega, partiendo de la Physica a la consideración de los vivientes cuyo principio de ser y de operación es el alma. Hemos llegado,pues, a la Ciencia del alma. Y siguen las distinciones por sucesivas aplicaciones y concreciones:

“En efecto, primero, consideró el alma según sí misma, como en una cierta abstracción; segundo, hizo una consideración de aquellas que están en el alma conforme una cierta concreción o aplicación al cuerpo, pero en general; tercero, hizo una consideración aplicando todo lo anterior a las diversas especies de animales y plantas determinado lo que es propio de cada una de ellas. Pues bien, la primera consideración se halla contenida en el libro De anima. La tercera, a su vez, se contiene en los libros que dedicó a los animales y a las plantas. En cambio, la consideración media se encuentra en unos libros que escribió acerca de algunos aspectos que son comunes a todos los animales o bien, a muchos géneros de éstos o, también, a todos los vivientes. A ellos pertenece el presente libro Del sentido y lo sensible”. (25)

Es imposible substraerse a la admiración que produce en la inteligencia el descubrimiento de esta parábola que va de la Filosofía de la Naturaleza a la Biología pasando por la Psicología salvaguardando, a un tiempo, la unidad y la pluralidad de la ciencia. Continúa el texto:

“Por esto se ha de considerar que en el segundo libro Del alma determinó cuatro grados de vivientes. El primero de ellos es el de los que tienen solamente la parte nutritiva del alma por la que viven, como son las plantas.

Pero hay ciertos seres vivos que sobre el alma nutritiva tienen, además, el sentido aunque sin movimiento progresivo, como los animales imperfectos, por ejemplo, las ostras. Otros, en cambio, tienen sobre lo anterior el movimiento local progresivo; tales los animales perfectos como el caballo o la vaca. Otros añaden el intelecto, como los hombres. Y aunque lo apetitivo sea puesto como un quinto género de las potencias del alma, no obstante no constituye un quinto género de vivientes porque sigue siempre a lo sensitivo” (26).

Conclusión:

“Ahora bien, el intelecto de estos «vivientes dotados de razón» no es, ciertamente, acto de ninguna parte del cuerpo, como se prueba en el tercer libro de Del alma; por esto, no puede ser considerado por concreción o aplicación al cuerpo o a algún órgano corpóreo pues su máxima concreción está en el alma y su suma abstracción en las substancias separadas. Y es por eso que no escribió Aristóteles, además del libro Del alma, un libro acerca del intelecto y de lo inteligible. O, si lo hubiese hecho, no pertenecería a la ciencia natural sino más bien a la metafísica de la que es considerar las substancias separadas.

Todas las otras , en cambio, son acto de alguna parte del cuerpo y por eso puede haber de ellas una consideración especial, ya sea por aplicación al cuerpo o a algunos órganos corpóreos, aparte de la consideración que de las mismas ya se hizo en el tratado Del alma” (27).

Está claro, pues, que no es posible una “psicología metafísica” distinta y separada de una “psicología empírica”. Existe una Ciencia del alma que es una y que procede por aplicaciones y concreciones sucesivas y tiene, sí, una atingencia metafísica. Pero tocar la metafísica no la hace, propiamente, metafísica.

Si se tienen en cuenta estas consideraciones que acabo de esbozar -y que exigen, desde luego, una elaboración más precisa y detallada‐ el dualismo wolffiano (y su lamentable impacto sobre algunos sectores de la escolástica) quedará superado y con él la posibilidad de superar las dificultades de la psicología científica. Pues habremos recuperado, con la unidad rectora de la Ciencia del alma, la posibilidad de intelegir el mundo físico y con él al hombre como viviente situado, en razón de su alma –forma corporis y hoc aliquid a la vezentre el confín de lo visible y lo invisible. No hay otro “puesto en el cosmos” para él.-

A modo de Apéndice: El caso de Phineas Gage

Una reflexión antropológica acerca de un descubrimiento neurobiológico

1. Antecedentes del caso

El 13 de septiembre de 1848, Phineas Gage, un obrero de 25 años que trabajaba para una empresa norteamericana de ferrocarriles, en Vermont, sufrió un curioso accidente. Con el fin de instalar las vías ferroviarias a través de Vermont era necesario nivelar el terreno mediante explosiones dirigidas. Entre otras tareas, Gage estaba encargado de las detonaciones, tarea que consistía en perforar las piedras rellenando parcialmente los orificios con dinamita, luego se cubría ésta con arena y mediante el uso de una mecha y de un barreno se provocaba la explosión dentro de la roca.

El día del accidente, una pequeña distracción de Gage hizo que el barreno funcionara directamente sobre la dinamita antes de que su asistente pudiera cubrirlo con arena. Esto provocó una violenta explosión que atacó directamente a Gage: el barreno puntiagudo de 3 cm de grosor y 109 cm de largo salió violentamente despedido, dio contra Gage, atravesando su cara a nivel de la región inferior de la órbita ocular izquierda, y su cerebro para salir luego y seguir su camino al espacio. La víctima se sintió aturdida por unos instantes pero luego se recuperó. Podía hablar y caminar con ayuda de sus compañeros. El barreno aterrizó a varios metros de distancia.

Phineas Gage fue conducido, de inmediato, a la casa cercana de un médico, John Harlow donde permaneció un cierto tiempo en observación. El paciente no presentaba trastornos de carácter ideativo, mantenía su capacidad física y aparentaba ser tan inteligente como antes del accidente. No presentaba alteraciones motrices ni de lenguaje; su capacidad de aprendizaje estaba conservada y tampoco, aparentemente, estaban perjudicadas su memoria ni su inteligencia. Sin embargo, el carácter de Gage fue sufriendo modificaciones cada vez más llamativas. Se había vuelto irreverente y caprichoso. Su habitual consideración y sus buenos modales desparecieron junto con sus buenas costumbres. Lo más preocupante fue su falta de responsabilidad que lo llevó a no ser confiable. Este fue el cambio más notable pues si algo caracterizaba a Gage antes del accidente era un acendrado sentido de la responsabilidad que le había granjeado el respeto y la confianza de sus superiores que llegaron a considerarlo el más capaz y eficiente de sus obreros.

Estos problemas de Gage -que afectaban su esfera de la -conciencia moral- y de su capacidad de elecciones responsables- se fueron acentuando con el correr del tiempo hasta que fue despedido de la empresa en la que trabajaba. Según su médico había perdido -el equilibrio entre sus facultades intelectuales y su instinto animal-.

Gage inició una vida errante y sin rumbo, de empleo en empleo, sin durar en ninguno por su falta de responsabilidad y su incapacidad de tomar decisiones.

Llevaba siempre consigo el barreno que le había producido el accidente y vivía mostrándolo junto a sus heridas. Se volvió pendenciero y alborotador hasta que finalmente murió, a los 38 años, en 1861. Su muerte pasó desapercibida, incluso para su médico quien se enteró del deceso algunos años después. El Dr. Harlow procuró, entonces y logró, contactarse con los familiares y obtener de ellos la exhumación del cadáver con el fin de rescatar el cráneo para su estudio y como elemento de prueba del accidente. La familia accedió y al exhumar el cuerpo se encontró con que éste había sido sepultado junto con el famoso barreno. El Dr. Harlow retiró el cráneo y el barreno. Ambos fueron celosamente guardados y conservados en el Warren Medical Museum de la Facultad de Medicina de Harvard, en Boston.

La gran duda que este caso planteó a la neurología de su época fue como era posible una alteración de la esfera -moral- del individuo sin ninguna otra lesión concomitante en las esferas intelectivas, del lenguaje, etc. Era la época en que la Neurología, con Brocca y Wernicke a la cabeza, estaba dominada por la estricta correspondencia entre ciertos centros cerebrales y determinadas funciones, sobre todo en lo que respecta a los trastornos del lenguaje en personas neurologicamente lesionadas. Pese a que estas ideas se impusieron, resultaba difícil aceptar la existencia de un -centro cerebral relacionado con una función tan próxima a la mente o al alma como era el caso de la conciencia moral-. El Dr. Harlow llegó -a pesar de no contar con la autopsia- a intuir que los trastornos de Gage podían vincularse con una lesión el lóbulo frontal del cerebro. Pero la cuestión quedó olvidada y no se habló más del caso.

Tuvieron que pasar 144 años del accidente y 131 desde la muerte del infortunado Gage para que el caso se reflotara. Un matrimonio de neurólogos de la Universidad de Iowa, Estados Unidos, los esposos Antonio y Hanna Damasio, se interesaron en 1992 por el viejo cráneo de Gage (28).

Mediante un ingenioso y complejo sistema tridimensional computarizado pudieron establecer con exactitud la trayectoria del barreno y el área del cerebro de Gage que había sido dañada. Se trataba de un daño en la región ventral y media de la corteza prefrontal. La reconstrucción de Gage reveló que ciertas zonas que se consideran vitales para otros aspectos de la función neuropsicológica no habían sido dañadas. La conclusión de los esposos Damasio fue la siguiente:

La incapacidad de Gage para planificar su futuro, para conducirse de acuerdo con normas morales de comportamiento previamente aprendidas y para decidir un curso de acción que en último término fuera ventajoso para su supervivencia, se debía a un daño selectivo de las capas corticales prefrontales del cerebro.

2. Comentarios

El redescubrimiento del Caso Gage produjo dos tipos de discusión.

1. La primera, de exclusivamente neurobiológica, resultó una compleja dilucidación respecto de los circuitos neuronales que tienen que ver con la función atribuida habitualmente a la llamada “conciencia moral”. Se estudiaron varios pacientes actuales que presentan lesiones similares a las de Gage con idénticas repercusiones funcionales, fundamentalmente en lo que respecta a la incapacidad de adoptar resoluciones y decisiones libres. Damasio comprobó, además, que la lesión de ciertas zonas vecinas y vinculadas con la zona afectada del cerebro de Gage, traía como resultado una alteración en el razonamiento/toma de decisiones y emoción/sentimiento, además de alteraciones en la esfera social y personal.. Antonio Damasio escribió un libro, que se llama El error de Descartes, donde discute con gran acopio de datos de experiencia y extraordinaria erudición todos estos problemas desde una perspectiva estrictamente neurobiológica. Obviamente, no vamos a entrar en los complejos detalles de este problema que están reservados sólo a los especialistas en neurobiología.

2. Pero la inquietud de Damasio transcurre en cierto sentido por andariveles filosóficos o, al menos, “metabiológicos”. Plantea, por ejemplo, si Descartes no erró cuando supuso un dualismo radical entre mente y cuerpo y busca formular una cierta unidad del hombre. Desde luego que su visión es puramente neurobiológica. La mente para Damasio no es otra cosa que una función cerebral. No obstante, recrimina a Descartes haber separado la mente del cuerpo.

El último capítulo, llamado Post scriptum, de su libro resume una serie de inquietudes conmovedoras es un científico moderno. Habla de un conflicto en el corazón humano. Y dice:

“Este libro fue escrito con la convicción de que el conocimiento en general, y el conocimiento neurobiológico, en particular, tienen un rol que desempeñar en el destino humano. El mejor entendimiento del cerebro y de la mente ayudará a lograr la felicidad cuyo anhelo fue el resorte del progreso hace dos siglos, y mantendrá la gloriosa libertad […] la neurobiología no sólo puede ayudarnos a comprender la condición humana sino que al hacerlo nos ayuda a entender los conflictos sociales y a contribuir a su alivio. Esto no quiere decir que la neurobiología pueda salvar al mundo, sino sencillamente que el aumento gradual de la inteligencia de los asuntos humanos podía asistirnos en el hallazgo de mejores maneras de administrarlos”. (29)

3. Análisis del caso y probables conclusiones a extraer :

No hay dudas de que el caso es de un extraordinario interés científico. Pero este interés reside, sobre todo, en la posibilidad de lograr una verdadera comprensión en la perspectiva unitaria de la Ciencia del alma.

En efecto, si nos situamos en la perspectiva rectora de la Ciencia del alma sabemos que ésta, en tanto forma del cuerpo, es el principio remoto de todas las operaciones del hombre, operaciones que ejerce a través de unos principios próximos de operación que son las potencias del alma. Algunas de ellas -las vegetativas y las sensitivas- requieren de órgano corpóreo; otras, las espirituales no operan sin el cuerpo. Pero entre todas ellas hay una perfecta contigüidad. De este modo, no hay conocimiento intelectual sin el concurso de las imágenes que nos vienen dadas por la actividad de nuestros sentidos, actividad ligada directamente a concretos órganos corpóreos (y hablamos aquí no sólo ni principalmente de los sentidos exteriores sino, sobre todo, de los olvidados sentidos internos). Pero tampoco hay juicio libre y, por ende, ejercicio adecuado del libre albedrío (potencia espiritual) ni actividad libre de nuestra conciencia moral (que es siempre un juicio de la razón práctica) sin el juicio sintético y particular de la cogitativa que es un sentido interno y que, por eso mismo, sólo puede operar mediando la indemnidad de ciertos órganos corporales. Entonces, ¿es muy aventurado sospechar que la lesión cerebral que sufrió Gage dañó su capacidad sensoperceptiva y deterioró la capacidad de sus sentidos internos?

El descubrimiento de Iowa ¿no confirma, acaso, la realidad de la vis estimativa o cogitativa, descubierta ya por Aristóteles, Avicena y Tomás de Aquino? ¿No habremos descubierto, finalmente, el órgano de la cogitativa? Pero, ¿lo hemosdescubierto o sólo hemos precisado mejor su ubicación? ¿Acaso Avicena -y con él Santo Tomás- no sabían ya que estaba “en el medio de la cabeza”? (30)

Si así fuera, entonces será posible seguir manteniendo la “gloriosa libertad”.

Notas

1) Conferencia pronunciada el 14 de septiembre de 2004 en la Facultad de Humanidades de la Universidad FASTA, Mar del Plata (Argentina).

2) CORNELIO FABRO, Lʹanima. Introduzione al problema dellʹuomo, versión española de JUAN ANTONIO CHOZA y CLAUDIO BASEVE, Madrid, 1982, p. 17.

3) Rodolfo Goclenio y su discípulo Otto Casmann, hacia fines del siglo XVI, utilizaron la palabra psicología como título de sus obras. Cf. RUDOLPHUS GOCLENIUS, ψυξολογια hoc est de hominis perfectione, anima et imprimis ortu huius Commentationis variorum…, Marburgo, 1590; OTTO CASMANN, Psychologia anthropologica seu animae humanae doctrina, Hannover, 1594.

4) Cf. Logica methodo scientifica pertractata: In psychologia rationali ex unico animae humanae conceptu derivamus a priori omnia, quae eidem competere a posteriori observantur.

5) Cf. HENRY MISIAK, Raíces filosóficas de la Psicología, Buenos Aires, 1969.

6) Es digno de destacar que toda esta fisiología decimonónica contribuyó, de modo decisivo, al conocimiento de la estructura y de la función de los órganos de los sentidos. Tal vez, esta responda a la fuerte influencia del empirismo que había hecho de la sensación el soporte de todo el conocimiento con la consiguiente relevancia otorgada a los órganos sensoriales que captan la información del mundo exterior.

7) MARÍA ANDREA PIÑEDA, Comienzos de la profesionalización de la Psicología, la Universidad Nacional de Córdoba y el movimiento neoescolástico, en Memorandum, 7, 165‐ 188, octubre 2004, Belo Horizonte.

8) Se conoce con el nombre de neoescolástica o neoescolasticismo, al movimiento de renovación de los estudios tomistas iniciado hacia mediados del siglo XIX, en Europa, y que alcanza su apogeo y consolidación a partir de la encíclica Aeterni Patris de León XIII, en 1879. La Escuela de Lovaina, cuya figura central es el Cardenal Mercier, constituyó, tal vez, el centro más importante de este movimiento.

9) D. J. MERCIER, Curso de Filosofía. Psicología, Buenos Aires, 1942, p. 9.

10) Ibidem.

11) Para un estudio de la presencia del neoescolaticismo en Argentina, véase MARÍA ANDREA PIÑEDA, Comienzos de la profesionalización de la Psicología… o. c. ; y ALBERTO CATURELLI, Historia de la Filosofía en la Argentina: 1660 –2000, Buenos Aires, 2001.

12) Cf. The British Journal of Medicine, 1998; 317: 1673‐1673 (19 December) Editorials: Snapshots from the decade of the brain

13) Cf. GREGORY RL., Perceptions as hypotheses en Philosophical Transactions of the Royal Society of London 1980; 290 (series B): 181‐197[Medline]; GREGORY RL., Mind in science. London, Weidenfeld and Nicolson , 1981.3.GREGORY RL., Knowledge in perception and illusion, en Philosophical Transactions of the Royal Society of London B 1997; 352: 1121‐ 1128[Medline].

14) FRANCIS HARRY COMPTON CRICK (1916‐2004); Premio Nobel en 1962 por su contribución al descubrimiento de la estructura del ADN. Posteriormente se dedicó a la neurobiología donde destacan sus estudios sobre la percepción y la conciencia. Ver: CRICK, F. H. C., The Astonishing Hypothesis, New York, 1993; CRICK, F. and C. KOCH, “Are We Aware of Neural Activity in Primary Visual Cortex?”, Nature, 375: 121‐123; 1995.

15) ANTONIO DAMASIO, Descartesʹ Error: Emotion, Reason, and the Human Brain, Avon Books, 1994.

16) Ver la importante obra de MICHAEL S. GAZZANIGA ET AL., Cognitive Neuroscience, The Biology of the Mind, second edition, N. York, London, 2004.

17) CORRADO PIANCASTELLI, Anima‐Mente‐Corpo: lʹidentitá e la soggetivitá alle soglie del duemila, en Uomini e Idee, 1‐2/1997, Napoli, p. 12 –39.

18) GERALD D. FISCHBACH, Mente y cerebro. Los fundamentos biológicos de la conciencia, la memoria y otros atributos de la mente han comenzado a emerger; un pantallazo sobre este profundísimo esfuerzo de investigación; Scientif American, 1992.

19) PAULO SIWEK S. I., Psychologia metaphysica, Romae, Apud aedes Univeritatis Gregorianae, 1948, p. 1 y ss.

20) JOSÉ FRÖBES, S. J., Compendio de psicología experimental, Buenos Aires, 1949.

21) HUBERT GRUENDER, S. J., Curso de introducción teórico‐práctica a la Psicología Experimental, Barcelona, 1924.

22 Cf. In Metaphysicorum VI, 1; In Boethium De Trinitate, 5, 1; In De sensu et sensato, I, lec. 1, n. 1.

23) In De sensu et sensato I, lec 1., n. 1.

24) In De sensu et sensato I, lec. 1, n. 2.

26) In De sensu et sensato I, lec. 1, n. 3.

27) In De sensu et sensato I, lec. 1, n. 4.

28) Cf. STEVEN W. ANDERSON, ANTOINE BECHARA, HANNA DAMASIO, DANIEL TRANEL & ANTONIO R. DAMASIO, Impairment of social and moral behavior related to early damage in human prefrontal cortex, Nature, November 1999 Volume 2 Number 11 pp 1032 – 1037.

29) ANTONIO DAMASIO, Descartesʹ Error…, o. c.

30) Unde etiam dicitur (cogitativa) ratio particularis, cui medici assignant determinatum organum, scilicet mediam partem capitis (Summa Theologiae I, q 78, a 4, corpus).

Fuente: e-aquinas

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