Filosofía y educación

Reflexiones sobre el instrumento, la clave y el concierto*

La verdadera tragedia de la vida ocurre
cuando el hombre tiene miedo a la luz.
Platón

Los términos propuestos para este Congreso del año 2013 pueden ser entendidos como hitos constitutivos de la humanidad en el horizonte de la historia, como claves en el escenario del drama configurante del sentido de la existencia personal, articuladoras de la humanidad conviviente y como condiciones de posibilidad de lo humano en cuanto tal.

Muchos interrogantes sugiere la consideración inicial de las nociones propuestas. Desde los sentidos discernibles a la cuestión misma del sentido un amplio espectro de planteos y, con ellos, la posibilidad y el riesgo de vertebrar en concierto las consideraciones resultantes según alguna clave de discernimiento que justifique el intento en una posible articulación de respuesta de tenor proporcional a la acuciante realidad sobre la cual pretendemos anclar nuestras reflexiones.

Entre las cuestiones que por su importancia nos urgen, destacan tres que intuimos capitales: el sentido de la realidad, las creencias y los dogmas. Otras cuestiones pujan a modo de observaciones preliminares y propedéuticas: ¿Es posible pregunta alguna sin interés por la verdad? ¿Es posible respuesta alguna sin viso de verdadera? ¿Puede lo falso tomarse por provisional? ¿No resulta posible al hombre creer casi cualquier cosa? ¿Qué relación existe entre los temas propuestos y la cuestión de las creencias? ¿El quoddammodo omnia es susceptible de ordenaciones divergentes? ¿Existen distintos principios de orden? ¿Cuál sería el instrumento ordenador? ¿No es la cultura corolario de su creencia capital? ¿Es posible prescindir de los dogmas? ¿Es posible renunciar a la trascendencia? ¿Queda algún aspecto de la realidad fuera del escenario que se despliega a partir de estas tres cuestiones entorno a las cuales se nos propone remorar nuestra inteligencia?

El principio vertebrado de nuestra reflexión afirma que “es preferible lo poco que podamos saber de las cosas sublimes a lo mucho que ciertamente podemos conocer sobre las cosas inferiores ”.

Aunque es previsible que la amplitud escénica excuse la generalidad del boceto, no podemos silenciar como cuestión primera aquella que de algún modo se refiere al instrumento. Instrumento que a pesar de su actual descrédito sigue apareciendo como clave de cualquier inquisición razonable para quien entienda la filosofía como una reflexión. Reflexión capital, que como la vida, manifiesta la tensión y el vínculo con lo absoluto tanto como amerita el ser compartida.

Que la persona humana es ser de religazones resulta manifiesto considerando tanto la connatural excogitación peregrina que llamamos filosofía como la articulación política de la convivencia.

En cuanto la pregunta aparece en el horizonte de la conciencia, irrumpe arropada en el contexto de una unidad ante la cual, por muy provisional que pueda resultar, sólo hay dos actitudes posibles: aceptación o rechazo. Y el rechazo sólo resulta posibilidad factible a modo de confirmación negativa de una realidad superior a nuestra entendedera, porque la duda no se funda en el ser, sino a partir de la racionalidad de nuestro conocer. Otra cuestión, a posteriori, será lo que subjetivamente llegue a significar tal realidad o el sentido que finalmente adquiera ante la propia conciencia y la configuración resultante de la propia conciencia ante tal realidad.

Jamás ha sido posible vivir sin dioses. Sea cual fuere la consistencia de la deidad preferida, preterida o pretendida. El hombre al ejercer sus capacidades se descubre sostenido, inmerso y referido a una naturaleza superior a la de sus propias operaciones. En su ignorancia suele el humano transferir la divinidad a sustitutos de la deidad, pero siempre ha resultado hairesis contranatura el atribuirse el principio a sí mismo como el excusarse de su destino en el tiempo.

A pesar de todos los versos y contra lo que los imaginarios colectivos han ensordinado, el Génesis sigue siendo la partitura más razonablemente congrua con lo que la realidad manifiesta y al alma maravilla. Inauditamente más creíble que la novela de Kingkong con la falsificación de la Nona Lucy inclusa, e incomparablemente más humana que los detritos del pensiero pusilánime.
La rebeldía induce a estimar como contradictorio el afirmar que la libertad se realiza a partir de la aceptación. Sin embargo, la libertad se constituye en virtud de ciertas condiciones necesarias sin cuya aceptación se despeña en la condena absurda por Sarte en tales términos señalada.

Reconocemos que la Creación tiende a un estado superior al actual, pero es imposible que el principio de la tal moción proceda según la ley de la necesidad material.

Para el ágape de la recreación le fue dado al hombre su alma intelectual como instrumento y la clave del concierto político en la confirmación de la epifanía en la resurrección del Verbo.

Adelantemos también que consideramos posible distinguir tres ámbitos en cuyo encuentro la humana existencia se despliega: lo cultural, lo natural y lo sobrenatural. Según la realidad humana se conforme como encuentro armónico de estas dimensiones de acuerdo a la prelacía que naturalmente las ordena o a partir del acento de alguna de ellas, será la noción de verdad y consecuentemente el tipo de religión, la concepción filosófica y la política que impere.

Sobre el instrumento (filosofía)

Si recurrimos a nuestra imaginación sin renunciar a la razón ni reducir ésta a aquélla, sino más bien buscando anclar nuestra búsqueda en el Logos originante ¿no resulta evidente que la razón es al hombre como el sextante al navegante?

Cuando el sextante no es utilizado tomando como referencia algún punto fijo distinto de él mismo, no sirve ni para determinar la posición de la nave ni para fijar el rumbo de la travesía.

¿No resulta ilusoria la reducción del marino a su instrumento de navegación? Tan imposible como usar el sextante a modo de navío. Tan inaudito como confundirle con la estrella polar. No navega ni es marino quien se entretiene con su sextante en la litera: sólo un náufrago di-vertido que tal vez vierta luego su protervia en ficciones filo-cientistas. Cuando al navegar no es referido el sextante a las estrellas, la nave no surca mares rumbo a puerto alguno. Aunque a la imaginación no le parezca, en su caprichoso empeño desvaría el hombre a merced de sus tormentos interiores.

Cuando el navegante no puede ver las estrellas o no ciñe su instrumento a un punto fijo superior a sí mismo cualquier ruta da lo mismo en el cambalache de la existencia. Así ocurre al hombre cuando intenta ejercitar su capacidad racional de forma autónoma ignorando que como la luna, la inteligencia humana alumbra con luz prestada por origen y por encomienda. La razón autónoma al servicio de la imaginación queda necesariamente sometida a las pasiones y como un boomerang tiende a aniquilar la humanidad en el hombre. De la comisión de aquel absurdo se engendra éste y no a la inversa como pretenden algunos.

Sin estrella polar ¿cómo saber dónde estamos anclados? ¿cómo rumbear en nuestro peregrinar?

¿Se puede probar “todo” por deducción a partir de axiomas? No. A partir de axiomas se puede probar cualquier cosa que ya esté contenida en ellos. El último fundamento de todos los discernimientos posibles es el vínculo con una persona, el Verbo encarnado. El misterio de los misterios, pura luz, exceso de luz para nuestra neblinosa entendedera.

Ahora ¿cómo saber que la propia visión se entreniebla sino a partir de alguna noción de lo que es la visión certera? He aquí otra cara del misterio, esa luminosidad presente en la esencia misma de este visco que se sabe capaz y destinado a la visión perfecta.

Resulta improcedente desestimar el papel fundamental de la creencia en la constitución de la cosmovisión implicada en cualquier empresa humana. La Verdad encarnada y el testimonio de quienes se han hecho dóciles a ella han puesto en evidencia el sentido de la historia entera.

El sentido de la historia viviente, no sólo del relato sino del espíritu que manifiesta, es el contexto que legitima cualquier diálogo, en tanto entendamos que la búsqueda de la verdad es la razón de ser de lo que diálogo llamamos, incluso como justificativo del llamado método crítico. Luego, honestamente ya no es lícito ignorar la manifestación de la Verdad pretendiendo pensar al modo en que algunos antes de la Revelación legítimamente filosofaron. La autonomía de la razón es creencia utópica que viene tentando al hombre desde el origen, aunque como vigencia sistémica eclosionó en la modernidad por negligencia a raíz de una defección moral antes que por el nihilismo alienante padecido como pandemia global por lógica consecuencia. Eliminado el orden sobrenatural que todo lo funda la necesidad tiende a imperar por determinación nuestra.

Con la Revelación quedó en claro la razón del orden natural. A partir del Renacimiento prevaleció una concepción inversa, según la cual el orden natural estaría circunscripto al ámbito de lo racional, es decir el ser reducido al pensar. Aun suponiendo que en algún momento hipotéticamente existió una forma de especulación puramente natural que no fuese la postulación de un bárbaro delirio, la Revelación es el fin de tales ideologías, devenidas en contradictorios intentos respecto al fin que lo justifica. Claro, este fin no se dice “culturalmente” hablando, sino en sentido metafísico, porque de hecho han proliferado intentos de formulación con un acentuado tono de rebeldía ante la epifanía del ipsum esse subsistens. Ese cerrar los ojos ante el deslumbramiento sin la intención de abrirlos ni intentar que a la luz se vayan acostumbrando. Posturas generalmente justificadas desde una mal entendida filosofía crítica. Critica en un sentido muy particular. No como proceso de análisis y argumentación en orden a la demostración de la certeza y razonabilidad de algún tipo de conocimiento a la luz de principios evidentes, sino como actitud de duda general de la que se sigue el sometimiento de todo tipo de conocimiento a un utópico proceso de fundamentación racional y luego de deconstrucción sistémica. Tarea evidentemente imposible porque la razón es de un orden inferior a la inteligencia creadora respecto a la cual debe someter su propio ejercicio intelectual, pero efectivamente depredadora de las coordenadas que articulan el universo religioso y sostienen la convivencia política.

Bien entendida la relación entre la fe verdadera y la racionalidad como especificidades humanas, significa el fin de la filosofía al modo greco. Fin por éxtasis, que como prueba su monumental logro, no es sino muestra de cuánto la razón naturalmente ordenada puede lograr cuando está abierta al misterio del ser que en cada cosa honestamente considerada se manifiesta como su luz constitutiva, pero cuya coronación se logró, histórica y metafísicamente en la Revelación. Epifanía que vino a confirmar la naturaleza personal del aquel fundamento tan aproximadamente comprendido por el genio griego como el principio de todo cuanto de algún modo es accesible al entendimiento humano.

Quede dicho que en general y específicamente respecto a la filosofía helena, el ejercicio natural de la razón no implica jamás ausencia de orden sobrenatural ni siquiera en la supuesta negación de tal realidad, pues sin este fundamento la filosofía griega no hubiese pasado de ser una escuálida manifestación de la soberbia como es patente en las desacralizadas imitaciones e interpretaciones posteriores, que no pueden pasar de ser burdas profanaciones o hurtos deicidas.

La razón encuentra el campo de su actualización plena en el ámbito del logos eterno. Sin trascendencia no puede el hombre lograr otra cosa que la promoción del caos cuando invirtiendo la relación fundante tiende la realidad a ser proyección racional pretendidamente autónoma y por ende hipotéticamente sólo relativa a una imposible subjetividad autofundada.

En Jesús, el Cristo, Dios se ha manifestado de modo tal que después de Su testimonio no podemos seguir actuando como si la Epifanía no hubiese tenido lugar. ¡Presuntuosa miseria de la razón pretender reducir a sí la fuente de luz de la cual su propia existencia depende, cual si pudiese haber luna sin sol!

La filosofía more graecorum nunca dejará de ser un recurso propedéutico extraordinario. Fuera de la importancia pedagógica que encierra su estudio como manifestación del sentido de la historia, hoy el ejercicio racional que niega la Revelación resulta un torpe y vano camuflaje de la rebeldía.

Nunca el hombre pudo pensar sin dioses, sea cuales sean las características de los dioses adorados. Tampoco en la actualidad. Se trata de otra cuestión: no querer el hombre reconocer su dignidad de hijo del Dios verdadero. Como un Bartimeo rebelde no dispuesto a clamar por lo que le falta sino empeñado en reivindicar la ceguera y la necedad como derecho. Como dijera Chesterton, la simple mediocridad de estar delante de la grandeza sin querer darse cuenta della.

¿Cómo podría quien de Dios ha recibido explícito testimonio seguir empeñado en discurrir en base a ídolos propios? Que tal intento sea parte de la tendencia a pensar en sí mismo al pensar en Dios, no hay duda. Que se pretenda legitimar el ejercicio racional ignorando el dato revelado es cuestión de rebeldía herética, mal que suene el juicio en mores anegadas por apostasías nuevas.

La rebeldía original fue consecuencia de la soberbia y causa de la ignorancia. Otorgada la Gracia que la ignorancia cura, la rebeldía inexcusable renovó su asedio atrincherada en la acedia, esa tristeza ante los bienes sublimes de quien prefiere la incertidumbre que engendra el igualitarismo de los pusilánimes a la distinción de ser cada cual hijo del perfecto Padre eterno.

La reducción de la Verdad a la inmanencia subjetivista o colectivista, ha sido siempre el sarcoma de las religiones y sigue siendo el principal flagelo que la política padece. Sin Dios el hombre deviene incapaz de un orden político proporcional a la dignidad de su origen por renuncia a la sobrenaturalidad de su destino. Similar riesgo, hemos de reconocerlo, corremos detrás de hombres que nombrando a Dios pretenden de sí dar testimonio creíble… lo cual no es más que otra confirmación de la regla mencionada: sin Dios el hombre no supera la entropía del traidor.

Sobre la clave (religión)

En términos naturales podemos afirmar que desconocemos por qué nacemos tanto como ignoramos por qué morimos. Aunque gustamos consolarnos con descripciones más o menos aproximadas de lo que en tales extremos acontece, la insistencia en el por qué ante la realidad concreta ahonda el silencio en el cual nuestro empeño encuentra un desproporcionado eco. Presencia incomprensible que al ser aceptada alumbra en la profundidad de su enigmática fuerza algo que indudablemente percibimos como arcano, y por lo cual nos sabemos abarcados pero que sobrepasa inauditamente nuestra posibilidad de desempeño. La razón, mar adentro, es sobrecogida por lo que no sabemos llamar sino como pneuma, un tiempo sin tiempo porque lo es todo en un tipo de unidad que supera nuestra ambivalente experiencia de lo uno según el devenir temporal. Un espacio que es todo presencia porque significa todos los lugares sin locación precisa según las coordenadas del conocimiento característico de la peregrina existencia.

Más no sólo la inquisición sobre las ultimidades nos avecina a un páramo en cuyo abandono se nos descubre un oasis y cuya huida nos precipita en la nada, sino simples cuestiones sobre cosas tan elementales como la pregunta por lo que en última instancia sea el agua o el fuego se nos descubren como insondables profundidades, cuya experiencia nos revela lo que la cosa es de un modo respecto al cual las palabras no pueden más y nada menos que inducir la captación de su esencia, sin que tal ser puede de modo alguno quedar comprendido en el espectro de los términos mediante los cuales somos avenidos a tan inconmensurable presencia.

Dando un paso más en esta dirección que nos ha sido propuesta por la misma consideración de las cosas que sin poder saber bien cómo se nos muestran a la inteligencia, hemos de reconocer que, si bien el contenido de la conciencia se configura con-ciencia o contra ella, la clave sapiencial que nos permite discernir precisamente el carácter de la propia consciencia radica en ella de modo dispositivamente previo a todo lo que por el conocimiento pueda aquilatarse como fruto de la propia experiencia. Es decir, en la misma conciencia consta de modo previo a todo cultivo posible o desarrollo de sus propias capacidades una innegable referencia de principio, más específicamente de orden moral, gnoseológico y estético, según la cual todo lo posteriormente experimentado se acrisola o no según la propia decisión por la cual aceptamos o rechazamos el principio fundante de tales colectas.

La hora ha llegado en que ni en este monte ni en Jerusalén se adora al Padre. Los verdaderos adoradores adoran en espíritu y en verdad porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad. Lo creo o lo niego. Lo demás se sigue de ello. Ante la Verdad no hay derechos.

Sobre el concierto (política)

La modernidad parece caracterizarse por haber signado sus posiciones distintivas en los extremos del arco constitutivo de lo viviente pretendiendo resolver la tensión existencial ya en el individuo ya en la masa, siempre anómica y por ende anónima, es decir, sin ley y sin nombre. La ancestral tentación por radicar la libertad entre las coordenadas inmanentes al decurso temporal quita al hombre su responsabilidad histórica despeñándose según el vértigo de un transcurrir violento e inconsistente.

Características éstas de la “debolezza volitiva” actualmente proyectada desde conflictivas categorías relativas a un ego pretendidamente justificado en el anonimato colectivo bajo nombres tan políticamente correctos como calidad de vida, opinión social, ética del egoísmo racional, religión privada e incluso educación ¡pública, gratuita e irrestricta!

Ignorada la clave pneumática no quedan fundamentos, sino simples pasiones pasajeras inductoras de la diversión y el entretenimiento “a la carta” según esas arbitrarias creencias que constituyen el vórtice y el albañal de la ideología usuraria impuesta como condición de la demo-convivencia.

Así hoy, parece no haber espacio político para verdaderas teorías ni resulta posible la aceptación de doctrinas certeras. Sin embargo, como preñando el ensordinamiento colectivo, la búsqueda de la concordia persiste entre los hombres que perseveran al servicio de sus prójimos.

Es un hecho simplemente observable que el hombre no nace libre, ni siquiera dotado de libre arbitrio, sino en modo potencial. Potencialidad cuya actualización está sujeta a una educación proporcional a la excelencia del sujeto que en el ejercicio del libre arbitrio se realiza como persona en cuanto aceptando su propia naturaleza trata a sus semejantes como hijos de Dios. Luego, no puede pretenderse al hombre capaz de ejercer su libertad sino en modo proporcional a la rectitud de la voluntad y al criterio razonable que manifieste en los actos que le corresponden realizar. Educarse es aprender a ser una persona buena. Buena es la persona que ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Y esto no es una verdad religiosa sino la verdad acorde al fundamento de lo humano en la cual se manifiesta como verdadera una concepción religiosa y como digna una articulación comunitaria.

Aunque puede resultar excesivamente escolar para un Congreso como el presente, permítasenos referir algunas nociones elementales de la herencia clásica que justifica este intento.

Aristóteles (Pol., III, cap. VII, 1279a) considera que la felicidad es el fin que mueve al hombre. La felicidad es lo que cada persona busca alcanzar en todo lo que hace. También nos enseña que la ética desemboca en la política, o dicho de otra forma, que la política depende de la ética, y que el Estado es una especie de “ser natural” que no surge a causa de un pacto o acuerdo (como sostienen los llamados contractualistas), sino como fruto de la organización de la vida comunitaria según la naturaleza racional del hombre a la luz de principios evidentes.

La comunidad se rige según los principios y leyes contenidas en su Constitución, la cual, fundada sobre principios naturales, disciplinares y sapienciales, implica pactos y acuerdos a la luz del bien común a cuya consecución se ordena. Por bien común se entiende aquello necesario para la plenificación de la persona, “lo que hace más persona a la persona” siendo este último concepto uno de los aportes capitales del cristianismo.

El hombre es entendido desde los griegos como zoon politikon. Ser destinado a obrar en orden a su fin en el concierto de la comunidad que integra. La política se explica por la capacidad humana del lenguaje (que se explique por el lenguaje no significa que se reduzca al lenguaje), único instrumento por el cual los humanos somos capaces de conservar una memoria reflexiva común y establecer un conjunto de leyes según el cual no sólo se distingue lo permitido de lo prohibido, sino que refleja y promueve la realización del sentido de la existencia comunitaria a la luz de un origen y un destino, de una herencia y de un legado cuyo resguardo y cultivo constituyen la razón de ser ciudadano.

Aristóteles expuso en La política la teoría clásica de las formas de gobierno, la misma que sin grandes cambios fue retomada por otros autores en siglos posteriores. La célebre teoría de las formas de gobierno se basa en el fin del régimen político: bien común o bien particular. Las tres formas puras de los regímenes políticos en cuanto tienden al bien común son:

• Si gobierna una sola persona: monarquía.
• Si gobiernan pocas personas: aristocracia.
• Si gobiernan muchas personas: república.

Cada una de estas formas de gobierno degenera cuando el ejercicio del poder se ordena a bienes particulares de quienes gobiernan. Así la monarquía en tiranía, la aristocracia en oligarquía, y la república en las democracias donde la parte mayoritaria administra en vistas a sus intereses sin consideración del bien común.

A tal punto es considerado importante desde la Grecia clásica el compromiso ciudadano, quea partir de ello se entendió al hombre como animal político (que no significa lo mismo que el animal social post-comteano).

El pensamiento clásico entiende al hombre según su naturaleza en el conjunto de la comunidad. Es decir ordenado por naturaleza a compartir la vida en sociedad según unos principios que el hombre no establece sino que descubre por medio de su inteligencia y cuyo acatamiento resulta condición de posibilidad de todas sus empresas y de todas las leyes que se promulguen para perfeccionar el orden en la convivencia en vista a la realización del bien común.

En tal contexto se acuñó el término “idiota” para designar al incapaz de contribuir al bien común de la ciudad. La palabra idiota proviene del griego idiotes, que significa, simple, ignorante, totalmente dependiente. Término que en relación a la cuestión política significa: persona que sólo se ocupa de sus asuntos privados en ignorancia de la cosa pública. El idiotes representa lo contrario del polites aristotélico, lo opuesto al ciudadano que efectivamente se ocupa de los asuntos que le competen en orden al bien común.
Aunque actualmente no vinculamos el término señalado con la responsabilidad política, desde la perspectiva de su significación original parece conveniente distinguir:

a) el modo simple y elemental de ser dependiente por carecer de una educación o capacidad proporcional a la dignidad personal. Realidad ésta, la de la dependencia, que por naturaleza, proporcional y relativamente a todos nos afecta. Perspectiva desde la cual el término suele resultar inapropiado cuando no ofensivo y desconsiderado.
b) del sentido relativo a la dimensión social de la persona expresamente manifestativo de la carencia por incapacidad de compromiso con la cosa pública:

1. por mal enseñado, a raíz de una educación contraria a los principios sobre los que se sustenta la dignidad personal y la convivencia humana, principios que el sujeto ignora a causa de la carencia de educación o por la instrucción padecida;
2. o por mal aprendido, es decir por un deliberado ejercicio de la propia voluntad que le lleva a actuar ignorando los principios éticos en los que fue educado.

Sócrates decía que la carencia de virtud se sigue de una falta de educación. Aunque en sentido general, entendiendo acabadamente lo que significa ser persona educada, su afirmación es verdadera, hemos de reconocer la existencia de la voluntad torcida, hecho no siempre achacable sólo a la falta de instrucción ni a la enseñanza recibida. Es decir, el riesgo de un ejercicio equivocado de la propia libertad, de lo cual no sólo se es víctima sino responsable y a veces proporcionalmente culpable, es un hecho a simple vista innegable. Tal especie de discapacidad política adquirida (vicio) por aprendizaje a raíz del propio egoísmo, generalmente es consecuencia de alguna concepción reductiva de la persona, pedagógicamente articulada en teorías y prácticas que adolecen de coherencia entre el planteo del ideal de desarrollo del sujeto humano y los medios que a tal fin se utilizan para promoverlo, cuando no resultan simplemente de prácticas contrarias a la dignidad de la persona o contrarias a algunos de los principios que según su naturaleza rigen la humanización personal.

El especial tipo de dinámica que se sigue de la unidad que la naturaleza compuesta constituye en la persona humana, implica una necesaria relación jerárquica entre los órdenes que la integran, cuya alteración frustra el objetivo principal de la educación. Como ha mostrado en profundidad Werner Jaeger en su Paideia, también es legado griego el haber reconocido la relación de proporcionalidad existente entre el ideal al que se ordena el proceso de desarrollo del sujeto humano y el objeto de aprendizaje, en tanto objeto y método conforman, determinan la forma mentis dirán los latinos, de quien aprende de acuerdo o no a la dignidad y causa final hacia la cual se conduce el proceso educativo. En virtud de lo cual, debemos reconocer que en Occidente, desde la época de la Grecia clásica sabemos que no es posible ignorar los principios naturales sin atentar proporcionalmente contra la posibilidad de realización personal y comunitaria.

Resulta, luego, no sólo racionalmente incoherente sino de facto contrario a lo que se pretende, el proponer “la construcción” de una sociedad más justa y equitativa a partir de prácticas derivadas de concepciones ideológicas reductivas cuando no simplemente contrarias al fundamento de la dignidad personal. Toda manifestación cultural implica un culto, o algún tipo de fenómeno cultual sucedáneo: sea su centro el Dios verdadero, o proceda su espectro de valores, por ej., del culto a lo placentero, por mencionar sólo uno de los sustitutos vigentes, opuestos a la dignidad creatural.

Entendiendo que la educación para la ciudadanía tiene como uno de sus objetivos principales el lograr que la voluntad común se ordene al bien común como objeto y finalidad legitimadora, tal vez resulte entendible el proponernos considerar como criterio general proporcional a tal cometido, aquella estructuración en la cual se combinan armónicamente el principio de cada una de las tres formas puras de gobierno:

1. a la hora de la consulta es conveniente la participación de todos los implicados,
2. en el discerniendo y el juicio lo mejor es recurrir a los expertos en el tema,
3. para la conducción hay que facultar a los mejores dotados para el logro de los fines específicamente propuestos según las circunstancias, para que asuman la responsabilidad de la ejecución del proyecto común, acompañados con equipos de proyección, gestión y control, integrados proporcionalmente por representantes de las instancias anteriores.

Existen tres principios fundamentales del orden político aplicables analógicamente a toda realidad u organización comunitaria, desde la familia a la organización internacional, pasando por supuesto por las asociaciones intermedias como, por ejemplo, la escuela, los sindicatos, las mutuales, las cooperativas y todas las instancias de la organización social así como el estado. Estos principios son: el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad. ¿Qué es lo que resulta tan difícil de aplicar?

* Presentado en el Congreso 2013, FILOSOFÍA – POLÍTICA – RELIGIÓN de la  Sociedad argentina de filosofía

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