Filosofía y educación

MAYO POPULAR O MAYO LIBERAL


La dicotomía causada por la falsificación de la historia que en nuestro país fue consumada por los liberales –de la “mano” de Bartolomé Mitre-, tiene su punto de partida en los sucesos de Mayo de 1810. La gravedad de esta tergiversación de los hechos es más que trascendental ya que, toda nación, debe saber y conocer su pasado para así tener una clara conciencia de su identidad; y a partir de allí proyectarse hacia el futuro.

La historiografía liberal, a través de su línea histórica “Mayo-Caseros-Septiembre”, nos ofrece una visión del 25 de Mayo de 1810. Una visión falaz e interesada que seguidamente aspiraba a una forma de gobierno republicana, destinada a obtener el libre comercio, profundamente probritánico y por ende, antihispánico. La difusión del ideario tuvo su origen en los oficiales ingleses detenidos después de la frustrada invasión de su “Graciosa Majestad” (y sus comerciantes) en 1806 y 1807. El movimiento fue realizado “por la gente decente” y tuvo como protector a Lord Strangford. Sus fundamentos filosóficos eran el Iluminismo, y tenía como “librito de cabecera”, el Contrato Social de Rousseau.

La citada explicación que ofrece la “línea Mayo-Caseros” es, sin embargo, coherente con lo que fue Caseros y el régimen que le sucedió, pero contiene implícita una falacia. Esta se encuentra en incluir Mayo como una forma de pensamiento homogénea y que respondía a un proyecto de país determinado. Y he aquí lo falso. El pensamiento de los protagonistas de Mayo no fue unívoco ni mucho menos, ni existía acuerdo sobre una determinada forma de gobierno o institución. Por el contrario, cada grupo tuvo su opinión; pero en lo que sí existía acuerdo (en la medida de que España estaba invadida por Napoleón)  era en la idea de independencia. De  esta forma se era o no patriota, según se estaba o no con la independencia. Nada tenía que ver el sistema institucional o la libertad privada que se fuera a adoptar internamente. Sucede que para los liberales, la importancia de Mayo radica más en lo formal (sistema de gobierno, códigos, leyes, constituciones, etc) que en el país real. Este esquema respondía más a las oligarquías porteñas que al pueblo argentino y a la soberanía popular. Es que aquellos hombres, como sus sucesores a lo largo de nuestra historia, se nutrían del esquema “civilización-barbarie”; colocando como bárbaros a todo el pueblo argentino que no concordaba con los principios del liberalismo, del racionalismo, del laicismo, etc. Es que el Mayo popular fue otra cosa.

La semana de Mayo de 1810, desde una óptica nacional y popular, fue primeramente, el nacimiento de la Patria, que dicho sea de paso, ya venía en gestación desde la victoria del pueblo criollo contra los ingleses. El carácter del movimiento tenía como objetivo obtener la soberanía popular (estando vacante el trono por el cautiverio del monarca, el poder “revierte” sobre el pueblo. Es la teoría de la “reversión” de neto corte escolástico, expresada magistralmente por el Padre Suárez). Otro eje fundamental, fue la lucha contra el absolutismo monárquico, que denigraba “a los provincias” o “territorios de ultramar” a la condición de meras colonias. Esto explica el carácter inicialmente no separatista y en perfecta unidad con los hechos que acontecían en España, con la formación de “Juntas”, y de las insurrecciones producidas a lo largo de la América Hispana reclamando “Juntas Populares al Gobierno”. Por ende, el movimiento de ningún modo fue antihispánico (basta señalar la presencia de Larrea y Matheu en la Primera Junta; o la vuelta del mismísimo San Martín al Río de la Plata después de cerca de 30 años de servir como militar a España) sino antiabsolutista, y sobre todo –aunque suene risueño- “anti Napoleónico”. Menos aún fue probritánico, a pesar de la influencia de algunos comerciantes (criollos e ingleses) del puerto de Bs. As que buscaban el libre comercio. Finalmente señalar que la actitud separatista tuvo su razón, recién con la vuelta al trono de  Fernando VII, habiendo traicionado éste a todos sus vasallos, tanto de la península, como a los criollos de los territorios de ultramar.

Pero para poner absoluta claridad en el tema, veamos cómo se expresaban dos grandes hombres de nuestra patria: “¡Qué grande debe ser para todo argentino este día, consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre 1810! Y aún glorioso es para los hijos de Bs. As haber sido los primeros en autoridades legítimamente constituidas, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito en sus desgracias. Pero reestablecido el más puro absolutismo por el que fuimos perseguidos y hostigados a muerte; cansados de sufrir males sobre males, sin esperanzas de ver el fin, y conmovidos del triste espectáculo que presentaba esta tierra de bendición, nos pusimos en las manos de la Divina Providencia y confiando en su infinita bondad y justicia, tomamos el único camino que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”. (J. M. de Rosas)

“Desde el movimiento de Mayo que conviven en él dos líneas. En la Primera Junta éstas aparecen claramente. Una línea masónica, netamente anglosajona. La otra línea hispana, profundamente nacional. En ésta última militaban San Martín, Juan Manuel de Rosas, Irigoyen y yo”. (J. D. Perón)

FEDERICO GASTON ADDISI.-

REVOLUCION DE MAYO VS. REVOLUCION FRANCESA.

A medida que nos vayamos acercando a la conmemoración del Bicentenario; en la República Argentina irá en aumento la campaña para identificar nuestra Revolución de Mayo, con la Revolución Francesa.

Algunos dirán que la Revolución Francesa y el Iluminismo fueron causas externas de nuestra revolución. Otros dirán que ambas revoluciones fueron similares, o más aún, que la Revolución de Mayo es hija de la francesa.

Se hablará de Rousseau, del “Contrato Social”, del absolutismo monárquico, de la España oscurantista en oposición a las “luces” de Francia.

Pero, como buenos revisionistas que somos, nos anticipamos y oponemos a la historia oficial burdamente falsificada cuyo fin es el de reemplazar nuestra verdadera conciencia nacional por una extraña a nuestra idiosincrasia y tradición.

Por lo tanto cometeremos la herejía de contradecir el relato oficial, por una misión más trascendental y acorde con nuestros principios, como lo es la incesante búsqueda de la verdad.

Y a ella llegaremos partiendo de la premisa mayor de que nuestra Revolución de Mayo nada tiene que ver con la Revolución Francesa. Ni como causa, ni influencia, ni como modelo. Más bien, que si hubo una visión, fue la del rechazo. Y aquí lo probaremos.

¿Es que acaso alguien en su sano juicio puede comparar la Revolución Francesa, que comenzó en 1789, efectuada mayormente por burgueses, de carácter republicana y por ende antimonárquica, contra los privilegios de la nobleza, que llevó a la guillotina a su rey, persiguió a la Iglesia y expropió todos sus bienes, implantó el régimen del Terror del cual el genocidio de La Vendee fue sólo una muestra, y finalmente hizo perder a los franceses todos sus derechos a manos del Emperador Bonaparte en 1804; en total 15 años de convulsiones, con nuestra Semana de Mayo?

La Revolución Francesa se hizo contra el absolutismo de los reyes  y los privilegios de los nobles y también en contra de la Iglesia. En el Río de la Plata,  no había ni nobles ni reyes. Gobernaba el país un Virrey que no tenía nada de absoluto  y un Cabildo que era una genuina y antiquísima autoridad de  origen popular (que por supuesto también era herencia de España) que la parte principal elegía  libremente.

La Semana de Mayo, o Revolución de Mayo fue esencialmente realizada por una parte del pueblo (la parte sana e ilustrada), los militares (allí estaban los Patricios con Don Cornelio Saavedra al mando, respaldando la revolución), y sobre todo católica. Es decir que fue una revolución hecha por verdaderos señores, angustiosos de gobernarse a sí mismos por los sucesos ocurridos en la Península, pero dispuestos a mantener su tradición y cultura, a punto tal, que nuestra revolución fue en sus inicios abiertamente monárquica.

Y como bien expresara Hugo Wast: “¿A esta revolución sin crímenes que fuera nuestra se pretende encontrar un retoño de la francesa que se prostituyo sólo en la diosa razón y fusiló, guillotino a  millares de ciudadanos,  hombres y mujeres y hasta niños?”.

La Revolución Francesa fue republicana, mientras que la nuestra fue en sus comienzos abiertamente monárquica.

La Revolución de Mayo  fue católica al punto tal que el 30 de mayo de 1810, a 5 días de la revolución; concurrió la Junta Gubernativa en pleno a   una misa de acción de gracias celebrando el cumpleaños del Rey y la instalación del nuevo gobierno.

Cuando estalló la Revolución de Mayo  habían pasado veinte años de la Revolución Francesa y en 1810 estaba harto desacreditada en el mundo y especialmente en la América española, tanto por sus crímenes como por sus resultados. Por lo tanto esta revolución no tenía nada de admirada, más bien producía horror.

En ningún documento de la época,  en ningún manifiesto de las autoridades, ni en ningún periódico de los días de la revolución argentina hay la más leve mención de la Revolución Francesa como inspiradora de la nuestra.

Más bien todo lo contrario.

En el periódico “La Abeja Argentina” se señalaba que “la Revolución Francesa defraudó a sus seguidores, por lo cual ellos debían evitar seguir los pasos de esa Revolución”.

En sesión del Cabildo de Buenos Aires, del 5 de febrero de 1811, se tomó la resolución de prohibir la circulación entre los escolares de 200 ejemplares del “Contrato Social” de Rousseau, que Moreno había recomendado. El acta del Cabildo decía: “Reflexionaron dichos Cabildantes que la parte reimpresa del Contrato Social de Rousseau no era de utilidad a la juventud y antes bien pudiera ser perjudicial…y en vista de todo creyeron inútil, superflua y perjudicial la compra que se ha hecho de los doscientos ejemplares de dicha obra. Determinaron, en consecuencia, que se llame al impresor y se le proponga si quiere recibirse de ellos para expenderlos de su cuenta…”

La Gazeta de  Buenos Aires en su número 49 del 16 de mayo de 1811 reproducía en sus páginas: “Se ha dicho que la revolución dará la vuelta al mundo; y por desgracia podrá esto ser verdad; pero la Revolución Francesa es un saludable ejemplo para precaver las revoluciones ulteriores. Los crímenes y atrocidades de los revolucionarios de Francia, sus absurdos despropósitos, teorías, etc, son el mejor antídoto para los demás pueblos, que seducidos por intrigantes infames, o por ambiciosos viles, o por extraviados ilusos, tengan la desgracia de sufrir consecuencias políticas: las que Buenos Aires, Santa Fe, Quito, Caracas y Querétaro han experimentado, no son de aquella naturaleza”.

Asimismo, La Gazeta del  28 de octubre de 1810 publicó la “Canción Patriótica” que en sus estrofas rezaba:

“No es la libertad

que en Francia tuvieron

crueles Regicidas

Vasallos perversos.

Allí la anarquía

Extendió su imperio

Lo que es nosotros

Natural derecho

El mismo derecho

Que tiene la España

De elegir gobierno:

Si aquella se pierde

Por algún evento,

No hemos de seguir la suerte de aquellos.

Nuestro Rey Fernando

Tendrá en nuestros pechos

Su solio sagrado

Con amor eterno:

Por Rey lo juramos

Lo que cumpliremos

Con demostraciones

De vasallos tiernos

Amor, paz y unión

Sea nuestro objeto,

Y la religión

Del Dios verdadero”.

Pero como si todo lo dicho y documentado fuera poco, recurriremos a la doctrina que el eminente historiador, Enrique Díaz Araujo, hizo en su documentado “Mayo revisado”. Allí Araujo efectuó una recopilación de distintos historiadores y sus respectivos juicios en lo que hace a la supuesta relación causal entre la Revolución Francesa y la Revolución de Mayo. Así, sostenía André Marius: “Toda la América Española sentía horror por las ideas revolucionarias francesas, permaneciendo fiel a su rey”; el peruano Francisco Javier de Luna Pizarro mencionaba: “el ejemplo horrible de Francia, en el cual el tribunal de sangre establecido por la Convención había resultado superior a ella”; Ricardo Caillet-Bois admitía que: “la muerte de Luis XVI y la persecución sufrida por el clero francés provocaron un vuelco de la opinión pública; a partir de ese instante el movimiento francés fue mirado con cierto horror”; los historiadores argentinos –nada revisionistas ni hispanistas, por cierto- Carlos Alberto Floria  y César García Belsunce reconocían: “…en la retina de las generaciones posteriores al 89 o situadas en parajes distantes y con distintas costumbres y mentalidad, como las rioplatenses, la imagen revolucionaria era difusa e indeseable. No sería extraño, pues, que Francia –al menos la Francia de la revolución- fuera anatema para los representantes del antiguo régimen o para los creyentes en los valores tradicionales…”; Sergio Villalobos en tanto, acepta que la Revolución Francesa: “provocó reacciones en contra. La prisión y muerte de la familia real, perteneciente a la misma casa reinante en España, la violencia y los desbordes populares, el aplastamiento de la nobleza y los rasgos de impiedad del movimiento, causaron horror en todos los círculos. La orgía de sangre y el trastorno del orden, en contraste con la estabilidad del régimen monárquico, suscitaba comparaciones muy desfavorables”; el profesor y catedrático de la Universidad de Londres decía: “A medida que la Revolución Francesa se volvía más radical y se conocía mejor, atraía menos a la aristocracia criolla. La vieron como un monstruo de democracia extrema y anarquía”; el autor francés Raymond Ronze reconocía: “Los franceses son execrados  en España y sus amigos españoles, los afrancesados, caen bajo la misma maldición. A Buenos Aires no le agradan ni los unos ni los otros”; y finalmente, Eduardo Aunós expresaba: “…Porque si la América española se sublevó, no lo hizo en manera alguna a favor de la Revolución (Francesa), sino resueltamente en contra de ella. Fue, al principio, un estallido de patriotismo y de fidelidad. Siguiendo el ejemplo metropolitano, la América española se alzó para rechazar la dinastía extranjera e impuesta…el repudio del invasor era tan enérgico en América como en la Península”.

Ya sin seguir la justísima recopilación de Díaz Araujo nosotros mencionamos también al Dr. Ricardo Levene quien sostenía: “La Revolución de 1810 está enraizada en su propio pasado y se nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la dominación española y bajo su influencia, aunque va contra ella, y sólo periféricamente tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a España e Hispano-América, que constituía un orbe propio. Sería absurdo filosóficamente concebir la Revolución de Mayo como un acto de imitación simiesca, como un epifenómeno de la Revolución francesa o de la Revolución norteamericana. El solo hecho de su extensión y perduración en veinte Estados libres es prueba de las causas lejanas y vernáculas que movieron a los pueblos de América a abrazar con fe la emancipación…”

Y rematamos con un insospechado de hispanófilo, el liberal Juan Bautista Alberdi quien admitía: “Antes de la proclamación de la República, la soberanía del pueblo existía en Sud-América como hecho y como principio en el sistema municipal, que nos había dado España (…) Los cabildos o municipalidades, representación elegida por el pueblo, eran la autoridad que administraba en su nombre, sin ingerencia del poder. Este sistema, que es hoy la base de la libertad y del progreso de los Estados Unidos de Norte América, existía en gran parte en América del Sur antes de la revolución republicana, la cual, extraviada por el ejemplo del despotismo moderno de la Francia que le servía de modelo, cometió el error de suprimirlo”.

Creemos que es suficiente como para aclarar lo que aquellos interesados en falsear la historia  pretenden instalar como verdad revelada. Y damos como suficientemente probado la nula influencia y/o relación entre nuestra revolución con la regicida Revolución Francesa.

FEDERICO GASTON ADDISI.

Bibliografía:

WAST, Hugo, Año X, Thau Editores, Bs As, 1961.

DIAZ ARAUJO, Enrique, Mayo revisado I, Santiago Apóstol, Buenos Aires, 2005.

 

 

 

ROUSSEAU VS. PADRE SUAREZ.

Siguiendo con los artículos de cara al Bicentenario de la República Argentina, abordaremos aquí el trillado tema de la supuesta influencia de Juan Jacobo Rousseau como principal filósofo de la Revolución de Mayo.

Nos proponemos demostrar, como ya lo han hecho nuestros maestros en el revisionismo, que la influencia del filósofo ginebrino fue poca o nula, mientras que si hubo un pensamiento filosófico que dio sustento a los argumentos jurídicos-políticos de mayo, no fueron otros que la escolástica en general y la obra del Padre Francisco Suárez en particular.

En efecto, aseveramos que fue el Padre Franciso Suárez y no Juan Jacobo Rousseau quien aportó el  substrátum ideológico, en concordancia con toda la doctrina de la época, y más aún, con el derecho castellano e indiano, a los hombres que llevaron adelante las jornadas de mayo de 1810.

Comenzaremos por demostrar la avasallante presencia del pensamiento y obra del  jesuita Francisco Suárez en la América Hispana. El Padre Suárez, nacido en Granada en 1548 y fallecido en 1617 fue el filósofo máximo de la semana de mayo y sus enseñanzas desde principios del siglo XVII hasta 1767 (fecha de la expulsión de los jesuitas) la más intensa influencia en el Nuevo Mundo.

En el año 1612 los jesuitas fundan el Colegio Máximo en Córdoba, que diez años después se transformó en Universidad. En aquella época escribía el Padre Torres, al General de los Jesuitas: “guardándose en la lectura el orden que V.P había enviado a la Provincia del Perú, de seguir autores de la Compañía, porque con singular providencia de Nuestro Señor parece que le habíamos adivinado, pues se había ordenado a los lectores, con parecer de los Padres, que se siguiesen  nuestros autores y leyesen por ellos, siguiendo principalmente al Padre Francisco Suárez y no dejando en algunas otras cosas al Padre Gabriel Vázquez, de que se han seguido muy buenos efectos, aprovechándose más los estudiantes en un año, por este camino, que hicieran en dos, por cartapacios…” Dos años más tarde, al partir para Roma el Padre Juan de Viana, elegido Procurador por la Provincia del Paraguay, llevaba “un papel de las razones y motivos que hubo para comenzar a asentar en esta Provincia la doctrina del Padre Suárez y tenerle por expositor de Santo Tomás, y para leer in voce al Padre Rubio”.

Así fueron los inicios de los estudios teológicos y filosóficos en Córdoba a principios del siglo XVII. El pensamiento de Suárez reinó en forma indiscutida hasta que en el siglo XVIII aparecieron corrientes contrarias. Las mismas fueron positivas para el estudio, pero motivaron la siguiente resolución del Claustro de la Universidad de Córdoba en la que se ordenó no admitir en esa Universidad “a los que hubiesen estudiado artes (filosofía) en algunas de las ciudades de estas Provincias, en escuelas opuestas a la Suarística”. Esta disposición demuestra el predominio hegemónico de la doctrina suareciana en las cátedras de la época y en las dos Universidades rioplatenses, la de Chuquisaca, y la de Córdoba, pero también dominaba en todos los colegios jesuíticos existentes en estas regiones de América, situación de privilegio que lo convirtió en el filósofo predilecto durante todo el siglo XVII, en la segunda mitad del XVIII y principios del XIX.

La expulsión de los jesuitas en 1767 fue un obstáculo para la mayor difusión de las ideas del Padre Suárez, pero de ningún modo logró acaban con la circulación de las mismas. Al producirse el triste episodio de la expulsión –sobre el que ya volveremos para conjeturar sobre sus causas- fueron inventariadas las bibliotecas jesuitas, y para que el lector se de una idea de lo conocido de la obra de Suárez, podemos señalar que había ejemplares del eximio Padre en las bibliotecas de Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires, Asunción y Mendoza, además por supuesto de existir en la Librería Grande del Colegio Máximo y Universidad de Córdoba un vitrina de honor con todos los textos del Padre Suárez, además de otra con las de Santo Tomás de Aquino, y una tercera con el patrono de la Universidad, San Ignacio de Loyola.

Es nuestra opinión que la expulsión de los jesuitas se debió fundamentalmente a la “doctrina populista sobre el poder” de Francisco Suárez. Tal aserto parece ser confirmado por Eusenio Llano Zapata, quien informaba que las obras de Suárez, Mariana, Busembuam y de otros escritores de la escuela jesuítica, fue llevada a la hoguera pública en la capital de Francia por: “contener doctrinas que inmediatamente tocan en disminución de la Majestad”. Pero, obsérvese la paradoja, donde una vez más queda al desnudo la mentira de la historia oficial. El libro de Mariana sobre los derechos y deberes de los reyes había sido escrito por instrucción de los Austrias, quienes lo leyeron y memorizaron, esto hicieron los íconos de la España oscurantista y despótica. En tanto, los liberales Borbones, condenaron a las llamas esta obra y las del Padre Suárez sobre el origen democrático de la autoridad.

La doctrina de Suárez sobre el origen del poder  fue la que sustentó la Revolución de Mayo, y los hombres que la sostuvieron pusieron todo su énfasis en que se había disuelto o roto el contrato o pacto que había existido entre los reyes españoles y los reinos de indias, esta disolución o ruptura que había sido causada por la abdicación del rey Fernando VII, fue la que ponía al Virreinato del Río de la Plata en posición de reasumir su soberanía.

La doctrina suareciana, respecto al origen y posesión de la autoridad consta básicamente de cuatro pasos, a saber:

a- A ninguna persona le viene inmediatamente de Dios la potestad civil, por naturaleza o donación.

b- Es mediante el pueblo que el gobernante toma posesión de la autoridad.

c- El pueblo otorga la autoridad, por libre consentimiento, de dónde se derivan los legítimos títulos del gobierno.

d- Al hacer ese traspaso, hay limitaciones en el poder, así el gobernante esta limitado ya que no puede usar de él a su antojo, como para el pueblo que la otorga, quien ya no puede reasumirla a su capricho.

El Padre Suárez sostenía que era a través de actos humanos, de los que se derivaban vínculos jurídicos-sociales entre el pueblo y el gobernante, por los que este era encumbrado sobre la comunidad para regirla. Se reducía, este acto, a un pacto entre los ciudadanos y el Estado, a través del consentimiento explícito o tácito. Suárez puntualizó ciertos “deberes de las partes” en este pacto, limitando las potestades, así: “Después que el pueblo transfirió en el rey su potestad, no puede justamente, apoyado en la misma potestad, a su arbitrio, o cuando le diera la gana, proclamar su libertad; pero es obvio que puede hacerlo cuando hay razón suficiente para ello, y debe hacerlo si el rey desaparece sin dejar legítimo sucesor, ya sea un vástago o persona de la realeza, ya sea una persona moral”.

Tal era la doctrina suareciana enseñada en Córdoba y en Chuquisaca, desde principios del siglo XVII hasta los días de mayo. Y precisamente a esta doctrina y no a la de Rousseau es a la que se refirieron los hombres de 1810. Fundamentaremos nuestra aseveración.

El Contrato Social de Rousseau se publicó en París en el año 1762, y como es sabido la más antigua versión castellana fue la que se publicó en Londres durante 1799, y fue de esa versión que llegaron a España algunos ejemplares. Posiblemente de esta edición pudo haber llegado algún ejemplar al Río de la Plata en 1810 hasta que Mariano Moreno mandó reimprimir en Buenos Aires la cantidad de doscientos ejemplares que estuvieron listos para fines de año, y a recomendación de maestros y docentes el Cabildo se vio obligado a retirarlos de circulación. Así lo dispuso en sesión del 5 de febrero de 1811: “Reflexionaron dichos Cabildantes que la parte reimpresa del Contrato Social de Rousseau no era de utilidad a la juventud y antes bien pudiera ser perjudicial…y en vista de todo creyeron inútil, superflua y perjudicial la compra que se ha hecho de los doscientos ejemplares de dicha obra. Determinaron, en consecuencia, que se llame al impresor y se le proponga si quiere recibirse de ellos para expenderlos de su cuenta…”

Además de los años de publicación, traducción, y de su nula enseñanza en los claustros universitarios del Río de la Plata, no debe olvidarse la acción de la Inquisición, prohibiendo ciertos libros entre los que sin duda se encontraba el de Rousseau. Aunque convenimos en que el accionar inquisidor no era el de otrora, no dejaba de ser una traba mas para la difusión del libro. ¿Pero entonces cabe preguntarse quien leyó esta famosa obra a la que pretende adjudicársele la inspiración de la Revolución de Mayo? Pues no muchos. Se sabe que Mariano Moreno y Juan José Castelli, aunque tanto el primero pero sobre todo el segundo mantuvieron en el Cabildo Abierto de Mayo una postura ortodoxa, de filiación suareciana, más allá de sus acciones posteriores. También pudo haberlo leído Manuel Belgrano, cuando estaba en Europa, pero es bien sabida la postura monárquica y católica del creador de la bandera, en oposición a las ideas republicanas y anticlericales de la Revolución Francesa inspiradas en el Contrato Social. Y por último se sabe que el Deán Funes también tuvo algún conocimiento del libro. Y eso es todo. Cuatro personas en todo el Virreinato del Río de la Plata.

Pero además de lo citado, ¿pudo ser la doctrina de Rousseau la que sostuvieron los hombres de mayo? Sostenemos que no, porque conociendo la exégesis del discurso, por ejemplo de Castelli, en el Cabildo del 22 de mayo, éste se refirió a un contrato entre los ciudadanos y el gobernante, y nunca un contrato entre los ciudadanos entre sí como sostenía Rousseau. El Contrato Social de Rousseau es entonces el contrato por el que un pueblo es pueblo (asociación entre sí), y es pueblo por una deliberación pública y por una convención. Por ende, parece claro que los hombres de mayo se fundaron en el pacto existente entre los Reyes de España y los pueblos de América, pacto o contrato bilateral, cuyos cargos los Reyes dejaron de cumplir a raíz de la invasión napoleónica. Esta que señalamos es la diferencia fundamental entre la doctrina de Suárez y Rousseau.

Para más claridad pueden establecerse cinco diferencias entre ambos contratos: 1- La soberanía del pueblo según Suárez puede y debe ser transferible y puede ser ejercida por otro; mientras que para Rousseau es intransferible y no puede ser representada más que por sí misma. 2- Según Suárez la soberanía es atributo de toda la comunidad pero no de cada individuo; según Rousseau, la soberanía es de todos y cada uno. 3- Suárez sostiene que el hombre es culto y social, y de aquí surge la necesidad de reunirse con un fin político, e ipso facto nace la autoridad suprema en comunidad; en tanto que Rousseau sostenía que el hombre era salvaje y la autoridad sólo efecto de un pacto artificial. 4- Según Suárez Dios da el poder a la comunidad, en cambio el ginebrino sostiene que la autoridad es la simple suma de las voluntades. 5- Suárez sostiene que la comunidad no se despoja siempre de toda su autoridad, sino que ordinariamente la comunica limitadamente al príncipe; Rousseau considera que los individuos pierden toda su libertad natural y la suma de voluntades sería la fuente y origen de todos los derechos, sin limitación.

A la luz de todo lo expuesto podemos agregar la exégesis del discurso de Castelli, el 22 de mayo de 1810, como prueba final y contundente de la supremacía de la doctrina del Padre Suárez.

Del alegato de Castelli la versión más completa que se tiene es la que proviene de los miembros de la Real Audiencia: “(Castelli) puso empeño en demostrar que desde que el señor Infante Don Antonio había salido de Madrid, había caducado el Gobierno Soberano de España; que ahora con mayor razón debía considerarse haber expirado, con la disolución de la Junta Central, porque además de haber sido acusada de infidencia por el pueblo de Sevilla, no tenía facultades para el establecimiento del Supremo Gobierno de Regencia; ya porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el Gobierno y no podían delegarse, y ya por la falta de concurrencia de aquel Gobierno, deduciendo de aquí su ilegitimidad y la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo Gobierno, principalmente no existiendo ya como se suponía no existir la España en la dominación del Señor Don Fernando Séptimo”. A la luz de este y otros documentos, el doctor Levene resumió la doctrina sustentada por Castelli en:

a- Hay una “crisis del derecho político hispano”, iniciada en 1808, conforme a la cual los pueblos de la Península constituyen Juntas de Gobierno propias, y luego la Junta Central.

b- Esta Junta Central ha sido disuelta y no tiene facultades para organizar el Consejo de Regencia, entre otras razones, porque no han concurrido a su elección los diputados de América.

c- Por lo tanto, el Gobierno soberano de España ha caducado, produciéndose en consecuencia “la reversión de los derechos de la soberanía al Pueblo”, y su libre ejercicio del nuevo gobierno.

Hasta aquí hemos demostrado el eje sobre el cual giró la fundamentación filosófica-jurídica de la Revolución de Mayo y es evidente que la doctrina sostenida era la supremacía popular en sentido suareciano cuya argumentación es expresamente contraria a la de Rousseau y la escuela liberal.

FEDERICO GASTON ADDISI.

Bibliografía:

MARFANY, Roberto, El Cabildo de Mayo, Ediciones Macchi, Bs. As, 1981.

FURLONG, Guillermo, y otros, Presencia y sugestión del filósofo Franciso Suárez, su influencia en la Revolución de Mayo, Kraft, Bs. As, 1959.

 

Fuente: http://sites.google.com/site/federicoaddisi/articulos/revoluciondemayo

 

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