Filosofía y educación

Producción

Parece que en este ámbito tenemos entre los tantos desafíos a superar, algunos que tal vez no sean de mayor complejidad si pensamos a partir del bien común, si empezamos a tender la mano al semejante en vez de aflojar ante los que se nos imponen.

Hay productos argentinos que no se disponen a un precio proporcional a la capacidad de la mayoría de los habitantes de esta pródiga tierra. Además, no disponemos de los de mejor calidad para el mercado interno. Al parecer se destinan a consumidores «más exigentes»: que pagan más. Suena tan mercantilmente lógico como Manolito.

Pero lo que suena mercantilmente lógico, puede no ser lo que el sentido común bien entendido indica si reconocemos que no nos tocó nacer en esta tierra por genialidad propia, sino por pura gracia.

Supongamos que sacrificamos un poco de calidad en nuestro consumo para poder sacar el mejor rédito vendiendo en otros mercados los productos de primera. ¿No podríamos al menos, compensar tal estrategia con un precio proporcionado para los de casa?

Seguramente, también podríamos desarrollar métodos de producción que nos permitan disponer de mayores cantidades de productos de primera calidad. Podríamos fijar una cuota para el mercado interno a precio acorde al de producción y no al de venta en el mercado exterior. De tal manera aumentaríamos el trabajo en la producción y haríamos accesible mayores cantidades de mejores productos en el ámbito propio al mismo tiempo que atendemos la demanda externa.

El mundo globalizado subvenciona ciertos sectores, desplazando tal costo a los sectores con menos poder porque el sistema está diseñado sobre la avaricia del mayor rédito al menor costo en beneficio de las minorías que detentan el poder financiero. La ley del gallinero cuya imitación doméstica debemos superar.

La socialización de la inversiones y la privatización de la capitalización también rige la producción. El factor de corrección del sistema radica en la persona: cada uno de nosotros es responsable de no avenirse para poder exigir que nuestros dirigentes no se dobleguen a tales prácticas. En ese orden. Quien no cuida su casa no puede pretender que le sea cuidada por su vecino, por muy magnánimo que el vecino sea.

No necesitamos someternos a la entropía de la usura. En nuestra patria abundan los recursos naturales y tenemos la inteligencia suficiente como para entender que nadie se sostiene solo. La ecología comienza en el propio círculo de responsabilidad. De lo contrario es una ilusión imposible.

Es cuestión de empezar a obrar con generosidad: el medio en el cual nos fue dado nacer lo facilita. Es cierto que la abundancia propende a la indisciplina, pero la inteligencia nos hace capaces de vencer la inercia del cuerno de oro.

No hacer al prójimo lo que no deseamos padecer, es un principio de mínima que ya bastaría para enderezar este entuerto. Pero además, nuestras circunstancias nos permiten no sólo el respeto de esa formulación negativa, sino, la práctica del principio positivo que nos indica hacer accesible al prójimo el mismo bien que para nosotros nos proveemos.

Los «especialistas» saldrán al cruce con mil explicaciones sobre la imposibilidad de esta propuesta. Nuestros abuelos ya probaron que, por vicio del oficio, los especialistas al proyectar en base al pasado condicionado por su paradigma interpretativo, suelen acertar en los diagnósticos y equivocarse en las soluciones. Las situaciones de crisis que hemos superado demuestran nuestra capacidad para salir adelante. La solución a los problemas que nos aquejan puede tener muy ciertas causas externas, pero la solución posible sólo viene desde dentro. Cada uno sabe que siempre es la respuesta lo que marca la diferencia.

La vida nos vuelve a dar otra oportunidad. Es hora de actuar en consecuencia. Hoy, aquí y ahora, en y desde el ámbito en el que cada uno se desempeña.

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